Foja de poesía No. 279: Francisco Segovia

Francisco Segovia
Francisco Segovia (Ciudad de México, 1958) es poeta, ensayista, traductor y lexicógrafo. Con una amplia trayectoria, Segovia nos ofrece una serie de poemas inéditos correspondientes a la trilogía Partidas, poemas sintéticos y certeros. Entre los libros más recientes del autor podemos mencionar El aire habitado / Rellano y Elegía.

 

 

D e   g u a r d i a

(Nuevos fragmentos)

 

y nosotros los guardias

alimento de los tigres

—Rikaku

 

También en nosotros pesa la plomada

que va hundiendo al sol en el abismo de su peso

puntual como el punto que cae siempre

en el centro de su círculo.

 

Los hombros derrumbándose por dentro

mientras dura aún la guardia.

 

 

 

*

Esperamos sedientos que terminara el día

suplicando en silencio a lo más alto.

Pero en vano.

 

Tampoco la noche

asperjó en el cielo

sus gotas de agua.

 

 

 

*

¡Es tan poca la tierra! —dijo—.

Mis padres y sus padres rastrillaron

estas mismas lajas blancas

que seguimos venerando.

 

A todos los enterramos

echando polvo en su boca.

Pero a poco sobre sus tumbas

volvía a pasar el arado.

 

¡Es tan poca la tierra!

 

 

 

 *

El viento arrasa nuestros párpados

y borra los senderos.

¿Cómo saber a dónde vamos?

 

Caminos de polvo.

Caminos del polvo.

 

 

 

*

Piedras desabridas

que castañetean loma abajo.

 

El viento recorre el espinazo torturado

de ese río de temporal

como un largo escalofrío.

 

 

 

*

A veces una sombra

camina con nosotros.

Los jóvenes se vuelven

queriendo sorprenderla

y se miran en silencio.

Los demás clavamos los ojos

frente a nuestros pasos.

El pudor es algo

que arraiga con los años.

 

 

 

*

Pueblos de adobe

hincados en el polvo.

 

Más que casas

tolvaneras desplomadas.

 

Desligando la argamasa de sus labios

alguien dice que en mixteco

hasta las nubes son polvo:

 

            “Polvo de agua pero polvo”.

 

Ni siquiera un aguacero aliviaría

la sed que anida en el aire.

 

 

 

*

Fregamos con estropajo cada día

el abrevadero y los baldes

de caballos y de perros.

Que no metan las patas

al agua donde beben.

Que no aprendan como nosotros

a engordar las cabras con cicuta

y lavarse las manos en agua puerca.

           

 

 

*

¿Qué hace el aire

que a veces nos acerca

y a veces nos aleja

las montañas?

 

Ayer respirábamos en las playas de un valle

y hoy nos ahogamos en un cerco.

 

 

 

*

¿Hay algo más allá?

Tendemos el oído y aguardamos

cerrando los ojos.

 

No nos avergüenza

dormitar al paso del silencio

y entrar a ritmo en su inercia.

Hacemos lo que la araña 

bamboleándose en sus hilos

hasta que cae su presa y los tensa.

 

El ojo duerme

pero el oído está de guardia.

 

 

 

*

Entrada la noche le echamos

un puño de tierra al fuego.

 

La oscuridad fue apagando

actos y palabras.

Nos puso a salvo para el sueño

y nos tumbamos a dormir …

 

Nos despertó el destello

de un limpio fogonazo.

 

El relámpago nos delataba apretujados

en un recodo de la noche :

aquí el pocillo de peltre

en las piedras de la lumbre

y más allá la sombra de dos hombres

bajo una misma frazada

la silueta de las mulas y sus ojos azorados

el chasquido y la hojarasca

que dejan los roedores al huir

cerniéndose en el aire …

 

Y sólo después

el amplio y hondo retumbo del trueno

que llenó el pecho de la noche …

 

            —¿Truena en tiempo de secas?

            —Quizá se nos fue volando el año

            y ya tocan las aguas.

            —O ya nos alcanzó

            el año que entra …

 

Pero nada podía alegrarnos.

La noche cerró el refugio que nos daba …

 

 

 

*

Luces a voleo y a la suerte …

 

¡Que alguien se haya imaginado

las estrellas en racimos!

 

 

 

*

            —Los guijarros cantan en la orilla

            pero más y mejor al fondo

            donde no se oye …

 

            —Ya verán cómo es amarga

            la niebla al lado de los troncos

            pero dulce sobre el agua …

 

            —Cuando la serpiente beba

            de la sangre del hombre

            y el cielo grite tres veces …

 

Si no lleváramos despiertos tantos días

quizá creeríamos que todo es sueño.

 

 

 

*

Un pedrusco 

—hirsuta flor de lava—

en esta orilla.

 

Pero en su tumbo también él

como un canto hará correr

un limpio arpegio sobre el agua.

 

¡Oh esperanza!

 

 

 

*

Bajamos al pueblo.

Hileras de puertas y ventanas

entreabiertas al silencio.

 

No hay nadie.

Sólo ese susurro que se arrastra

alzando polvo en el empedrado.

 

 

 

*

La miraron sin emoción

pero con la gula indistracta

de una partida de orcas

que cazan toda una ballena

por devorar sólo su lengua.

 

 

 

*

El incendio nos legó estas ruinas.

¿Cómo recibirlas sin quemarnos?

 

Nuestra tristeza antaño circunspecta

aspira el humo amargo de las ascuas.

Y tose.

Tose.

 

 

 

*

Mascamos tierra y tenemos

los ojos llenos de polvo.

Negras costras en vez de uñas.

 

No salimos a la luz

ni recorremos sus plazas.

Sólo de noche rondamos

sin saber si alguna vez

vendrá el día en que el día vuelva

a tolerarnos en sus toldos.

 

Vagamos como espectros

en el ghetto de la noche

y sólo a veces nos cruzamos 

con las mismas sombras que hace tiempo

nos enterraron vivos.

 

 

 

*

Tierra tan blanca que no creerías

que las piedras que el invierno echó a voleo

vayan sin embargo a germinar en primavera.

 

 

 

*

Siempre a tres pasos de ella

como una ola que corre detrás de otra.

 

Entre los dos hay un valle en sombras.

 

Sólo el amor llena el hueco.

 

 

 

 

*

Por el camino canto

las canciones que cantaban

los muchachos de mi tiempo.

 

Ahora soy viejo y me ofende

el mundo de los hombres.

Pero canto y me consuelo.

Nada ha cambiado.

 

Ahí están los mismos árboles

las mismas casas

las mismas melodías que aprendí

con los amigos en la calle.

¡Ah los días

que la juventud nos regalaba!

¡Días de asueto!

 

Mientras cantábamos

en una esquina cualquiera

el mundo ofendía a mi padre.

 

Nada ha cambiado.

           

 

 

*

De noche un pueblo:

guirnalda de farolas alumbradas.

 

Cuando más anhelábamos volver

a esa tibieza ámbar

encendíamos un fuego.

 

Aun a la intemperie era bastante

para avivar entre nosotros

una mansa intimidad

y poner su resplandor en nuestro pecho.

 

Globos de Cantoya

en la noche helada.

           

 

 

*

Morosa curva del camino

que pospone su secreto :

arcoiris derruido.

 

 

 

*

Pero había ese arroyo que el verano

desenredó de entre las peñas

y soltó barranca abajo.

 

Más bruma que agua en su caída.

Más brisa sin la brida de los vientos

antes de llegar al valle ya

con paso manso.

 

Había ese arroyo

entrando a la paciencia de los llanos.

 

 

 

*

De parte de madre —dijo—

mi familia teme a Dios y se persina

cuando atisba un extranjero.

Pero metería al fuego las dos manos

por sacar de los infiernos

a los parientes de mi padre

que también llegaron de lejos.

 

No tengan vergüenza entonces.

Aquí todos sabemos

que es Dios quien nos pone en la puerta

a mendigos y exiliados.

           

 

 

*

Al mediodía un chapuzón

nos refresca 

la confianza.

            —Hay dios.

 

Al media noche un ascua

mal avivada revive

la desconfianza.

            —No hay dios.

 

 

 

*

Por miedo al infierno

nunca ha disparado contra nadie

que no conozca.

 

Dice que el diablo da

su mejor tiro a los que apuntan

a quien ni les debe ni les teme.

 

Por miedo al infierno nunca

al inocente ni al desprevenido.

Sólo a la gente de su pueblo.

 

 

 

*

Empezaba a amanecer apenas

y ya empalidecía al pie del cerro avergonzada

la luz de los enormes reflectores del castillo.

           

 

 

*

Anillo de bodas

hilo de no olvidar

ojo de Dios

llaga en la yema

 

la argolla que dejó en mi dedo la granada.

           

 

 

*

En el centro de la llama

arde la oscuridad.

           

 

 

*

Miramos desde aquí

la otra orilla del valle.

¿Por qué lo más distante

parece más sereno?

 

            Antaño andábamos nimbados

            de una suave inocencia.

            Lo descubrimos sólo ahora

            en estos días tumultuosos.

 

Y los de allá

¿creerán ellos acaso

que aquí vivimos en paz?

           

 

 

*

Guijarros guindas lavados por la lluvia

sus pezones bajo el agua.

 

Puntas de bolillo duras y morenas

sus pezones en mis dientes.

           

 

 

*

Nos abrazábamos los brazos

tiritando. En nuestra celda

el aire pesaba como un lago helado …

 

También el tiempo entumido se tendía

sobre las planchas de cemento

y dejaba la mente en blanco.

Minutos interminablemente prorrogados

que no acababan nunca

de redondearse en un ahora.

 

Cerrábamos los ojos

buscando hallar en las entrañas un rescoldo

que entibiara nuestro sueño.

Pero adentro sólo hallábamos de nuevo

el mismo frío de menta.

 

Si la vida se agitaba aún ahí

era en los espasmos que por turnos

asaltaban nuestros cuerpos en silencio.

 

En los labios ya sólo merodeaba

el soplo tibio que dejó el rondín

del último cigarro por el patio.

 

 

 

*

Nada y nadie empuja mi sangre

al tenso borbotón de la entrepierna.

 

Ella sola acude allí

como acude al llamado de una herida.

           

 

 

*

Mira lo hondo sin ver

los destellos de la superficie.

Y los destellos enceguecen su pupila …

 

Lo más hondo lo mira

sólo con el iris.

           

 

 

*

No es verdad que alguna vez

nos hayamos encontrado

en el campo de batalla

y mezclado nuestras sangres.

 

Nosotros combatíamos

acá con ellos y ellos

allá contra nosotros

sin pisar tierra común.

 

Quien dice “no traigo la paz

sino la espada” no es oído

donde acampa “la injusticia

antes que el desorden”.

 

Pero allá en el campo de ellos

¿quién decía nuestra causa?

           

 

 

*

¿A dónde nos pidieron que llegáramos?

 

Nos parecía tocar

lomas y montañas con las manos.

Y hablábamos en voz muy queda

con los que habían cruzado

más allá …

 

¡Acortamos tan pronto la distancia!

 

Como quien mira el horizonte

a través de un catalejo

no sentimos ya el espacio con el cuerpo.

 

¡A dónde nos pidieron que llegáramos!

 

 

 

*

Había en la noche oídos

que escuchaban en silencio.

No hacíamos caso de ellos.

En su mustio rincón los cobijaba

la misma intimidad que a nosotros

nos daba la palabra.

 

Había en la noche manos

que tomaban el calor de nuestra hoguera

y a la mañana en el rescoldo desconfiadas

repetían con rencor

eso de anoche.

 

Cuando rayaba el alba

echaban tierra en las cenizas.

 

Había en la noche oídos

que de día cuchicheaban.

Manos que a pleno sol buscaban

su madriguera en los bolsillos.

No hacíamos caso de ellos.

 

Había en la noche ojos …

 

Siempre lo supimos

y aun así no hicimos nada.

           

 

 

*

Marchamos juntos —ellos y nosotros—

por la antigua pesadilla que aún

da de comer a nuestros miedos …

 

Conjurábamos ya la violenta mezquindad

que ahora deja en descampado la escudilla

donde tascan ratas y coyotes … 

 

Vivimos todavía a la intemperie de esa ley.

 

¿Cuándo al fin despertaremos?

 

 

 

*

La quietud sólo si no queda más remedio.

La inmovilidad sólo si no hay más.

Pero prefiere el bamboleo

en que discuerdan una y otra rama

el swing levemente disparejo

de dos hojas.

Y a ese ritmo tiende su telaraña.

 

En un temblor así

se finca aún nuestra esperanza.

           

 

 

*

Cae la noche.

Hablo a solas.

Soy en mí mismo

como el fuego en la llama.

           

 

 

*

Nadie aseguraba las cuerdas

y el viento batía la lona de las tiendas

como si quisiera arrebatarnos el refugio

y el calor de nuestros cuerpos.

 

Nadie aseguraba las cuerdas

y el granizo ametrallaba

las enormes hojas del almendro

y apagaba la fogata donde antes

revolteaban las palabras.

 

Nadie aseguraba las cuerdas —para qué—

ni fincaba el campamento

en su raíz de lumbre como antes.

 

Las lluvia mojó las provisiones …

 

Nos dispersamos

lentamente en la intemperie

como las siete tribus.

Pero sin remembranza

de un paraíso ni promesa

de una tierra.

 

 

Datos vitales

Francisco Segovia nació en la Ciudad de México en 1958. Ha trabajado como lexicógrafo (Diccionario del Español de México, Proyecto de Gramáticas y Diccionarios en Lenguas Indígenas de Chiapas, Enciclopedia Británica, Oxford Spanish Dictionary, Fichero de Dudas del Español de México, etc.), como profesor de literatura (Universidad Nacional Autónoma de México, Universidad de las Américas, Instituto Tecnológico Autónomo de México, El Colegio de México, etc.) y como traductor independiente para editoriales españolas y mexicanas (Fondo de Cultura Económica, Anagrama, Destino, Versal, etc.). En 1998 el International Board on Books for Young People (IBBY) lo incluyó en su “Honour List” por la traducción de El libro apestoso, de Bebette Cole (FCE, México, 1994). Ha formado parte del consejo de redacción de varias revistas mexicanas de literatura (La Orquesta, Diagonales, Fractal) y en algunas otras ha tenido una sección fija (Vuelta, Librero). En 1976 recibió la Beca “Salvador Novo”, del Centro Mexicano de Escritores; en 1988, una del Consejo Británico para escribir en el King’s College de Londres un libro sobre Thomas Malory. En 1992, el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes le otorgó la beca de Creadores Intelectuales, y el Sistema Nacional de Creadores entre 1999-2005 y 2008-2011. Actualmente es investigador del Diccionario del Español de México, en el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México. Sus últimos libros son: Sequía (poesía), Ediciones Sin Nombre, México, 2002. Bosque (poesía), Fondo de Cultura Económica, México, 2002. En el atrio (plaqueta de poesía), Taller Martín Pescador, Tacámbaro, México, 2002. SobreEscribir (ensayos), Ediciones Sin Nombre, México, 2002. El aire habitado / Rellano (poesía), Universidad Veracruzana, Jalapa, México, 2003. Sarta de abalorios (prosa), Ediciones Sin Nombre-Conaculta, México, 2003. Jorge Cuesta: La cicatriz en el espejo (ensayo), Ediciones Sin Nombre-Conaculta, México, 2004. Ley natural (poesía), Ediciones Sin Nombre, México, 2007. Elegía (poesía), Ediciones Sin Nombre, México, 2007.

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