A la muerte del padre, por Andrea Cote

Andrea CoteLa poeta colombiana Andrea Cote escribe: “Mi padre murió y su pérdida le ha dado un nombre a cierta búsqueda. Leo las Coplas por La Muerte del Padre de Don Jorge Manrique y reconociendo el dolor de mi perdida en el dolor de cada hijo me pregunto qué tanto de escribir poesía no será tan sólo este deseo enorme de aprender a hablar con nuestros muertos”.

 

 

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Mi padre murió y su pérdida ha dejado muchas cosas sin nombre, incluso el dolor. Esta pena desconocida, esta piedad repentina por el ser humano y esta intensa fragilidad me han devastado. La última vez que lo vi fue el día de mi boda, tenía esa sonrisa amplia y blanca que era su sonrisa de satisfacción. Ya no sé cúanto habría dado cierta muchacha triste que fuí por saber cómo hacer aparecer esa sonrisa que esa última vez me derrochaba.

A mi padre no lo descifré, ya no sé si porque era un ser humano complejo o demasiado simple, sólo sé que marcó mi vida como ninguna otra cosa o ninguna otra persona. Durante mucho tiempo era él quien habría y cerraba las compuertas de luz en mi mundo; su tristeza arreciaba los confines y su alegría ceñía lo que solíamos llamar los “buenos tiempos”. Mi padre era, al parecer, un suerte de estado de las cosas.

Esta muerte determina del todo la vida de algunos de los seres que amo. Esta muerte, además, me ha llevado a reconocer cuán torpe es la infancia, la adolescencia, la adultéz y el mismo día de ayer, porque hasta hoy día no sabía cómo nos cambia el dolor inconsolable. Qué torpe manera de no haber temido a la vida sin él, la vida tan distinta en adelante.
Ni siquiera sospechaba lo triste que era carecer de sus formas más tristes. Claro que él sabía que yo le tenía amor, claro que yo sabía también del amor que me tuvo, pero algunas formas de la comunicación no son dominio de las palabras. Admiré su manera de morir, ella selló la forma de vivir que él defendía. Su fuerza, su lenguaje y hasta su misma vanidad estarían complacidas. Todos sus deudos presienten que habría querido la partida así, repentina como la belleza y aún más la habría solitaria. Pero vivir no es ser complacidos.
Mi padre murió y su pérdida le ha dado un nombre a cierta búsqueda. Leo las Coplas por La Muerte del Padre de Don Jorge Manrique y reconociendo el dolor de mi perdida en el dolor de cada hijo me pregunto qué tanto de escribir poesía no será tan sólo este deseo enorme de aprender a hablar con nuestros muertos.

 

 

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Ahora puedo decir, por amarga experiencia propia: a pesar de que se compusieron hace más de quinientos años Las coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, sean probablemente la primera evocación estética de que uno sea capaz ante la constatación de “cómo se pasa la vida,/cómo se viene la muerte/ tan callando”. No puedo pensar ahora que sea el “sentir que corremos como el río de Heráclito” evidente en esos versos y que Borges le reconoce a la poesía de Manrique lo que obliga a su recuerdo. No quiero creer ahora que sea le reedición angustiante del fugit irreparabilis tempus virgiliano lo que le permite seguir teniendo vigencia. Ahora puedo decir, por amarga experiencia propia: es la sincera concisión que alcanzan estos versos al expresar la marca inefable de la muerte lo que hace que vuelvan a mi, en la misma medida en que antes volvieron a la admiración del público en el siglo XV, de los románticos Zorrilla y Espronceda en el XIX, de Darío y Machado en el XX.

Jorge Manrique es otro de los ilustres poetas militares de la tradición castellana, como antes que él lo fuera su tío abuelo el Marqués de Santillana. La mayor parte de sus estudiosos coinciden en que nació en 1440 y que pasó los más de sus días adultos hilando versos y blandiendo la espada hasta su muerte en batalla en 1449. Las coplas a la muerte de su padre constituyen lo más célebre y perdurable de sus obras. El poemario se inscribe en la práctica medieval de la elegía funeraria, tomando como objeto a “el maestre don Rodrigo/ Manrique, tan famoso/ y tan valiente” a quien en admirado éxtasis describe el poeta de la siguiente manera:

 

¡Qué amigo de sus amigos!

¡Qué señor para criados

y parientes!

¡Qué enemigo de enemigos!

¡Qué maestro de esforçados

y valientes!

¡Qué seso para discretos!

¡Qué gracia para donosos!

¡Qué razón!

¡Qué benigno a los sujetos,

y a los bravos y dañosos,

un león!

 

A este elogio, que aún muchos verán o querrán ver aplicado a padres propios, presentes o idos, se suman comparaciones a grandes hombres del pasado latino y menciones a hechos de armas de la época del escritor. Estos elementos le atribuyen cierto aire anticuado a algunos poemas, pero no le restan actualidad al conjunto de coplas en tanto son una reflexión general, en lenguaje sencillo, sobre el arduo evento que es la muerte.

Esta meditación en torno a la brevedad de la vida y la naturaleza de la muerte se evidencia más explícitamente en la primera parte de Las coplas a la muerte de su padre, que comprendería las catorce primeras coplas. La segunda parte, que abarca de la copla 15 a la 24, ahonda en el tema al presentar una lista o inventarios de grandes hombres que han sido e interrogar, retóricamente “di Muerte, ¿dó los escondes/ y traspones?”. En la tercera y última parte, a la que pertenece el ejemplo citado anteriormente, aparece por primera vez la mención de don Rodrigo y con ella se consigue, propiamente, la elegía.

Estilísticamente, las coplas se componen en sextillas octosílabas con versos repartidos en dos semiestrofas idénticas. Cada una de estas consiste de tres rimas consonantes correlativas, abc:abc y termina con un verso libre. Nos dice Tomás Navarro que semejante estructura, que se origina con Juan de Mena y se practicó extensamente por diversos poetas de la segunda mitad del siglo XV, se denomina de manera general como “copla de Jorge Manrique”, por la popularidad de las que compusiera el autor.

En Las coplas a la muerte de su padre se compendian tópicos como la vida cual camino y/o río, el paso inexorable del tiempo, la vanidad de los bienes materiales y la muerte como gran igualadora. La copla 3 constituye un hermoso y acabado resumen de tal afán sintetizador y todavía hoy en día podemos con ella decir:

 

Nuestras vidas son los ríos

que van a dar a la mar

que es el morir:

allí van los señoríos

derechos a se acabar

y consumir;

allí los ríos caudales,

allí los otros, medianos

y más chicos,

allegados son iguales

los que viven por sus manos

y los ricos.

 

 

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