De los pocos que son todos.

Julio César Toledo

El poeta y ensayista mexicano Julio César Toledo (Chicontepec, 1977) nos presenta un texto que reflexiona en torno al concepto de la identidad en el marco de la globalización y desarrolla sus ideas respecto a la identidad de la literatura.

Julio César Toledo estudió la licenciatura en ciencias de la cultura en el Claustro de Sor Juana y teatro en el INBA. Master en literatura por la Universidad de Arhus, Dinamarca. Es egresado de la Escuela Dinámica de Escritores. Obtuvo el Premio nacional de poesía el búho; el Premio nacional de dramaturgia joven UDEM; la beca de la Latin American Performer Artist Foundation en Nueva York, y fue finalista del Premio internacional de poesía joven LAGARUA 2007. Tiene publicados los poemarios Del silencio (FRAF 2003) y Quicio (FETA 2008), y la obra de teatro Hombre, mujer y perro (Anónimo Drama 2004). Es coautor de Owen, con una voz distinta en cada puerto (FETA 2005)

 

I.- Las identidades múltiples

 

La construcción de las identidades y las alteridades, desde la perspectiva de la Comunicación Intercultural, se encuentra hoy ante una de sus mayores crisis.

La cuestión de las identidades culturales salta al primer plano tanto del análisis de los procesos sociales como en la elaboración de los proyectos culturales y políticos. Esto se debe a la crisis radical que atraviesan, por un lado, los modelos de desarrollo, y por otro, los paradigmas desde los que esos modelos fueron legitimados e impugnados.

En este contexto se han ido produciendo, en las sociedades contemporáneas, intentos de reafirmaciones identitarias; acompañadas de situaciones críticas de rechazo o acogida al “otro”, al supuestamente diferente, a las alteridades étnicas culturales y sociales. Por una parte crece el número de comunidades que no ocultan su hibridez física y socio-cultural, y por otra, se crean también las que intentan rechazarlas, agudizando los grados de violencia al intentar ocultar sus marcas híbridas. Finalmente, hay que considerar, que las distancias virtualmente se reducen, quebrando el “aquí y ahora”. Son momentos contemporáneos en que presenciamos en “vivo” y en “directo” una “guerra” (¿intercultural?) por televisión. La no comprensión del “otro” legitima un discurso “fundamentalista” tanto por parte de Occidente como de los llamados musulmanes que operan occidentalmente, tanto desde el punto de vista económico, como militar.

La mitología blanca, como la denomina Jacques Derrida, que ha propugnado Occidente y que generaliza sus particularidades transformándolas en globales. Es una manera de localizarse en la medida en que las particularidades de pensamiento, económicas y militares se globalizan. En el marco de la mitología blanca se opera imperializando las tecnologías de la comunicación y bélicas.

La metafísica -mitología blanca- que reúne y refleja la cultura de Occidente: el hombre blanco toma su propia mitología, la indoeuropea, su logos, el mythos de su idioma, por la forma universal de lo que todavía debe querer llamar razón.

El término globalización, está siendo rescatado actualmente en los estudios sobre la Comunicación Intercultural, porque permite discutir las líneas globalizadoras que no habilitan más que una mirada uniforme y homogénea sobre la economía, la sociedad y el arte. Sin embargo, a esas líneas globales (que no se discuten), se producen, paralelamente, movimientos paradójicos de localización. Glocalización es un concepto que viene del inglés Glocalisation, y designa el hecho de que en lo sucesivo lo global es inseparable de lo local.

De esta forma surgen algunas preguntas: ¿es posible pensar interculturalmente sin tener en cuenta estos contextos?, ¿pueden obviarse las violencias simbólicas y simuladas que se generan en torno al universo mediático?

Hay que considerar que los cambios que se están produciendo contemporáneamente en torno a las nociones: identidad y alteridad, permiten proponer nuevas vías para los estudios de esos conceptos. El concepto esencialista de identidad ingresa en un proceso acelerado de descomposición y las nuevas perspectivas híbridas y mestizas comienzan a ser valoradas no sólo en los ámbitos intelectuales y universitarios, sino también en el contexto cultural, y el literario, que nos ocupa, no es excepción.

Es que las identidades y las alteridades son construcciones intelectuales que sólo toman sentido al ponerlas en relación la una con respecto a la otra.

Es fácil estar de acuerdo sobre el hecho de que, desde una perspectiva sociológica, todas las identidades son construidas. Lo esencial es cómo, desde qué, por quién y para qué. La construcción de las identidades utiliza materiales de la historia, la geografía, la biología, las instituciones productivas y reproductivas, la memoria colectiva y las fantasías personales, los aparatos de poder y las revelaciones religiosas.

El carácter relacional se asume tanto desde la identidad como desde la alteridad, porque los otros también piensan sus relaciones con la mismidad. Lo que nosotros llamamos instituciones, orden social, filiación y alianza se inscribe en el pensamiento de la identidad, de la alteridad y de la relación . Y las expresiones de estas filiaciones (las expresiones artísticas, para nosotros) se hallan en un núcleo que podríamos identificar como común a todas ellas.

Asimismo, al abanico de disciplinas, instituciones e imaginarios, desde una perspectiva comunicativa, hay que sumarle los medios de comunicación y las nuevas técnicas de la simulación, que profundizan la diseminación de las identidades, y lo que es más importante, la consideración de los otros y de ese intermediario complejo (y que agudiza la violencia simbólica en esa relación virtualmente dual) que es la hibridez.

El escritor Amin Maalouf -nacido en el Líbano, exiliado durante la guerra y actualmente viviendo en París- considera que la proliferación de imágenes, sonidos y variedad de productos cubre todo el planeta, modifica los gustos, las aspiraciones, los comportamientos, los modos de vida y las visiones del mundo. Por su parte, Juan Goytisolo -escritor que vive entre Marruecos, Francia y España-, escribe que quien haya circulado en agosto de 2001 por las carreteras de Marruecos, habrá visto el desfile continuo de coches con matrículas de la Unión Europea, “pero con chóferes y pasajeros indígenas”, lo que implica el primer signo, “el más llamativo”, de los cambios que se han introducido en la sociedad por la llegada de un millón de magrebíes establecidos en el extranjero.

Han cambiado su estilo de vida, regresan con ropas occidentales y nuevos gustos musicales. La mayor parte de las muchachas visten como las europeas e intentan comportarse de acuerdo a sus pautas. “Abundan los niños que se expresan en francés, en holandés, en alemán, en español. Visten camisetas de Gap, Fila, Chevignon o de la Caixa”. Se ven todo el tiempo con sus cámaras de foto y video, parece como si fueran turistas en su propio país.

Por otro lado, los jóvenes que se quedan en Marruecos, muchos de ellos en el paro, observan día y noche por la televisión, las imágenes de un mundo embellecido e inaccesible. Algunos intentarán, manta en la cabeza, lanzarse a la aventura de alcanzar las orillas de la felicidad televisiva y el futuro. Pero no todos lo lograrán, y la inaccesible fortaleza europea, los pondrá en manos de redes mafiosas que explotarán su pobreza e ilusión de alcanzar el nivel socio-económico de los inmigrantes que vuelven a Marruecos.

En el caso de América Latina, Néstor García Canclini, escribe:

los consumidores de todas las clases sociales son capaces de leer las citas de un imaginario multilocalizado que la televisión y la publicidad agrupan: los ídolos del cine hollywoodense y la música pop, los logotipos de jeans y tarjetas de crédito, los héroes deportivos y los políticos de varios países componen un repertorio de signos en constante movilidad.

Jean Baudrillard, por su parte, ha señalado otro fenómeno interesante para el análisis del estado actual de los discursos que organizan los imaginarios de la identidad en nuestras sociedades, al señalar que la arquitectura que domina actualmente es la de las grandes pantallas, mientras que los espacios de circulación, ventilación y conexión efímera eliminan todo residuo de escena pública (1988:17). Hasta hace unas décadas, las imágenes emblemáticas de las principales capitales latinoamericanas eran las chimeneas y los barrios obreros, actualmente, son los carteles de publicidad trasnacional que saturan hasta la contaminación visual todas las vías rápidas y los monumentos arquitectónicos posmodernos; los altos edificios corporativos, de vidrio reflejante (similares a grandes pantallas televisivas), que en Montevideo, por ejemplo, han cambiado la mayor parte de los barrios, y han ocupado sectores (barrios, en algunos casos) enteros de la ciudad. Son no-lugares, en el sentido que han ocupado los tradicionales lugares habitables de las ciudades. Los no-lugares son espacios de circulación, sitios sin identidad, relación y a-históricos. Asimismo, las ciudades se han convertido en rizomas, y los mapas ya no las contienen, sino que sólo las líneas de fuga y los diagramas pueden trazar líneas en ese rizoma nómada que siempre se nos escapa.

En el campo del arte, y siguiendo con las descripciones nómadas, los viajes y las migraciones son temas frecuentes en las obras de artistas que viven en Nueva York, París, Buenos Aires, Bogotá y San Pablo que viajan a menudo entre esas ciudades, así como la coexistencia de referencias a culturas diversas y dispersas. Qué pasa en paises de gran atracción de inmigrantes como México y donde ya la complejidad cultural desdibuja los límites de la identidad.

Estas situaciones nos conducen a realidades contradictorias. Mientras que por un lado en las grandes arterias de París, Moscú, Shangai o Praga se ven los reconocibles letreros de los fast food; en todos los continentes se incrementan las cocinas más diversas, no sólo la italiana y la francesa, la china y la India, que hace mucho que salen al exterior, sino también la japonesa, la Indonesia, la coreana, la mexicana o la libanesa (Maalouf; 1998, 1999: 132).

Nos encontramos en el marco de la multi e interculturalidad (con sus correspondientes diferencias); nociones que emergen como claves para entender las mutaciones socio-culturales que se están viviendo. Aunque hay que tener en cuenta que la multiculturalidad, genera debates y polémicas, constituyéndose en un término contradictorio, “complejo” y difícil de considerar. Las visiones en los Estados Unidos, América Latina y Europa son diferentes; las discrepancias van desde el sistema republicano de derechos universales de Europa, el separatismo multicultural de Estados Unidos y las cuestionadas integraciones multiétnicas bajo el Estado-nación instauradas por los países latinoamericanos.

A estos tres modelos se añade un cuarto tipo de ‘integración’ cuando la multiculturalidad es subordinada al discurso mediático, a la organización monopólica de las industrias culturales, que hace depender de ‘la mayoría’ del rating las apariciones y desapariciones de la diversidad.

No hay que obviar que la multiculturalidad implica heterogéneas formas de vivir y pensar, de las estructuras de sentir y narrar. En América Latina moviliza antiguas y nuevas contradicciones (éxodo del campo a la ciudad; predominio de la memoria sobre la historia; la ciudad como contradictorio no-lugar; el incremento del mercado y la pobreza y el abandono del rol predominante que ocupaba el Estado). En ese contexto, hay que considerar a los “arbitrarios culturales” (Bourdieu), que no proponen totalidades, sino la contingencia de toda producción simbólica, lo que implica un ejercicio de desnaturalización, en tanto que las categorías y representaciones no surgen de hecho, ni de la naturaleza de las cosas, sino de las luchas simbólicas concretas (Bourdieu).

La pregunta es como compatibilizar esas cuatro visiones divergentes sobre la multiculturalidad, y en última instancia, que posibilidades de análisis existen ate un fenómeno cultural nacido en el vientre mismo de la intercultarilad urbana. En este contexto, surge una propuesta, que consiste en pensar las relaciones multiculturales desde las fronteras, no como límite, ni separación, sino como intervalo, como un entre, es decir, una bisagra que fluye entre las fronteras. En palabras de Gilles Deleuze:

No es una operación de asociación, sino como diferenciación, como dicen los matemáticos, o de desaparición, como dicen los físicos: dado un potencial, hay que elegirle otro, no cualquiera, sino de tal manera que entre los dos se establezca una diferencia de potencial que produzca un tercero o algo nuevo.

El entre conjura toda propuesta de la identidad como unidad, cualquier posibilidad de transformar esenciales a identidades movibles, modulables como masas plásticas que cambian permanentemente. La multiplicidad del entre, otorga estatus (siguiendo un pensamiento deleuziano) a la fuga, la velocidad y al accidente.

Para Jacques Derrida, por su parte, el entre se aparta de lo orgánico y sustancial; no se identifica con el sujeto como sustancia identitaria pero tampoco con los otros, enmarcados y producidos en tanto que otros y habilita el movimiento y la velocidad. El entre a su vez implica un vacío… El entre no es:

…puramente sintáctico (…) Además de su función sintáctica, mediante la remarcación de su vacío semántico se pone a significar. Su vacío semántico significa, pero el espaciamiento y la articulación; tiene por sentido la posibilidad de la sintaxis y ordena el juego del sentido. Ni puramente sintáctico, ni puramente semántico, señala la abertura articulada de esa oposición.

De ahí, de todo esto, es que nos preguntamos con cautela dónde se halla la herramienta correcta para abordar un fenómeno cultural de carácter étnico, sí, pero disgregado en la porosa metáfora de la expatriación; posiblemente arraigar nuestro trabajo en tres puntos esenciales: los límites interpretativos del concepto de identidad, la relación que hay entre identidad cultural a través de la obra literaria y el objeto definitorio de una literatura de minorías culturales en México, de haberla.

II.- Rasgos de identidad en el hecho literario

Un individuo encuentra su identidad cuando halla un conjunto de valores con los cuales se puede compenetrar plenamente. De la misma manera, una cultura descubre su identidad y logra su más alto desarrollo cuando obtiene un conjunto de valores que la tipifican, y su madurez consiste en llevar este conjunto de valores hasta sus ultimas consecuencias.

La definición de América es una de las tareas principales que asume Edmundo O’Gorman. El campo preferido de las meditaciones de O’Gorman es el descubrimiento de América y sus historiadores inmediatos; pero son igualmente importantes sus estudios de filosofía de la historia y sus trabajos sobre Fray Servando Teresa de Mier y Justo Sierra, en relación con los orígenes de la Universidad.

Octavio Paz incursiona con el tema en el ámbito del ensayo literario y publica en 1950 El laberinto de la soledad, en el que proporciona un enfoque literario y crítico de México, historia y mitología. Monsivais agrega: El libro fija un criterio cultural en su instante de mayor brillantez, y su lenguaje fluido y clásico transmite la decisión de aclarar y de aclararse una sociedad a partir del examen (controvertible) de sus impulsos y mitos primordiales. Paz considera al mexicano como un hombre que ha vivido todas las formas imaginables de deshumanizacion. Ello lo ha sumido en una vida de zozobra, angustias y soledades. A través de ella, en tanto que otros hombres han vivido también estas formas de existencia, habrá de revelarse la posibilidad de comprensión entre todos los hombres.

Pero podemos señalar el año de 1935, aproximadamente, como punto de partida en el que una nueva generación de pensadores y artistas siente que la admirada y respetable labor de los miembros del Ateneo de la Juventud ha sido una brillante labor intelectual, aunque ha resultado insuficiente para solucionar los problemas de fondo, porque la cultura que forjaron siguió siendo ajena a la realidad concreta de la nación. Frente a esa circunstancia, la nueva generación considera que para superar el desgarramiento interno en todos los planos, la única solución esta en volver a los orígenes; esto es, empapar el espíritu en las tradiciones fundamentales de la nación y en tomar conciencia plena de las circunstancias vitales del presente.

Parece comprensible que este regreso a las fuentes no se inspire en un rechazo indiscriminado de lo nuevo ni de la cultura europea, sino que represente el temor de reincidir en trasplantes no asimilables a la realidad nacional, como ya había ocurrido en el caso del positivismo, por ser extraños al hombre y a la sociedad mexicanos.

Bien se puede llamar a America Latina lugar de conflicto en la búsqueda de la identidad nacional. La variedad y la indeterminación de los elementos y de los conceptos nos ponen frente a un complejo cultural con el que no se puede especular sin los referentes de las culturas metropolitanas pasadas o presentes, como centros de los cuales depende o dependió, y de las culturas nativas como un fuerte componente popular.Y actualmente habría que agregar las migraciones que hicieron una huella importante en el desarrollo cultural y económico de países como México.

El problema de la identidad no se manifiesta como tal mientras no aparece una diferencia entre la propia cultura y las otras; porque, como señalan varios críticos, la afirmación de la identidad es, más que todo, una autodefensa, una forma de protección frente al posible despojo de lo que se considera privativo y específico. Por esta razón, las sociedades primitivas que vivieron aisladas no se plantearon este problema hasta sentirse amenazadas, ya que antes no había una confrontación entre sistemas culturales diferentes que las obligara a definirse a si mismas. La identidad cultural podría ser, según Miguel Leon-Portilla, una conciencia compartida por los miembros de una sociedad que se consideran en posesión de características o elementos que los hacen percibirse como distintos de otros grupos, dueños a su vez de fisonomías propias.

La identidad es siempre una cualidad relativa, inexacta o incluso circunstancial. La importancia que se adjudica al concepto de identidad cultural es relativamente reciente y se ha impuesto a partir de una noción dinámica del desarrollo, no centrada exclusivamente en la economía.

La definición de identidad, hoy en día, luego de su transito por la historia del pensamiento occidental, ha quedado en una concepción que se basa en un criterio convencional. No se puede afirmar de una vez por todas, el significado de la identidad o el criterio para reconocerla, pero se puede, en un ámbito determinado, establecer de modo convencional y apropiado tal criterio.

La ultima concepción tiene su base en el hecho de que tanto los pueblos como los individuos necesitan una definición de identidad para poder representarse frente a si mismos y ante los demás. Estamos ante el problema de la cultura que mira y cultura que es mirada: el dialogo entre culturas. Dialogo que es el punto de partida para dar cuenta una de la otra, para conformar la imagen de cada una de ellas.

Las diferencias culturales y en algunos casos lingüísticas de los sectores que conforman los países de América Latina, han constituido un obstáculo para el dialogo entre las instancias en los diferentes niveles: dialogo en el nivel local, en el nivel de comunidad latinoamericana y dialogo en el nivel internacional, especialmente con las metrópolis de la cultura occidental. La realidad pluricultural de América, que en muchos casos se vive en una escisión de sus componentes, lo impide.

Se puede hablar entonces de que en la actualidad se da un principio de dialogo, gracias al cual se concilian la ruptura y la continuidad en formulaciones sobre la tradición de ruptura o la tradición de lo nuevo, o se manifiestan distinciones entre la identidad por semejanza de caracteres, la identidad de un fundamento y la identidad de un propósito. Justamente, en esta última tendría cabida lo imaginario, entendiendo este como el universo de las representaciones, individual y colectivo, ya que América Latina no debe comprenderse como un concepto determinado desde el principio y con características definidas para siempre, sino más bien como algo que ha ido haciéndose o inventándose en la medida en que ha adelantado en ese proceso. Y es en este proceso es donde la aportación de los escritores hispanoamericanos en la línea de la búsqueda de la identidad con la realidad histórica es absolutamente decisiva.

Fluctuante, inquieta y enigmática, la identidad es la dimensión comunitaria de la experiencia cultural . Y señala que la memoria, la tradición oral, la transcodificación de la cultura occidental hacen nuestras culturas plurales, pero también la incorporación creativa de la escritura como instrumento para señalar nuestra propia diferencia en la página.

La literatura es, a la vez, reflejo y configuración de esa concepción global que toda cultura conlleva. Es el lugar donde la identidad cultural se imprime, se organiza y se expresa como una experiencia viva, como un diseño simbólico capaz de involucrar un mundo total en movimiento según pautas de percepción, de acción y de conocimiento propias de cada sociedad. En la literatura es donde mejor se registra la idiosincrasia cultural, donde se ve como la mentalidad entrama el acaecer personal con el colectivo, como los comportamientos empíricos se imbrican con las inclinaciones imaginarias, como la subjetividad se relaciona con la realidad externa. “Ningún otro arte tiene tal capacidad de representar tanto mundo como totalidad en un acto”, dice Saul Yurkievich y, para los latinoamericanos la literatura es, además y sobre todo, el lugar del reconocimiento.

Sin embargo, la preocupación por esa problemática estuvo y continúa dividiendo en dos o más grupos a quienes se ocupan de ello. En un grupo, los que defienden una cultura sólo a partir de la hispánica y frente a ellos, los que buscan en el pasado prehispánico las raíces de la mexicanidad. Los que optan por el mestizaje de una forma u otra se ubican igualmente en alguna de esas tendencias.

El vigesimo segundo Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, celebrado en Paris en la sede de la UNESCO, del 13 al 17 de junio de 1983, se consagró al tema de la “Identidad cultural de Iberoamerica en su literatura”. Una selección de las ponencias presentadas la realizo Paul Vedevoye, profesor emérito de la Sorbona, y se publicaron bajo la coordinación de Saul Yurkievich, en 1986, bajo el mismo titulo del congreso.

Cinco de los artículos estan dedicados a la literatura mexicana. Uno trata de Terra Nostra de Carlos Fuentes; otro, toma el epistolario de Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Urena; uno mas se ocupa de un momento de la literatura colonial mexicana, y otro sobre la literatura de la independencia mexicana, y el ultimo, estudia la legitimación indígena en Balun Canan de

Pero no podemos dejar al margen dos consideraciones necesarias para cimentar antecedentes del trabajo que pretendemos realizar:

Que así como la literatura ha ido creando una idea sólida de lo que es México y sus imaginarios, ésta se ha visto en la necesidad de valorar las particularidades étnico- culturales de quien escribe y así hacer, si se quiere ociosamente, taxonomías de lo que se escribe en el país y de quien lo escribe.

Y que estas minorías han buscado representarse y unificarse con ciertos rasgos estilísticos y de contenido en su producción literaria; para ser parte de crisol diverso de la literatura mexicana pero distinguiendo que sus orígenes (míticos y también imaginarios) son, de alguna manera, particulares, distintos y esos son los rasgos que debemos encontrar en el análisis argumentativo.

Referencias:

Derrida, J. (1971a): La mitología blanca. La metáfora en el texto filosófico publicado originalmente en

Poétique 5. En (1989) Márgenes de la Filosofía. Madrid, Cátedra

Derrida; Op. Cit.:253

Sarrión en El sujeto vacío (2000). Madrid, Frónesis, Cátedra y Universidad de Valencia.

Augé, Marc. Hacia una antropología de los mundos contemporáneos. Barcelona, Gedisa, 1995

García Canclini, Néstor (1990): Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. México, Grijalbo. P 76

García Canclini, N. Consumidores y ciudadanos. México, Grijalbo. 1990. 196

Deleuze, Gilles. La imagen-tiempo. Estudios sobre cine 2. Barcelona, Paidós, 1996. p 240

Derrida, Jacques (1970) “La doble sesión” publicado originalmente en Tel Quel. En La diseminación (1972). Madrid, Editorial Fundamentos, 1975. p 335.

Monsivais, Carlos, Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX, en Historia general de México. Versión 2000. El Colegio de México, México, 2000.

Leon-Portilla, Miguel, Antropología y culturas en peligro, América Indígena, vol. 35, 1975, pp. 15-27.

Ortega, Julio, Critica de la identidad. La pregunta por el Perú en su literatura. FCE, Mexico, 198. p 162.

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