El oro ensortijado. Poesía viva de México: Una apuesta por la honestidad.

El oro ensortijadoEl poeta y ensayista morelense Salvador García (1982) nos presenta su visión acerca de la antología “El oro ensortijado. Poesía viva de México”, el más reciente ejercicio antológico de la poesía mexicana. Salvador García actualmente estudia la Maestría en Literatura Hispanoamericana en El Colegio de San Luis.

 

El oro ensortijado. Poesía viva de México: Una apuesta por la honestidad

 

Toda antología tiende a la selección y, en ese mismo sentido, no puede rehusar su esencia gregaria. Existen antologías de poesía valiosas más por los nombres excluidos que por los acumulados en ellas. Otras buscan el campo de batalla, son punzantes, tiros de piedra, cañones y banderas en el horizonte, están dispuestas a la lucha contra sus contemporáneos o en contra de sus padres generacionales, enarbolando una nueva estética, una nueva manera de situarse y vivir en el mundo, una nueva manera de sentir, pues no puede ignorarse que las palabras están llenas de sombras donde memoria e historia se reconocen en el mismo origen. Pero toda antología, de cualquier matiz, ofrece un espacio privilegiado para conocer el pulso de una época determinada en un lugar preciso.   

El oro ensortijado. Poesía viva de México se trata de una antología fundada a partir de la honestidad; honestidad nutrida desde el gusto, esa caricia en el alma tan complicada de justificar pero tan simple sentir. “Sin responder compromisos de ninguna índole, a amistades o enemistades, incluimos […] a quienes consideramos los más atractivos autores de nuestro presente poético”, señala Alí Calderón en la presentación del libro. Se trata pues de una antología necesaria ––tan necesaria como la reflexión–– en estos tiempos, donde poesía y vida padecen un divorcio aderezado por la violencia y la sangre y el abismo del Apocalipsis posmoderno mexicano. Cuando señalo necesaria, no sólo me refiero a la oportunidad imbricada en este texto de conocer nuevas voces o poetas, en ocasiones, olvidados o desconocidos, sino también la invitación hallada en sus páginas de beber nuevamente de la tradición, de recordar las voces que han dejado huellas precisas en las letras mexicanas, pero también voces estipuladas como necesarias para estos cuatro jóvenes que hoy ya prefiguran su propio espacio en la historia literaria del país. Son más de 360 páginas de poesía; siempre entusiasma al lector este tipo de libros de largo aliento.

Como sello de identificación, la antología advierte sobre su contenido: un libro “lleno de poemas muertos”; tal vez de poemas muertos, pero no de poetas, cuyo origen y posible significado de su nombre va apareciendo lúdicamente en la presentación de cada uno de ellos. Así podemos encontrar que “José Luis Rivas” puede tener la acepción de “Acrecentador del combate glorioso por el río”, o Coral Bracho: “Brazo de doncella”. Para luego conocer la perspectiva que los poetas editores ostentan respecto a los incluidos en su antología, donde no se censura, en ciertos casos, el desbordamiento del entusiasmo y el reconocimiento en la obra de algunos autores, como tampoco se rehúye a la crítica punzante e irónica acariciando sardónicamente los versos de algunos otros. Pese a mi inconformidad y discrepancia con los dardos asestados a un poeta antologado, no puedo negar la divertida que me he puesto. La mala leche siempre será un camino para conocer la verdad.

Durante el trayecto de la lectura se va haciendo paralelamente un recorrido en el tiempo, se inicia con Alí Chumacero (1918) y se termina con Alí Calderón (1982): una hermosa anáfora tejida más allá de la propia poesía. Entre estos dos lapsos, 1918 y 1982, hay demasiadas palabras vertidas en México que tomaron forma de poesía. La selección de quienes se encuentran en El oro ensortijado. Poesía viva de México pudo ser mayor, se pudieron haber omitido nombres, expuestos otros, pero esto siempre será la interpretación de quienes pretenden armar su propia antología.

Sin ápice de inocencia Mario Bojórquez, Álvaro Solís, José Mendoza Romero y Alí Calderón valientemente escinden la poesía mexicana y muestran los versos que a su parecer, en el refugio de la individualidad, eran necesarios para un gran proyecto como éste, donde los combatientes son: Alí Chumacero, Rubén Bonifaz Nuño, Tomás Segovia, Eduardo Lizalde, Juan Buñuelos, Gerardo Deniz, Hugo Gutiérrez Vega, Gabriel Zaid, José Emilio Pacheco, Jaime Labastida, Max Rojas, Francisco Hernández, José Vicente Anaya, Marco Antonio Campos, Efraín Bartolomé, José Luis Rivas, Coral Bracho, Mario Calderón, Eduardo Langagne, Héctor Carreto, Vicente Quirarte, Ricardo Castillo, Verónica Volkow, Minerva Margarita Villarreal, Jorge Esquinca, José Javier Villarreal, María Baranda, Roxana Elvridge-Thomas, José Fernández Granados, José Homero, José Eugenio Sánchez, Mario Bojórquez, Claudia Posadas, Ofelia Pérez Sepúlveda, María Rivera, Julián Herbert, Jorge Ortega, Rogelio Guedea, Álvaro Solís, Balam Rodrigo, Jair Cortés, Mijail Lamas, Iván Cruz, Rubén Márquez Máximo, Carlos Ramírez Cuervas y Alí Calderón.

Por ello, en tanto antología de poesía, El oro ensortijado cumple cabalmente su misión de abrir la palabra, de mostrarnos nuevas letras, de recordarnos otras: las palabras del matiz azul o la diversión en la lengua, las del café caliente y la necesidad de dormir acompañado, las palabras para rozar el infinito y caminar desnudo por una senda olvidada del recuerdo, las palabras de las 10 de la noche y del martes de frío, las palabras tristes, dulces en cuanto agrestes, pero también las palabras llave, necesarias, imprescindibles, las palabras para reconciliarnos con el tiempo.

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