Anamari Gomís Iniesta. Vocación por la escritura.

Los demonios de la depresiónLa ensayisya María del Rocío González nos presenta un interesante ensayo en torno al libro más reciente de Anamari Gomís Iniesta: “Los demonios de la depresión como género literario”.

Anamari Gomís Iniesta. Vocación por la escritura.

 

 

Sólo aquel que  pueda decir con Pascal: el yo es

Aborrecible, ha comenzado

a obedecer el imperativo

aLtruista de los Evangelios. 

                            George Steiner

 

.

   Crítica literaria, ensayista, narradora, difusora cultural, Anamari Gomís, como firma sus libros, se inició en las letras colaborando con cuentos y ensayos en revistas y suplementos culturales.

   Su trayectoria literaria ha recorrido los géneros del cuento, la novela y el ensayo. Se dio a conocer, como escritora, con la publicación de su primer libro de cuentos A pocos pasos del camino.

   En 1992, la Universidad Nacional le concedió el Premio Universidad Nacional a Jóvenes Académicos por extensión de la cultura. Fue becada por el Centro Mexicano de Escritores y actualmente, pertenece al Sistema Nacional de Creadores.

   Mi comunicación en este espacio es comentar sobre su libro más reciente, Los demonios de la depresión como género literario. Obra que se asemeja con su novela Sellado con un beso, en ambos textos, prevalecen lo confesional, lo anecdótico y, por supuesto, lo autobiográfico. En ellos evoca e invoca sus años de estudiante, a sus padres, a la saga de la familia Gomís Iniesta y, también, alude a su pasión por la literatura.

   Si bien, en Los demonios de la depresión, la ensayista invita al lector a iniciar un periplo para conocer y entender sobre una enfermedad que vaticinan los expertos se convertirá en el mal del siglo XXI, la depresión. Y que, Anamari Gomís, aún padece y lucha con ella.

   Debemos considerar que la melancolía o depresión son constantes de la condición humana. La autora explica quienes pueden padecer ese mal, como se va gestando la enfermedad y, examina las concepciones de los filósofos clásicos hasta la época actual; cómo este padecimiento ha sido ignorado en un principio y, en las últimas décadas, ha sido estudiado, cada vez más, con mayor seriedad.

   Aún cuando para algunos, esta dolencia no existe, no se le ha dado la importancia que requiere y, más bien se le ha minimizado.

   La obra, en parte, es un ensayo muy documentado, en donde la ensayista hace un recorrido, pormenorizado, además de las investigaciones científicas que se han realizado, mostrándonos como se ha entendido este mal. Pero es precisamente en el testimonio de Gomís, donde encontramos y podemos entender esas atmósferas hostiles, adversas y asfixiantes donde se halla instalado aquel individuo que padece la depresión y sus severos síntomas, como cuando expresa la autora:

         Lo que yo he soportado es otra cosa, que se

         vincula con una tristeza abismal, una oceánica

         ansiedad y un miedo paralizante.

         …cuando la melancolía azota, uno se descubre

         decaído, muchas veces ansioso, aunque, por lo

         general, se necesita negar el extraño proceso

         por el que se atraviesa. Puede pensarse que se

         ha enfermado, que un cansancio sideral tunde

         cada día y luego se percibe una morosa tristeza.

         Se desea a toda costa entender qué diablos ocurre,

         que alguien le aclare al que se angustia, con

         toda precisión, por qué se siente desfallecer,

         como si la vida pasara de largo y no tocara al

         enfermo. Por desgracia, se puede desembocar con

         tanta facilidad en largos lapsos en los que no

         hay ánimos especulativos, que el deprimido se

         rinde al poder del desaliento y de la

         consternación. Ya no le importa nada, ni siquiera

         informarse acerca de su padecimiento. La depresión

         aguda despersonaliza a tal grado que se está

         ausente de uno mismo. Nada parece tener sentido.

        

    Al respecto, Leda Rendón, quien ha comentado sobre su quehacer creativo de la escritora afirma:

 

“Las palabras apenas alcanzan para describir el dolor,

la pena o el desencanto. Solo podemos acceder a ese

universo difuso por medio de metáforas y analogías. Es

en ese espacio donde radica la importancia del testimonio directo…”.

  

   A través de las palabras, las remenbranzas, las similitudes es precisamente donde Anamari recrea las experiencias de su enfermedad.    

   Estas circunstancias me hacen recordar un género que hasta hace unas cuantas décadas empieza a considerarse como otro género literario más, la autobiografía. En 1956 con la publicación de un artículo de Georges Gousdorf titulado, “Condiciones y límites de la autobiografía”, se empieza a estudiarla propiamente como un género literario[1]. Retomando el texto en cuestión, es un ensayo informativo sí pero, también, se entrecruza con lo autobiográfico. La realidad referencial, la imaginación, la memoria, la temporalidad, el sujeto, la mímesis y la representación de la propia historia son elementos que componen una autobiografía. A su vez el tiempo conforma la estructura, el sentido y la evolución de la autobiografía.[2]

   En Los demonios de la depresión evidenciamos estas particularidades. En estos rasgos radica la riqueza literaria del escrito de Anamari que expresa:

 

     este padecimiento que tiene mucho de incomprensible,

     parece como si de pronto uno fuera atrapado por

     demonios verdugos, que nos despojan de nuestra

     precaria armonía, de nuestra identidad maltrecha,

     de nuestra alegría por la vida, y que nos sumergen

     en un diabólico mar de angustias, de culpa y de

     lobreguez.

         La depresión surge de la nada y desaparece

         de pronto, cubierta de misterio. El conflicto

         atroz radica en que, mientras este padecimiento

         nos domina, la visión del mundo y de nuestro

         lugar en él se transforma de manera completa y,  

         por supuesto, adquiere un sentido pesimista. El

         deprimido se vuelve otro, se siente otro, piensa

         como otro y permanece en un proceso constante de

         alienación. Todo aquello que le daba gusto o

         placer deja de hacerlo y uno no puede desprenderse

         de una inaguantable sensación de duelo.[3]

    

   Podemos, hacer un poco de historia recordando que el género autobiográfico se gestó en los siglos XVIII, XIX, XX y, por supuesto, en la producción literaria de la primera década de este siglo.

   Tal vez, debemos considerarlo este manual, aún cuando tiene múltiples lecturas y puede entrar en varios géneros literarios, sobretodo como una autobiografía por su valor literario que emana en sí mismo: el lugar de la memoria, el dominio del yo- narrado en primera persona- y el espacio de la interioridad: la propia experiencia. En el caso de la autora y como apunta, Phillip Sandblom, quién ha estudiado los entrecruzamientos entre creación y enfermedad: “En este sentido la escritura es un lugar privilegiado para la comprensión de las enfermedades”[4].

   En el conocimiento y reconocimiento de la enfermedad que se padece, el ejercicio de la escritura es una actividad importante para recordar, descubrir y redescubrir el entorno o la realidad. Sólo en la propia argumentación personal, logramos entender el abatimiento del enfermo.

   En el caso de Anamari se presenta, mostrándose como una crónica depresiva, presentando un autorretrato existencial, su narración se convierte en un autoelogio de su propio padecimiento. Se instala como aquel masoquista que tiende a la desidia y al mismo tiempo se regodea en su propio mal. Porque es precisamente, lo característico de la depresión, la desidia. Pero siempre, se mantiene la autora, rememorando situaciones, sigilosa y atenta, como un demiurgo.

Por otra parte, un momento emblemático de la narración cuando Gomís declara:

      Este libro trata de mi historia depresiva y

      de mis lecturas sobre la depresión.

      … acepté desde hace mucho tiempo que el

      malestar forma parte de mi vida. Va y viene,

      según mi caso muy particular.

 

   En otro orden de ideas, conviene señalar que sólo algunos autores mexicanos del siglo veinte han tocado este tema. Jorge Volpi publicó El temperamento melancólico donde nos habla de la locura de uno de los personajes de su novela. Otro tipo de demonios es el alcoholismo, asunto que han tratado Francisco Hernández y Hugo Hiriart, respectivamente. Aunque Hernández lo que hace en su obra Moneda de tres caras es conjuntar las experiencias vitales tormentosas de tres artistas- Schumann, Hölderlin y Trak- para entender los propios demonios que aquejan al autor. También, Juan Domingo Argüelles está preparando un ensayo titulado Escritura y depresión.

   Es de subrayar que en Los demonios de la depresión, en algunos momentos de la escritura, nos encontramos con anécdotas y vivencias personales, que resultan reveladoras. Incluso estrujantes como cuando la autora declara:

                

  … la depresión de un individuo hace

levantar las cejas al que se percibe  normal y dice: “¡Ponte a hacer algo útil!”, como si enfermarse de depresión

fuera un acto de voluntad y uno `se aliviara’ sólo con proponérselo.[5]

 

   A lo largo de ensayo podemos constatar que la autora y como a muchos otros escritores como Friedrich Hölderlin, Jonathan Swift, Friedrich Nietzsche, George Trakl, Gustav Flaubert, las enfermedades mentales como la depresión, la locura, la neurosis son factores determinantes para concebir las formas diversas de su actividad creadora. En el caso de Gomís como el de otros artistas, la escritura, en su caso, es no sólo un espacio de sus catársis sino que, además, es la cura transitoria, la terapia a su mal. Nosotros como lectores nos aproximamos a la lectura de este texto, Los demonios de la depresión, no sólo como un mero relato sino como un género por demás, apasionante, la autobiografía.

   En síntesis, podemos afirmar que la escritora tiene las virtudes en su narrativa de la claridad, la espontaneidad, en donde no recurre en digresiones y las anécdotas son pertinentes, insertándolas en su justo medio.

   Su testimonio como el de otros artistas que han sufrido con estos demonios y experimentado el paroxismo de sus males, han encontrado una cura, el contacto estrecho con el arte y como expresó un autor clásico, Horacio de manera contundente cuando apunta:

Las palabras lograrán  aliviar

la mente infeliz y podrán

abatir la negra melancolía.                               

                 

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA:

 

García Hernández, Arturo, “Los demonios de la depresión,

                        gira sobre un mal minimizado por

                        siglos; AG abre su mente y su

                        corazón en este libros”, “La

                        Jornada de En Medio”, México, 27

                        oct, 2008, p. 14a.

Gomís Iniesta, Anamari, Presentación de José Ángel Córdoba Villalobos, Los demonios de la depresión, México: Cuadernos del Quirón, 2008.

Rendón, Leda, “Los demonios de la depresión”, REV.UNAM, México, 53, jul, 2008, p. 101.

Sandblom, Phillip, Enfermedad y creación, Trad. de Angélica Bustamante de Simón, México: FCE, 1992.

Varios, “La autobiografía”, Anthropos, 25, 134-135.

 

 

 

 

 

 


[1] Ángel G. Loureiro, “La autobiografía en la España moderna”, Anthropos, pp. 17-19.

[2] Luis Fernández Cifuentes, “Torres Villarroel: tirado con gusto por la vida”, Anthropos, pp. 24-31.

[3] Anamari Gomís, Los demonios de la depresión, p. 17.

[4] Leda Rendón, “Los demonios de la depresión”, p. 101.

[5] Anamari Gomís, Los demonios de la depresión, ed. cit., p. 10.

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