Minificciones de Claudia Morales

claudia morales

A continuación presentamos las minificciones, textos a medio camino entre la poesía y la narrativa, de Claudia Morales (Chiapas, 1988). Estudió Lengua y literaturas hispánicas, UNAM, y actualmente colabora en Periódico de Poesía.

 

 

 

 

 

La lebrela de Términos

     En tan alta phe os tengo, que relataré todo lo visto. Háyasse oro como nunca, fluie debaxo de los ríos y por esso, el agua de un color lúcido y ondulado es, como el agua de un Edén, si lo hay vivo en la tierra. Pero moríamos de fambre como Midas, porque no con oro se mata la apetençia— aunque abunde como arena— moríamos nos sin víveres, ya los hombres fuertes iaçían sobre la arena: con las piernas abiertas por el sífilis y con las postulas de la infección anidadas por insectos. Vino entonces una lebrela— una perra de buen tamaño, y metiose a la selva; traxo al cabo de un rato, para cada uno, una pierna, un brazo, una mano con dedos, tan ssuaves que la piel se desprendía con sólo tocarla, y a veces hasta un niño, o un muchacho, con qué calmar nuestra violenta hambre.

 

 

 

Dido sin lamentaciones

     Dido oyó con serenidad al oráculo y se vio a sí misma traicionada por el amor, con los intestinos de fuera e incendiada en una pira. Se plantó frente al espejo antes de salir y lo que vio fue a una ardua reina con el copete un poco descompuesto, entró al vestíbulo donde Eneas la esperaba, suspiró un poco molesta, por la fastidiosa obligación del destino. 

 

 

 

Talmut Sanhedrin 

     Talmut Sanhedrin nació en Alejandría y desapareció misteriosamente en el siglo II.  Durante su vida viajó intentando descubrir los adagios del tiempo, el manual de de geometría asiria, la versión en sanscrito de unas antiguas escrituras, que encontró finalmente en la antigua ciudad de Ur. Mientras traducía, abrió un paréntesis en lo blanco de su pergamino (     ) acercó su ojo, vio ese vacío poblado por todo lo nunca antes visto. Con profundo temor observó la lleve que había abierto…

 

 

 

Espejos

“Reconocer”, bipolar que nos susurra la sentencia de la palabra: descifrar el mensaje, que ciñe dos veces un mismo y renovado significado.

 

 

 

“Somos seres”, del otro lado del espejo se enuncia de izquierda a derecha: los que se observan, de derecha a izquierda, dicen—“somos seres”, los otros confiesan: “seres somos”, ninguno descubre, pregunta.

 

 

 

Secretos del desván 

A encerrar un gato pardo que mayaba en el desván subieron Concha y su primo Bernardo. Sin duda al primer encuentro, la niña cogió al tal gato, porque exclamó: ¡Madre, ya lo tengo dentro!

 

 

 

El otro dentro

Tú debes saber que todos tenemos a ese otro hermano, a quien odiamos porque nos engendra una violenta vergüenza haber compartido el mismo útero, y tener la misma foto de la abuela  de joven en el daguerrotipo de la sala. Uno quiere quererlos y los odia, porque de niños mamá te pedía que fueras cariñoso, “él es diferente, debes cuidarlo”. Así crecimos: yo cuidándolo a él, y él viéndome a los ojos estúpidamente. Nunca hubiera pensado, en los primeros años, que mi hermano fuera estúpido; cuando jugábamos a escondernos de mami, mientras las gotas del filtro de agua creaban ese preciso sonido, tic, toc, tuc, él se metía debajo de una mesa y yo dentro del ropero esperando con  ansia temblorosa que mami abriera la puerta para sacarnos del encierro.

 Yo no hubiera sabido nunca que él era estúpido, él sabía muy bien arrojar la pelota, se subía a los árboles a cortarme papausas, sacábamos a los gallos del corral para que Júbe no los matara, y de no ser porque mamá comenzó a decirme cuando fui más grandecito: “cuida a tu hermanito” yo no hubiera pensado que él, más grande que yo, y que podía  cortar naranjas, papausas, y abrir la reja para que escaparan los pollos, fuera diferente a mí: más débil, más tonto.

Lo supe después, porque yo dejé muy rápido de necesitar que Júbe me bañara y a él seguían sacándole la tina de metal a calentar al sol, y luego lo desnudaban quitándole con cuidado las manos de la ropa, y él, que ya era tan alto como Júbe, seguía pidiéndole que le restregara la espalda o que le diera besitos en la frente mientras lo bañaba, a mí me mandaron a bañarme en la regadera con agua fría y a lavar el carro de papá, o a comprar los mandados de mami. Además él dejó de ir muy pronto a la escuela, cuando yo me despertaba él aún estaba en la otra cama dormitando, ¿qué hacia mientras yo estudiaba álgebra? ¿se estaría con Júbe sentado desgranando maíz? ¿lo paseaban en el coche?¿mamá le daba de comer en la boca?

Pero tú debes saber que el problema no es dentro de la casa, ellos pueden ser el bebé de mami y ser ya grandes para que los carguen, y les compren juguetes, aunque aún los carguen y compren juguetes. El problema era que lo vieran mis amigos, yo era un joven delgado e inteligente, para compartir todo con un hermano estúpido. Era en esos días cuando más quería matarlo, por eso me fui lejos muy pronto, donde nadie supiera que él existía, entré a la universidad, tuve hijos que también se avergonzaron de ese tío y crecieron visitando a los normales hermanos de su madre. Todos tenemos a ese otro hermano al que no queremos ver a la cara, del que nunca hablamos y que cuando mami muere, y papi también, vive en un cuarto donde caga en las esquinas, e intenta escribir con mierda su nombre en las paredes, sintiendo cómo la humedad se pega en sus piel, y espera con ansia que venga mami a sacarlo, y se duerme en el piso, o golpea la cabeza contra la pared para dormirse, y se pregunta, todos los días se pregunta, cómo hubiera sido ser tú.

 

 

 

Datos vitales

Claudia Morales (Cintalapa de Figueroa, Chiapas, 1988). Estudio Lengua y literaturas hispánicas, UNAM y el taller de creación literaria y guion cinematográfico de la Universidad Complutense de Madrid. Miembro de la mesa de redacción del Periódico de Poesía.

 

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