Arte poética No. 21: Octavio Paz

Octavio Paz

En esta entrega de Arte Poética, Mario Meléndez nos ofrece una muestra de la poesía del que podemos llamar “el primer” Octavio Paz (1914-1998). Aquí presentamos algunos poemas del ciclo que se cierra con Libertad bajo palabra. Entre los poemas de esta selección sobresalen “Piedra de sol” y “Cuerpo a la vista”.

 

 

 

LA CALLE

 

    Es una calle larga y silenciosa.

    Ando en tinieblas y tropiezo y caigo

    y me levanto y piso con pies ciegos

    las piedras mudas y las hojas secas

    y alguien detrás de mí también las pisa:

    si me detengo, se detiene;

    si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie.

    Todo está oscuro y sin salida,

    y doy vueltas y vueltas en esquinas

    que dan siempre a la calle

    donde nadie me espera ni me sigue,

    donde yo sigo a un hombre que tropieza

    y se levanta y dice al verme: nadie.

 

 

 

   

BAJO TU CLARA SOMBRA

 

    Un cuerpo, un cuerpo solo, un sólo cuerpo

    un cuerpo como día derramado

    y noche devorada;

    la luz de unos cabellos

    que no apaciguan nunca

    la sombra de mi tacto;

    una garganta, un vientre que amanece

    como el mar que se enciende

    cuando toca la frente de la aurora;

    unos tobillos, puentes del verano;

    unos muslos nocturnos que se hunden

    en la música verde de la tarde;

    un pecho que se alza

    y arrasa las espumas;

    un cuello, sólo un cuello,

    unas manos tan sólo,

    unas palabras lentas que descienden

    como arena caída en otra arena….

 

    Esto que se me escapa,

    agua y delicia obscura,

    mar naciendo o muriendo;

    estos labios y dientes,

    estos ojos hambrientos,

    me desnudan de mí

    y su furiosa gracia me levanta

    hasta los quietos cielos

    donde vibra el instante;

    la cima de los besos,

    la plenitud del mundo y de sus formas.

 

    

 

   

   

COMO QUIEN OYE LLOVER

 

    Óyeme como quien oye llover,

    ni atenta ni distraída,

    pasos leves, llovizna,

    agua que es aire, aire que es tiempo,

    el día no acaba de irse,

    la noche no llega todavía,

    figuraciones de la niebla

    al doblar la esquina,

    figuraciones del tiempo

    en el recodo de esta pausa,

    óyeme como quien oye llover,

    sin oírme, oyendo lo que digo

    con los ojos abiertos hacia adentro,

    dormida con los cinco sentidos despiertos,

    llueve, pasos leves, rumor de sílabas,

    aire y agua, palabras que no pesan:

    lo que fuimos y somos,

    los días y los años, este instante,

    tiempo sin peso, pesadumbre enorme,

    óyeme como quien oye llover,

    relumbra el asfalto húmedo,

    el vaho se levanta y camina,

    la noche se abre y me mira,

    eres tú y tu talle de vaho,

    tú y tu cara de noche,

    tú y tu pelo, lento relámpago,

    cruzas la calle y entras en mi frente,

    pasos de agua sobre mis párpados,

    óyeme como quien oye llover,

    el asfalto relumbra, tú cruzas la calle,

    es la niebla errante en la noche,

    como quien oye llover

    es la noche dormida en tu cama,

    es el oleaje de tu respiración,

    tus dedos de agua mojan mi frente,

    tus dedos de llama queman mis ojos,

    tus dedos de aire abren los párpados del tiempo,

    manar de apariciones y resurrecciones,

    óyeme como quien oye llover,

    pasan los años, regresan los instantes,

    ¿oyes tus pasos en el cuarto vecino?

    no aquí ni allá: los oyes

    en otro tiempo que es ahora mismo,

    oye los pasos del tiempo

    inventor de lugares sin peso ni sitio,

    oye la lluvia correr por la terraza,

    la noche ya es más noche en la arboleda,

    en los follajes ha anidado el rayo,

    vago jardín a la deriva

    entra, tu sombra cubre esta página.

 

 

 

   

 

CUERPO A LA VISTA

 

    Y las sombras se abrieron otra vez

    y mostraron su cuerpo:

    tu pelo, otoño espeso, caída de agua solar,

    tu boca y la blanca disciplina

    de tus dientes caníbales,

    prisioneros en llamas,

    tu piel de pan apenas dorado

    y tus ojos de azúcar quemada,

    sitios en donde el tiempo no transcurre,

    valles que sólo mis labios conocen,

    desfiladero de la una que asciende

    a tu garganta entre tus senos,

    cascada petrificada de la nuca,

    alta meseta de tu vientre,

    playa sin fin de tu costado.

 

    Tus ojos son los ojos fijos del tigre

    y un minutos después

    son los ojos húmedos del perro.

    Siempre hay abejas en tu pelo.

    Tu espalda fluye tranquila bajo mis ojos

    como las espalda del río a la luz del incendio.

 

    Aguas dormidas golpean día y noche

    tu cintura de arcilla

    y en tus costas,

    inmensas como los arenales de la luna,

    el viento sopla por mi boca

    y un largo quejido cubre con sus dos alas grises

    la noche de los cuerpos,

    como la sombra del águila la soledad del páramo.

 

    Las uñas de los dedos de tus pies

    están hechas del cristal del verano.

    Entre tus piernas hay un pozo de agua dormida,

    bahía donde el mar de noche se aquieta,

    negro caballo de espuma,

    cueva al pie de la montaña que esconde un tesoro,

    boca de horno donde se hacen las hostias,

    sonrientes labios entreabiertos y atroces,

    nupcias de la luz y la sombra,

    de lo visible y lo invisible

    (allí espera la carne su resurrección

    y el día de la vida perdurable)

 

    Patria de sangre,

    única tierra que conozco y me conoce,

    única patria en la que creo,

    única puerta al infinito. 

 

     

  

 

DECIR, HACER

 

    A Roman Jakobson

 

    Entre lo que veo y digo,

    Entre lo que digo y callo,

    Entre lo que callo y sueño,

    Entre lo que sueño y olvido

    La poesía.

    Se desliza entre el sí y el no:

    dice

    lo que callo,

    calla

    lo que digo,

    sueña

    lo que olvido.

    No es un decir:

    es un hacer.

    Es un hacer

    que es un decir.

    La poesía

    se dice y se oye:

    es real.

    Y apenas digo

    es real,

    se disipa.

    ¿Así es más real?

    Idea palpable,

    palabra

    impalpable:

    la poesía

    va y viene

    entre lo que es

    y lo que no es.

    Teje reflejos

    y los desteje.

    La poesía

    siembra ojos en las páginas

    siembra palabras en los ojos.

    Los ojos hablan

    las palabras miran,

    las miradas piensan.

    Oír

    los pensamientos,

    ver

    lo que decimos

    tocar

    el cuerpo

    de la idea.

    Los ojos

    se cierran

    Las palabras se abren.

 

 

   

 

ELEGÍA INTERRUMPIDA

 

    Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

    Al primer muerto nunca lo olvidamos,

    aunque muera de rayo, tan aprisa

    que no alcance la cama ni los óleos.

    Oigo el bastón que duda en un peldaño,

    el cuerpo que se afianza en un suspiro,

    la puerta que se abre, el muerto que entra.

    De una puerta a morir hay poco espacio

    y apenas queda tiempo de sentarse,

    alzar la cara, ver la hora

    y enterarse: las ocho y cuarto.

 

    Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

    La que murió noche tras noche

    y era una larga despedida,

    un tren que nunca parte, su agonía.

    Codicia de la boca

    al hilo de un suspiro suspendida,

    ojos que no se cierran y hacen señas

    y vagan de la lámpara a mis ojos,

    fija mirada que se abraza a otra,

    ajena, que se asfixia en el abrazo

    y al fin se escapa y ve desde la orilla

    cómo se hunde y pierde cuerpo el alma

    y no encuentra unos ojos a que asirse…

    ¿Y me invitó a morir esa mirada?

    Quizá morimos sólo porque nadie

    quiere morirse con nosotros, nadie

    quiere mirarnos a los ojos.

 

    Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

    Al que se fue por unas horas

    y nadie sabe en qué silencio entró.

    De sobremesa, cada noche,

    la pausa sin color que da al vacío

    o la frase sin fin que cuelga a medias

    del hilo de la araña del silencio

    abren un corredor para el que vuelve:

    suenan sus pasos, sube, se detiene…

    Y alguien entre nosotros se levanta

    y cierra bien la puerta.

    Pero él, allá del otro lado, insiste.

    Acecha en cada hueco, en los repliegues,

    vaga entre los bostezos, las afueras.

    Aunque cerremos puertas, él insiste.

 

    Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

    Rostros perdidos en mi frente, rostros

    sin ojos, ojos fijos, vaciados,

    ¿busco en ellos acaso mi secreto,

    el dios de sangre que mi sangre mueve,

    el dios de yelo, el dios que me devora?

    Su silencio es espejo de mi vida,

    en mi vida su muerte se prolonga:

    soy el error final de sus errores.

 

    Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

    El pensamiento disipado, el acto

    disipado, los nombres esparcidos

    (lagunas, zonas nulas, hoyos

    que escarba terca la memoria),

    la dispersión de los encuentros,

    el yo, su guiño abstracto, compartido

    siempre por otro (el mismo) yo, las iras,

    el deseo y sus máscaras, la víbora

    enterrada, las lentas erosiones,

    la espera, el miedo, el acto

    y su reverso: en mí se obstinan,

    piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,

    beber el agua que les fue negada.

 

    Pero no hay agua ya, todo está seco,

    no sabe el pan, la fruta amarga,

    amor domesticado, masticado,

    en jaulas de barrotes invisibles

    mono onanista y perra amaestrada,

    lo que devoras te devora,

    tu víctima también es tu verdugo.

    Montón de días muertos, arrugados

    periódicos, y noches descorchadas

    y en el amanecer de párpados hinchados

    el gesto con que deshacemos

    el nudo corredizo, la corbata,

    y ya apagan las luces en la calle

    ?saluda al sol, araña, no seas rencorosa?

    y más muertos que vivos entramos en la cama.

 

    Es un desierto circular el mundo,

    el cielo está cerrado y el infierno vacío.

 

    

 

  

 

 

ESCRITO CON TINTA VERDE

 

    La tinta verde crea jardines, selvas, prados,

    follajes donde cantan las letras,

    palabras que son árboles,

    frases que son verdes constelaciones.

 

    Deja que mis palabras, oh blanca, desciendan y te cubran

    como una lluvia de hojas a un campo de nieve,

    como la yedra a la estatua,

    como la tinta a esta página.

 

    Brazos, cintura, cuello, senos,

    la frente pura como el mar,

    la nuca de bosque en otoño,

    los dientes que muerden una brizna de yerba.

 

    Tu cuerpo se constela de signos verdes

    como el cuerpo del árbol de renuevos.

    No te importe tanta pequeña cicatriz luminosa:

    mira al cielo y su verde tatuaje de estrellas.

 

 

   

 

 

ESPEJO

 

    Hay una noche,

    un tiempo hueco, sin testigos,

    una noche de uñas y silencio,

    páramo sin orillas,

    isla de yelo entre los días;

    una noche sin nadie

    sino su soledad multiplicada.

 

    Se regresa de unos labios

    nocturnos, fluviales,

    lentas orillas de coral y savia,

    de un deseo, erguido

    como la flor bajo la lluvia, insomne

    collar de fuego al cuello de la noche,

    o se regresa de uno mismo a uno mismo,

    y entre espejos impávidos un rostro

    me repite a mi rostro, un rostro

    que enmascara a mi rostro.

 

    Frente a los juegos fatuos del espejo

    mi ser es pira y es ceniza,

    respira y es ceniza,

    y ardo y me quemo y resplandezco y miento

    un yo que empuña, muerto,

    una daga de humo que le finge

    la evidencia de sangre de la herida,

    y un yo, mi yo penúltimo,

    que sólo pide olvido, sombra, nada,

    final mentira que lo enciende y quema.

 

    De una máscara a otra

    hay siempre un yo penúltimo que pide.

    Y me hundo en mí mismo y no me toco.

 

  

    

 

 

LA POESÍA 

 

    Llegas, silenciosa, secreta,

    y despiertas los furores, los goces,

    y esta angustia

    que enciende lo que toca

    y engendra en cada cosa

    una avidez sombría.

 

    El mundo cede y se desploma

    como metal al fuego.

    Entre mis ruinas me levanto,

    solo, desnudo, despojado,

    sobre la roca inmensa del silencio,

    como un solitario combatiente

    contra invisibles huestes.

 

    Verdad abrasadora,

    ¿A qué me empujas?

    No quiero tu verdad,

    tu insensata pregunta.

    ¿A qué esta lucha estéril?

    No es el hombre criatura capaz de contenerte,

    avidez que sólo en la sed se sacia,

    llama que todos los labios consume,

    espíritu que no vive en ninguna forma

    mas hace arder todas las formas.

 

    Subes desde lo más hondo de mí,

    desde el centro innombrable de mi ser,

    ejército, marea.

    Creces, tu sed me ahoga,

    expulsando, tiránica,

    aquello que no cede

    a tu espada frenética.

    Ya sólo tú me habitas,

    tú, sin nombre, furiosa substancia,

    avidez subterránea, delirante.

 

    Golpean mi pecho tus fantasmas,

    despiertas a mi tacto,

    hielas mi frente,

    abres mis ojos.

 

    Percibo el mundo y te toco,

    substancia intocable,

    unidad de mi alma y de mi cuerpo,

    y contemplo el combate que combato

    y mis bodas de tierra.

 

    Nublan mis ojos imágenes opuestas,

    y a las mismas imágenes

    otras, más profundas, las niegan,

    ardiente balbuceo,

    aguas que anega un agua más oculta y densa.

    En su húmeda tiniebla vida y muerte,

    quietud y movimiento, son lo mismo.

 

    Insiste, vencedora,

    porque tan sólo existo porque existes,

    y mi boca y mi lengua se formaron

    para decir tan sólo tu existencia

    y tus secretas sílabas, palabra

    impalpable y despótica,

    substancia de mi alma.

 

    Eres tan sólo un sueño,

    pero en ti sueña el mundo

    y su mudez habla con tus palabras.

    Rozo al tocar tu pecho

    la eléctrica frontera de la vida,

    la tiniebla de sangre

    donde pacta la boca cruel y enamorada,

    ávida aún de destruir lo que ama

    y revivir lo que destruye,

    con el mundo, impasible

    y siempre idéntico a sí mismo,

    porque no se detiene en ninguna forma

    ni se demora sobre lo que engendra.

 

    Llévame, solitaria,

    llévame entre los sueños,

    llévame, madre mía,

    despiértame del todo,

    hazme soñar tu sueño,

    unta mis ojos con aceite,

    para que al conocerte me conozca.

 

 

   

 

 

MÁS ALLÁ DEL AMOR

 

    Todo nos amenaza:

    el tiempo, que en vivientes fragmentos divide

    al que fui

    del que seré,

    como el machete a la culebra;

    la conciencia, la transparencia traspasada,

    la mirada ciega de mirarse mirar;

    las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba,

    el agua, la piel:

    nuestros nombres, que entre tú y yo se levantan,

    murallas de vacío que ninguna trompeta derrumba.

    Ni el sueño y su pueblo de imágenes rotas,

    ni el delirio y su espuma profética,

    ni el amor con sus dientes y uñas, no bastan.

    Más allá de nosotros,

    en las fronteras del ser y el estar,

    una vida más vida nos reclama.

 

    Afuera la noche respira, se extiende,

    llena de grandes hojas calientes,

    de espejos que combaten:

    frutos, garras, ojos, follajes,

    espaldas que relucen,

    cuerpos que se abren paso entre otros cuerpos.

 

    Tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma,

    de tanta vida que se ignora y se entrega:

    tú también perteneces a la noche.

    Extiéndete, blancura que respira,

    late, oh estrella repartida, copa,

    pan que inclinas la balanza del lado de la aurora,

    pausa de sangre entre este tiempo y otro sin medida.

 

 

   

 

 

 

MOVIMIENTO

 

    Si tú eres la yegua de ámbar

        yo soy el camino de sangre

    Si tú eres la primera nevada

        yo soy el que enciende el brasero del alba

    Si tú eres la torre de la noche

        yo soy el clavo ardiendo en tu frente

    Si tú eres la marea matutina

        yo soy el grito del primer pájaro

    Si tú eres la cesta de naranjas

        yo soy el cuchillo de sol

    Si tú eres el altar de piedra

        yo soy la mano sacrílega

    Si tú eres la tierra acostada

        yo soy la caña verde

    Si tú eres el salto del viento

        yo soy el fuego enterrado

    Si tú eres la boca del agua

        yo soy la boca del musgo

    Si tú eres el bosque de las nubes

        yo soy el hacha que las parte

    Si tú eres la ciudad profanada

        yo soy la lluvia de consagración

    Si tú eres la montaña amarilla

        yo soy los brazos rojos del liquen

    Si tú eres el sol que se levanta

        yo soy el camino de la sangre

 

 

   

 

 

NIÑA

 

    A Laura Elena

 

    Nombras el árbol, niña.

    Y el árbol crece, lento,

    alto deslumbramiento,

    hasta volvernos verde la mirada.

 

    Nombras el cielo, niña.

    Y las nubes pelean con el viento

    y el espacio se vuelve

    un transparente campo de batalla.

 

    Nombras el agua, niña.

    Y el agua brota, no sé dónde,

    brilla en las hojas, habla entre las piedras

    y en húmedos vapores nos convierte.

 

    No dices nada, niña.

    Y la ola amarilla,

    la marea de sol,

    en su cresta nos alza,

    en los cuatro horizontes nos dispersa

    y nos devuelve, intactos,

    en el centro del día, a ser nosotros.

 

    

   

 

 

NOCHE DE VERANO

 

    Pulsas, palpas el cuerpo de la noche,

    verano que te bañas en los ríos,

    soplo en el que se ahogan las estrellas,

    aliento de una boca,

    de unos labios de tierra.

 

    Tierra de labios, boca

    donde un infierno agónico jadea,

    labios en donde el cielo llueve

    y el agua canta y nacen paraísos.

 

    Se incendia el árbol de la noche

    y sus astillas son estrellas,

    son pupilas, son pájaros.

    Fluyen ríos sonámbulos.

    Lenguas de sal incandescente

    contra una playa oscura.

 

    Todo respira, vive, fluye:

    la luz en su temblor,

    el ojo en el espacio,

    el corazón en su latido,

    la noche en su infinito.

 

    Un nacimiento oscuro, sin orillas,

    nace en la noche de verano,

    en tu pupila nace todo el cielo.

 

 

  

 

 

OLVIDO

 

    Cierra los ojos y a oscuras piérdete

    bajo el follaje rojo de tus párpados.

    Húndete en esas espirales

    del sonido que zumba y cae

    y suena allí, remoto,

    hacia el sitio del tímpano,

    como una catarata ensordecida.

 

    Hunde tu ser a oscuras,

    anégate la piel,

    y más, en tus entrañas;

    que te deslumbre y ciegue

    el hueso, lívida centella,

    y entre simas y golfos de tiniebla

    abra su azul penacho al fuego fatuo.

 

    En esa sombra líquida del sueño

    moja tu desnudez;

    abandona tu forma, espuma

    que no sabe quien dejó en la orilla;

    piérdete en ti, infinita,

    en tu infinito ser,

    ser que se pierde en otro mar:

    olvídate y olvídame.

 

    En ese olvido sin edad ni fondo,

    labios, besos, amor, todo renace:

    las estrellas son hijas de la noche.

 

  

 

  

 

OTOÑO

 

    En llamas, en otoños incendiadas,

    arde a veces mi corazón,

    puro y solo. El viento lo despierta,

    toca su centro y lo suspende

    en luz que sonríe para nadie:

    ¡cuánta belleza suelta!

 

    Busco unas manos,

    una presencia, un cuerpo,

    lo que rompe los muros

    y hace nacer las formas embriagadas,

    un roce, un son, un giro, un ala apenas,

    celestes frutos de luz desnuda.

 

    Busco dentro mí,

    huesos, violines intocados,

    vértebras delicadas y sombrías,

    labios que sueñan labios,

    manos que sueñan pájaros…

 

    Y algo que no se sabe y dice “nunca”

    cae del cielo,

    de ti, mi Dios y mi adversario.

    

 

   

 

 

TENDIDA Y DESGARRADA…

 

    Tendida y desgarrada,

    a la derecha de mis venas, muda;

    en mortales orillas infinita,

    inmóvil y serpiente.

 

    Toco tu delirante superficie,

    los poros silenciosos, jadeantes,

    la circular carrera de tu sangre,

    su reiterado golpe, verde y tibio.

 

    Primero es un aliento amanecido,

    una oscura presencia de latidos

    que recorren tu piel, toda de labios,

    resplandeciente tacto de caricias.

 

    El arco de las cejas se hace ojera.

    Ay, sed, desgarradora,

    horror de heridos ojos

    donde mi origen y mi muerte veo,

    graves ojos de náufraga

    citándome a la espuma,

    a la blanca región de los desmayos

    en un voraz vacío

    que nos hunde en nosotros.

 

    Arrojados a blancas espirales

    rozamos nuestro origen,

    el vegetal nos llama,

    la piedra nos recuerda

    y la raíz sedienta

    del árbol que creció de nuestro polvo.

 

    Adivino tu rostro entre estas sombras,

    el terrible sollozo de tu sexo,

    todos tus nacimientos

    y la muerte que llevas escondida.

    En tus ojos navegan niños, sombras,

    relámpagos, mis ojos, el vacío.

                         

   

 

   

 

 

PIEDRA DE SOL

 

    La treizième revient…c’est encor la première;

    et c’est toujours la seule-ou c’est le seul moment;

    car es-tu reine, ô toi, la première ou dernière?

    es-tu roi, toi le seul ou le dernier amant?

                                  Gérard de Nerval (Arthémis)

 

    un sauce de cristal, un chopo de agua,

    un alto surtidor que el viento arquea,

    un árbol bien plantado mas danzante,

    un caminar de río que se curva,

    avanza, retrocede, da un rodeo

    y llega siempre:

                                      un caminar tranquilo

    de estrella o primavera sin premura,

    agua que con los párpados cerrados

    mana toda la noche profecías,

    unánime presencia en oleaje,

    ola tras ola hasta cubrirlo todo,

    verde soberanía sin ocaso

    como el deslumbramiento de las alas

    cuando se abren en mitad del cielo,

 

    un caminar entre las espesuras

    de los días futuros y el aciago

    fulgor de la desdicha como un ave

    petrificando el bosque con su canto

    y las felicidades inminentes

    entre las ramas que se desvanecen,

    horas de luz que pican ya los pájaros,

    presagios que se escapan de la mano,

 

    una presencia como un canto súbito,

    como el viento cantando en el incendio,

    una mirada que sostiene en vilo

    al mundo con sus mares y sus montes,

    cuerpo de luz filtrado por un ágata,

    piernas de luz, vientre de luz, bahías,

    roca solar, cuerpo color de nube,

    color de día rápido que salta,

    la hora centellea y tiene cuerpo,

    el mundo ya es visible por tu cuerpo,

    es transparente por tu transparencia,

 

    voy entre galerías de sonidos,

    fluyo entre las presencias resonantes,

    voy por las transparencias como un ciego,

    un reflejo me borra, nazco en otro,

    oh bosque de pilares encantados,

    bajo los arcos de la luz penetro

    los corredores de un otoño diáfano,

 

    voy por tu cuerpo como por el mundo,

    tu vientre es una plaza soleada,

    tus pechos dos iglesias donde oficia

    la sangre sus misterios paralelos,

    mis miradas te cubren como yedra,

    eres una ciudad que el mar asedia,

    una muralla que la luz divide

    en dos mitades de color durazno,

    un paraje de sal, rocas y pájaros

    bajo la ley del mediodía absorto,

 

    vestida del color de mis deseos

    como mi pensamiento vas desnuda,

    voy por tus ojos como por el agua,

    los tigres beben sueño de esos ojos,

    el colibrí se quema en esas llamas,

    voy por tu frente como por la luna,

    como la nube por tu pensamiento,

    voy por tu vientre como por tus sueños,

 

    tu falda de maíz ondula y canta,

    tu falda de cristal, tu falda de agua,

    tus labios, tus cabellos, tus miradas,

    toda la noche llueves, todo el día

    abres mi pecho con tus dedos de agua,

    cierras mis ojos con tu boca de agua,

    sobre mis huesos llueves, en mi pecho

    hunde raíces de agua un árbol líquido,

 

    voy por tu talle como por un río,

    voy por tu cuerpo como por un bosque,

    como por un sendero en la montaña

    que en un abismo brusco se termina

    voy por tus pensamientos afilados

    y a la salida de tu blanca frente

    mi sombra despeñada se destroza,

    recojo mis fragmentos uno a uno

    y prosigo sin cuerpo, busco a tientas,

 

    corredores sin fin de la memoria,

    puertas abiertas a un salón vacío

    donde se pudren todos lo veranos,

    las joyas de la sed arden al fondo,

    rostro desvanecido al recordarlo,

    mano que se deshace si la toco,

    cabelleras de arañas en tumulto

    sobre sonrisas de hace muchos años,

 

    a la salida de mi frente busco,

    busco sin encontrar, busco un instante,

    un rostro de relámpago y tormenta

    corriendo entre los árboles nocturnos,

    rostro de lluvia en un jardín a obscuras,

    agua tenaz que fluye a mi costado,

 

    busco sin encontrar, escribo a solas,

    no hay nadie, cae el día, cae el año,

    caigo en el instante, caigo al fondo,

    invisible camino sobre espejos

    que repiten mi imagen destrozada,

    piso días, instantes caminados,

    piso los pensamientos de mi sombra,

    piso mi sombra en busca de un instante,

 

    busco una fecha viva como un pájaro,

    busco el sol de las cinco de la tarde

    templado por los muros de tezontle:

    la hora maduraba sus racimos

    y al abrirse salían las muchachas

    de su entraña rosada y se esparcían

    por los patios de piedra del colegio,

    alta como el otoño caminaba

    envuelta por la luz bajo la arcada

    y el espacio al ceñirla la vestía

    de un piel más dorada y transparente,

 

    tigre color de luz, pardo venado

    por los alrededores de la noche,

    entrevista muchacha reclinada

    en los balcones verdes de la lluvia,

    adolescente rostro innumerable,

    he olvidado tu nombre, Melusina,

    Laura, Isabel, Perséfona, María,

    tienes todos los rostros y ninguno,

    eres todas las horas y ninguna,

    te pareces al árbol y a la nube,

    eres todos los pájaros y un astro,

    te pareces al filo de la espada

    y a la copa de sangre del verdugo,

    yedra que avanza, envuelve y desarraiga

    al alma y la divide de sí misma,

 

    escritura de fuego sobre el jade,

    grieta en la roca, reina de serpientes,

    columna de vapor, fuente en la peña,

    circo lunar, peñasco de las águilas,

    grano de anís, espina diminuta

    y mortal que da penas inmortales,

    pastora de los valles submarinos

    y guardiana del valle de los muertos,

    liana que cuelga del cantil del vértigo,

    enredadera, planta venenosa,

    flor de resurrección, uva de vida,

    señora de la flauta y del relámpago,

    terraza del jazmín, sal en la herida,

    ramo de rosas para el fusilado,

    nieve en agosto, luna del patíbulo,

    escritura del mar sobre el basalto,

    escritura del viento en el desierto,

    testamento del sol, granada, espiga,

 

    rostro de llamas, rostro devorado,

    adolescente rostro perseguido

    años fantasmas, días circulares

    que dan al mismo patio, al mismo muro,

    arde el instante y son un solo rostro

    los sucesivos rostros de la llama,

    todos los nombres son un solo nombre

    todos los rostros son un solo rostro,

    todos los siglos son un solo instante

    y por todos los siglos de los siglos

    cierra el paso al futuro un par de ojos,

 

    no hay nada frente a mí, sólo un instante

    rescatado esta noche, contra un sueño

    de ayuntadas imágenes soñado,

    duramente esculpido contra el sueño,

    arrancado a la nada de esta noche,

    a pulso levantado letra a letra,

    mientras afuera el tiempo se desboca

    y golpea las puertas de mi alma

    el mundo con su horario carnicero,

 

    sólo un instante mientras las ciudades,

    los nombres, lo sabores, lo vivido,

    se desmoronan en mi frente ciega,

    mientras la pesadumbre de la noche

    mi pensamiento humilla y mi esqueleto,

    y mi sangre camina más despacio

    y mis dientes se aflojan y mis ojos

    se nublan y los días y los años

    sus horrores vacíos acumulan,

 

    mientras el tiempo cierra su abanico

    y no hay nada detrás de sus imágenes

    el instante se abisma y sobrenada

    rodeado de muerte, amenazado

    por la noche y su lúgubre bostezo,

    amenazado por la algarabía

    de la muerte vivaz y enmascarada

    el instante se abisma y se penetra,

    como un puño se cierra, como un fruto

    que madura hacia dentro de sí mismo

    y a sí mismo se bebe y se derrama

    el instante translúcido se cierra

    y madura hacia dentro, echa raíces,

    crece dentro de mí, me ocupa todo,

    me expulsa su follaje delirante,

    mis pensamientos sólo son su pájaros,

    su mercurio circula por mis venas,

    árbol mental, frutos sabor de tiempo,

 

    oh vida por vivir y ya vivida,

    tiempo que vuelve en una marejada

    y se retira sin volver el rostro,

    lo que pasó no fue pero está siendo

    y silenciosamente desemboca

    en otro instante que se desvanece:

 

    frente a la tarde de salitre y piedra

    armada de navajas invisibles

    una roja escritura indescifrable

    escribes en mi piel y esas heridas

    como un traje de llamas me recubren,

    ardo sin consumirme, busco el agua

    y en tus ojos no hay agua, son de piedra,

    y tus pechos, tu vientre, tus caderas

    son de piedra, tu boca sabe a polvo,

    tu boca sabe a tiempo emponzoñado,

    tu cuerpo sabe a pozo sin salida,

    pasadizo de espejos que repiten

    los ojos del sediento, pasadizo

    que vuelve siempre al punto de partida,

    y tú me llevas ciego de la mano

    por esas galerías obstinadas

    hacia el centro del círculo y te yergues

    como un fulgor que se congela en hacha,

    como luz que desuella, fascinante

    como el cadalso para el condenado,

    flexible como el látigo y esbelta

    como un arma gemela de la luna,

    y tus palabras afiladas cavan

    mi pecho y me despueblan y vacían,

    uno a uno me arrancas los recuerdos,

    he olvidado mi nombre, mis amigos

    gruñen entre los cerdos o se pudren

    comidos por el sol en un barranco,

 

    no hay nada en mí sino una larga herida,

    una oquedad que ya nadie recorre,

    presente sin ventanas, pensamiento

    que vuelve, se repite, se refleja

    y se pierde en su misma transparencia,

    conciencia traspasada por un ojo

    que se mira mirarse hasta anegarse

    de claridad:

                             yo vi tu atroz escama,

    Melusina, brillar verdosa al alba,

    dormías enroscada entre las sábanas

    y al despertar gritaste como un pájaro

    y caíste sin fin, quebrada y blanca,

    nada quedó de ti sino tu grito,

    y al cabo de los siglos me descubro

    con tos y mala vista, barajando

    viejas fotos:

                             no hay nadie, no eres nadie,

    un montón de ceniza y una escoba,

    un cuchillo mellado y un plumero,

    un pellejo colgado de unos huesos,

    un racimo ya seco, un hoyo negro

    y en el fondo del hoyo los dos ojos

    de una niña ahogada hace mil años,

 

    miradas enterradas en un pozo,

    miradas que nos ven desde el principio,

    mirada niña de la madre vieja

    que ve en el hijo grande un padre joven,

    mirada madre de la niña sola

    que ve en el padre grande un hijo niño,

    miradas que nos miran desde el fondo

    de la vida y son trampas de la muerte

    ¿o es al revés: caer en esos ojos

    es volver a la vida verdadera?,

 

    ¡caer, volver, soñarme y que me sueñen

    otros ojos futuros, otra vida,

    otras nubes, morirme de otra muerte!

    esta noche me basta, y este instante

    que no acaba de abrirse y revelarme

    dónde estuve, quién fui, cómo te llamas,

    cómo me llamo yo:

                                            ¿hacía planes

    para el verano? -y todos los veranos-

    en Christopher Street, hace diez años,

    con Filis que tenía dos hoyuelos

    donde bebían luz los gorriones?,

    ¿por la Reforma Carmen me decía

    «no pesa el aire, aquí siempre es octubre»,

    o se lo dijo a otro que he perdido

    o yo lo invento y nadie me lo ha dicho?,

    ¿caminé por la noche de Oaxaca,

    inmensa y verdinegra como un árbol,

    hablando solo como el viento loco

    y al llegar a mi cuarto ?siempre un cuarto?

    no me reconocieron los espejos?,

    ¿desde el hotel Vernet vimos al alba

    bailar con los castaños ? “ya es muy tarde”

    decías al peinarte y yo veía

    manchas en la pared, sin decir nada?,

    ¿subimos juntos a la torre, vimos

    caer la tarde desde el arrecife?

    ¿comimos uvas en Bidart?, ¿compramos

    gardenias en Perote?,

                                                 nombres, sitios,

    calles y calles, rostros, plazas, calles,

    estaciones, un parque, cuartos solos,

    manchas en la pared, alguien se peina,

    alguien canta a mi lado, alguien se viste,

    cuartos, lugares, calles, nombres, cuartos,

 

    Madrid, 1937,

    en la Plaza del Ángel las mujeres

    cosían y cantaban con sus hijos,

    después sonó la alarma y hubo gritos,

    casas arrodilladas en el polvo,

    torres hendidas, frentes esculpidas

    y el huracán de los motores, fijo:

    los dos se desnudaron y se amaron

    por defender nuestra porción eterna,

    nuestra ración de tiempo y paraíso,

    tocar nuestra raíz y recobrarnos,

    recobrar nuestra herencia arrebatada

    por ladrones de vida hace mil siglos,

    los dos se desnudaron y besaron

    porque las desnudeces enlazadas

    saltan el tiempo y son invulnerables,

    nada las toca, vuelven al principio,

    no hay tú ni yo, mañana, ayer ni nombres,

    verdad de dos en sólo un cuerpo y alma,

    oh ser total…

                                cuartos a la deriva

    entre ciudades que se van a pique,

    cuartos y calles, nombres como heridas,

    el cuarto con ventanas a otros cuartos

    con el mismo papel descolorido

    donde un hombre en camisa lee el periódico

    o plancha una mujer; el cuarto claro

    que visitan las ramas de un durazno;

    el otro cuarto: afuera siempre llueve

    y hay un patio y tres niños oxidados;

    cuartos que son navíos que se mecen

    en un golfo de luz; o submarinos:

    el silencio se esparce en olas verdes,

    todo lo que tocamos fosforece;

    mausoleos de lujo, ya roídos

    los retratos, raídos los tapetes;

    trampas, celdas, cavernas encantadas,

    pajareras y cuartos numerados,

    todos se transfiguran, todos vuelan,

    cada moldura es nube, cada puerta

    da al mar, al campo, al aire, cada mesa

    es un festín; cerrados como conchas

    el tiempo inútilmente los asedia,

    no hay tiempo ya, ni muro: ¡espacio, espacio,

    abre la mano, coge esta riqueza,

    corta los frutos, come de la vida,

    tiéndete al pie del árbol, bebe el agua!,

 

    todo se transfigura y es sagrado,

    es el centro del mundo cada cuarto,

    es la primera noche, el primer día,

    el mundo nace cuando dos se besan,

    gota de luz de entrañas transparentes

    el cuarto como un fruto se entreabre

    o estalla como un astro taciturno

    y las leyes comidas de ratones,

    las rejas de los bancos y las cárceles,

    las rejas de papel, las alambradas,

    los timbres y las púas y los pinchos,

    el sermón monocorde de las armas,

    el escorpión meloso y con bonete,

    el tigre con chistera, presidente

    del Club Vegetariano y la Cruz Roja,

    el burro pedagogo, el cocodrilo

    metido a redentor, padre de pueblos,

    el Jefe, el tiburón, el arquitecto

    del porvenir, el cerdo uniformado,

    el hijo predilecto de la Iglesia

    que se lava la negra dentadura

    con el agua bendita y toma clases

    de inglés y democracia, las paredes

    invisibles, las máscaras podridas

    que dividen al hombre de los hombres,

    al hombre de sí mismo,

                                                     se derrumban

    por un instante inmenso y vislumbramos

    nuestra unidad perdida, el desamparo

    que es ser hombres, la gloria que es ser hombres

    y compartir el pan, el sol, la muerte,

    el olvidado asombro de estar vivos;

 

    amar es combatir, si dos se besan

    el mundo cambia, encarnan los deseos,

    el pensamiento encarna, brotan las alas

    en las espaldas del esclavo, el mundo

    es real y tangible, el vino es vino,

    el pan vuelve a saber, el agua es agua,

    amar es combatir, es abrir puertas,

    dejar de ser fantasma con un número

    a perpetua cadena condenado

    por un amo sin rostro;

                                                   el mundo cambia

    si dos se miran y se reconocen,

    amar es desnudarse de los nombres:

    “déjame ser tu puta”, son palabras

    de Eloísa, mas él cedió a las leyes,

    la tomó por esposa y como premio

    lo castraron después;

                                                 mejor el crimen,

    los amantes suicidas, el incesto

    de los hermanos como dos espejos

    enamorados de su semejanza,

    mejor comer el pan envenenado,

    el adulterio en lechos de ceniza,

    los amores feroces, el delirio,

    su yedra ponzoñosa, el sodomita

    que lleva por clavel en la solapa

    un gargajo, mejor ser lapidado

    en las plazas que dar vuelta a la noria

    que exprime la substancia de la vida,

    cambia la eternidad en horas huecas,

    los minutos en cárceles, el tiempo

    en monedas de cobre y mierda abstracta;

 

    mejor la castidad, flor invisible

    que se mece en los tallos del silencio,

    el difícil diamante de los santos

    que filtra los deseos, sacia al tiempo,

    nupcias de la quietud y el movimiento,

    canta la soledad en su corola,

    pétalo de cristal en cada hora,

    el mundo se despoja de sus máscaras

    y en su centro, vibrante transparencia,

    lo que llamamos Dios, el ser sin nombre,

    se contempla en la nada, el ser sin rostro

    emerge de sí mismo, sol de soles,

    plenitud de presencias y de nombres;

 

    sigo mi desvarío, cuartos, calles,

    camino a tientas por los corredores

    del tiempo y subo y bajo sus peldaños

    y sus paredes palpo y no me muevo,

    vuelvo donde empecé, busco tu rostro,

    camino por las calles de mí mismo

    bajo un sol sin edad, y tú a mi lado

    caminas como un árbol, como un río

    caminas y me hablas como un río,

    creces como una espiga entre mis manos,

    lates como una ardilla entre mis manos,

    vuelas como mil pájaros, tu risa

    me ha cubierto de espumas, tu cabeza

    es un astro pequeño entre mis manos,

    el mundo reverdece si sonríes

    comiendo una naranja,

    el mundo cambia

    si dos, vertiginosos y enlazados,

    caen sobre las yerba: el cielo baja,

    los árboles ascienden, el espacio

    sólo es luz y silencio, sólo espacio

    abierto para el águila del ojo,

    pasa la blanca tribu de las nubes,

    rompe amarras el cuerpo, zarpa el alma,

    perdemos nuestros nombres y flotamos

    a la deriva entre el azul y el verde,

    tiempo total donde no pasa nada

    sino su propio transcurrir dichoso,

 

    no pasa nada, callas, parpadeas

    (silencio: cruzó un ángel este instante

    grande como la vida de cien soles),

    ¿no pasa nada, sólo un parpadeo?

    y el festín, el destierro, el primer crimen,

    la quijada del asno, el ruido opaco

    y la mirada incrédula del muerto

    al caer en el llano ceniciento,

    Agamenón y su mugido inmenso

    y el repetido grito de Casandra

    más fuerte que los gritos de las olas,

    Sócrates en cadenas” (el sol nace,

    morir es despertar: “Critón, un gallo

    a Esculapio, ya sano de la vida”),

    el chacal que diserta entre las ruinas

    de Nínive, la sombra que vio Bruto

    antes de la batalla, Moctezuma

    en el lecho de espinas de su insomnio,

    el viaje en la carretera hacia la muerte

    ?el viaje interminable mas contado

    por Robespierre minuto tras minuto,

    la mandíbula rota entre las manos?,

    Churruca en su barrica como un trono

    escarlata, los pasos ya contados

    de Lincoln al salir hacia el teatro,

    el estertor de Trotsky y sus quejidos

    de jabalí, Madero y su mirada

    que nadie contestó: ¿por qué me matan?,

    los carajos, los ayes, los silencios

    del criminal, el santo, el pobre diablo,

    cementerio de frases y de anécdotas

    que los perros retóricos escarban,

    el delirio, el relincho, el ruido obscuro

    que hacemos al morir y ese jadeo

    que la vida que nace y el sonido

    de huesos machacados en la riña

    y la boca de espuma del profeta

    y su grito y el grito del verdugo

    y el grito de la víctima…

                                        son llamas

    los ojos y son llamas lo que miran,

    llama la oreja y el sonido llama,

    brasa los labios y tizón la lengua,

    el tacto y lo que toca, el pensamiento

    y lo pensado, llama el que lo piensa,

    todo se quema, el universo es llama,

    arde la misma nada que no es nada

    sino un pensar en llamas, al fin humo:

    no hay verdugo ni víctima…

                                             ¿y el grito

    en la tarde del viernes?, y el silencio

    que se cubre de signos, el silencio

    que dice sin decir, ¿no dice nada?,

    ¿no son nada los gritos de los hombres?,

    ¿no pasa nada cuando pasa el tiempo?

 

    no pasa nada, sólo un parpadeo

    del sol, un movimiento apenas, nada,

    no hay redención, no vuelve atrás el tiempo,

    los muerto están fijos en su muerte

    y no pueden morirse de otra muerte,

    intocables, clavados en su gesto,

    desde su soledad, desde su muerte

    sin remedio nos miran sin mirarnos,

    su muerte ya es la estatua de su vida,

    un siempre estar ya nada para siempre,

    cada minuto es nada para siempre,

    un rey fantasma rige sus latidos

    y tu gesto final, tu dura máscara

    labra sobre tu rostro cambiante:

    el monumento somos de una vida

    ajena y no vivida, apenas nuestra,

 

    -¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?,

    ¿cuando somos de veras lo que somos?,

    bien mirado no somos, nunca somos

    a solas sino vértigo y vacío,

    muecas en el espejo, horror y vómito,

    nunca la vida es nuestra, es de los otros,

    la vida no es de nadie, todos somos

    la vida ?pan de sol para los otros,

    los otros todos que nosotros somos?,

    soy otro cuando soy, los actos míos

    son más míos si son también de todos,

    para que pueda ser he de ser otro,

    salir de mí, buscarme entre los otros,

    los otros que no son si yo no existo,

    los otros que me dan plena existencia,

    no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,

    la vida es otra, siempre allá, más lejos,

    fuera de ti, de mí, siempre horizonte,

    vida que nos desvive y enajena,

    que nos inventa un rostro y lo desgasta,

    hambre de ser, oh muerte, pan de todos,

 

    Eloísa, Perséfona, María,

    muestra tu rostro al fin para que vea

    mi cara verdadera, la del otro,

    mi cara de nosotros siempre todos,

    cara de árbol y de panadero,

    de chofer y de nube y de marino,

    cara de sol y arroyo y Pedro y Pablo,

    cara de solitario colectivo,

    despiértame, ya nazco:

                                     vida y muerte

    pactan en ti, señora de la noche,

    torre de claridad, reina del alba,

    virgen lunar, madre del agua madre,

    cuerpo del mundo, casa de la muerte,

    caigo sin fin desde mi nacimiento,

    caigo en mí mismo sin tocar mi fondo,

    recógeme en tus ojos, junta el polvo

    disperso y reconcilia mis cenizas,

    ata mis huesos divididos, sopla

    sobre mi ser, entiérrame en tu tierra,

    tu silencio dé paz al pensamiento

    contra sí mismo airado;

                                    abre la mano,

    señora de semillas que son días,

    el día es inmortal, asciende, crece,

    acaba de nacer y nunca acaba,

    cada día es nacer, un nacimiento

    es cada amanecer y yo amanezco,

    amanecemos todos, amanece

    el sol cara de sol, Juan amanece

    con su cara de Juan cara de todos,

 

    puerta del ser, despiértame, amanece,

    déjame ver el rostro de este día,

    déjame ver el rostro de esta noche,

    todo se comunica y transfigura,

    arco de sangre, puente de latidos,

    llévame al otro lado de esta noche,

    adonde yo soy tú somos nosotros,

    al reino de pronombres enlazados,

 

    puerta del ser: abre tu ser, despierta,

    aprende a ser también, labra tu cara,

    trabaja tus facciones, ten un rostro

    para mirar mi rostro y que te mire,

    para mirar la vida hasta la muerte,

    rostro de mar, de pan, de roca y fuente,

    manantial que disuelve nuestros rostros

    en el rostro sin nombre, el ser sin rostro,

    indecible presencia de presencias…

 

    quiero seguir, ir más allá, y no puedo:

    se despeñó el instante en otro y otro,

    dormí sueños de piedra que no sueña

    y al cabo de los años como piedras

    oí cantar mi sangre encarcelada,

    con un rumor de luz el mar cantaba,

    una a una cedían las murallas,

    todas las puertas se desmoronaban

    y el sol entraba a saco por mi frente,

    despegaba mis párpados cerrados,

    desprendía mi ser de su envoltura,

    me arrancaba de mí, me separaba

    de mi bruto dormir siglos de piedra

    y su magia de espejos revivía

    un sauce de cristal, un chopo de agua,

    un alto surtidor que el viento arquea,

    un árbol bien plantado mas danzante,

    un caminar de río que se curva,

    avanza, retrocede, da un rodeo

    y llega siempre:

 

    México, 1957

 

 

 

Datos vitales

Octavio Paz (1914 – 1998). Poeta y ensayista. Figura capital de la literatura mexicana del siglo XX. En 1937 asiste al Congreso de Escritores Antifascistas en Valencia (España). Entre sus obras destacan: “Bajo tu clara sombra”, “No pasarán!”, “Raíz de hombre”, “A la orilla del mundo”, “Noche de resurrecciones”, “El laberinto de la soledad”, “El arco y la lira”, “¿Águila o sol?”, “Libertad bajo palabra”, “Salamandra”, “Ladera este”, “Cuadrivio”, “Puertas del campo”, “Corriente alterna”, “El mono gramático”, “Los hijos del limo”, “El ogro filantrópico”, “Árbol adentro”, “La otra voz”, “Poesía de fin de siglo”, “La llama doble”, “Vislumbres de la India”, entre otros. Por su obra obtuvo importantes reconocimientos como: el Gran Premio Internacional de Poesía (1963), el Premio Cervantes (1981) y el Premio Nobel de Literatura (1990).

 

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