Árbol rojo de oriente, de Víctor García Vázquez

Víctor García Vázquez

Víctor García Vázquez (Escuintla, Chiapas, 1975) nos ofrece, a continuación, un muy buen poema de tono sagrado en el que el trabajo de la imagen es notable.

 

Árbol rojo del Oriente

 

                                                                      I

Tu cuerpo solo es una noche eterna.

Silencio e inmovilidad bajo el bejuco

de tus piernas y tus cabellos.

No existen aves, no existe el mar,

Ni árboles, lagartos y culebras.

No ha nacido la selva ni los cangrejos.

No se ha inventado el cacao.

           

No existe nada si está tu cuerpo solo:

Noche, oscuridad, agua inmóvil: silencio.

 

 

                                                                         II

He ahí una luz brillando en tus pupilas.

“Ha llegado el tiempo del amanecer.”

La unión inmóvil se vuelve dispersión perpetua.

La unidad se multiplica, Dios es múltiple.

 

Tu cuerpo es el origen del origen

cuando mis brazos llueven en tu espalda.

                                  

Separamos las aguas de arriba y las de abajo.

 

La historia sagrada empieza a escribirse

con el roce febril de nuestros cuerpos.

 

 

                                                                III

Antes que Dios pronuncie su Palabra,

estamos develando la faz del cielo y de la tierra.

Nuestros brazos son los primeros Constructores.

Los Engendradores son nuestros besos.

 

De nuestra unión nace el verbo.

Y el verbo es la creación: principio del origen.

 

Viene entonces la palabra, la magia: la palabra maga.

Germina el cosmos, revienta la luz de tan roja.

 

Viene el agua saliendo de las montañas.

 

 

                             IV

Un jaguar bañado de sol pasa corriendo entre tus piernas.

En tu espalda se esconde una manada de venados.

Parvadas de loros sobre tu hombro inventan el verde.

Canto verde, tierra verde: aire y sueños verdaderos.

 

Descienden

                        las serpientes de tu pelo

buscando las liebres que anidan en tu cadera.

En tu ombligo se esconden los lagartos.

 

Es un hervidero de vida el valle de tu cuerpo.

Tierra fértil, explosión de vidas: tierra de alegría.

 

 

                        V

La estridente algarabía de los alcaravanes,

El rugido lascivo de los tigrillos,

La carcajada de las chachalacas,

El aullido febril del mono araña,

La incoherente plática de las cotorras

Son la representación de la belleza original,

la verdad esencial, mágica: belleza es verdad.

 

 

Pero les falta espíritu a los animales para invocar a Dios.

No pueden invocarlo, carecen de alma.

 

 

                        VI

“Hagamos nuestro sostén, nuestro nutridor.”

Hagamos una criatura que tenga fe en el cielo.

 

Que pueda dominar los animales del monte

Que disfrute el aroma de los jobos.

 

Cuide las aves, música de las montañas.

Cuide los reptiles, guardianes de la tierra.

 

Monte el lomo dorado de los venados

Monte a su hembra para perpetuar la raza.

 

He aquí que necesitamos un ser con espíritu.

 

 

                             VII

Quisimos formar de barro a nuestra criatura.

Fuimos a los ríos y a los lagos a juntar el limo.

 

Formamos sus piernas, sus brazos, su cabeza.

Nuestro amor  pone brillo en sus pupilas.

Nuestro amor hace circular la sangre en sus arterias.

El canto del zenzontle y la música de los árboles

                                                           le dan voz a su existencia.

El arroyo le revela su imagen.

 

Ahora somos tres en este mundo.

Tu cuerpo se divide en muchos cuerpos:

                                                           cielo, tierra, inframundo.

 

 

                             VIII

Por los manglares anda jugando nuestra creación.

Monta a los lagartos y caza a los venados.

Saca la miel de las colmenas      se endulza el mundo.

 

Imita el aullido del jaguar en celo.

Luego se va siguiendo las huellas del armadillo.

Todo lo hace con gracia nuestra criatura.

 

Pero no sabe amar, no recuerda a sus creadores.

Por eso hemos llorado hasta inundar el mundo.

Nuestra criatura pereció ahogada en medio de las lágrimas.

 

 

                             IX

Con el hacha de mis brazos corté varios cedros,

algunos huanacastles, palos mulatos y hormiguillos.

 

Los llevé arrastrando cerca del arroyo.

Ahí les quité las ramas y las hojas.

“Al instante fueron hechos los maniquíes”

con el fino pincel de tus manos.

 

Así nació el hombre de madera.

Su piel olía a resina y a montaña.

Crepitaba al andar. Era una lluvia de pájaros.

 

                             X

“Existió la humanidad en la superficie de la tierra.”

Tenían voz, cantaban: tu misma voz llena de pájaros.

 

Eran un ejército de hormigas atravesando los ríos.

Cortaban los caimitos y las pomarrosas.

 

Cuando comían su aliento estaba lleno de jardines.

Pero no tenían espíritu ni sabiduría.

Tampoco se acordaban de sus creadores, ni los invocaban.

 

Tuvimos que condenarlos a ser sólo micos

y vivir en los árboles y colgarse de los bejucos.

                                  

 

                               XI

Por fin hemos cerrado el círculo de la creación.

Hicimos al hombre que queríamos.

 

Ha venido el gato montés, el coyote

la cotorra habladora y la oscuridad del cuervo.

Trajeron las noticias del maíz blanco y el amarillo.

 

Enseguida construimos nuestra descendencia.

El posol de tus pechos puso fuerza en sus venas.

 

Hemos nacido al hombre que reinará en la tierra.

El hombre de maíz, el hombre milpa: hombre monte.

 

 

                        XII

Mi salvaje hembra viene del Popol Vuh.

Viene envuelta de luz para fundar la existencia.

Diosa de la fertilidad, ceiba sagrada.

Señora Guardadora de las semillas.

 

El limo de su vientre, sus piernas de madera

y sus pechos de maíz son el origen de la vida.

 

El cuerpo de mi hembra es la imagen del cosmos.

Con ella inicia el mundo, se termina.

Tierra fértil, explosión de vida: tierra de alegría.

 

 

                         XIII

Este es el canto del oriente.

Canto de luz, árbol rojo del sol.

Este es un canto lleno de girasoles.

 

Aquí corren vientos llenos de olores fértiles,

vienen cargados de espléndidos y dulces aguaceros.

Se iluminan las semillas en el seno de la tierra

y canta la luz en el pecho de los enamorados.

 

Bajo el árbol rojo del oriente nos estamos amando.

Antes el mundo no existe,

                                               sólo después de nuestro abrazo.

 

 

 

Datos vitales

Víctor García Vázquez ha publicado los siguientes libros: uno de ensayo, Mujer de niebla (Premio Nacional de Ensayo 2001); dos libros de poesía: Raíces de tempestad, (Editorial Daga, 2001); Tejidos, Lunarena-BUAP (2003); y dos libros de texto: Taller de redacción I, Editorial Bookmart (2006) y Literatura Latinoamericana, MacGraw Hill (2007). Ha sido antologado en Puebla, la ira de Dios, (Secretaría de Cultura de Puebla, 1999), Espiral de los latidos: poesía joven de la zona centro del país (Fondo Regional para la Cultura –CONACULTA, 2002) y Sirenas y otros animales fabulosos: antología poética. (Poesía en el andén, 2006) En el libro de ensayos Aristas: acercamiento a la literatura mexicana, (BUAP, 2005).

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