Danaé Torres sobre El ábaco de los acentos

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Danaé Torres de la Rosa (Ciudad de México, 1982) reseña el más reciente poemario de Camila Krauss (Xalapa, Veracruz, 1976).

Muchos pueden escribir cosas al azar; algunos hacen enunciados que parecen versos; pocos entrelazan palabras y crean poesía; pocos, pero muy pocos imaginan poesía que tiene voz propia. Sin imágenes rebuscadas ni pretensiones aparentes, Camila Krauss entrega su último libro, El ábaco de acentos, catálogo de imágenes puras y efímeras presentadas a través del ojo inquisidor de esta joven poeta.

Tierna e hiriente, la voz de la autora se muestra desnuda, sin artificios, como si quisiera dejar clara una cosa: éste es el trabajo de varios años de vida y obsesiones trabajadas una y otra vez. Los años no transcurren sin dejar huella y la muestra es el salto estilístico entre su primera publicación, La consagración de la primavera (2003) y su más reciente trabajo, fruto de su madurez intelectual y creativa que ha dejado su paso por la Fundación para las Letras Mexicanas y sus largas temporadas en un monasterio budista. Un semblante fuerte y sosegado se puede apreciar en estas páginas, al mismo tiempo que emprende un viaje al fondo de la naturaleza humana. ¿Su destino? La complejidad de las relaciones interpersonales y la imposibilidad de comunicación.

Divido en cuatro partes, el libro inicia con un poema del mismo nombre que, a manera de introducción, detalla los dos ejes que conducirán el resto del poemario: la imposibilidad de expresarse, en contraposición a la facilidad de hablar que viene con la niñez. Verso tras verso descubre que las palabras no significan nada (“Lo que dices no es cierto. / La voz no es un testigo.”) y que la verdadera búsqueda radica en no buscar nada. La primera parte (llama acertadamente “Café con cardamomo y unos poemas pop”) juega con la referencialidad de la cultura mediática, maqueta que se dibuja a lo largo de los ocho poemas incluidos. La segunda (“Existir no es evidencia”), son polaroids tomadas en varios años de intentos fallidos de acercamientos; en la tercera (“Mientras el mundo”), llega al paroxismo cuando reclama “Todo tu cuerpo dice no y hay un sí voluta saliendo / de tu boca” (“Para saber cuántas nutrias”). La originalidad no está en el contenido, sino en la forma que lo presenta. Tres poemas son el eje central de donde convergen las imágenes caleidoscópicas y llenas de color. La última sección, “Estribillos”, recuerdan a las greguerías de Gómez de la Serna o incluso adivinanzas, siempre con ese color local que hace un guiño a la infancia.

Si tuviera que buscar una analogía de este libro, seguramente diría que con una clásica canción pop. Una buena canción pop combina, en tres minutos, los acordes, los arreglos, la tonada, las notas, la letra y el estribillo que seguiremos tarareando cada vez que la escuchemos, aunque no tengamos referencia previa de ella. El ábaco de acentos es así: sintetiza un café en la Condesa (o en cualquier sitio de moda donde la gente sonría lindo y se sienta ajena…”Tres cafés c/cardamomo”…), media hora MTV (“Aeon flux”), una canción infantil y todos los recuerdos que quepan en el puño de un infante (“Félix”), al mismo tiempo que los lazos familiares le recuerdan de dónde viene y a dónde no regresar (“Dentro traigo una tumba abierta”). Cultura pop en versos de Shakira y Björk se entremezclan con la cotidianeidad de una niña que mira con ojos curiosos debajo del agua. Camila escribe con la serenidad acuosa que le permite no tomar partido de lo que ve y sólo retratarlo, mirando siempre lo que pasa desapercibido. Antes fue partícipe, ahora sólo es testigo; ya no es suficiente ver las cosas desde adentro, hace falta verlas desde afuera.

Es paradójico pensar que el conflicto inicial (la incomunicación) abre las venas de la conciencia y da unidad al poemario. De nuevo, las analogías musicales me hacen pensar en el libro como un disco perfecto: lo escuchas canción por canción y cada una te dice algo particular cifrado; todo, es un mensaje apabullante que no termina cuando pones stop. Permanece en tu cabeza resonando igual que la voz visceral de Björk en “Bachelorette”.

Sin duda, una bocanada de aire fresco en medio de la estéril planicie de tópicos repetidos hasta el infinito quienes, con toda gallardía, se levantan y gritan “poesía posmoderna”. Las palabras están ahí, veamos quién las entiende.

Camila Krauss, El ábaco de acentos. Ediciones sin nombre, Fundación para las Letras Mexicanas, México, 2008; 69 pp.

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