Tabucchi y su encuentro con la poesía de Pessoa

 Pessoa IIEl poeta y ensayista boliviano Gabriel Chávez (1972) nos presenta un ensayo sobre  Antonio Tabucchi y su relación con la poesía a través de Fernando Pessoa, concretamente vía Alvaro de Campos. Entre otros premios, Chávez ha recibido la Medalla al Mérito Cultural del Estado boliviano. Su último libro es El agua iluminada (2010).

 

 

 

Tabucchi, cadencioso resplandor

 

“Sostiene Pereira que le conoció un día de verano. Una magnífica jornada veraniega, soleada y aireada, y Lisboa resplandecía. Parece que Pereira se hallaba en la redacción, sin saber qué hacer, el director estaba de vacaciones, él se encontraba en el aprieto de organizar la página cultural, porque el Lisboa contaba ya con una página cultural, y se la habían encomendado a él. Y él, Pereira, reflexionaba sobre la muerte. En aquel hermoso día de verano, con aquella brisa atlántica que acariciaba las copas de los árboles y un sol resplandeciente, y con una ciudad que refulgía, que literalmente refulgía bajo su ventana, y un azul, un azul nunca visto, sostiene Pereira, de una nitidez que casi hería los ojos, él se puso a pensar en la muerte”.

Así, con esa imagen y esta prosa memorables, se inicia, o mejor dicho, arranca –el verbo es aquí preciso- una de las novelas más importantes, intensas y bellas de los últimos veinte años: Sostiene Pereira, publicada en 1994 por Feltrinelli, en su original italiano; llevada al cine apenas un año más tarde con Mastroianni como protagonista; y editada en 1996 en español por Anagrama, en una exquisita traducción de Carlos Gumpert y Xavier González Rovira.

Su autor, Antonio Tabucchi, nacido en Pisa en 1943, acaba de fallecer en Portugal, el país del que se enamoró con apenas veinte años y un Fiat 500 en las alforjas. Y para ser exactos, en Lisboa, la ciudad que entonces eligió -¿o son las ciudades las que nos eligen?- como espacio y dimensión ficcional  de muchas de sus narraciones, y como teatro de gran parte de su vida.

La historia de esta seducción, de este prolongado y cadencioso deslumbramiento –escuchemos los fados en sordina- empezó con y por la poesía, y se erigió en torno a ella.  Ocurre que el joven Tabucchi, estudiante de letras y viajero empedernido que buscaba los lugares de la literatura en las ciudades europeas, con los libros de su tío materno como brújula, se encontraba sentado en un banco de la Gare de Lyon en París, cuando encontró allí -¿cómo?- un poema de Álvaro de Campos, uno de los heterónimos de Fernando Pessoa, en la versión francesa de Pierre Hourcade.

Se trababa de “Tabaquería”, “Tabacaria” en el original y “El estanco” en algunas dudosas traducciones, escrito el 15 de enero de 1928, en el que Pessoa –o Campos- declara haber “vivido, estudiado, amado y hasta creído” y sentirse dividido  “entre la lealtad que le debo / a la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera, / y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro”.  Algo ocurrió en Tabucchi durante esa lectura, pues nunca más pudo disociarse del disociado (y desasosegado) Pesooa.  Partió al poco en el mentado Fiat 500 hacia Lisboa y desde entonces retornó una y otra vez, como traductor, como narrador y como Antonio Tabucchi,  a los lugares –en sentido estricto y amplio- del poeta.

Fue él el gran divulgador de Pessoa en los últimos cincuenta años; fue quien lo acercó, por vía de la narrativa (pues estaba presente siempre en sus novelas y cuentos, explícito como en Los tres últimos días de Fernando Pessoa, oblicuo como El juego del revés, abscóndito como en el propio Sostiene Pereira, donde la teoría de lla ‘confederación de las almas’ termina por explicarlo –y complicarlo- todo), a muchos que sin su intervención no hubieran descubierto a ese recóndito hombrecillo lusitano.    

“A Pessoa le debo, en primer lugar y principalmente, la fe en lo novelesco, porque a través de su poesía ha construido en realidad un universo novelesco”, dijo en una entrevista, dejándonos cavilar sobre los hilos secretos que van y vienen de la poesía a la novela.  Curiosamente, Tabucchi -autor también de esa otra joya llamada Nocturno hindú– terminó subsumiendo ese ‘universo novelesco’ de la poesía de Pessoa en su propio universo narrativo, que llegó a tornarse así, de cierta manera, un universo poético, en una curiosa confederación  de las almas de ambos géneros, donde no se sabe dónde comienza uno y dónde termina el otro, dónde la tabaquería y dónde el sueño.

No basta el espacio de la columna para abordar otro aspecto fundamental de la obra de Tabucchi: la que Mempo Giardinelli llama su “desesperación ética”, igualmente omnipresente en sus narraciones y artículos periodísticos; en el último de los cuales, publicado en La Repubblica la misma mañana de su muerte, afirmaba que “cuando la impiedad y la ignorancia prevalecen, es difícil sentirse estimulados en el orgullo y en la voluntad de recuperación. Alabados sean aquellos que alimentan todavía esta voluntad”. 

Él era, sin duda, uno de aquellos. Alzo mi copa a su memoria, sabiendo que ‘el tiempo envejece de prisa’ pero que ‘la Saudade es una categoría del espíritu’, e intuyendo que a estas alturas de las almas, el señor T. ya estará tomándose un vino y escuchando unos fados con el señor P. y sus heterónimos, en el arquetipo del mirador de Santa Luzia, bajo el arquetipo de una buganvilia y contemplando las eternas ondas del arquetipo del Tajo en el arquetipo de (su) Lisboa eterna.

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