Diario maldito de Nuño de Guzmán: ¡extraordinaria creación lingüística!

El crítico y académico estadounidense Seymour Menton, investigador reconocido por sus estudios sobre novela histórica, se acerca críticamente a la novela Diario maldito de Nuño de Guzmán, de Herminio Martínez, en el prólogo para la nueva edición.

En el sentido más amplio de los términos, toda novela es histórica, puesto que, en mayor o menor grado capta el ambiente social de sus personajes, hasta de los más introspectivos. La observación de León Francois Hoffmann de que “la historia es una obsesión de los novelistas haitianos”, bien podría aplicarse a los novelistas de toda América Latina, sólo que la definición de Hoffmann es demasiado amplia y su porcentaje demasiado bajo: “Si se define la novela como una novela en que los sucesos específicos sacados de la historia determinan o influyen en el desarrollo del argumento y le proporcionan gran parte del trasfondo, entonces más o menos un 20 por ciento de las novelas haitianas podrían considerarse históricas” Aunque Georg Lukács escribió el texto teórico más famoso de todos los que se han escrito sobre la novela histórica , se opone a la clasificación de las novelas en subgéneros, señalando las semejanzas entre las novelas realistas y las históricas tanto de Dickens como de Tolstoi. No obstante, para analizar la reciente proliferación de la novela histórica latinoamericana, hay que reservar la categoría de novela histórica para aquellas novelas cuya acción se ubica total o predominantemente en el pasado, es decir, un pasado no experimentado directamente por el autor. La definición de Avrom Fleishman en The English Historical Novel (La novela histórica inglesa, 1971) es aún más arbitraria en el sentido de excluir todas las novelas cuya acción no esté ubicada en un pasado separado del autor por dos generaciones. En cambio, David Cowart propone una definición excesivamente amplia: “ficción en que el pasado figura con cierta importancia” y basa su estudio en cuatro categorías distintas, incluso ficciones del futuro con tal de que éste se represente como consecuencia del pasado y del presente, como, por ejemplo, 1984 de George Orwell. Las novelas históricas detectivescas como Volavérunt (1980) de Antonio Larreta y Castigo divino (1988) de Sergio Ramírez, con un número relativamente reducido de personajes, distan mucho de las novelas panorámicas, muralísticas y enciclopédicas como Terra nostra, La tejedora de coronas y Noticias del imperio. Además de Cristóbal Colón en El arpa y la sombra, los protagonistas de las novelas autobiográficas apócrifas abarcan toda una gama desde Morada interior (1972) de Angelina Muñiz, hasta el conquistador feroz en Diario maldito de Nuño de Guzmán.

POSIBLES CAUSAS DEL AUGE DE LA NUEVA NOVELA HISTÓRICA

Ya que se ha registrado y definido el fenómeno de la nueva novela histórica, el próximo paso lógico es teorizar sobre por qué comenzó a florecer a fines de la década de los setenta. Los historiadores de la literatura solemos teorizar o especular sobre la emergencia o el predominio de ciertos movimientos, ciertos estilos o géneros en cierto periodo cronológico o en ciertos países. En cuanto a la nueva novela histórica, salta a la vista que la novela histórica en general ha cobrado mayor importancia a partir de 1979 que durante el período criollista de 1915-1945. En efecto, aunque no cabe duda de que la primera Nueva Novela Histórica, El reino de este mundo, data de 1949, el número de novelas históricas en general publicadas, en los últimos 13 años (1979-1992), excede el número de novelas históricas publicadas en los 29 años anteriores (1949-1978) (193 a 158). Además, a excepción de las tres novelas de Carpentier: El reino de este mundo, El siglo de las luces y Concierto barroco, no hay más que nueve obras publicadas en todo el periodo 1949-1978, las cuales caben dentro de la categoría de la nueva novela histórica, y siete de esas nueve se publicaron entre 1974 y 1978. De tal manera que si escogiéramos el año 1974 como el inicio del auge de la nueva novela histórica, las únicas excepciones, además de las de Carpentier, serían El mundo alucinante (1969) de Reynaldo Arenas y Morada interior (1972) de Angelina Muñiz.

A mi juicio, el factor más importante en estimular la creación y la publicación de tantas novelas históricas en los tres últimos lustros, ha sido la aproximación del quinto centenario del descubrimiento de América. No es por casualidad que el protagonista de la nueva novela histórica paradigmática de 1979, El arpa y la sombra, sea Cristóbal Colón, y que el protagonista de uno de los cuatro hilos novelescos de El mar de lentejas, también publicada en 1979, sea un soldado del segundo viaje de Colón. En realidad, la primera aparición de Colón en la novela post1949, por breve que fuera, ocurrió en El otoño del patriarca (1975) de García Márquez. El mismo año en Terra nostra de Carlos Fuentes se presenta el descubrimiento del Nuevo Mundo realizado no por Colón sino por los marineros arquetípicos, el viejo y el joven. Con doce años de anticipación, en 1980, “en el umbral del quinto centenario”, según Jorge Ruffinelli, el escritor uruguayo Alejandro Paternain publicó Crónica del descubrimiento, que narra el descubrimiento apócrifo de Europa en 1492 por un grupo de indios. Un Cristóbal Colón bastante ficcionalizado protagoniza Los perros del paraíso (1983) de Abel Posee. Otra indicación del predominio de la nueva novela histórica desde 1979 es que entre los autores que la cultivan figuran algunos de los nombres más respetados de cuatro generaciones literarias que provienen de casi todos los países latinoamericanos: la primera, el cubano Alejo Carpentier (1904-1980); la segunda, el mexicano Carlos Fuentes (1929 ), el peruano Mario Vargas Llosa (1936 –) y el brasileño Silviano Santiago (1936); la tercera, el nicaragüense Sergio Ramírez (1942), el cubano Reynaldo Arenas (1943-1990), el puertorriqueño Edgardo Rodríguez Juliá (1946), el mexicano Herminio Martínez (1949 ) y el guatemalteco Arturo Arias (1950), y la cuarta, el argentino Martín Caparrós (1950 ).

La importancia del quinto centenario para los escritores latinoamericanos se subraya aún más con la novela futurista de Carlos Fuentes, Cristóbal Nonato (1987), basada en la anticipación del nacimiento del futuro protagonista el 12 de octubre de 1992. Por fin, entre las últimas nuevas novelas históricas se encuentran Las puertas del mundo (una autobiografía hipócrita del Almirante) de Herminio Martínez y Vigilia del Almirante de Augusto Roa Bastos.

EL DIARIO MALDITO…

Durante la década de los ochenta, mientras algunos críticos cantaban las exequias de la novela del boom, ésta resucitó con ganas en la forma de la nueva novela histórica. Para citar sólo algunos de los textos sobresalientes, que yo sepa, nadie ha negado la alta calidad de La guerra del fin del mundo (1981) de Mario Vargas Llosa, Los perros del paraíso (1983) de Abel Posse y Noticias del imperio (1987) de Fernando del Paso. Apenas iniciada la década del noventa, la nueva novela histórica sigue desplegando su vigor con la publicación de dos novelas mexicanas: La campaña del incansable Carlos Fuentes y Diario maldito de Nuño de Guzmán del relativamente joven guanajuatense Herminio Martínez (1949). Finalista del Premio Literario Novedades y Diana, Diario maldito de Nuño de Guzmán, más que nada, es una ¡extraordinaria creación lingüística!

Azul como las ingles de una reina. Como la imaginación de los contadores de cuentos de Mérida, que yo bien conocí. Como la vena del entrecejo de Zumárraga. Azul como la risa de los locos. Azul como la nalga de una monja. Azul como la mugre de un arriero. Azul como la caca de un Pontífice. Ahhh. Nos llenó con su ombligo y con el talco que le volaba de los pechos, los cuales, si hubieran sido palomas, habrían ido a pararse a las torres de San Francisco, dejándonos allí alelados por su grandor e incansable belleza. ¡Ay, Michoacán! Ahora más que nunca pienso en la ínsula de mi nombre. En las malaquitas y en los mármoles; los bronces y los floridos copetes de Guzmania. Pienso en los balcones de oro, ostentando la luminiscencia del poder; la firma del esplendor. Guzmania, Flos Florum… Non adastra mollis e terra via.

A diferencia de las tres grandes novelas susodichas ésta no luce el dialogismo bajtiniano. Más bien se trata del diario unívoco del conquistador despiadado desde su salida de la desembocadura del río Guadalquivir en 1525 hasta su encierro en un calabozo de la capital española en espera prolongada de su juicio en 1544.

No hay un recuerdo que se parezca a otro. Todos llevan algo que los distingue. En uno es lo desatinado y en otro la entereza. Así lo advierto yo en esta umbrácula, oyendo una suerte de vihuela que alguien rasga a lo lejos, en mi sombra, en mi umbra, umbrae, umbris, umbrarum, mi cubil, mi prisión, ayer, hoy, tal vez mañana. Digo que comparto mi cárcel con fantasmas: Colón, por ejemplo, de repente me sale con que una de sus carabelas chocó contra la base de un arco iris, en Haití; Fernando de Aragón suele venir a jugar cañas conmigo y el conde Lucanor me trae a su consejero Petronio para que me dé consejos acerca de cómo alejar de mí a Juana la Loca cuando en los sueños se me enfrenta en carnes vivas, ordenándome que le rasque el pubis y que le mame las fláccidas tetas y que le bese los labios desabridos y que me asome a ver si no se han despertado las niñas de sus ojos; y yo que no te rasco, y ella que sí me rascas o te denuncio ante el Gran Inquisidor, quien, para tu conocimiento, ahora es un terrible perro con el rabo en llamas, sin quedarme otra alternativa que hacer lo que ella me pide.

Tan fuerte es la manera de expresarse de este energúmeno endiablado que hasta se opaca el carácter de sus luchas contra los indios, su supresión de movimientos de rebeldía y sus denuncias violentas de Hernán Cortés y fray Juan de Zumárraga. Cruel, ambicioso, codicioso, lujurioso, culto y deslenguado, Nuño trata de establecer en el occidente de México (Michoacán, Guanajuato y Jalisco) el reino de Guzmania:

¡Qué inmenso va a ser el vasallaje de Guzmania! No habrá otro reino igual en todo el vasto mundo. Su fama será mayor a la de Constantinopla, Atenas y Roma juntas, ¡sí, señor, ya lo dije! Y tan sólo resta que demos con el sitio adecuado e indicado por el dedo de la imaginación para fundarla. ¡He aquí, pues, la razón prima del rencor que en México me profesan! La envidia no duerme, dice Diego Martínez; no huelga, no descansa, ¡si lo sabré yo! No está en paz con nada ni con nadie; mueve, rige, maquina, traza, urde, concita. Ellos alegan que me prenderán para que responda por la muerte de Calzoncin, ¡hipócritas!, cuando Zumárraga o cualquiera de ellos hubieran quemado a su propia madre por dos maravedíes. ¡No los conociera! Así que no me salgan con la cantaleta de que fui cruel con el indiaje, ¡el más cruel de todos cuantos hemos sido sobre la tierra!, ¡ya!, ¡que le bajen tantito! ¿no? ¡Ni que de veras fuera eso una realidad!

No se cansa de mandar errar, torturar, ahorcar, mutilar y descuartizar a los indios hombres, mujeres y niños, ni de fornicar con indias y españolas. Por repugnante que sea este personaje histórico, lo que más llama la atención del lector es cómo se mantiene el interés a través de los cuarenta y tantos capítulos no numerados, cada uno con la misma extensión. Entre los rasgos lingüísticos, el más novedoso es la invención de vocablos, normalmente a base de raíces reconocibles: “comilonas y beberronas”; “bienvenirnos o malvenirnos en parlas nunca oídas”; “cuenteadores”; “casa de cariñosillas”.

No. Yo no pienso como el cochino almirante ése -cochino porque siempre andaba oliendo a vómito y demás mierdajes propios de las comilonas y beberronas a que era tan afecto-. Yo sé qué aguas piso como guía y comodoro de mis buques.
[…] bienvenirnos o malvenirnos en el discurso de parlas nunca oídas por nadie del mundo real. Ahora mismo nosotros vamos en derechura de las islas que él tanto menciona en sus anotaciones, dándole rienda suelta a la imaginación y al desenfreno de palabras que ya han encontrado un digno discípulo en el marqués del Valle, pues éste ha hecho una extraordinaria labor verbal ante la mirada de Don Carlos y el oído siempre abierto de la Iglesia, buscando labrarse el prestigio de héroe que no tiene ni merece en sus escenografías de abalorio.
[… ]cuenteadores que surgieron a raíz del descubrimiento; y creo que ni yo mismo me salvé de aportar mi granito de fábula, pues compuse una narración acerca de Florene, la mariposa gigante de los cielos de Ultreya. Afortunadamente no trascendió; y lástima del dinero que un gentilhombre de Madrid, enamorado de boberías, gastó en su publicación. Bueno, gratis hasta las puñaladas; allá él y sus mil doblones invertidos en la edición.
[…]cariñosillas, a las que Carlos I es tan proclive; y vaya que si estaré yo, aquí y ahora, para ponerme a detallar anatomías de hembras licenciosas; sólo diré que a Su Majestad le gustaban, cómo lo recuerdo, mozas y de tetas hospitalarias, es decir, grandes para mamar a gusto, y con caderas afelpadas para caer como a colchón de plumas.

EL RITMO

El ritmo nunca decae, reforzado por las constantes exclamaciones retóricas que van alternando con las enumeraciones, la anáfora, la aliteración, las palabras escatológicas, los dichos populares, las alusiones cultas a la mitología clásica y a las novelas de caballería y alguno que otro anacronismo como “mamando gallo”, “Palinuro” y un verso de Las mañanitas.

Roja era la alfombra y rojos los terciopelos del gran salón Don Fernando, el de los tapetes y arabescos moriscos, donde recibí el nombramiento de manos de Su Majestad Don Carlos I de España, a quien ese día encontré más resplandeciente que nunca, con la capa encarnada de las grandes ocasiones.

LA CULPA NO ES DEL AUTOR

Los críticos de marras que denuncian a los novelistas del boom por su narcisismo, encontrarán en este texto otro blanco para sus saetas. Sin embargo, ¡qué mejor manera de captar la esencia de este conquistador megalómano! Si el virtuosismo lingüístico del texto acaba por deslumbrar y cegar al lector a tal grado que no percibe lo reprensible que fue el genocida realizado por Nuño de Guzmán, la culpa no es del autor sino del lector.

Nota: Algunos párrafos de este prólogo aparecen en el libro La nueva novela histórica de la América Latina 1979-1992. Publicado por el Fondo de Cultura Económica, Colección Popular, México 1993. Y otros en la revista Hispania, 74, mayo de 1991, p. 330).

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