Ruido de fondo, cuento de Daniela Bojórquez

Daniela Bojórquez

En el marco de la Antología de Narrativa Mexicana Contemporánea, presentamos un relato de Daniela Bojórquez. Es autora de los libros de cuentos Lágrimas de Newton  y Modelo vivo. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas (2003-2004) y del Fonca (2005-2006).

 

 

Ruido de fondo

 

Me contoneaba con una pieza de Mussorgsky, comía Frescas y escribía algo como esto. Antes de morder cada chocolate digo Verde, Amarillo o Rosa porque me gusta adivinar el color del relleno. Cuando lo logro, siento que he descubierto un orden subrepticio, que define desde el color del chocolate que me como, hasta el clima, el ruido o silencio de la calle e incluso el estado de los cheques que me deben en mis múltiples trabajos.

            La pieza de Mussorgsky (reorquestada por Rimsky- Korsakov) llegaba a uno de sus momentos más intensos: yo masticaba chocolates y seguía con la cabeza ciertos golpes instrumentales mientras escribía algo parecido a esto, que comienza con digresiones que se expanden hasta que al lector le hacen falta los hilos de amarre de la historia. Estoy consciente de la situación y por eso intentaré no desviarme demasiado. Baste anotar que era verde la Fresca que mordí en el instante en que A Night On Bald Mountain (el nombre en castellano espanta) llegaba a una cima furiosa y que en ese mismo segundo me percaté de que el orden supuesto había sido vulnerado.

            Me explico: esa tarde disponía de algún tiempo libre, por fin había cesado el ruido de la construcción del edificio de junto. Era sábado. En ninguna de las editoriales donde trabajo como correctora me habían encargado mamotretos técnicos, cuartillas didácticas ni cuentos de jóvenes autores para revisar el fin de semana. Tampoco había dinero, así que, a falta de diligencias, trabajo remunerado o trámites por cumplir, me quedé en casa dispuesta   a adelantar un libro de cuentos que (a ustedes no voy a mentirles) cada vez me agrada menos por disperso.

            Así, comencé mi ritual consistente en colocar un disco de orquesta filarmónica,  servirme la tercera parte de mi taza grande de café, mientras más caliente mejor, verme en el espejo para comprobar el estado de mis recién adquiridas líneas de expresión, ir por una bolsa de chocolates Frescas a la cocina, o a la tienda en su defecto, abrir una buena cantidad de documentos de Word, cerrarlos y teclear Manzana + N hasta que la pantalla en blanco sea muestra de que no queda sino ponerse a escribir.  

            Creo que de nuevo me desvío. Decía, mordí una Fresca que era verde después de decir Verde cuando sentí que algo no estaba en orden pese a que mi ritual se había cumplido. Era la sensación de cierta presencia tras la puerta de la sala donde me encuentro. Como es natural en esos casos (y esta serie de movimientos son suficientes para desviar la atención de lo narrado), se deja en la mesa la mitad del chocolate mordido, se acerca uno al aparato de música, baja el volumen o pone pausa e intenta dirigir la atención del oído a cualquier–cosa–que–se–encuentre–allá–afuera.

            Me acerqué con cautela y pegué la oreja a la puerta. Lo único que escuché fue el sonido amplificado de un auto lejano a través de la madera y el movimiento involuntario de mi mandíbula cuando me pongo tensa. Cambié de lado para oír con la otra oreja, pero un claxon en la esquina del edificio ocultó toda sutileza.

            Entonces hice acopio de valentía y me asomé por el ‘ojo mágico’ de la puerta. ¡Arfghhhh! ¡Había una panza peluda! Estaba rodeada de patas que parecían zancos y dos alas translúcidas… verdosas. El cuerpo tapaba el corredor, apenas se veían dos o tres mosaicos del piso. ¿Qué ocurría allá afuera? ¿Qué orden oculto se había roto para que las cosas estuvieran en tal estado? ¿Significaba algo, era una señal para mí? ¿Para mi trabajo? Me dije Cálmate Piensa Piensa. Cuando me pude recuperar del susto, llegué a la conclusión siguiente: una mosca había elegido la mirilla de la puerta para posarse.

            Luego del minuto en que pasé del alivio a la carcajada y de ahí a la mezcla de miedo con asco que en algunas personas causan los insectos, decidí que no era adecuado seguir semibailando en la sala, en absoluta pérdida del tiempo silencioso que tanto valoro. Para entonces ya había puesto en Play al disco filarmónico, que se encontraba ahora en un pasaje sutil, y estaba otra vez frente al espejo con la intención de revisar si no había manchas de chocolate en mis dientes, aunque no podía sustraerme de la sensación de que algo en el ambiente ya no fluía.

            Regresé del baño. La puerta de entrada se presentó como un pendiente por cumplir. La abrí con un movimiento repentino, considerando que así la mosca se iría, y con la idea de que si afuera había un verdadero monstruo, tocaba dejar de distraerse y enfrentarse a él de manera decidida. No había nada: si acaso el sonido de pasos abajo, un vecino que se iba o apenas llegaba. Cerré la puerta, ahora con más cuidado. Vine inmediatamente a la mesa donde escribo.

            Se me antojó cambiar la historia por una donde apareciera una mosca agrandada por medios ópticos, pero me pareció una pobre imitación de un cuento verdaderamente terrorífico. Así que proseguí con el cuento original. Logré avanzar una o dos líneas pero me distrajo un zumbido. Era el estéreo: el disco se había terminado. Me levanté a apagarlo (ya no estaba de humor para escuchar otra filarmónica). Lo que toca hacer es escribir y punto, sin distracciones, me dije mientras ponía una liga a la bolsa de Frescas interminadas. Pensé que todos los chocolates restantes tendrían relleno verde, el menos usual, aunque si ocurre que una mosca se pose justamente sobre una mirilla, supuse que ya podía creer en las probabilidades bajas.

            Se había enfriado mi café así que fui a la estufa a recalentarlo.

           Mientras esperaba, paseando en el corredor, me vi reflejada en el espejo del baño. Se me ocurrió delinearme los ojos. Mientras me maquillaba hice una lista mental de cosas por hacer: comprar Frescas y un insecticida, colgar de la puerta una bolsa de plástico llena de agua. Comenzó a sonar a muchos decibeles el Volumen # 1 de Rock en Tu Idioma, allá abajo, en casa de un vecino. Seguí con el delineador mientras tarareaba la canción en turno. Cuando entré de nuevo a la cocina apagué la estufa y miré por la ventana. Me di cuenta de que había perdido la tarde: la luz menguaba y yo había planeado escribir de día.

            Serví el café y regresé a esta computadora. Anoté en mi libreta de cosas por hacer “Considerar la historia con mosca”. Como me sentía desconcentrada para continuar escribiendo cosas nuevas, decidí revisar algunos textos. Abrí varios documentos mientras me quemaba los labios con el primer trago de café. Comprobé que mi libro está construido de dispersiones. Pensé que el próximo sábado, si me pagan, voy a ir al súper. Si no tengo trabajo de las editoriales, cuando se haya terminado el ruido, me voy a poner a avanzar y corregir mi libro. Y si es necesario, incluso lo reescribo.

 

 

Datos vitales

Daniela Bojórquez nació y vive en la Ciudad de México. Escribe y hace fotografía. Becaria de la primera generación en la Fundación para las Letras Mexicanas (2003 – 2004) y del programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (2005 – 2006). Autora de los libros de cuentos Lágrimas de Newton (Ed. Ficticia / f,l,m., 2006) y Modelo vivo (Instituto Mexiquense de Cultura, 2010).

jacarandghost.blogspot.com

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