Nueva narrativa ecuatoriana No.1: Luis Alberto Bravo

Luis A. BravoXavier Oquendo ha preparado para Círculo de Poesía un dossier de la nueva narrativa ecuatoriana. El primer narrador es Luis Alberto Bravo (Milagro, 1979). Ganó el Concurso de poesía y cuento Lenguaraz 2009 (México). Fue considerado por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de 2011, como uno de ‘Los 25 secretos literarios de América Latina’.

 

 

Primera antología de gente que suele caminar bajo la lluvia

 

Hace algún tiempo vi un video-clip, de un grupo que he olvidado y la canción mucho más. Se trataba de un tipo que lloraba todo el tiempo; y la nube y la tempestad sobre su cabeza componían la simbología de aquello que pasaba en su estado de ánimo. Eso me hizo recordar que alguna vez me había planteado una historia semejante, y vaya me dije: ¿Cómo fue que no llegué a terminar esa historia? ¿Qué razones hicieron que lo abandonara y olvidara totalmente? En un principio, el proyecto de cuento se trataba, o mejor, se trataría de la reseña de todas las anécdotas que podía recordar, habían sucedido bajo la lluvia. Sería como una antología de gente caminando bajo la lluvia, nada más que eso. Y por supuesto, mucho material lo aportaría yo.

Pensé que para abrir el cuento, sería ideal traer a la memoria del lector, una escena que aparece cerca del final de Las fuerzas de la naturaleza —no voy a discutir aquí si la película es divertida o se trata de un bodrio, eso no, a mí no me importa y a ti no debería importarte; y si te importa, adelante, toma un ticket y espera a que me importe— donde Sandra Bullock se aparece en la puerta de la casa de su hijo. Ella es una mala madre, por donde se lo mire, pero ese tampoco es el punto. El punto es que está lloviendo. Y para esa época yo quería escribir una historia sobre gente bajo la lluvia. Sandra está empapada. Y su hijo (quien está dentro de la casa; en verdad, él poco importa en esta historia de gente bajo la lluvia) muestra un gran resentimiento hacia esa loca mojada: que se ha aparecido de pronto en su puerta.

Recuerdo borrosamente la escena. Incluso equivocaré en el diálogo, eso es indudable. Pero el asunto tampoco va por ahí. Lo importante es que Sandra Bullock está bajo la lluvia. ¡Pareciera que ha llevado toda una vida ahí, bajo la lluvia! Toda una vida, afuera de la casa de su hijo, queriendo entrar. No recuerdo que le dice exactamente. Si se saludan, no estoy seguro. Sólo puedo asegurar que después de un par de segundos, en los que ella ha meditado lo suficiente (el tiempo necesario en que un hijo se da cuenta, de que su madre está de visita, sin regalo, y empapada hasta el hartazgo): le hace una señal con el dedo. Quiero explicar bien este punto. No lo señala a él, a su hijo. No. Se trata del dedo índice de la mano derecha de Sandra (tal vez equivoque aquí también, pero sirve el ejemplo) que se lo ha llevado a la boca. Lo moja. Y luego ha apuntado su dedo mojado hacia el cielo. No me voy a detener aquí, a descifrar si el dedo mojado —ahora bajo la lluvia— está más húmedo que antes de que se lo introdujera en la boca. Sólo me interesa saber si el lector me está siguiendo. ¿Estamos? Quiero que todo esté claro. Sandra llevó su dedo a la boca, lo sacó, lo apuntó hacia el cielo. Y todo esto, con el único objetivo de que lo aprecie su hijo; de que el gesto comunique: «Hey, me estoy mojando. ¿Puedes dejarme entrar?». La semiótica puede ser un buen instrumento para la gente que guste de caminar bajo la lluvia. Luego de aquellos segundos infernales, el chico por fin abre la puerta. ¡Por fin, vaya que has demorado! No lo dice Sandra, pero lo piensa. En realidad, la puerta siempre estuvo abierta, pero no lo suficiente como para entender que uno es bienvenido. ¿Ahora entiendes por qué utilicé ese dedo índice, en el espacio donde generalmente citas a alguien? Pudo ser la mano de una monja parando un taxi bajo la lluvia, o la mano de una niñera, quien luego de fornicar con su novio cruza la calle para volver al dormitorio de los niños, el dedo tal vez señala la habitación donde estará toda la noche. Lo que sea. El asunto es que ese dedo húmedo soportando toda la lluvia, para mí, resultaba algo así como un haiku. Sobre si estás de acuerdo o no conmigo, tampoco es el punto. Mi preocupación, o diré, interés estaba enfocado en toda la gente que suele caminar bajo la lluvia. ¿Los has visto? Hay una variante entre quienes llevan esa tendencia: los que van más lento porque llevan su paraguas; es extraño, ningún paraguas se parece a su dueño. Los niños que siguen nadando en la piscina: y se niegan a salir, por el simple hecho de que aun sigue lloviendo. En realidad, la historia de estos niños va en otro cuento. Adelanto que uno de ellos morirá el próximo verano.

 

El tipo del video-clip, iba constantemente con una nube sobre su cabeza (del tamaño de dos puños). Y una lluvia se había desatado el día en que su novia lo abandonó. ¿Ahora entiendes por qué lamenté no haberlo escrito antes? Y el pobre tipo se cepillaba los dientes, teniendo la lluvia desatada sobre sí. Desayunaba con el café desbordado de lluvia, y los panecillos flotaban en la mesa, cerca de la mantequilla. En fin. Si ahora hiciera una antología de gente caminando bajo la lluvia, nombraría unos 5 casos, todos desordenados, no esperes mucho de mí.

 

1)      En un taller de guión cinematográfico. Una chica leyó, la historia que preparó su grupo. Me enfocaré en la escena final. La chica luego de discutir con su padre, sale a comprar un cigarrillo a la tienda. Hay temporal. Y las calles están húmedas. Hace un par de horas estuvo lloviendo muy fuerte. Y ahora algunas gotas se aflojan de los techos. Carros pasan y sus choferes tocan las bocinas. La chica se coloca el cigarrillo en su boca. Enciende un fósforo. Se apaga. Vuelve a encender un segundo fósforo. Logra encender el cigarrillo. Inhala. Expele. Quiere olvidar un poco lo que ha sucedido allá adentro, en su casa. Una gota está a punto de desprenderse del techo de la tienda. La chica quiere olvidar que ha arrojado los peces al wáter, y por ello, su padre ha salido furioso a golpearla. Un carro frena bruscamente. La gota cae. Un gran sonido viene de la calle. Un golpe —Como si un pedazo de carne fuera lanzado contra algún parabrisas, que viaja a 120 kilómetros por hora—. La gota cae sobre el cigarrillo. Chzzz. Lo apaga. La chica, exclama negativamente: «Papá».

2)     A los ojos de su novia (y de los padres de ella), Clive Owen es un idiota al que le da por caminar bajo la lluvia.

3)     Dustin Hoffman en El graduado, tiene unas escenas memorables bajo la lluvia.

4)           

5)     Dejaré la opción 4 vacía, para que el lector, escriba su anécdota, si quiere. Mi anécdota, sucedió hace un par de años. Me da un poco de lata, relatarlo aquí, pues ella podría leerlo y podría pensar que aun la quiero. Y yo no quiero que crea eso.

 

Sé que te desilusiona que todo haya terminado así. Pero hay días que llueven todo el día. Y no recuerdas que hubiera habido pausas. Tú lector, debes creer que he escrito este texto, únicamente para no sentir que soy el único a quién le gusta caminar bajo la lluvia. ¿Qué te diré? Ahora mismo debe haber alguien orinando desde un puente en la opción 4; y no seré yo, pues estoy intentando relatarte la 5, así que no me interrumpas, de otro modo pasa la página. Cuando ella y yo estábamos juntos, si llovía… Me cuesta un poco hablar de esto. Lo resumiré así: el trabajo era mediocre pero tenía más horas para estar en casa. Ella solía ir al parque a pintar sus cuadros. Y había un tiempo… qué te diré, una media hora, en que caminábamos el uno hacia el otro, no había razón para estar separados. Odiaba mi trabajo. Y ella odiaba la luz cuando ya no le favorecía. Solía alcanzarla, en el momento en que abandonaba el parque. Nunca alcancé a ayudarla a guardar sus instrumentos. “¿Puedo?”. “¡No pesa nada!”.

 

De haber sabido que aun ibas a pintar en aquel lugar, no me habría dirigido a resguardarme de la lluvia, bajo los árboles que alguna vez pintaste. Pero mi hija quería ver la lluvia caer en el río. Creo que comparte nuestra afición de caminar bajo la lluvia. Tú guardas tus pinturas cuando percibes que va a llover. Nunca te vi guardar de manera apurada tus pinceles. Nunca te vi encargar tu cuadro de pintura al guardia del parque. Han pasado un par de horas desde que te vi. Me viste. Y saludamos de manera triste. Siempre evitas mirar a mi hija. ¡Qué sexy estabas con el rompe hielo rojo! Supe que has expuesto en el museo del centro. Evité ir a comprobar, si eras tan feliz en vivo como en la foto del periódico. Son extraños todos aquellos puntitos que se juntan para configurar tu rostro. Y los de tu boca son los que más me duelen. A esta hora, no hay lluvia; y al parecer el guardia del parque murió. Tú vas para allá. Y yo para acá. Alguien nos mira de frente. Ese lector —¡sí usted!—, es el transeúnte más triste que hay en la calle.

 

La primera antología de gente que suele caminar bajo la lluvia, continuará…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Manga

 

 

 

Un hombre atraviesa el bosque. Con gotas de caucho y varias hojas secas se logra fabricar una cabeza de gato.

Un hombre sale del bosque puesto una cabeza de gato. Dos niñas juegan en el parque al final del bosque. Para el hombre con cabeza de gato ahí se inicia el bosque, de ninguna manera se trata del final del bosque. La cabeza de gato hace que el hombre pase inadvertido ante las niñas. Las niñas juegan a hacer dibujos en la tierra. El hombre con cabeza de gato quisiera ser amigo de una de ellas. Es posible que una de las niñas odie a la otra. Es posible que la otra niña ame en silencio a su amiga. El hombre con cabeza de gato sube a la azotea de una casa y observa el juego de las niñas. Los padres de las niñas llegan a la escuela a retirarlas. Uno de los padres se observa en el espejo retrovisor: muestra enojo. Se despiden las niñas. El balancín se mueve en el parque al final del bosque. El hombre con cabeza de gato dice «Aquí se inicia el bosque». Desde el auto, la madre de una de las niñas observa el pedazo de rama seca y los dibujos hechos en la tierra.

Una de las niñas vuelve por la tarde al parque al final del bosque. Es posible que el hombre con cabeza de gato haya muerto. La niña encuentra la cabeza de gato cerca del balancín del parque al final del bosque. Se lo coloca. De esta manera la niña tiene la cabeza de gato puesta. La niña con la cabeza de gato vuelve a su casa y descubre a su madre teniendo sexo con el padre de su amiga. Se quita la cabeza de gato y la niña de pronto es un niño que ha encontrado a su padre y a su hermana mayor teniendo sexo. El padre alcanza a ver que su hijo los ha descubierto. El hijo huye de la casa (siendo una niña) y se interna en el bosque. Con gotas de caucho y varias hojas secas se logra fabricar una cabeza de gato. Su hermana mayor se deprime. Su padre se ahorca en la habitación. Al final del bosque se da el funeral del padre, solo hay dos personas frente al ataúd: la hija y el hijo.

 

Una niña con cabeza de gato atraviesa el bosque.

 

 

 

 

 Datos vitales

Luis Alberto Bravo (Milagro, 1979). Escritor ecuatoriano. Ganador del Concurso de poesía y cuento Lenguaraz 2009 (México). Ha publicado Antropología Pop (Para árboles epilépticos) (Universidad de Cuenca, 2010);  Utolands (Editorial Lenguaraz, México D.F, 2010). Cuentos para hacer dormir a una niña punk (Ediciones Arlequín, de Guadalajara, México, 2010); Las ardillas del Orden Enano (Editorial El Quirófano, 2011). Considerado por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de 2011, como uno de ‘Los 25 secretos literarios de América Latina’.

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