Foja de poesía No. 312: Robert Ganzo

Robert-Ganzo[1]

El poeta y traductor argentino Rodolfo Alonso nos presenta, en su traducción, a un poeta  venezolano… de lengua francesa, Robert Ganzo (1898-1995), que, en palabras de Alonsom “logró escribir –en nuestra época, y desencadenado por una Venus primitiva— uno de los más bellos poemas de erotismo carnalmente místico de todos los tiempos.

 

 

LA VENUS DE GANZO

Traducción y nota de Rodolfo Alonso

 

Publicado por primera vez en 1939 (magníficamente acompañado con litografías originales de Picasso y diez dibujos de Jean Fautrier), Lespugue es considerado con justicia como uno de los textos más notables de la poesía francesa moderna. Ventajosamente comparado nada menos que con el celebérrimo Cementerio marino de Paul Valéry, con mucha razón afirmó Léon-Gabriel Gros que “tiene todas las posibilidades de durar tanto como dure la lengua que Ganzo emplea”.

            La Venus de Lespugue no es otra que la escultura auriñaciense descubierta por René de Saint-Périer en Lespugue (Haute Garonne, Francia). Pero esa calípiga imagen de mujer que nos llegó sorpresivamente desde el fondo de los tiempos, vino a revelarnos asimismo la otra imagen –indeleble– de la Mujer que todos los hombres dignos de ese nombre llevamos en nuestro interior. La gloria de Robert Ganzo es haberla vuelto lenguaje, poesía, es decir mito, sentimiento y realidad a la vez.

            Venezolano de lengua francesa, Robert Ganzo nació en Caracas en 1898, pero su familia se trasladó a Bruselas en 1910, dejando atrás una infancia en los trópicos que, sin embargo, iba a estar siempre en el meollo de su poesía. A partir de 1917 comienza a publicar pequeñas plaquettes en verso y escribe piezas que serían representadas en el Théâtre des Galeries. Hacia 1920 se instala en París, donde primero se hace bailarín (Sibelius, Chopin, danzas de América Latina) y luego se une a los tradicionales bouquinistes en las orillas del Sena. Hasta que instala su propia librería: Al vicio impune, que se volvería legendaria.

Allí, en París, frecuentó a André Breton y a Paul Éluard. Y allí se consagró su reputación de gran poeta del idioma de Francia, país por el que combatió valerosa y tenazmente en la Resistencia durante la siniestra ocupación nazi. Durante ese período volvieron a circular en forma clandestina sus Tracts, poemas-manifiestos (que había comenzado a escribir durante la guerra civil española), que recién serían publicados con su firma en 1947. En 1949 y 1950 se representó su obra Plutot q´une autre, primero en L´Atelier y luego en L´Oeuvre. Realizó diversas exposiciones de pintura y, a partir de los años 60, se consagró a la prehistoria y publicó, en 1963, Histoire avant Sumer, y en 1974 Livres de pierre ou la prehistoire reconsiderée. Entre otras distinciones, Robert Ganzo recibió en 1990 el Gran Premio de los Poetas Franceses. Murió el 6 de abril de 1995.

En poesía su obra es amplia: Tracts (1936), Orénoque (con dibujos de Fernand Léger, 1937), Sept chansons pour Agnès Capri (prefacio de Léon-Paul Fargue, 1938), Lespugue (1939), Rivière (1940), Domaine (1942), Langage (1947), Colère (1951), Résurgences (1954), y numerosas ediciones de arte ilustradas por Fautrier, Léger, Jacques Villon, Ossip Zadkine, Oscar Domínguez y muchos otros. Pero así como la estatuilla que hoy alberga el Musée de l´Homme deslumbró a todos descubriendo misteriosas y ancestrales resonancias que se creían adormecidas, así también el poema a la Venus de Lespugue, lúcidamente reconocido por el ya citado Gros como “el más grande poema de erotismo religioso que se haya escrito en nuestro tiempo”, también despierta –y despertará– en todos nosotros la magia y la necesidad de la Mujer-Mujer, ese misterio cotidiano, compañera y vestal, madre y amante, porvenir y presente de la especie, de los mejores y más fértiles sueños de los hombres.

 

R. A.

 

 

 

LESPUGUE

 

Último paso o final fuego,

a todo signo el caos lo borra.

Vientos colmados de frío azul

entre mandíbulas de hielo.

A la sombra de tu dormir,

entre las nieves y las piedras,

un primer sueño nace, igual,

a hielo que quema tus párpados.

 

¿Tu aliento, cual un agua se alza

hacia qué río incierto aún?

Abre tus ojos tras el sueño;

ya llega el alba y cesa el cielo.

¿Aquí es? Saqueos, hambres, sed,

tumultos: dejar que nos lleven.

Tus manos solas, como cajas,

guardan el resto de las noches.

 

Como los dientes de un mordisco,

alzándote cuando me alzaba,

tú me seguías, fiel esclava,

y quizás también te seguía,

esclavo sin terror, yo mismo.

Así, indiferentes, sombríos,

en celo, dos signos errantes

bajo lo hostil de un cielo pálido.

 

Bosques inmóviles sin polvo;

negros lagos que nada holló;

rutas de sangre; hitos de piedra:

gusto a rebaño resignado

que dócil va. Todo se borra.

detrás del sueño abre tus ojos;

tu cuerpo es cálido y friolento;

mis ojos de animal cansado.

 

El día. Mira. Una colina

derrama hasta nosotros pájaros,

floridos árboles y aguas

en verde hierba que se inclina.

Mujer, tú en fin –carne besada—

como tú tensa, arco de éxtasis,

revelas súbita tu gracia,

tus manos ebrias de rocío.

 

Tus ojos sabios en paisajes

yo los aprendo esta mañana

incólume a través de eras

y alcanzados para siempre.

Ya las palabras, de luz hechas,

en nuestro fondo se preparan:

y yo separo tus rodillas,

temblando de inicial ternura.

 

¿Dónde terminas? Te he dejado

en el calor de nuestro abrigo;

pero andas tú en mi pensar,

te me adelantas, como un grito.

Lobos no tienen tal clamor

cuando se abate aquel que muere;

y en los vientos no está el rumor

que voy llevando como ofrenda.

 

Yo te dejo y me acompañas

a las penumbras de esos bosques,

a esos barrancos, a esas cimas

donde las nubes se desgarran;

y en mis manos, cuando bebo,

lo que yo veo es tu rostro,

el primer rostro entre todos

abierto por primera vez.

 

La sombra sube y te me roban.

A tus confines perseguida,

te duermes. Y yo, vigilante,

escucho el pájaro rozándote,

las fuentes, tu rumor de vida

venido de lejano albergue,

y el gris follaje que agita

un lento aliento harto de voces.

 

¿Dónde terminas, si reencuentro

tus brazos que esperan, tus fiebres,

y el misterio que hay en tus labios

como ese fuego criador?

Sonríes cerca de ese reino

donde va tu mirada aguda;

y tu fuerza, como un torrente,

brota de tu vientre que sangra.

 

Si mi furor preso al racimo

de tu cuerpo tranquilo y fuerte

grita y se mezcla con tu sangre,

tu rostro lejos se me escapa.

Tu carne inmensa que yo estrecho

reía y lloraba en mi médula,

y encuentro, al fondo de tus órganos,

el caer sin fin de una estrella.

 

¿Dónde terminas? Tiembla el mundo;

y, en el fragor de las montañas,

renaces ya de los limones,

serpiente roja en el tobillo;

¿mujer, todo en vuelo y curvas

y entibiados resultados,

nácar y luz, carbón y sombras

de qué hundimientos producidos?

 

Vals que el estío ceba en savia,

veo tus senos dilatarse

y hasta tu vientre estremecerse

cual suelo cálido que se alza.

Tú me apaciguas si me asombro

de esos poderes que detentas

y sé, mujer, que tuyos son

rojos milagros del otoño.

 

Canta tu voz largos pasajes

de nuestros hermanos juntos

en horizontes, sus mensajes

al tronco de álamos se anudan;

osarios negros de días tórridos,

las hambres, la sed, insaciables,

y el suelto reír de las arenas

desgarrador de vacíos pechos;

 

las zarpas, marca de los dientes,

llamas temblando en la noche

de las llanuras infinitas,

la seca espera de las momias,

blanco desdén duro de huesos,

orden que acuña una piel muerta

rodando en alas de los ecos,

todo lo que esta tierra lleva.

 

Canta también que te merezco

con mis ojos, mis confusiones,

tus dedos de ocre en las paredes

de la roca en que huyó tu voz.

El silencio te ha desvestido,

–camino abierto a un solo gesto—

y mi maravillado orgullo

rodea a una mujer desnudada.

 

Primera y bravía quietud

donde yo bebo tus temblores

por conocer el sabor rudo

de los mares y de las selvas

que a ti te han hecho, provisoria,

caricia de ala, isla de carne,

mi compañera, que yo mezclo

al día continuo del marfil.

 

Tu torso se arquea lentamente

y tu destino se cumplió.

Estarás en las luces de ámbar

de nuestro asilo amortajado,

viva después de nuestro polvo

como una presencia encerrada,

cuando rindamos nuestras partes

de brisa, de onda y de humareda.

 

(Traducción de Rodolfo Alonso)

  

 

Datos vitales

Rodolfo Alonso es Poeta, traductor, ensayista y ex editor argentino, nacido en Buenos Aires a fines de 1934. Es una de las voces más reconocidas de la poesía latinoamericana contemporánea. Fue el más joven de la célebre revista de vanguardia “Poesía Buenos Aires”. Publicó más de veinticinco libros, la mayoría de poemas pero también de ensayo y narrativa. Primer traductor de Fernando Pessoa en América Latina y de todos sus heterónimos en castellano (1961). Tradujo también a muchos otros importantes autores del francés, italiano, portugués y gallego, entre ellos Cesare Pavese, Giuseppe Ungaretti, Paul Éluard, Gillo Dorfles, Marguerite Duras, Eugenio Montale, Carlos Drummond de Andrade, Jacques Prévert, Dino Campana, Guillaume Apollinaire, Charles Baudelaire, Murilo Mendes, Manuel Bandeira, Rosalía de Castro, Paul Valéry, Olavo Bilac, Stéphane Mallarmé, André Breton, etc. Antologías de su obra poética fueron publicadas en Bélgica, Colombia, España, México, Venezuela, Francia, Brasil, Italia, Cuba y, próximamente, Inglaterra. Escribió textos para cine, como el célebre corto metraje “Faena” (1960). Premio Nacional de Poesía (1997). Orden “Alejo Zuloaga” de la Universidad de Carabobo (Venezuela, 2002). Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2004). Palmas Académicas de la Academia Brasileña de Letras (2005). Premio Único de Ensayo Inédito de la Ciudad de Buenos Aires (2005). Premio Festival Internacional de Poesía de Medellín (Colombia, 2006). En España se han publicado sus antologías Poemas escogidos (1952-1990), con prólogos de Daniel Samoilovich y Milton de Lima Sousa (Ediciós do Castro, Sada, A Coruña, 1992), y La vida entera (1952-2008), con prólogo de Juan Gelman (Poesia de Paper, Palma de Mallorca, 2009).

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