Reseñario de poesía: 4 libros de Tierra Adentro

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Los poetas Mijail lamas e Iván Cruz, en una nueva entrega de “La estantería: Reseñario de poesía”, nos presentan el comentario de cuatro poemarios publicados recientemente por el Fondo Editorial Tierra Adentro. Se reseñan libros de Saúl Ordóñez, Claudina Domingo, Guillermo Clemente y Moisés Vega.

 

 

CUATRO LIBROS DE TIERRA ADENTRO DEL 2011

 

El programa Tierra Adentro nace en 1990, y desde entonces se ha dado a la tarea de proyectar de forma constante el trabajo de los artistas jóvenes de nuestro país, y de manera particular a los escritores nóveles que viven y escriben en los estados. En su fondo editorial encontramos libros de los poetas que actualmente son protagonistas de nuestra poesía, entre los que se cuentan Dana Gelinas (Bajo un cielo de cal, 1991), Mario Bojórquez (Contradanza de pie y de barro, 1996), María Rivera (Traslación de dominio, 2000), Julián Herbert (El nombre de esta casa, 2002),  Jorge Ortega (Cuaderno carmesí, 1997), Rogelio Guedea (Senos sones y otros huapanguitos) y Álvaro Solís (Solisón, 2005), entre muchos otros.

Gracias a la diversidad de títulos de poesía y autores de distintas regiones del país, el Fondo Editorial Tierra Adentro ofrece un panorama muy completo de la expresión poética de México. Frente a tal antecedente, en La Estantería nos hemos  dado a la tarea de leer cuatro títulos aparecidos durante 2011, dos de ellos merecedores de los Premios Nacionales de Poesía Joven Elías Nandino y Francisco Cervantes.  El siguiente texto  trata de ser, más que un balance, un acercamiento a las más inmediatas expresiones de la poesía mexicana, así como una búsqueda de coordenadas de las orientaciones estéticas más recurrentes en estos autores, representativos, sin duda, de una muestra mucho mayor.

 

Jeffrey, de Saúl Ordóñez
FETA No. 444
[Poesía, 2011]

Jeffrey (obra negra) ofrece la singular unión de la nota roja con el discurso amoroso, en él, Ordoñez (1981), se decide por la subversión de los valores que erige la cultura hegemónica, que ha elevado al nivel de notoriedad mediática a sus criminales más atroces y rebajado la celebridad al nivel del excremento. La premisa es llevar a modo de monólogo psicológico el conflicto interno con guiños al exterior de Jeffrey  Dahmer “el carnicero de Milwaukee”. El reto consiste en no caer en la trampa de la narración pura, lo que a veces se logra. En momentos es notable la propuesta discursiva junto al uso de coloquialismos que van creando una auténtica tensión dramática:

 

no hay putos en el cielo
Dios odia a los putos
los putos arderán en el infierno
entonces qué hago aquí
hecho un Santo Cristo
un Divino Preso
un rey de burlas con la cabeza rota
de sol a sol un espantajo

 

Sin embargo, hay otras partes en que el libro se rinde ante la prosa funcional, ante el contar y no al “contar cantando” como mencionaba Antonio Machado:

 

Este niño Jeffrey siempre fue muy curioso no se cansaba de
observar animales recogía huesos mantenía insectos en frascos

 

También encontramos que el sujeto de la enunciación lírica, víctima y amante, es deliberadamente kitsch como si este elemento fuera un valor positivo per se;  el yo también echa mano de los diminutivos, reforzando un halo näif como dicotomía de una pretendida atmosfera turbia, que no siempre es efectiva donde el uso esporádico de la aliteración no alcanza para dotar de fuerza este discurso.

 

para nosotros la noche se eriza
ácida
y la pasamos en vilo
entre el humo y el estruendo regalamos nuestra hambre
a los hambrientos […]

 

A pesar de esto, Jeffrey (obra negra) cumple en intentar llevar a la poesía la tensión dramática de una historia que parece más apta a la narrativa. Al final logra su cometido: transmitir, a partir de lo que cuenta, esa sensación de lo incompleto, retazos adrede de la medianía.

 

Memorias del cuerpo, de Moisés Vega
FETA No. 426
[Poesía, 2011]

Memorias del Cuerpo, de Mosises Vega (1982), reafirma con persistencia la necesidad de su autor por pertenecer a una estirpe, ya que en él se reelaboran temas y formas de poetas ya reconocidos en la mejor tradición de la poesía mexicana: Alí Chumacero, Eduardo Lizalde y Rubén Bonifaz Nuño.
Además de las múltiples referencias literarias que habitan este libro, asoman de vez en cuando algunas referencias a la cultura pop, que por momentos muestran un cándido anacronismo que no desentona con el carácter melancólico de todo el volumen:

 

Malparido de mi época
llegué tarde a la noche de los barcos

 

declara la voz de estos poemas. Así que avanza dando saltos de ternura y desaliento como en “Plegaria para un niño dormido”, canción de cuna cantada en la catástrofe.
En “Memorias del cuerpo”, apartado que da nombre a todo el volumen, se ejecuta el catálogo de todos los naufragios, donde Odiseo y el tigre son alegorías del viaje y la derrota ante la imposibilidad de volver, por que el viaje del poeta siempre persiste

 

su corazón es un albatros
próximo a lanzarse al vuelo

 

Memorias del cuerpo es más una caja de resonancia, donde la voces de los otros son el oleaje que irá configurando la voz propia y que nos hace pensar en una prometedora obra futura.

 

Tránsito, de Claudina Domingo
FETA No. 429,
[Poesía, 2011]

Acometer el tema de la ciudad de México siempre resulta un reto mayor, en la conciencia de que hemos tenido grandes momentos en la poesía mexicana con este tema, por ejemplo: Los hombres del alba de Efraín Huerta, Las amarras terrestres de Abigael Bohórquez, Tercera Tenochtitlán de Eduardo Lizalde; además de notables novelas como La región más transparente de Carlos Fuentes o José Trigo de Fernando del Paso. Claudina Domingo (1982) retoma en su poemario Tránsito (2011) este tema. El libro plantea un mapa de sitios emblemáticos de la ciudad de México, los cuales son visitados por un personaje en primera persona que a modo de monólogo interior construye una cartografía íntima de la ciudad. Los poemas deambulan en la resignación, no en la crítica política y social del poema “Avenida Juárez” o en la ironía y lujuria relajienta del poema “Juárez-Loreto”, ambos del poeta Efraín Huerta, pero se acercan más al registro de amor y desprecio que predomina en el libro Tercera Tenochtitlán de Eduardo Lizalde. El libro asume el tema de la ciudad con gran arrojo, la fuerza lírica, la reflexión, la emoción, la interacción histórica decodificados en sitios que parecen siempre anónimos en poemas como “Meztli”, “Insurgentes”, y “Tlatelolco” resultan prueba indudable de la fuerza del tema y la habilidad en concreción del verso.

Sin embargo, en varios pasajes del libro, como en los poemas “Soledades”, “Proscripción de la nostalgia”, “Vindicación”, se acusa una de las salidas fáciles del monólogo interior, la crónica descriptiva:

 

“Manzanares aquí es” (44) bodegas hambrientas (gloria
de huacales) “para bendecir a su niño” (la Candelaria)
aguacate en el piso (entre setos de lechuga podrida)
(suelo clemente) reposo de los teporochos  juguetes
viejos (masticados por un niño o una rata)  (desde un
baúl reventado) collares de fantasía (décadas oreándose)
“diez pesos” en el pavimento

 

Como elemento de la prosa narrativa o dentro de la crónica literaria no habría ningún problema con este pasaje, pero, para un poema es evidente el trastabilleo del ritmo, y el tono excesivamente descriptivo, funcional de la prosa. La metáfora se ausenta por largos pasajes de los poemas, y es allí donde quizá deberíamos localizar la historia, la cosmogonía de la ciudad, como decía Charles Simic: “En toda gran metáfora hay una historia y una cosmogonía”[1]. Otro aspecto a señalar es el recurso continuo de los paréntesis, el cual se va desgastando a lo largo del libro, si bien nos da la presencia de una hiper consciencia, de un discurso paralelo, también resulta un recurso que después del segundo poema es totalmente predecible, sabemos que nos dará una idea complementaria o en oposición a la que enuncia la voz poética. Formalmente hay una búsqueda por innovar, ya que usa el poema en prosa que se pone en crisis a partir de un monólogo entrecortado que se alimenta de kenningars y la descripción, además de los paréntesis. En este sentido, creo que se puede prescindir de los paréntesis y el exceso descripción, lo cual, si bien dejaría de crear un efecto visual, le haría ganar en fuerza emotiva. Lo que en un principio se revelaba como una exploración de los múltiples usos semánticos de los espacios de la página y los paréntesis, termina por fragmentar el discurso de manera arbitraría, pues nunca se termina de entender la función que estos recursos juegan en el poema. La experimentación de Claudina Domingo se vuelve una argamasa reiterativa, un tartamudeo.
A pesar de esto es innegable que se trata de un libro emotivo, de encontronazos graves y grávidos con la ciudad. Con Tránsito Claudina Domingo se adhiere al aire de resignación que Carlos Fuentes enunció en el final de La región más transparente: “… Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer. En la región más transparente del aire”.

 

Lápida del bosque, de Guillermo Clemente
FETA No. 438
[Poesía, 2011]

En Lápida del bosque de Guillermo Clemente (1984) encontramos un libro que somete la emotividad a la construcción de imágenes y de la metaforización excesiva, lo cual crea un proceso previsible. En varios momentos, el uso metafórico nos recuerda a Delante de la luz cantan los pájaros (1959) de Marco Antonio Montes de Oca, pero por hacer patente el desgaste de esta fórmula:

 

Muerde la angustia las hojas desoladas de la arboleda, toma
el bosque entre sus manos al ripio del otoño. Mira la
serenidad del árbol derruido, oye el bramido del viento
que expande sus dunas; no llores más, el aljibe del silencio
se hace visible en estas cuencas. Abandona la flor de la
tristeza de este bosque.

 

Es innegable que domina la fórmula de la imagen, pero la unidad de este tono decanta en el pronto tedio. Otra raíz puede verse en esta propuesta, se trata de una expresión recargada en la forma y ligera en el contenido, que tuvo mucha repercusión durante los años noventa en un sector muy localizado de la poesía mexicana, identificada como “prosa de Guadalajara”, “escuela tapatía” o “estilo Guadalajara”, que  aquí vuelve a presentarse de manera tardía y crepuscular. En sus poemas es evidente esa gastada recuperación de la saga de libros iniciada con el Cardo en la voz de Jorge Esquinca. Lápida del bosque de Guillermo Clemente puede verse como un primer libro que está en busca de su propia voz.

El corte general nos ofrece una joven poesía mexicana bien diversa, a medio tono generalmente, donde la búsqueda experimental predomina en los cuatro libros, desde distintas coordenadas y procedimientos: la reelaboración de la coloratura clásica de la poesía más prestigiosa, así como la recuperación de las vanguardias latinoamericanas (el neobarroco, el concretismo, etc.), pobre desde la perspectiva retórica, pasando por la poesía del lenguaje, la utilización ad nauseam del fragmento, hasta llegar a los códigos de la modernidad puesta en crisis, que incluye variopintos ejes temáticos y la hibridez de géneros.

 

 

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