Cinco poetas contemporáneos de Estados Unidos

Bill Mohr, Patrick Lawler, Robert Peisch, Anthony Seidman y Paul B. Roth

A través de Bill Mohr, Patrick Lawler, Robert Pesich, Anthony Seidman y Paul B. Roth, vertidos al español por el poeta José Luis Rico, conocemos algunos de los caminos que sigue la poesía contemporánea de los Estados Unidos.

Poesía de Bill Mohr

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Leche


Un cubo de leche. Hundo el dedo. Oigo el movimiento de unos labios. Una línea morada rodea mis dedos y envuelve mi mano hasta que está ceñidamente vendada y redonda como el corazón de un gran vegetal. Mi mano punza como si pudiera partirse a la mitad y formar labios para sostener leche inflamada. Estoy viejo y solo. La cubeta está vacía. Oigo el movimiento de unos labios.

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.Después de muchos años de amor

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A mediodía la arena

estaba tan caliente que corrimos

de vuelta al estacionamiento

y encontramos volcada

nuestra moto – el tripié

había penetrado tan hondo

en el asfalto

que se cayó. La enderezamos

y maldijimos las pequeñas

estrellas de mar

de brea aferradas

a nuestros maletines de grupa. Antes

de que se endureciera más,

frotamos nuestras toallas

arenosas en la costra.

Pudimos quitar la mayoría.

Por una vez, ninguno de los dos

culpó al otro.

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Un milagro

Para Bob Flanagan

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Aturdido por beber tequila anoche,

recuerdo que moví las brasas mientras

el alba sopló su neblina hacia un claro.

Bob cantaba y tosía, cantaba y tosía. Incluso entonces

me pregunté cuánto tiempo iba a aguantar.

Cada vez que se sacudía su cuerpo, me estremecí

pero amé su ingenio sagaz y contaminado.

Esta noche de nuevo está en el hospital, solo,

y este poema es como una mesera que merece

una gran propina –media cuenta– por decirme

que es hora de que deje mi café y vaya

a rescatarlo, a realizar el único milagro

que tengo permitido en esta vida, pero no, no es cierto

porque no es a Bob a quien yo debo salvar.

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Arrugas

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1

Como si pudiera hacer todo menos esfumarse

la vida de mi madre ahora es sólo pequeñas historias

y lo que recuerdo de ellas después:

su gusto por planchar y beber cerveza en noches cálidas.

Yo también amo alisar arrugas de camisas

con puños azul cielo o verde oscuro o blancos.

Esta noche estoy bebiendo cerveza, la radio toca

“Bird of Prey Blues”, seguida de “All for You”.

Para emborracharme, bastan muy pocas cervezas.

Incluso así, hoy no tengo suficientes

para hacerlo. Termino otras tres camisas

e imagino que las arrugas se levantan,

me encapan y se enroscan

como pétalos de un ramo invisible.

Pienso en mi madre, en primera fila -las demás sillas plegadas-

en Fort Rosecrans mientras yo, de pie, hablé del hombre

cuyo uniforme ella planchaba, el hombre cuyas cenizas

marcharon lentamente ante nosotros.

En esta última camisa, la plancha no funciona.

Se enrolla de una esquina, se abulta y no se deja alisar.

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2

Un par de horas después, aún hace demasiado calor para dormir:

mis pies descalzos sobre un repecho de madera, abierto el gran marco de vidrio.

El rumor de que la proporción es sólo enfoque vuelto

del revés es tan verdad como para saber que es evasivo.

El té de hierbabuena se enfría en la mesa lentamente, así que sé

que no es el tiempo el que altera esta claridad.

Mi madre dice, “No creo que alguna vez conozcamos realmente a otra persona.

Ni siquiera sé si terminamos de conocernos a nosotros”.

Sentada en su cocina, se niega a merendar

pues insiste en que se llenó en la comida y la alegra mi visita

que ha sido tan larga como para que conversemos.

A sus 75, ella arma con tablas un bancal

en su jardín de irises, gladiolas, azucenas.

Esta tarde ambos intentamos tomar el mismo pedazo de papel

y rocé las yemas de sus dedos.

Mis manos son casi tan pequeñas como las de ella.

La calidez que brotó de su mano en un instante

fue un accidente desenfocado y puro,

el lento calor de sus tres años de viuda calcinando un cuarto

donde él se sentaba antes de pararse, se dormía, doblaba toallas,

y murió.

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Datos vitales

Bill Mohr, poeta, ensayista, actor, editor y  antólogo. Nació en Norfolk, Virginia, y creció ahí y en otras ciudades costeras. Doctor por la Universidad de California en San Diego. Ha dirigido un número de revistas literarias. Actualmente es Profesor Asistente en la California State University. Vive en Long Beach con su esposa, Linda Fry.

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Poesía de Patrick Lawler

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El autocine

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Las caras llenan la pantalla que se alza sobre el pasto; las vacas, abajo, se encogen de hombros. Los gestos atónitos de Dean o Bogart o Hepburn. Nos maravillan sus grandes cabezas de Isla de Pascua.

Un agujero extenso en la pantalla interrumpe el beso de la diva. Los pájaros vuelan por el cerebro de Ingrid Bergman. Nunca estamos seguros de la dirección del brote de la luz. Grandes lágrimas brillantes de película salen de la abertura en la pantalla. Cada uno de nosotros en nuestros autos está iluminado y encogido.

A través del agujero vemos que la pupila de Marilyn se alinea con la luna.

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MATÓN SOLiTARIO SE LLEVA 23 CUERPOS A CaSA COMO COMPAñÍA

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Los relojes siempre                                                                son

más                             ruidosos                                  en casa de

los                                                      viejos.

Luego                         están                                                   los cuartos

solos                                                                                      donde

no

hay

sonidos,                      no hay descanso,                                lugares

que                  los                               viejos                          abandonan.

Y el                 polvo               comienza                                a

asentarse

en las enormes                        sábanas                       blancas que

cubren

sillas

sofás,                                                                                     estantes,

el piano.                                  Como si un                             arado

los hubiera                              apilado ahí.                             Grandes

dolorosos        ventisqueros, incapaces de                            fundirse.

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E(CSTASIS) – MAIL

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En la aldea chilena de Chungungo

los residentes toman agua de la niebla

que atrapan en una serie de cedazos.

En las montañas chilenas

cosechan la neblina.

La mancha traslúcida en el ala de una mariposa

es el espéculo. Es una ventana

donde la luz toca la luz.

Es lo que existe entre las yemas de nuestros dedos.

Y el pueblo chileno de Chungungo

construye este sistema intricado

de redes y de tubos

para que las gotas de agua lleguen a sus labios.

Sé que estás

en algún lugar muy hondo

en las montañas.

Si estuvieras aquí

yo viviría mi vida

como una ventana

en el ala de una mariposa.

Viviría mi vida

como un espejo en torno a ti.

Aquí, entre la gente de Chungungo,

al pie de las montañas

con redes delicadas y tubos sinuosos.

Aquí, entre los cosechadores de la niebla.

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Datos vitales .

Patrick Lawler, poeta, cuentista. Ha publicado tres colecciones de poesía. Ganador del Many Mountains Moving Poetry Competition. También ha sido becario del New York State Foundation for the Arts (1989 y 1999), del National Endowment for the Arts (1991) y de la Constance Saltonstall Foundation for the Arts (2001). Ha trabajado en proyectos de poesía experimental y arte performativo.

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Poesía de Robert Pesich

Titulares

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País de mi sangre

que graba en sí mismo

nuevas fronteras

con forma de pistola,

el gatillo

un fluir

de niños insomnes.

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.Preguntas sin respuesta en la peluquería

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¿Cómo se casaron la luna y el cuchillo?

¿El pan se encela si partimos nuestro propio corazón?

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.El camino a casa a las 6 de la tarde

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¿Cuánto tiempo debe uno apoyarse en nada

para vivir en el relámpago?

¿Qué le pasa a nuestro nombre

cuando no hay caída ni vuelo

sino sólo estar en fila?

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Hora feliz en El Rancho Verde Bar & Grill

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“No Entre” “Propiedad

de Investigación Universitaria”

anuncia un letrero rojo, blanco y azul

cruzando la calle, en el portón cerrado

que da a campos verdes, temblorosos,

todo el camino al horizonte.

¿Y qué? La pareja joven se mete por debajo.

Sólo los mosquitos podrán verlos

yaciendo desnudos y agotados en una manta de picnic

lamiendo la sal de la piel uno del otro

entre surcos de tomates rojos, polvorientos

mientras niños pasan flotando por el río cercano

en cámaras de llanta y cantan canciones de Madonna,

mientras Mercedes Sosa canta en el bar

“Gracias a la Vida” para sus padres

que vuelven de acequias y de talleres

mientras un polvo tenue eriza todo

a millas a la redonda, emisión del crematorio

del hospital de la otra orilla,

donde se quema basura: las sobras, cartas, agujas,

todo el pelo, escrotos, placentas,

senos, ojos nublados, etc.,

aquí nadie lo nota, ni siquiera el policía encubierto

que busca algún recuerdo en la rocola,

y tú entras, sediento, buscando

un trago o quizá una dirección.

Sin sabor y sin nombre,

la ceniza de tus labios.

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Datos vitales

Robert Pesich, poeta, genetista. Nació en 1967 en San José, California. Su trabajo literario ha aparecido en numerosas revistas y en la antología And We The Creatures. Ha sido nominado al Pushcart Prize en 1998, 1999 y 2000. Becario del Arts Council of Silicon Valley en 2005. Vive cerca de San José con su esposa y su hija.

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Poesía de Anthony Seidman

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Octavio Paz se dirige a Marie-José

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Escúchame como se escucha la lluvia vespertina:

He intentado plasmar las calles, los árboles

de tamarindo, el jardín de mi infancia, el viento y su dominio, todo

en el espejo blanco de una página.

No te muevas; desabróchate la blusa, deja caer

tu falda de trigo que peina el viento; ése

es nuestro mundo.

Me he ahogado en la política, vi

el dinero que raspaba, ceniza en las chimeneas, y me senté

en el atrio blanco del silencio.

No hables; suéltate el cabello, deja caer

tu vestido de agua que tienta a la luna; ése

es nuestro parlamento.

El calendario ha completado

una vuelta, fusionando dioses de agua y humo.

Pero contigo soy un esbozo de sílabas,

un eco que tañe y cede y soy

indiferente a la agonía del mundo porque aquí

duermo contigo.

Sin ti, huerto oscuro,

árbol de mi sangre, navaja del mediodía.

dos pájaros alzaron el vuelo en tus ojos:

Uno sin alas, el otro, un incendio.

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Sueño

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El calor era un péndulo inmóvil. Nunca hubo brisa que refrescara el sudor de las frentes de los hombres bajo los toldos, o sobre los labios de las mujeres que cargaban sus bolsas de súper, o que esperaban la rutera en la esquina. Cada color ardía, fueran los jugos de melón y limón expuestos en tinajas, el cromado de una defensa, los escaparates de las tiendas, o el anuncio de Coca-Cola pintado en la pared del mercado. Mientras él iba de camino a ver a un amigo en una cantina con abanicos de techo, o en un restaurante con manteles almidonados y meseros en chalecos blancos, recorrería esas calles, esos colores.

A momentos, pasaría todo el día cosechando: negror matinal y tenue, que se eleva en rizos como humo del sándalo, sobre los labios de una adolescente que fue a un encargo a la tienda de la esquina; la franja de óxido en el costado de un autobús; la franja azul-desinfectante de una patrulla. Y el azul duro, sin mancha, del cielo. Millas de nuevos distritos con edificios de estuco –todos licorerías o video centros– pintados de amarillo-yema y turquesa. La arena en un terreno vacante. Callejuelas antiguas con casas de adobe achaparradas y ruinosas, del color del chocolate espumado con leche. Pelaje de un perro callejero, del gris de manteca coagulada.

Eventualmente, esos colores desbordarían sus manos en cuenco

y resbalarían por sus brazos, como hielo que se funde, y mancharían su camisa, pantalones y zapatos. Pero él continuaría acunando en sus brazos esta carga montante de vistas y penumbras; el sudor escocería en sus ojos, y ese ramo variopinto destellaría como el ocaso enrojecido a través de la distancia y el polvo. Después de caminar largo rato, se secarían como pétalos prensados en un libro. Y aún así los portaría, aunque el viento vespertino arrancara algunos fragmentos de luz de ceniza. Al llegar a su calle, él caminaría hacia el muro de una casa derrumbada frente su ventana, junto al callejón. Para entonces, todos los colores se habían marchitado en costras pardas y él las desperdigaría en el viento ascendente, para que habitaran el callejón y los muros rotos. Pronto vendrían las tolvaneras a borrar esas cenizas,  y comenzaría un día nuevo con sus colores únicos y perecederos.

Al ocaso, él volvería a su cuarto a recostarse y descansar. Se dormiría, con los rostros, esquinas y resol, destellando y difuminándose como un disco que gira despacio, cayendo por el borde de la arena violeta y vesperal.

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Datos vitales.

Anthony Seidman, poeta, traductor. Maestro en Escritura Creativa Bilingüe por la Universidad de Texas en El Paso. Vivió durante varios años en Ciudad Juárez; trabajó como profesor de inglés en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Su primer libro, On Carbon-Dating Hunger, fue publicado en el 2000 por The Bitter Oleander Press. Actualmente vive en North Hollywood, California.

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Poesía de Paul B. Roth

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Cuando nada ocurre

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Muy adentro

de mi casa

un cubierto

suena

contra el vaso

El revolotear

de una polilla

blanca

calla veloz

el tintineo

Esquivada apenas

entre manos

acopadas

esta polilla

este poema

que le escribo

se me escapa

.

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.Visión temprana

..

Esta mañana

por un breve

momento

entre el sueño

y

la intranquilidad

escalo

los pequeños, blancos

senderos

que las orugas

ensalivan

sobre las dulces

hojas de cerezo

que devoran

sin cesar

.

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.IInfancia perdida

.

Dentro

de las grietas

de un montón de rocas

brillan nimios fuegos

La nevada

los vela

pero nunca

los sofoca

El aire

alrededor

entibiece

mis manos expuestas

Dentro

un cordero aúlla

desde su infierno

de lana

Su balante y roja

lengua escupe

grasa sobre

mi falta de

apetito

.

..

Nada de música triste todavía

.

Música,

cómo

adelgaza

tu desnudo talle

el vino seco

en la copa

delicada

Cómo

vacías

todo

lo que no puede

retenerte

Cómo

las cuerdas de la guitarra

a lo largo de las cuales

tus lágrimas

son gotas

tan suavemente

inducen

la rítmica

pulsación

de un dedo

.

.

Edad

.

Las

palabras

que

ahora

me

atraviesan

dejan

algo

menos

de

murmullo

.

..

Fragilidad

.

La tierra

es

el más pequeño

azul

de su flama

nunca se

desvía

de su propio

camino

nunca la

traiciona

un solo

aliento

se esconde

en un espacio

blanco

que cada página

hace arder.

Traducciones del inglés: José Luis Rico

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Datos vitales

Paul B. Roth, poeta, editor. Vive en Fayetteville, Nueva York. Ha publicado seis colecciones de poesía. Edita y publica la revista The Bitter Oleander: A Magazine of Contemporary International Poetry and Short Fiction.

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