Presentamos una voz emergente de la poesía mexicana, Brix Almendarez (San Luis Potosí, 1984), quien es miembro del taller literario Manuel José Othón desde el año 2007.
Visiones
He visto naufragar la noche en la ventana,
detrás de los cristales
una bengala ilumina distante la memoria,
se deshacen lúmenes de tiempo,
tocan a la puerta algunos muertos.
He visto famélicas sirenas
dedicar al mar sus cantos,
marineros aún flotando.
He hallado la ciudad perdida,
atlantes venerando a un pez espada,
fantasmas que destruyen un galeón.
Sobre cúmulos de tierra
viejas cruces,
apagado el faro.
También se sueña con princesas verdes
Ella afirma que cannabis es la tierra,
la fragmentación de un segundo
en esferas diminutas,
un abismo en el arco secreto del tiempo.
Da golpes contra la pared
y vuelve a decir:
Cannabis es un perro,
una niña,
un elefante al que llama piedra.
Cada vez que se acerca una ola
salta como esperando la cuerda.
Repite para sí:
Cannabis es un tótem,
un arco iris sin matices,
un pozo plagado de luz.
Se postra ante la estatua de Marley
y en silencio murmura
una oración que ha inventado hace rato.
Cannabis son mis ojos,- dice-
levanta la cara…
Yo le creo.
A veces los muertos…
A veces los muertos se nos trepan a la mente
y no sabemos a qué hora destapamos ataúdes,
entonces un segundo nos abisma
reconocer la casa después de la avalancha,
volver a la ceniza,
sembrar en la nieve un eucalipto;
y es que a veces nos abrazan
desde su íntima locura,
nos invitan a buscar su pulso,
su nada in vitro,
a bailar su danza.
Para ellos guardo una katana
si acaso un día no tuviera esta nostalgia,
o un par de manos que vacilan
frente a la cabeza de sus muertos.
Déjà vu
Todo es presencia,
todos los siglos son este presente.
Octavio Paz.
Todos los pasados son este presente
un cuervo que mira de reojo
el vientre efímero del aire,
una mano que cuenta sílabas y números,
salitre en los huesos húmedos del día.
Sobre el agua la boina rota del capitán
que desertó su nave,
una casa habitada por fantasmas
donde un reloj combate con el tiempo
(la eterna lucidez del río).
Aliteración del vértice en los ojos de la noche,
«Un cuerpo donde caerse muerto sea costumbre»
la risa del mendigo,
luz mudándose al vacío.
Palíndromo perfecto:
Solos.
Tabloide para un día cualquiera
En una calle sin tiempo ni presente cierto
hombre de Urano fecunda a una mujer sin labios,
un pez beta muerde su pecera,
Kaliman de hule pierde un brazo,
en un volado de ritmos
Cuba pierde el son.
Lejos de ahí,
en el barrio de La Boca,
Spinneta -ebrio de tango-
besa a la “muchacha ojos de papel”,
Jack Daniel’s bebe oporto,
Gardel compone un chamamé.
Un gnomo sin camisa escribe:
El mundo es una niña loca,
la noche una anciana
que teje un vestido azul.
Los humanos y sus días
De las manos que aún rozan la boca
del ahogado en un beso,
del delirium tremens
al bajo delirio,
del infecto suspiro
a los labios de Piscis,
del vitral canceroso de ciertas estrellas
y los ojos ahítos del árbol,
de la fuente en el iceberg.
De todos ellos nace el disparo,
La bala que horada al delfín,
el martillo que dilata los huesos.
Y ahí siguen,
Cayendo en columnas,
(agonizantes)
sobre la médula del día,
Últimas noticias
Que dirían los diarios
si de antemano
supieran que no hay vida en Marte
que en las bragas de Elena
se esconde otro Venus,
un planeta cercano
pero más intrigante.
Que tristeza la nuestra,
despertar en la cama
junto al periódico
que no anuncia el fin del mundo,
ni la llegada a Júpiter u otro cometa.
Que ridículos,
pobres diarios
con su retahíla de edictos y esquelas
que nada interesan.
Leo y me pregunto:
¿Qué lugar ocuparía en el diario
el orgasmo de anoche?
Estación celeste
La casa es un páramo donde llueven
viejas tardes sobre el mismo día,
bajo el tejado aletean los buitres que ayer no durmieron,
el insomnio es entonces una estación tan pasajera,
un tren bala al que se suben los recuerdos.
Amontonadas sobre las paredes
una raza de arañas (aún desconocida)
teje a la sombra de esa lámpara
donde anoche tejieron las luciérnagas.
Un grillo canta en el dintel
-canta para no morir-
repite ese estribillo hasta el cansancio.
La ventana es un motel
tan efímero para los pájaros,
un espejo donde se peinan mariposas
y nosotros, ahítos de tiempo
nos sentamos a mirar lo que ni en sueños vemos.
Máscara
A partir de una fotografía de Gerardo Suter
Detrás de un par de agujeros
acostumbran esconderse soles que ayer poblaron universos,
rostros que me he puesto para olvidar al primigenio,
aves petrificadas en la carne.
Ya no es mi cuerpo el que habita la máscara
sino la congregación de mis demonios,
la ruptura de Caín con dioses delirantes,
el tiempo mudándose en la tez.
Soy esos muertos que miran
de reojo a la eternidad que les negaron,
camaleón en ciernes probándose otra piel.
Tal vez mis manos prefieran
lo rugoso de esta dermis,
el tacto falaz de mi nueva identidad,
quizá nunca en el espejo he sido tan humano…
ahí por fin empiezo a comprender.
Año nuevo
Todos cabemos en la casa,
el teléfono,
La chica de bufanda azul,
Las historias de Darío,
El reboso de la abuela.
Todo cabe.
Nos acomodamos
Detrás de las cortinas,
sobre la mesa de cedro,
en la repisa de la última ventana.
Ahí seguro que cabemos,
como en la era de Noé y su diluvio,
como en la calle ciertas piedras.
A veces me pregunto,
a qué hora canta el gallo,
en dónde está Lilí,
qué fue de la Adelita
colgada en la pared,
quién dejó nostalgias junto al vaso.
Pero el cenicero apenas cuenta lo
que la noche esconde en los bolsillos
y en las paredes
aún rondan sonámbulas arañas.
Allá el jardín no es más un lava pies
hoy tiene aspecto de patíbulo,
y las hormigas
aguardan en silencio a su verdugo.
Cuestión de gustos
Si de elegir se trata
me quedo con ciertas noches,
un par de labios,
el sabor aquella espalda y su delirio
la violencia de algún vientre kamikaze.
En la duda siempre viaja una respuesta
Esto no es un pezón
ni siquiera un par de pechos,
aquí no hay más que es un cuerpo
abandonado a la locura,
un okupa para prófugos del sueño.
Esto es un territorio de lagartos
y aves que se sueñan con serpientes,
una caricia en los ojos de la luna.
Aquí no hay una boca,
hay un arpón,
pero pudiera haber una escalera,
un puente para todos los suicidas,
cuánto silencio entregado a su silencio,
cuánta muerte disfrazada de otra muerte.
Si acaso no nombrar es la respuesta,
cuánta duda disipada en tu entrepierna.
Datos vitales