“El poeta tiende su arco en el origen y prende una flecha de sangre sobre la playa del futuro”

Efraín BartoloméEl crítico y ensayista Jorge Mendoza Romero entrevista al poeta chiapaneco Efraín Bartolomé.

Esta entrevista fue contestada por Efraín Bartolomé vía correo electrónico. Agradezco su amabilidad y el tiempo que se tomó para responderla. Originalmente forma parte de un trabajo sobre el papel de los talleres literarios en México y su influencia en nuestra literatura. Es un testimonio que rebasa felizmente el interés de mi investigación pues nos ofrece, de primera mano, los años de formación de nuestro poeta y la perspectiva de Efraín Bartolomé sobre el fenómeno poético, cuya alquimia personal forma un círculo (figura perfecta) que crea el poema a partir de la emoción para provocar en el lector idéntico efecto.

Jorge Mendoza: ¿Cuál fue el taller o los talleres donde se formó?

Efraín Bartolomé: Permíteme hacer un poco de historia. Tras las primeras conmociones que la poesía generó en el niño que fui, me quedé con hambre y con sed de más y más de tales deliquios. Seguí leyendo y seguí buscando, primero en los libros de la casa paterna y después en las ciudades donde estudié. A los once años dejé mi pueblo natal para ir a hacer los dos últimos años de primaria y la secundaria a San Cristóbal de Las Casas. Luego vine a la ciudad de México a hacer la preparatoria y los estudios profesionales. En mi casa de niño había una bien provista biblioteca especializada en leyes y poesía, formada por mi abuelo materno. Ahí descubrí mi primer Darío y me aprendí varios poemas de memoria, aunque muchos de ellos sólo pude comprenderlos con la madurez que dan la edad y la experiencia del mundo.

En México comencé a comprar libros de poemas y tuve la suerte de acertar en mis primeras adquisiciones. Recuerdo, incluso, la primera vez en que me sentí defraudado por un libro. Hice el esfuerzo por comprarlo con mis modestos ahorros estudiantiles y lo compré porque estaba editado por una casa editorial respetable. Era un libro francamente malo y me sentí muy frustrado al leerlo. ¿De modo que era posible que se publicaran libros malos bajo el abusivo rubro de “poesía”? Creo, pues, que mi formación poética la conquisté en el ejercicio directo de la lectura. Empecé a escribir tan pronto tuve la necesidad personal de hacerlo y, aunque esa necesidad se asomaba desde los nueve años, se manifestó abierta e irremediablemente a partir de los dieciséis, en la preparatoria.

Unos cuatro años después, un grupito de chiapanecos fundamos el Círculo Literario Los Monopantos. Monopantos: uno en el todo o todo en el uno. Nos definíamos como seres de tan fría y calculadora hipocresía, que en todas partes pasan desapercibidos. Leíamos con devoción y nos criticábamos con furia y a golpe de vísceras. Con todo, el conocimiento racional de la poesía se iba abriendo paso poco a poco. Teníamos una especie de guía, Rosalino Hernández Montiel, que estudiaba filosofía y lo quemaba la pasión literaria. Era un gran admirador de la poesía pero le parecía inalcanzable. Se sentía más dotado para la narrativa. Estaba convencido de que el poeta del grupo era yo. Trabajamos con gran entusiasmo unos cuatro o cinco años en reuniones sabatinas que se prolongaban hasta la madrugada. Las desveladas y los tragos de la reunión hicieron más difícil nuestro desempeño, uno de esos años, en los ejercicios del servicio militar al que asistíamos todos los domingos. Prestamos nuestro servicio en el cuartel Tlalpan de Guardias presidenciales. Creo que esos años con Los Monopantos son los años más significativos de mi formación.

Al disolverse el grupo cuando terminamos la carrera, seguí mi formación personal leyendo y escribiendo. Cuando cumplí 30 años y ya en los años más intensos de mi trabajo profesional como psicoterapeuta, vi que no podía dejar de leer y de escribir poesía. Y como no conocía poetas de carne y hueso, decidí conocerlos. Asistí un trimestre al taller de la Casa del Lago, coordinado por Alejandro Aura. Al terminar el trimestre Alejandro me eligió para representar al taller en una lectura donde estarían personas de otros talleres de la UNAM. Ahí conocí a Juan Bañuelos y me invitó a asistir a sus talleres en Ciudad Universitaria y en el Centro Cultural José Martí, en la Alameda Central. Bañuelos tenía muchas actividades literarias en esos años y no siempre podía asistir. Nos encargaba la conducción del taller a José Falconi y a mí y lo hacíamos con gusto. Llegué al taller de C. U. en el 81. Cuando en 1982 salió mi primer libro, Ojo de jaguar, en un volumen donde también aparecía un libro de Falconi, Marco Antonio Campos me invitó a coordinar mi propio taller en la UNAM. Uno aprende y reafirma convicciones mientras comparte lo que sabe. Yo no iba a buscar formación porque ya me creía formado. Iba a someterme a la crítica, a desafiarla y a compartir una pasión. Gracias a eso aprendí a autoafirmarme como personalidad poética individual, a defender lo que creía y a mantenerme incólume contra la presión o la opinión del grupo cuando sus argumentos no me convencían. Aprendí también a desafiar la autoridad.

JM: ¿Quiénes fueron sus compañeros y durante qué época asistieron al taller?

EB: Los Monopantos éramos los gemelos Héctor y Guillermo Santiago, el biólogo Mario Martínez, el filósofo, crítico y gurú Rosalino Hernández, y yo. Había también algunos advenedizos entre curiosos y sorprendidos que nos admiraban o se burlaban de nuestros empeños. Estas reuniones duraron de 1972 a 1975, más o menos. Publicamos una revistita en una prensa plana. Nosotros paramos los tipos, imprimimos y encuadernamos. La revista se llamó Trementina y elegimos ese nombre porque la trementina es esencia, es aroma y es presagio de incendio. La mayor parte del grupo sólo publicó allí.

Del taller de la Casa del Lago recuerdo a un joven autor de ciencia ficción que firmaba con el seudónimo de Kalar Sailendra y a Sadot, un espíritu inquieto que luego se dedicó a pintar con aerosol. Esto fue en 1981. Alguien me dijo que había muerto hace unos años.

Del taller de la UNAM puedo citar a Pepe Falconi, a Nicolás Fuentes, a Adelaida Villela, a Raúl Iván, a Alejandro Ambrosi, a Darío Galicia… Estas reuniones duraron de mediados de 1981 a 1982. Todos ellos publicaron por lo menos un libro.

JM: En los talleres donde se formó o en los talleres que ha coordinado, ¿qué aspectos, en general, eran o son tomados en cuenta para analizar los poemas?

EB: Me concentraré en mi forma personal de alquimia poética. A esto he llegado y esto he defendido en los sitios donde me ubico:

Concibo el poema como un artefacto verbal que tiene como destino producir un efecto emocional. Mientras más intensa sea la emoción estética generada por el poema, mejor es el producto artístico. Este artefacto verbal llamado poema es un puente entre espíritus emocionados. El poema tiene un destino emocional cuando tiene un origen en las emociones. Si no hay origen tampoco hay destino. El poema cabalga sobre música pero la pura música no hace un poema. El poema incide en la imaginación pero la sola imagen no hace un poema. El poema tiene ideas y piensa pero las ideas y el pensamiento no hacen un poema por sí mismos. La prueba de fuego es la emoción viva y quemante como resultado de la lectura. ¿Qué aspectos tomo en cuenta para analizar un texto que se pretende un poema? Todos aquellos aspectos de música, imagen y sentido que fortalezcan el destino emocional de un texto. El poeta tiende su arco en el origen y prende una flecha de sangre sobre la playa del futuro. Así lo dije en Música lunar y eso es lo que creo. Lo demás es literatura.

JM: ¿Cuáles aspectos se analizaban o se analizan en el nivel de la forma o significante y qué aspectos, en el nivel del contenido o significado?

EB: La forma perfecta es el contenido puro: el continente ceñido justamente a su contenido. La piel húmeda y fresca cubriendo apretadamente la carne palpitante de la hembra que enamora con sólo verla. Así es el poema que seduce desde el primer contacto. Música, imagen y sentido para dar vida a una emoción. Llámalo como quieras: ritmo, figura y significado; o melopea, fanopea y logopea. Limpiar todos los aspectos relacionados con estas tres variables para que el resultado emotivo final se produzca. El nombre es lo de menos. Lo importante es el milagro.

JM: ¿Estos criterios para tallerear los poemas han cambiado con el paso de los años? Si es así, ¿en qué sentido han cambiado?

EB: Tallerear es uno de los verbos más feos que los talleres literarios han perpetrado. Taller viene de tallar y este verbo viene de tajar: hacer cortes, producir incisiones sobre lo innecesario. ¿Qué es lo innecesario? Todo aquello que interfiera con el milagro de comunicar una emoción. Eso lo intuyó Aristóteles pero desde Horacio quedó perfectamente claro. Y de ahí en adelante… Eso lo sabe el buen guía y lo sabe el buen lector. Aunque no siempre lo saben muchos coordinadores de taller improvisados.

JM: ¿Qué relación había o hay con las formas tradicionales y cuál es la relación con la poesía mexicana?

EB: La tradición y sus formas son los aprendizajes de las generaciones pasadas que están vivas en las actuales. La poesía está siempre enraizada en la tradición por lo que su savia genera siempre ramas nuevas y frutos con más poder para adaptarse a las circunstancias actuales. La tradición hace esto cada vez que lo necesita. Si alguien se quiere formar como poeta y desconoce su tradición no pasará de farfullar incoherencias. Y la tradición no abarca sólo la poesía mexicana, ésta arraiga en toda la poesía en lengua española y ésta en las lenguas clásicas que la generaron y éstas en el arquetipo universal: en la poesía planetaria de todos los tiempos.

JM: ¿Qué relación había o hay con las vanguardias? ¿Cuál vanguardia predominaba o predomina?

EB: Las vanguardias necesarias son las ramas nuevas de las que hablaba antes. Su condición de necesarias la va dictando el nuevo contenido de las emociones que el poeta habrá de expresar. Ésta condición de necesidad es la diferencia entre una vanguardia verdadera y una fingida. Las vanguardias programáticas suelen ser falsas: son como la hoja o el fruto de plástico que se pretende adorno en el árbol noble de la tradición.

JM: ¿Cómo eran recibidos, qué se opinaba de los experimentos, o de la poesía experimental, o no la había?

EB: Partiendo de la respuesta anterior, siempre juzgué los experimentos según su poder comunicador. Si funcionan porque son capaces de emocionar más, bienvenidos. Si no, habrá que seguir probando. Los experimentadores suelen ser buscadores de tesoros con mapa y artefactos tecnológicos. A diferencia de ellos, el verdadero poeta no busca, encuentra.

JM: Durante su formación en los talleres, ¿cuáles eran los poetas en que se basaba su generación para escribir?

EB: Yo nunca he pertenecido a una generación más que por la arbitraria clasificación cronológica. Mis modelos personales son aquellos cuyos versos muestran un excesivo poder comunicante de tipo emocional: Homero por sobre todos y aquellos que se le aproximen a través de los siglos.

JM: Según su experiencia ¿en qué consistirían las reglas o recomendaciones que se adquieren en los talleres literarios, o no las hay?

EB: He aquí mi decálogo:

1. Amarás a la Diosa sobre todas las cosas. Interrogarás sus Misterios. Recordarás que para ello todo conocimiento es bienvenido: arte, ciencia, filosofía, religión. Pero, si quieres se poeta, tendrás presente que la Diosa solamente responde cuando es invocada con palabras de poeta.

2. Vivirás poéticamente: respetarás la casa de la Diosa y santificarás los elementos. No ensuciarás el río, ni talarás el bosque, ni quemarás el cielo con fuego envenenado. Jamás escupirás sobre la frente de tu madre, la Tierra.

3. No sucumbirás a las tentaciones de los dioses menores. Ni Zeus, ni Apolo, ni Plutón. Rechazarás sus monedas seductoras, su lógica implacable, su poder engañoso. No escribirás discursos para los poderosos, ni harás publicidad para los dueños del mercado, ni te encadenarás al dogal académico.

4. No matarás: la bala que dispares contra el poeta se hará polvo. El polvo que el poeta arroje sobre ti será el montículo sobre tu tumba.

5. Amarás a las hembras que la Diosa te indique. Sabrás leer las señales en tu cuerpo y en tu alma. Su presencia vendrá con un electrizamiento encarnizado. Sentirás un estremecimiento de agonía. Tus ojos crueles se enternecerán, su brillo retador se doblegará y tus párpados se prosternarán ante la Belleza. Sentirás un nudo en la garganta y experimentarás una intensa alegría mezclada con unas extrañas ganas de llorar. Nunca aceptarás menos.

6. No desearás a la mujer de tu prójimo: esa no merece tu deseo. Desearás, eso sí, a la Mujer que es dueña de sí misma y que no acepta dueños. Sólo ella podrá amarte como un poeta merece ser amado.

7. No hurtarás el verso ajeno. Ni la savia, ni la sangre, ni el semen, ni los huesos, ni los nervios del ajeno poema. Nunca gato por liebre al ojo y al corazón del lector que te respeta con su lectura atenta.

8. Ni gato por liebre, ni liebre por gato. Cada continente con su contenido y cada contenido en su continente.

9. Aprenderás a conocer el rostro de tu padre, el Cielo; y el de tu madre, la Tierra. Discriminarás los solsticios de los equinoccios. Celebrarás los rostros diversos de la Luna y el vestido cambiante de la Tierra ante la visita de las Estaciones.

10. No jurarás en vano el santo nombre de la Poesía. No intentarás apropiarte del alto nombre de poeta como si fuera una cosa susceptible de ser poseída. En estos terrenos serás siempre un aspirante. Un gozoso aspirante. Con eso basta. Y sobra.

Creo que todo esto es necesario para así poder, quizás, un día, recoger un poco de lodo humano y hacer una escultura en que palpite una hermosura trágica. Lo supo Díaz Mirón y yo firmo con él.

JM: ¿Los talleres literarios han formado un nuevo canon en la literatura mexicana?

EB: No lo creo. Los talleres no hacen poetas. Ayudan a los que lo son a aprender más rápido lo que de enseñable tiene la poesía. Eso es tan sólo una parte y no es suficiente para formar un poeta. Hay expertos en poética cuyos versos nacen perfectamente muertos: dicen bien la nada que tienen que decir. La facultad poética o el talento original es la parte más importante y ya se sabe: lo que Natura non da, Salamanca non lo presta. Y se requiere de ambas partes para que un texto se convierta en un ente palpitante y vivo: en un poema con poder para inducir en el lector una emoción similar a la emoción que lo generó. Esos son los poemas que se salen de la norma y aspiran a formar el canon universal. Éstos sólo por excepción pasan por un taller literario.

JM: ¿Cuál es la manera de trabajar en los talleres que, según su perspectiva, consigue un mayor diálogo y propicia el desarrollo de los poetas?

EB: Creo que se trata de contagiar una pasión y por lo tanto de tener la capacidad de modificar estructuras de comportamiento en la gente: su visión de sí mismo y su visión del mundo en que se mueven. Durante un tiempo es inevitable funcionar como modelo en el modo de aproximarse a la creación. Compartir la pasión, compartir la emoción, compartir los descubrimientos, afinar el gusto, desarrollar la capacidad crítica primero y después la capacidad autocrítica, arrojar luz sobre los misterios menores y aprender a respetar el Misterio mayor.

JM: ¿Cuáles son las lecturas (poemas, poetas, filósofos, críticos) que suele recomendar como básicas en los talleres que ha coordinado?

EB: Lo dije antes: después de Homero, todos los que se le aproximen. Voy a citar nueve: Garcilaso, San Juan, Quevedo, Díaz Mirón, Rubén Darío y Antonio Machado en lengua española; Baudelaire en francés. William Blake en inglés. Pessoa en portugués.

JM: ¿Qué relación hay del coordinador del taller con los padrinazgos literarios?

EB: En mi caso ninguna. Corrí mis riesgos solo y así me mantengo. No he sido bautizado y por lo tanto no tengo padrinos. Tampoco tengo ahijados. Tengo pares, colegas, amigos, espíritus afines con los que comparto el vino de la mistad y de la poesía.

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