Antonio Tenorio sobre Lapis Aurea

Lapis aurea- Caludia Posadas

 

Este texto fue leído por el autor, entonces agregado cultural de México en Chile, durante la presentación de Lapis aurea en la Sala Ercilla de la Biblioteca Nacional de Chile, en abril de 2008. En el acto participaron los poetas Thomás Harris y José María Memet, Antonio Tenorio y la autora. El video de la presentación es cortesía del poeta chileno Ignacio Muñoz Christi, realizado para su canal de TV Internet “La belleza de no pensar”.

Lapis Aurea de Claudia Posadas: una poética en el corazón de fuego

Alguna vez, Carlos Chávez, aquel señero compositor mexicano, al impartir la Cátedra de Poética de la Universidad de Harvard, dijo al hablar del lo que él llamaba el pensamiento musical, que el hombre se transforma en todas las cosas al entenderlas; cuando el hombre entiende su mente se amplía y caben en ella todas las cosas; cuando el artista entiende, se amplía él mismo hasta llegar a regiones nuevas e inexploradas; ve más; se concentra en sí mismo y la belleza resulta una revelación.

Ante un trabajo como el que Claudia Posadas nos comparte con su plaqueta Lapis aurea, habría que decir en correspondencia que el pensamiento poético de la autora tiene la virtud de hacer de la palabra el instrumento con el cual y sobre el cual traza un itinerario en el que el fin y principio se van revelando, y nos van revelando, como partículas de una luz aprisionada ambigua, germinal, onírica. ¿Cómo liberarla?, se pregunta Posadas, si no acaso a través del permanecer heraclitiano que todo lo transforma y todo lo resguarda del tiempo. Permanecer, dice Posadas, “permanecer, entonces, / tomados por un misterio que nos vulnera/ como una vela traspasada por un fuego devorando su corazón.”

Así, en el envés de la trama del mundo, Claudia Posadas teje la propia urdimbre de su devenir que es el devenir de esa voz poética que se torna, a un tiempo, en materia e instrumento, principio y fin, desplazamiento que rehúye una aprehensión cómoda y fácil de una supuesta coherencia y completud del texto. La poeta, en cambio, se adentra en las profundidades de lo que, en sus propias palabras, “debe ser dicho”, para desde ahí remecer y llamar a la colusión de los significantes y la sobreposición telúrica de los significados.

Hay honestidad, desde luego, y despojamiento, también. Mas se trata, este caso, de un despojamiento que, juego de paradojas, quita para devolver, escatima para colmar, ensombrece para alumbrar. Juego, pues la escritura no debiera dejar de serlo nunca, dice sin decir Claudia Posadas , lectora docta de los rastros que cuentan sin ambages que el mismo inventor de las gramatta, las letras, lo fue de los juegos de azar; sí, el mismo Hermes que expande el mundo de la comprensión a través de lo in-comprensible de lo simbólico. Esa escritura que, en palabras de Borges al hablar sobre la Cábala, aspira a mostrarse como el rostro cifrado de una lengua anterior a la lengua misma.

“En el momento en que la imagen referencial, el concepto, la idea, las estructuras lingüísticas, el significante no basten o no puedan expresar estas fuerzas, me interesa buscar otras soluciones -dice Posadas al hablar de su Poértica-. No hablo de una llamada ‘experimentación per sé, o de meros e improvisados juegos verbales, sino de una bifurcación que surge cuando lo pide el poema y el lenguaje, de una necesidad absoluta como consecuencia de una crisis. Es un extremo al que se llega, después de un trayecto, y por consecuencia tiene un sentido, es coherente con su camino. Se trata de la desembocadura de un proyecto verbal nutrido de la tensión”, afirma la autora de Lapis aurea.

De tal suerte que el lector, ese Otro que es el Uno cuando lee, es decir, que se torna en el decir de la voz que se interioriza y se apropia de lo propio, ese lector verá cómo la poeta lo despoja para adentrarse, o mejor dicho, para dejarse adentrar por ese universo de referencias múltiples y desembocaduras verbales que Posadas va trabando armada de visiones y re-visiones vertidas en un lenguaje capaz de no temer sus propios límites.

En esa medida, si es que se puede decir así, para llamar medida a la evocación de lo inconmensurable, es que afirmo que Lapis aurea despoja pero colma, al tiempo que, implacable todo lo des-afirma, incluso lo que yo afirmo, ansioso por no perder lo cauto, tímido y tradicional que de lector tengo, ingenuo en poder encontrar así los asideros de la razón que con rigurosa impiedad y destreza la poeta transustancia la ilusoria totalidad en significativos atisbos de lúcida luminosidad, en grietas a través de las cuales emerge la fuerza reveladora de sus palabras y su voz.

Ha establecido de modo correcto a mi entender el poeta Víctor Manuel Mendiola, que en los poetas mexicanos que nacen entre 1962 y 1970, y Claudia Posadas es una de las más destacadas representantes de esta generación, “continúa la elaboración de una poesía inteligente que no desdeña el significado ni la música ni el mundo con todas sus atracciones, banalidades y riquezas… Son poetas para los cuales el fondo no sólo no está en contradicción con la forma, sino que en ambos términos se funden en una unidad indisoluble”.

Para Claudia Posadas esa poesía viene más que de la mirada, de un adentro que la traspasa a ella misma y se dirige hacia el centro mismo, cetro elusivo y móvil, de toda existencia como misterio, como luz agazapada y renuente. El lápiz que escribe la Lapis aurea, es por ello también lengua, buril, pincel. Origen que es continuación del hablar del otro, el que lee, punto en el viaje del que escribe, porque ha leído. Lapis que es, a su vez, la lapide, losa blanca, piedra para ir al origen y al final (sólo aparente), piedra del verbo y la sustancia que inscribe y sobre las que se inscribe aquello que resiste el destino, que es el inicio del tiempo: la sustancia del polvo.

Por qué debemos aceptar nuestra derrota/y vivir ahogados por el mundo, llama a preguntarnos la voz en tensión de Claudia Posadas, por qué, es justo decir luego de que su Lapis aurea se ha adentrado en quien leyendo se torna parte de una visión reveladora y transformadora de la existencia. Por qué, si la palabra sigue ahí como una luz, como un fuego a cuyo corazón no carcome el tiempo.

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