Cimas líricas de la poesía mexicana I

cimas líricas 1

En esta nueva entrega de Combate, Alí Calderón nos ofrece la primera de tres partes de su conjetura en torno a lo que considera la mejor y más representativa poesía de México de 1985 al presente. Su reflexión parte de la idea de que el país cambió (en distintos órdenes de la vida pública) a partir de esa fecha. Surge entonces la pregunta ¿también lo hizo la poesía? 

 

 

CIMAS LÍRICAS DE LA POESÍA MEXICANA.

DE 1985-2012

 

 

            A

A mediados de 1985, el pri perpetró en Chihuahua un fraude electoral infamante que alcanzó los más altos niveles de cinismo y generó una especie de resistencia civil y condena generalizada al Estado. Hugo Sánchez acababa de ganar el pichichi al anotar diecinueve goles y ese verano fue fichado por el Real Madrid. Into de Groove de Madonna alcanzaba el puesto de privilegio en las listas de popularidad cuando ese septiembre, un terremoto de 8.1 grados en la escala de Richter devastó la Ciudad de México. Un gobierno incapaz de hacer frente al desastre más una crisis económica con altísimos niveles de inflación y continuas devaluaciones más una preocupante crisis ecológica y millonarios recortes al presupuesto crearon las condiciones objetivas y subjetivas para el nacimiento de una sociedad civil descontenta que habría de transformar la circunstancia del país durante las siguientes dos décadas. Tres años más tarde se le robaría a Cuauhtémoc Cárdenas el triunfo en las elecciones presidenciales, México abrazaría definitivamente el neoliberalismo y, en algún grado, habría de debilitarse el partido de Estado. Luego, lo ya conocido: el EZLN, el enrarecimiento social de 1994, la devaluación de 1995, fobaproa, la alternancia, Fox, un nuevo fraude electoral, la guerra contra el narco, lo que sucede hoy. Más de veinticinco años, desde 1985, que cambiaron el rostro de México.

            Si siguiéramos, de algún modo, al marxismo clásico cuando sostiene que la base económica y la coyuntura política influyen o inciden en la superestructura, en este caso, en la literatura, en la poesía, sería pertinente preguntar: ¿Cómo ha sido la poesía mexicana en esos poco más de veinticinco años? ¿Cuáles son los momentos de mayor brillo? ¿Qué poetas, qué obras, qué poemas son los más intensos, depurados, consistentes? En resumen, ¿qué es lo mejor de la poesía mexicana desde 1985, que comenzó a cambiar el país, hasta hoy?

 

            B

En mi conjetura, para dar respuesta a semejantes respuestas es necesario partir de la hipótesis de que en toda historia literaria se advierten y son fáciles de identificar algunas cimas líricas, momentos de particular brillo: extrema conciencia formal y verdadera altura emotiva. Muy cerca de estas cimas líricas encontramos también el trabajo de poetas de gran capacidad, poemas o poemarios que marcan los rumbos de nuestra tradición, momentos si no de la más alta poesía sí notabilísimos.

            Octavio Paz, cuya sombra cobija la poesía de México desde hace al menos sesenta años, debe ser natural punto de arranque de nuestra reflexión. En 1987, el último Paz publica Árbol adentro. Quizá no sea un poemario al nivel de sus colecciones más logradas, más perfectas y estremecedoras, semillas para un himno (1954), Piedra del sol (1957) y La estación violenta (1958), pero en él encontramos todavía momentos muy logrados, pulcros, con ese tono hierático, solemne, cuasi sacro, apoyado en una gran fuerza ilocucionaria, propio de su mejor poesía. Ejemplo nítido de lo anterior podría ser el siguiente fragmento de “Carta de creencia” donde el poeta manifiesta aún, amén de evidente oficio, plenos poderes poéticos:

 

            1

Entre la noche y el día
hay un territorio indeciso.
No es luz ni sombra:
                                      es tiempo.
Hora, pausa precaria,
página que se obscurece,
página en la que escribo,
despacio, estas palabras.
                                                La tarde
es una brasa que se consume.
El día gira y se deshoja.
Lima los confines de las cosas
un río obscuro.
                            Terco y suave
las arrastra, no sé adónde.
La realidad se aleja.
                                    Yo escribo:
hablo conmigo
                          —hablo contigo.

 

Un poema cuidado formalmente, apolíneo, diríamos. La imagen –a medio camino entre lo surrealista y lo mítico– continúa siendo la piedra de toque de una poesía que no abre ya camino hacia el mundo de las sensaciones sino, más bien, al del intelecto. Poemas donde la logopea adquiere matices afectivos. He ahí la maravilla. Todavía en este poemario, Paz visita regularmente el eneasílabo pero sobre todo dos metros clásicos como el heptasílabo y el endecasílabo para construir sus pautas melódicas.

            También de 1987 es Albur de amor de Rubén Bonifaz Nuño, reconocido no sólo como un poeta muy significativo sino como formador de otras generaciones de poetas, por tanto, podría decirse que es modelo de algunas de las tendencias que sigue la poesía mexicana actual, una especie de poeta raíz.  En los poemas de este libro se mantiene el tono desgarrado que alterna tradiciones tan dispares como la grecolatina y la de la música popular mexicana, con esos giros lingüísticos propios de la norma cotidiana que tornan afectivo y próximo su discurso, dolorosamente lírico:

 

Tú como si nada te diviertes;

pero entristécete:

si todos sabrán que estoy quemado,

ninguno sabrá que por tus llamas.

 

Además de aprehender la subjetividad de la derrota amorosa, busca imprimir a sus textos cierta sal, cierta agudeza (¿resabio de su conocimiento de la epigramática griega y latina?) a través del juego de oxímoros

 

Mientras más mal te portas, mucho

más te voy queriendo, y porque espero

menos, me injurio y te acrecientas.

Así tuvo que ser: de tanto

que te procuré, me aborreciste;

tan sólo pesares te he dejado.

 

Rubén Bonifaz Nuño construye una música fundada en la combinación de eneasílabos y decasílabos (con invariable acento fijo en la quinta sílaba, innovación rítmica de este poeta) a los que inserta tres y hasta cuatro acentos rítmicos para acrecentar la intensidad emotiva y la tensión articulatoria:

 

En el agua escrito y en el viento

que el amor perpetuo. Sombras.

Y me quemo, y de la mejor violencia

ay, ma– te alumbro al apagarme.

 

El Bonifaz de esta época, todavía intenso y extremado, de raigambre confesional en una época donde se comienza a despreciar lo confesional[1], logra conmover y aún habrá de publicar, dos años más tarde, el curioso Pulsera para Lucía Méndez[2].

            Desde mediados de los años setenta, los autores de la promoción –entonces– más joven, los nacidos en los años cincuenta, habían dado muestras de ser poetas más completos que los de la generación anterior. En 1976, Ricardo Castillo publicó El pobrecito señor x, ya un clásico de la poesía mexicana por la frescura de su lenguaje literario; en 1977 Coral Bracho saca a la luz Peces de piel fugaz y en 1982 El ser que va a morir, libros que la volvieron una poeta de moda; en 1979, Vicente Quirarte publica Calle nuestra; en 1980, Eduardo Langagne gana el premio Casa de las Américas con Donde habita el cangrejo; en 1982 José Luis Rivas entrega Tierra nativa, uno de los momentos más brillantes de la poesía mexicana de la segunda mitad del siglo XX, quizá su mejor poemario. Efraín Bartolomé había publicado dos extraordinarias colecciones de poesía: Ojo de jaguar (1982) y Música solar (1984). El poeta chiapaneco había mostrado ya su enorme poder poético y en 1987 lo reafirmó con la aparición del impresionante volumen Cuadernos contra el ángel, que considero una de las cimas líricas de los últimos veinticinco años y, en general, de nuestra tradición[3].

            Efraín Bartolomé emprende, vía Robert Graves, una reconstrucción de la idea de poesía. Con Gottfried Benn, piensa que el poema lírico debe ser un gran poema o no ser y sostiene, recurriendo a lo expresado en La diosa blanca, que

 

Estás ante un verdadero poeta cuando alguno de sus versos es capaz de erizarte los pelos de la barba, cuando alguno de sus versos es capaz de producir una corriente escalofriante, una sensación de irrealidad que aprieta tu garganta y humedece tus ojos. Un terror cósmico que nos ordena de nuevo. Los trucos apolíneos producen curiosidad, sonrisitas, ligeros asombros y, a lo sumo, deslumbramiento. Un poema verdadero produce conmoción, hace que un hombre entre en contacto con lo otro, hace que el hombre redescubra su alma  (Domingo Argüelles )

 

La poética de Bartolomé sí se corresponde con su práctica, con su puesta en operación. Cuadernos contra el ángel es una elegía (Las palabras de Job queman mi lengua:/ mi cítara se ha convertido en llanto/ y en voces lúgubres mis instrumentos músicos) que logra hondamente conmover, que por medio de medios lingüísticos provoca ese extrañamiento que pedían los formalistas rusos existiera en la buena literatura. Un poemario que logra conmover y deleitar, estremecer y maravillar por su estructura, por su urdimbre. Por ejemplo, el siguiente poema:

 

Duele

           Golpea la superficie caliza de mi alma

con un turbio tropel de sal y espuma

con una erosión lenta y encerrada

 

Me dio a beber su vino

Puso mi corazón a levitar

como un pez en las aguas violentas de la noche

y ahora se va:

yo contemplo la lluvia que golpea

los portones de hierro y sus aldabas

 

Esa mujer que ardía

Que me llenó de heridas luminosas con su exceso de sol

 

va alejándose     hundiéndose     perdiéndose

Se va por las amargas paralelas del tren

Se va por el peralte donde la lluvia corre

Y yo quiero decirle que afuera hay un mal sueño

Que hay un perro rabioso     Que hay un viento brutal

Que llueve

                  Que no salga

 

Pero no digo nada

 

Contra una piedra quiebro mis dos puños

                                                                                     Pero no digo nada.

 

La luz filosa tiembla

                                Pero no digo nada.

 

Y ella es un viento que se va:

deja en mi olfato púas de azúcar imposible

deja esta piel poblada de vidrios diminutos

este engranaje negro que tritura mi corazón frutal

esta cáscara en trozos que navega iluminando el aluvión

 

Ella se va:

          Lleva en su boca el gusto de una naranja intensa.

 

Bartolomé logra la poesía, el tránsito del signo al símbolo, empleando distintos medios, distintos mecanismos para alcanzar la autorreflexividad y la ismorfía, el más usual de ellos, el fenómeno de la repetición en sus diferentes formas[4]. Como pocos en nuestro presente lírico, este poeta echa mano de la isofonía en su forma de aliteración (Qué derrumbe brutal de breves pájaros envenenados) y también de paronomasia (El corazón en sombras  el sombrío  el sembrado de asombros) para generar una música que se corresponde con la intención significativa del poema: el dolor, el crujido, el quebranto del yo. Asimismo, isotaxías como la anáfora, la epifora o su combinación, la complexio, son recursos ampliamente utilizados para producir vértigo, énfasis, solemnidad, el vibrar de la máxima tensión[5]:

 

Yo te beso

 

Frente a la destrucción y el aire sucio

                                                          te beso

En el estruendo de los automóviles

             –migraña del día–

te beso.

 

En otros momentos, Bartolomé alcanza la expresión más depurada en el trabajo delicadísimo del significante, de la forma de la expresión, de la piel del poema con un lenguaje literario que privilegia la tersura léxica, la leve densidad verbal. Esto se logra habitualmente en el empleo de sonidos fricativos suaves, líquidos y oclusivos sonoros:

 

Había una mujer

entre sueños goteaba su sal fina

sus filamentos de ligera luz

su murmullo de lluvia

                                  que crecía

 

Abría blandos muslos la mañana

Había un leve volar de mariposas

El viento mecía aromas de manzana

 

Hay pasajes de esta poesía en que el poeta es capaz de llegar a la intimidad de las cosas, que aprehende la subjetividad del instante, de aquello que enuncia. Este efecto acontece, normalmente, tras el estímulo lingüístico de un metasemema o un metalogismo como la sinestesia (A estas horas / herido por la altura de la noche que avanza) o la metáfora (un grito/ lenta lanza/ atraviesa el silencio) y el consecuente poder poético de la fanopea (En mi sangre navega tu voz densa/ como un aguacero que ilumina el relámpago).

            La construcción rítmica de Bartolomé es muy interesante porque visita la silva de manera velada. Alterna alejandrinos, endecasílabos y heptasílabos en lo que a primera vista pareciera ser un versículo, un verso de largo aliento. En cualquier caso, su tono es muy atractivo desde el punto de vista de la melodía y la sensación de solemnidad que produce.

            La poesía de Efraín Bartolomé estremece y lo hace quizá porque apela a algunos de los valores fundamentales de la poesía: evocación, invocación, objetivación de lo subjetivo, connotación a través de matizaciones afectivas:

 

 Estoy aquí (me palpo)

Soy como el hueso de esta carne oscura

Junto a mí duerme la mujer

           (mi mano avanza lenta por su muslo dormido)

Y ella no sabe que yo estoy aquí     buscándola

buscándome

recorriendo su muslo para saber que aquí algo más empieza

algo que no soy yo    que no es la noche    y que tampoco es ella. (206)

 

 

 


[1]  Eduardo Milán, habrá de ponderar la idea de la desaparición del “yo poético”. Ha sostenido que “la poesía actual es el imperio de la anécdota, el imperio de la confesión que trata de convertir al lector en un sacerdote de domingo”.

[2] En ese tiempo, Lucía Méndez había protagonizado la exitosa telenovela El extraño retorno de Diana Salazar, Televisa, 1988.

[3] No pocas veces se ha devaluado la poesía de Bartolomé acusándolo de ser un poeta grandilocuente. Evodio Escalante, por ejemplo, con sorna, escribe que “Efraín Bartolomé, sería el ejemplo más contundente de un poeta que basa toda la eficacia de su verso en la enunciación personal. A Efraín Bartolomé le habla directamente la diosa de la poesía, y él lo único que hace es seguir su dictado”. Y continúa: “Confieso que a mí me satura y me cansa esta poesía egocéntrica, que radica su presunta eficacia en las inefables epifanías de un yo que por lo visto nunca corre riesgos”. Es un asunto de poéticas, por supuesto, amén de que la molestia del crítico posiblemente sea más bien con el personaje que con sus poemas.

[4] Según Iuri Lotman, “puesto que todo texto se forma como la ligazón combinatoria de un número limitado de elementos, es inevitable la presencia de repeticiones en él”. En ese marco, “ninguna de la repeticiones se presentará como casual respeto a la estructura”.

[5] Otro fenómeno de la repetición usado por el estilo Efraín Bartolomé, por esta inteligencia de construcción, es el paralelismo, que genera también solemnidad y tono creciente: Todo el dolor que hierve en el oscuro corazón terrenal / Todo el dolor que ahora quema mi boca.

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