Foja de Poesía No 165: Saúl Ibargoyen

Saúl IbargoyenEn seguida presentamos la poesía del poeta uruguayo-mexicano Saúl Ibargoyen (Montevideo, Uruguay, 1930). Vive en México desde hace mucho tiempo. En 2001 le fue otorgada la nacionalidad mexicana. A partir de sus primeras publicaciones en 1954 hasta el presente, ha dado a conocer más de 50 títulos entre poesía, cuento, novela, teatro infantil, testimonio y ensayo.

 

 

PÁJARO ESCRITO

 

                  (para José Luis Megchún)

 

 

Es otro pájaro éste

que el papel fermentado genera

entre trazos de tinta verde lamidos

por la lluvia que soltó

la noche externa.

En su pico de dura agudeza

se rompen migas secas

y lombrices fatigadas

y mariposas sutiles

y semillas parpadeantes

y hormigas que el lápiz

jamás inventó.

Plumas cerradas sobre plumas

donde íntimos bichos se resguardan:

plumones tallos fibrillas vástagos

con deseo de altura

con apetencia de aire imprevisible

y jugos tal vez amarillos.

Pájaro muy otro en lo distinto

de sus brincares y volares encuardernados

sin impulso de cantarse o trinarse

o silbarse o aullarse o gritarse:

porque sólo el silencio permite

que pájaro sea

en la delgadez indecisa

de estas páginas de papel o de pasto.

 

 

 

 

 

 

BARRIO

 

Piedras aplastadas por caballos sordos:

árboles humillados por perros sin infancia:

gorriones otra vez los pájaros de siempre

emplumándose en la impiedad del otoño:

lluvia peleando contra la memoria de otras aguas:

neblina fangaleando barrosamente

entre espumas que se ahogan en la orilla envejecida

del invierno que nunca emigró:

moscas que florecen fosforecen

en medio de sustancias licuadas

por la opacidad del sol:

pantalones ambulantes y restringidas bragas

y cobijas congeladas y una oquedad de manteles

malusándose todos entre sí:

y nosotros lo posible de nosotros

como restos de infante

que su persona seria abandonó:

nosotros en nos pisando todavía

la mugre el desorden el olor

de este pedazo de ciudad

que el grande río sostiene y oscurece.

 

 

 

 

 

 

 

¿MÁS PREGUNTAS?

 

¿Es un fragmento de blancor despegado

de los borrosos calzones de la luna?

¿Es una energía que tan blancamente renace

del súbito repliegue

de un momento sin relojes

en la noche?

¿Es una mano inacabada

en un más después

de la persona hembra su dueña usufructuaria

que en otra mano se sostiene entreabriendo

trabajos transparentes y señales?

¿Es una cadena de labios de aire

multiplicándose entre copas y tazas

y un albor de servilletas palabreras?

¿Es un impulso de saliva sagrada

desnudándose de un rostro

desamarrándose de sí

hacia el clima de una boca que perdió

sus rituales de sonidos y de glándulas?

¿Es una figura enaltada

que entre lejanísimas baldosas

y plazas únicas

y oscurecidas jacarandas

simplemente recoge

su clara bandera carnal?

 

 

 

 

 

 

LUZ INTERNA

 

                     (para Antonio Conde)

 

 

En la sala amarilleada

por la fijación de la luz

alguien o álguiena percibe

los aullidos de una bacteria enferma.

El polvo no choca con esas iluminaciones

de energía congelada:

solamente penetra las fibras o raíces

del polvo extranjero que se apega

a las temblantes láminas

de cada ventanal.

Entre los blancos pies

de las sillas descalzas

alguien ocupa todavía sus zapatos

y una alguien otra se retira

con sus sandalias tensadas

por el último sudor.

Desde todas las guitarras

y todas las bocas

se descarnalizan los hedores

de un nuevo silencio.

La doliente bacteria divide su cuerpo

en dos rápidas muertes.

En la sala la luz se extiende

como una mano implacable

de confusa gelatina.

 

 

 

 

 

 

 

UNA ARAÑA TAL VEZ

 

No es una araña jubilada

la que ordena sus estambres

en este silabario:

las mandíbulas las glándulas

no están preparadas

para un trabajo necesario

a otra especie más triste.

Tal vez pueda cantar

libre ya de tareas supuestamente asesinas.

Tal vez escuche susurros espesos

silbantes salivaciones que llegan

de otras cavernas de tela encenizada.

Tal vez haya sido

El cantado arácnido que estuvo

en el pelo entrenalguero

de la amada.

Tal vez el tarántulo enceguecido

por la hembra que sabrosamente

sabrá desayunárselo.

Entre estas sílabas dudosas

nada se encontrará

más que los tenues espasmos

de un aire resquebrajado:

partículas de absorbidos vientres

ripios de antenas roídas

células de alas silenciosas

simplemente secándose

a espaldas del sol.

 

 

 

 

 

 

LA CALLE EN SEPTIEMBRE

 

                   (para Laura Etorena, in memoriam)

 

Hasta el fondo de tu calle

de este oscuro septiembre llegan

chillidos de gorriones tardíos

puntos de polvo de inmedibles

torres despedazadas

y un silencio de incompleta primavera.

¿Qué pasos qué caminares

de qué pies casi extranjeros se mueven

debajo de tantas sustancias

que las jornadas humanas entremezclan?

¿Cuántas plumas se juntan

en cada día de un gorrión?

¿Cuántos volátiles ladrillos y cristales

se hinchan quebrando

la vertical pesadez del poderío?

¿Cuántos silencios se expanden

a través del jugo floral

que los astros provocan desde el fuego?

Nadie conoce el espesor de la propia sombra:

nadie sabe la cifra última

de su eléctrico orgasmo:

nadie entiende el tamaño cambiante

de sus latidos o lágrimas:

nadie es dueño o poseedor o propietario

de sus zapatos ni de sus eructos

ni de su cáncer ni de sus monedas

ni de su hijo visceral ni de su estiércol.

Al término de tu calle

como en una estación nocturna

palabras detenidas se acumulan

y malusados papeles y libros deshechos

y falsos pergaminos y cartones corroídos

y botellas de extraviada saliva

y manchas malolientes de perros decepcionados

y pútridos vestidos que el invierno consumió.

Y más adentro en lo inferior

de las pisadas foráneas

cada golpe del puro pie reclama

un poco de dolor para la antigua enemiga

un algo de aire ciego

para los ojos sin carne de la añeja adversaria.

Porque ésta es la calle de todos los viajes

de todos los encuentros

de toda tu piel que de pronto regresa.

Porque los pasos no estarán

ni los zapatos de fatigada extranjería

ni la ceniza con sus huesos incontables.

En tu calle que este tiempo

de septiembre oscurece

los gorriones muertos

hacen ya florecer

las plumas nuevas.

 

                                México DF, 14/IX/2001

                          

 

 

 

 

 

 

DE PIES Y MANOS

 

                       (para Guadalupe Galván)

 

 

Siempre no se apartan las calles

de los restos de polvo que dos pies

con sus dedos totales dejaron.

Y otros pies de humana densidad

habrán de transitar las marcas

de un olor de hembra transparente.

Porque así se extienden las leyes de este otoño

señalando  que un hombre

con su verbo caminante debe extraer

el silencio de toda piedra

de todo ladrillo de toda baldosa.

Porque esa ley impone

un áspero reglamento a temores y olvidos

una sangrante sanción a las bocas

que en sus propias mudeces se hunden.

¿Quién puede soportar el negror

que desde el íntimo hueso lastima

el origen de un gesto hacia otra piel

hacia otro entrelabio de extranjera humedad

o de encendida sed que no cesa?

¿Quién como un quien soltándose

de su raigal quienetud

tal vez comprende el derrumbe

del sucio fuego y sus metales

que traspasan el puro cristal

de relojes y de máquinas?

¿Para qué entoncesmente las calles

de las morerías rancherías juderías

pueden apartarse de agudas cenizas

de tierras y volátiles basuras

de deshebrados despojos de papel y de sombra?

¿Para qué si hubohayhabrá

un pie asociado a otro pie

sin límite ni distancia ni apego

entre él y él:

solamente él y él como ellos pies

oliendo buscando escarbando

entre alientos desmoronados

y añejas corrupciones

la memoria del olor

de la hembra transparente?

Para qué si en un espacio

de árboles y paredes desolándose

cuatro manos analfabetas redactan

la ley única de todas las palabras.

 

 

 

 

 

 

LA NUEVA MUERTE

 

                        (para Emil Verhaeren)

 

 

Un poeta de Bélgica hace más de un siglo

habló de una hombruna Muerte

echándose algún trago

con sus pies de ella cerca del fuego.

Y aquella Muerte mayusculada

se levantó después para entrarse

en todas las direcciones de la dolida Tierra.

Hubo gente que le dio más vino

más carne tomada de infantes no nacidos

más sangre de adulteradas doncellas

más esqueletos de repetidos óbitos

por efecto causa y resonancia

de hambrunas sin fondo

de pútridas verbalizaciones

y pestes desesperadas

de horcas florecidas y frescos misiles

y divanes electrizados y átomos incendiarios

y edictos brutales y hachas infatigables.

¿Quién pudo ver

el vestido de esa Muerte?

¿Quién pudo tocar

lo oscuro de su forma?

¿Quién pudo oler

el ácido vapor de sus sobacos?

¿Quién pudo escuchar

los susurradps silbidos

de su mensaje implacable?

¿Quién pudo platicar

con esa Muerte?:

¿en cuál cerrada oreja puso

oraciones amenazas conjuros

rogativas alabanzas

como huevos torpemente infecundos?

La mentada Muerte de seguro anda desnuda

no empuja carretones crujientes

no carga ataúdes ni instrumentos

no ríe ni habla

ni gusta del ajedrez o la baraja.

Si es la misma la que clava

sus iguales leyes en las dimensiones

de un planeta aterrado y solitario

cuando exija su trago le serviremos

un poco de este cántico

en una copa de aire.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ROSTROS

 

Tal vez fueran rostros

monedas carnales y blancas

albores de moléculas lastimándose

en medio de tercas sustancias

planetas nacientes rompiendo

la opresión rigurosa de sus órbitas:

Rostros quizá malnutriéndose

de visiones cotidianas

de sangrazas y sulfúricas muertes recogidas

en pantallas y voces de tenaz suciedad:

Rostros sí haciéndose a sí mismos tal vez

desde cremas de luz

desde natas fulgentes

desde tallos de leche con su raíz

de traslúcida sombra:

Rostros moviendo su vibración

entre usuales soliloquios

y diálogos voraces

entre páginas que alguien para sí organiza

incendiando sin apuro sus máscaras.

Un llegar y un irse de rostros:

bocas huyentes tocadas por un pesado pan

cabellos mezclándose con su propio pelo

labios que esperan atados a la piel

ojos con su niebla iluminante entrecerrada

mejillas que se abren hacia claras salivas:

Rostros como una patria de sangre esplendente

cuyo nombre también es dolor

y se escribe en la piedra.

 

 

 

 

 

 

¿UNA MANO?

 

Una mano deshuesada contra el primero sol

sin riquezas ni pingües carnes

ni metales resonantes:

Una mano liberada de los polvazales terrícolas

agarrándose a fibras enrojecidas de aire y de fuego:

Una mano sin su piel anversa

tocada por filos de bronce

y astillas de secas campanas:

Una mano sin tendones ni uñas

de ninguna mano otra que con caliente ungüento

la capture o la envuelva:

Una mano masticada por la coa tempranera

o el lápiz congelándose

que los iniciales inviernos imponen:

Una mano espejeando

entre rasgadas plumas de insólitos insectos

esas moscas que fallecen en aplastamientos

o en revuelos que garrotes de papel

o astrales vientos determinan:

Una mano despellejándose contra el segundo sol

que el veloz amanecer desprendió

como un huevo de la tortuga primordial

que ha dado ocasión a estos cinco dedos

de alzarse sobre el contemplado mundo:

Una mano apegándose a su piel reversa enjuagada

por el propio suero que hierve

con letras y tintas y posibles sonidos

y fulgurantes sustancias:

Una mano que regresa despojándose

de guantes como cáscaras de cristal

de sombras caídas desde una mariposa blanca:

Una mano que vuelve a su brazo

que se ajusta a su cuerpo temblador

que empieza y reempieza a rascar a lavar

a tocar a cortar a quebrar a manchar a planchar

a cocinar a secar a borrar a empacar a cerrar

a trapear a deletrear a apalabrar a resonar a gritar

antes de que el tercero sol

se clave entre el pasto

con sus monedas negras.

 

                                          Xochitepec, Mor., XII / 2001

 

 

 

 

 

 

 

PLAZA DE MAYO, DICIEMBRE 2001

 

                        (a todos mis amigos argentinos)

 

 

¿Quién se pondrá

la ropa rajada de los muertos?

¿Quién meterá sus carnales andaduras

en lo adentro de tanto zapatal descaminado?

¿Quién fijará su sombra cotidiana:

ese negro fulgor de fatiga y de insomnio

en las baldosas encenizadas dela Plaza de Mayo?

¿Quién preguntará por el dueño del sudor

de aquella camisa desfondada?

¿Quién por el nombre o sobrenombre

que no está en las voces mundiales

en los documentos totalizados

en las pantallas ecuménicas

en los periódicos globalizables

en las cruces descompuestas?

¿Quién vestirá el jugo natural

de esos calzones deshechos?

¿Quién quitará las balas

de su nicho coagulado:

quién de cada pulmón

la ponzoña del aire

y de cada pelo las aguas profanadas?

¿Quién comerá del hambre acumulándose

en bocas paralíticas

y panzas partidas?

¿Quiénes vestirán faldas de infantas

calcetines jubilados

corpiños ahuecándose

pantalones en derrumbe

enaguas masticadas

pañuelos dolidamente blancos?

¿Quiénes usarán las frescas calaveras

despojadas de la sangre y el ultraje:

separadas de la mugre y el engaño:

alzadas como un azul de fuego

en estos días desnudos

que también se levantan?

 

 

 

Datos vitales

Saúl Ibargoyen (Montevideo, Uruguay, 1930) vive en México desde hace mucho tiempo. En 2001 le fue otorgada la nacionalidad mexicana. A partir de sus primeras publicaciones en 1954 hasta el presente, ha dado a conocer más de 50 títulos entre poesía, cuento, novela, teatro infantil, testimonio y ensayo, en Uruguay, México, Cuba, Canadá, Venezuela  y EUA. Su poemario El escriba de pie mereció el Premio Nacional “Carlos Pellicer” 2002, y con ¿Palabras?, obtuvo el Premio Nacional Juegos Florales de San Juan del Río, Querétaro, 2004. Anteriormente, se hizo acreedor a los premios de poesía del Ayuntamiento de Montevideo, 1959, y del Ministerio de Instrucción Pública, 1963, en su país de origen. Traducido a catorce idiomas e incluido en antologías de narrativa y poesía uruguaya, mexicana y latinoamericana. Es miembro correspondiente de la Academia Nacional de Letras de Uruguay. Editor de la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea publicada por Ediciones Eón en acuerdo con la Universidad de Texas en El Paso, Texas, EUA.  

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