Gracias al conocimiento que tiene Marco Fonz de la literatura ecuatoriana, presentamos la poesía de Christian Chassi (Quito, 1979). En 1999 mereció el Premio Nacional de Poesía Banco Central del Ecuador. Es editor del periódico cultural “El Gran Serafín”.
ARTE POÉTICA
Nosotros,
serenos y trepidantes,
desatinados,
empezamos un poema
porque un poema
es la cosa más seria del mundo;
porque un poema,
seda y alambres,
muere calcinado en la voluntad del tiempo
como una sombrilla abandonada entre columnas.
Fluir y opulencia. Oficio de la nada:
siempre llama, siempre fiebre
y contienda de alas que no baten.
Lo claro,
botella al mar.
Lo velado, lo guardado por cerrojos,
botella al mar.
Y de resultas:
batir el manzano
para que caigan serpientes.
Nada como la tuberculosis para llenar
de dignidad la casa de un poeta…
Nosotros, la nuca,
como el pulpo,
triste hermano de la sopa,
empezamos un poema.
Fabricamos
en el vientre
toda esa asquerosa tinta
para huir o estar solos:
menguamos. Y entonces,
adiós alfileres
de oro perdidos en el lavabo,
adiós lima dentro del pastel,
porque hasta la más plana de las almas
adivina que los frutos de este árbol
se perderán
entre el escalafón
y la ofensa.
LA ESPERA
El viento como un viejo
arrastra los pies
y levanta las hojas.
La ciudad insiste
en sus decires de humo
y como hombres aferrándose a sus capas,
los carteles se sostienen de los muros.
Un silencio no de entonces:
esperar.
Un silencio
no de aire ni de ritmo,
límite agudo de la presencia:
esperar.
(Tras esos cristales
los dedos de un hombre
sostienen una copa
y la mujer a su lado
luce tan cálida…)
Llueve.
Pronto.
Pronto.
Pronto. Pronto.
Pronto. Pronto.
Hace tanto frío.
Es una suerte no ser
ese que espera ahí al frente.
El que espera
es un cesto de rosas que nadie compra,
un traje amenazado por el polvo,
la rama que lastima en la mejilla
al torvo lanchero
y no lo detiene
y no evita que llegue
con su peste al pueblo.
El que espera está inmóvil.
Tiene actitudes de molino.
No alcanza,
simplemente no alcanza.
(Es una suerte
este café y mi copa)
Abandonado a sus pestañas poderosas,
el que espera
medita sobre asuntos
más o menos complicados
que nada tienen que ver
con el arte que practica.
Ideas
y encajes lo acechan.
Empuja.
Prolonga. Adivina.
Y todo se vuelve
inaprensible a su simple genio.
Confiado espera. Menos él,
todos corren a comprar sombrillas.
(Si gustara de Whitman
sabría que eso que hace es heroico)
Pronto. Pronto.
Pronto. Pronto.
Hace frío. Hace tanto frío.
Cuando ella por fin llegue
le pedirá las manos
para reconocerse el rostro: ahí está,
lo han tocado,
eso es cuanto sabe.
Eso,
y que es una suerte
traer puesto el abrigo.
PARCHES
I
Tibia la paciencia descansa:
duerme el perro.
El aire entra y lo infla,
pero no se lo lleva como a los barcos.
II
Fuera de piedra ese silencio si las orejas
no velaran. Esgrima. Sombra.
Sombra.
Aire.
Sombra.
Es que allá en su sangre antigua
esta criatura tiraba de carretas
y acompañaba a los piadosos bernardinos
a rescatar montañistas de la nieve.
Es por eso que vigilan,
es por eso que espantan moscas con diligencia,
como cosa de vida o muerte.
III
Parches duerme.
Ahorra fuerzas el gigante.
Todo vive en él,
todo en él es tiempo:
inmenso anillo que
no alcanza a resumir su hocico,
ni sus patas,
y menos sus maneras de bestia dura.
Es todo aquello
a lo que sería inútil oponerse.
IV
Crece el alma,
encoge el cuerpo.
Estela de polvo
en su brevedad
el tiempo.
Los perros saben
sin escándalo.
Ofrecen su pereza al cielo.
V
Dirán el desquiciado mar acariciando
la cubierta de un barco que hundiera
hace siglos y que hoy conserva
harto de compartirlo con la playa.
Dirán la húmeda y horadada tierra cuando recibe
a la serpiente y a sus huevos,
bella por esa única vez.
Dirán que la nieve cayendo. Simplemente.
Dirán.
Pero yo no he visto nada más perfecto
que la nariz de un perro.
VI
El sabio que predicaba el silencio
ponía a su perro de ejemplo.
(…y
mujeres que gruñen desdentadas,
y bromas de soldados con restos
de sopa en las barbas.)
VII
Un campanario lo despierta.
No se apresura.
Lento como un tanque de guerra
entra en la cocina a buscar su plato.
MARINA
I
Mirabas el mar.
El viento
te atravesaba el pecho
y te dejaba esparcida en cristales
dentro de la blusa.
Se me hace que era junio,
que la luz hacía remolinos en tu piel
y que un olor a barco podrido inundaba la playa.
Era junio:
concede la memoria.
Los pescadores tendían espinas de mantaraya
sobre techos de zinc para espantar la lluvia.
Había fiesta.
(Ves que me acuerdo.)
Jarcia.
Aparejo.
Eslora.
En esta playa
me enseñabas las palabras
que bien deben saber los marineros.
Abeja cauta. Existes.
Tocas la espuma: un pie
y luego otro.
II
Por una nada
la memoria nos es el mar:
aunque
nos cerque
con su paz de viejo tirano
y nos recorra
como el grito de auxilio que incendia el pozo,
no se toma los labios el olvido si han besado.
Y aunque el día tenga una hora
para el insomnio
y la trizadura,
es temprano para nostalgias,
me siento joven como un tajo
y es muy poco lo perdido…
La tarde deja perlas de agua dulce
entre las rocas:
todavía tu nombre
es para mi alma una lámpara
haciéndose trizas en medio de un salón.
Danza de la Memoria
A Marco Fonz, el poeta que baila como Zorba.
Arroja el tiempo su círculo podrido:
insiste la memoria.
Que es despiadada
ya se ha dicho, que toma su escalera
y hace alarde.
A unos les cae
suave y tonta
como lluvia de plumas
en guerra de almohadas.
Rutila en sus pobres frentes,
amedrenta con dulzura
a las cabezas huecas.
A otros los desploma,
les busca el costado
y los embiste
como galeón en llamas. Pocos.
Unos cuantos. (No hacen la diferencia
si pasean por el jardín con los ojos tapiados)
Hilos de sombra. Presencias
que en la desmesura convalecen.
Nadie los espera. Entran en las tabernas,
sobrevivientes.
Desajustan correas
y plantan una pierna en mitad de la mesa.
Vuelven de la memoria. Impostores.
Cuentan la historia:
La he visto de frente,
dicen,
es un faro abandonado
en el que todos los escalones
muestran señales de haber sido rasguñados.
Abandonado I
A Iván Oñate
Abandonado.
Ya sabes que el amor termina,
que lo apuntalan balbuceos.
Aférrate a tu pobre capa de vampiro
y no insistas,
es por tu agonía
que las manzanas caen hacia arriba.
Ella,
que fuera hecha para el encuentro
ahora gira en el cielo como una muñeca
sobre una caja sin música.
Y no llega.
Y no llama.
Abandonado.
Desnuda tu brazo
y piérdelo en el hormiguero,
saca tu silla a la calle
y espera sentado la carta.
Abandonado II
Abandonado.
Hacen nido en tus labios
las avispas:
ya no cantas.
Te asomas a la ventana.
La muerte juega en su columpio blanco.
No le has perdido el miedo. Haces bien.
Vuelves a tu sombra. Las horas vierten
veneno en tu garganta:
ya no la nombras.
Metes la cabeza en la caja del piano
y das un grito.
Y no vuelve.
Y no llama.
Abandonado,
toma con tus manos la lluvia que cae
y recuerda que un día ese fue su vestido,
colócate la piedra imán bajo la lengua
y recuerda que en tu huída
quemaste ya todos los puentes.
Abandonado VI
Abandonado.
Detente.
Es inútil huir del poema
cuando asienta
sus patas de león sobre el tejado.
Escucha:
crik-crick-crick
Abandonado.
Los notarios
compran gorras del Pato Donald
y engullen
compota de durazno
para acercarse al alma humana.
No saben que hay días
en que la luz olvida su labor piadosa
y cae sobre el hielo
y a besos
lo hace trizas.
Abandonado.
Déjate alcanzar.
Es tuyo el dolor. Cuenta la historia.
La noche se purifica en sombras
y encandila lo mismo si se la mira de frente.
Qué importa si las palabras arrastran
un río de cuchillos,
pronuncia,
di la primera. Haz como los amantes
que cierran los ojos para ver todo más claro.
Abandonado.
Cien pasos sobre el alambre
son demasiados.
Y no vuelve. Y no llama.