Foja de Poesía No. 325: Christian Chassi

chassie

Gracias al conocimiento que tiene Marco Fonz de la literatura ecuatoriana, presentamos la poesía de Christian Chassi (Quito, 1979). En 1999 mereció el Premio Nacional de Poesía Banco Central del Ecuador. Es editor del periódico cultural “El Gran Serafín”.

 

 

 

ARTE POÉTICA

 

Nosotros,

               serenos y trepidantes,

desatinados,

empezamos un poema

porque un poema

es la cosa más seria del mundo;

 

porque un poema,

                               seda y alambres,

muere calcinado en la voluntad del tiempo

como una sombrilla abandonada entre columnas.

 

Fluir y opulencia. Oficio de la nada:

siempre llama, siempre fiebre

y contienda de alas que no baten.

 

Lo claro,

               botella al mar.

Lo velado, lo guardado por cerrojos,

botella al mar.

                            Y de resultas:

batir el manzano

para que caigan serpientes.

 

Nada como la tuberculosis para llenar

de dignidad la casa de un poeta…

 

Nosotros, la nuca,

como el pulpo,

                        triste hermano de la sopa,

empezamos un poema.

                                     Fabricamos

en el vientre

                    toda esa asquerosa tinta

para huir o estar solos:

menguamos. Y entonces,

                                         adiós alfileres

de oro perdidos en el lavabo,

adiós lima dentro del pastel,

 

porque hasta la más plana de las almas

adivina que los frutos de este árbol

se perderán

                  entre el escalafón

y  la ofensa.

 

  

 

LA ESPERA

 

El viento como un viejo

arrastra los pies

                         y levanta las hojas.

 

La ciudad insiste

en sus decires de humo

y como hombres aferrándose a sus capas,

los carteles se sostienen de los muros.

 

Un silencio no de entonces:

                                            esperar.

Un silencio

no de aire ni de ritmo,

límite agudo de la presencia:

                                              esperar.

 

(Tras esos cristales

los dedos de un hombre

sostienen una copa

y la mujer a su lado

luce tan cálida…)

 

Llueve.

            Pronto.

            Pronto.

Pronto. Pronto.

Pronto. Pronto.

 

Hace tanto frío.

Es una suerte no ser

ese que espera ahí al frente.

 

El que espera

es un cesto de rosas que nadie compra,

un traje amenazado por el polvo,

la rama que lastima en la mejilla

al torvo lanchero

                           y no lo detiene

y no evita que llegue

con su peste al pueblo.

 

El que espera está inmóvil.

Tiene actitudes de molino.

No alcanza,

simplemente no alcanza.

 

(Es una suerte

este café y mi copa)

 

Abandonado a sus pestañas poderosas,

el que espera

medita sobre asuntos

más o menos complicados

que nada tienen que ver

con el arte que practica.

                                       Ideas

y encajes lo acechan.

Empuja.

             Prolonga. Adivina.

Y todo se vuelve

inaprensible a su simple genio.

 

Confiado espera. Menos él,

todos corren a comprar sombrillas.

(Si gustara de Whitman

sabría que eso que hace es heroico)

 

Pronto. Pronto.

Pronto. Pronto.

Hace frío. Hace tanto frío.

 

Cuando ella por fin llegue

le pedirá las manos

para reconocerse el rostro: ahí está,

lo han tocado,

eso es cuanto sabe.

       Eso,

y que es una suerte

traer puesto el abrigo.

 

 

 

PARCHES

 

I

Tibia la paciencia descansa:

duerme el perro.

El aire entra y lo infla,

pero no se lo lleva como a los barcos.

 

 

 

II

Fuera de piedra ese silencio si las orejas

no velaran. Esgrima. Sombra.

                                   Sombra.

                                                 Aire.

Sombra.

 

Es que allá en su sangre antigua

esta criatura tiraba de carretas

y acompañaba a los piadosos bernardinos

a rescatar montañistas de la nieve.

 

Es por eso que vigilan,

es por eso que espantan moscas con diligencia,

como cosa de vida o muerte.

 

 

 

III

Parches duerme.

Ahorra fuerzas el gigante.

Todo vive en él,

todo en él es tiempo:

inmenso anillo que

no alcanza a resumir su hocico,

                                                   ni sus patas,

y menos sus maneras de bestia dura.

 

Es todo aquello

a lo que sería inútil oponerse.

 

 

 

IV

Crece el alma,

encoge el cuerpo.

Estela de polvo

en su brevedad

el tiempo.

 

Los perros saben

sin escándalo.

Ofrecen su pereza al cielo.

 

 

 

V

 

Dirán el desquiciado mar acariciando

la cubierta de un barco que hundiera

hace siglos y que hoy conserva

harto de compartirlo con la playa.

 

Dirán la húmeda y horadada tierra cuando recibe

            a la serpiente y a sus huevos,

            bella por esa única vez.

 

Dirán que la nieve cayendo. Simplemente.

 

Dirán.

Pero yo no he visto nada más perfecto

que la nariz de un perro.

 

 

 

VI

El sabio que predicaba el silencio

ponía a su perro de ejemplo.

(…y

mujeres que gruñen desdentadas,

y bromas de soldados con restos

de sopa en las barbas.)

 

 

 

VII

 

Un campanario lo despierta.

No se apresura.

Lento como un tanque de guerra

entra en la cocina a buscar su plato.

 

 

 

 

MARINA

 

I

 

Mirabas el mar.

                El viento

te atravesaba el pecho

y te dejaba esparcida en cristales

dentro de la blusa.

                 

                  Se me hace que era junio,

que la luz hacía remolinos en tu piel

y que un olor a barco podrido inundaba la playa.

 

Era junio:

                concede la memoria.

Los pescadores tendían espinas de mantaraya

sobre techos de zinc para espantar la lluvia.

Había fiesta.

                     (Ves que me acuerdo.)

 

Jarcia.

Aparejo.

Eslora.

            En esta playa

me enseñabas las palabras

que bien deben saber los marineros.

 

Abeja cauta. Existes.

Tocas la espuma: un pie

                           y luego otro.

 

 

 

II

 

Por una nada

la memoria nos es el mar:

                                          aunque

nos cerque

con su paz de viejo tirano

y nos recorra

como el grito de auxilio que incendia el pozo,

no se toma los labios el olvido si han besado.

 

Y aunque el día tenga una hora

para el insomnio

                           y la trizadura,

es temprano para nostalgias,

me siento joven como un tajo

y es muy poco lo perdido…

 

La tarde deja perlas de agua dulce

entre las rocas:

                        todavía tu nombre

es para mi alma una lámpara

haciéndose trizas en medio de un salón.

 

 

 

 

Danza de la Memoria

 

A Marco Fonz, el poeta que baila como Zorba.

 

Arroja el tiempo su círculo podrido:

insiste la memoria.

                               Que es despiadada

ya se ha dicho, que toma su escalera

y hace alarde.

                        A unos les cae

suave y tonta

como  lluvia de plumas

en guerra de almohadas. 

Rutila en sus pobres frentes,

amedrenta con dulzura

a las cabezas huecas.

 

                        A otros los desploma,

les busca el costado

y los embiste

como galeón en llamas. Pocos.

Unos cuantos. (No hacen la diferencia

si pasean por el jardín con los ojos tapiados)

 

Hilos de sombra. Presencias

que en la desmesura convalecen.

Nadie los espera. Entran en las tabernas,

sobrevivientes.

                          Desajustan correas

y plantan una pierna en mitad de la mesa.

Vuelven de la memoria. Impostores.

Cuentan la historia:

                                La he visto de frente,

dicen,

           es un faro abandonado

en el que todos los escalones

muestran señales de haber sido rasguñados.

 

 

 

 

Abandonado I

 

A Iván Oñate

 

 

Abandonado.

Ya sabes que el amor termina,

que lo apuntalan balbuceos.

 

Aférrate a tu pobre capa de vampiro

y no insistas,

                      es por tu agonía

que las manzanas caen hacia arriba.

 

Ella,

que fuera hecha para el encuentro

ahora gira en el cielo como una muñeca

sobre  una caja sin música.                                            

                                             Y no llega.

                                             Y no llama.

 

Abandonado.

                       Desnuda tu brazo

y piérdelo en el hormiguero,

saca tu silla a la calle

y espera sentado la carta.

 

 

 

 Abandonado II

 

Abandonado.

                       Hacen nido en tus labios 

las avispas:

                   ya no cantas.

 

Te asomas a la ventana.

La muerte juega en su columpio blanco.

No le has perdido el miedo. Haces bien.

 

Vuelves a tu sombra. Las horas vierten

veneno en tu garganta:

                                    ya no la nombras.

Metes la cabeza en la caja del piano

y das un grito.

                       Y no vuelve.

                       Y no llama.

 

Abandonado,

toma con tus manos la lluvia que cae

y recuerda que un día ese fue su vestido,

colócate la piedra imán bajo la lengua

y recuerda que en tu huída

quemaste ya todos los puentes.

 

 

 

Abandonado VI

 

Abandonado.

                       Detente.

Es inútil huir del poema

cuando asienta

sus patas de león sobre el tejado.

Escucha:

                crik-crick-crick

 

Abandonado.

                        Los notarios

compran gorras del Pato Donald

y engullen

compota de durazno

para acercarse al alma humana.

No saben que hay días

en que la luz olvida su labor piadosa

y cae sobre el hielo

                                y a besos

lo hace trizas.

 

Abandonado.

                        Déjate alcanzar. 

Es tuyo el dolor. Cuenta la historia.

 

La noche se purifica en sombras

y encandila lo mismo si se la mira de frente.

Qué importa si las palabras arrastran

un río de cuchillos,

                               pronuncia,

di la primera. Haz como los amantes

que cierran los ojos para ver todo más claro.

 

Abandonado.

                       Cien pasos sobre el alambre

son demasiados.

                           Y no vuelve. Y no llama.

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