Nueva narrativa colombiana No. 11: Martha Orrantia

MARTA ORRANTIA

En el marco del dossier “Nueva narrativa colombiana”, preparado por Federico Díaz Granados, presentamos un relato de Martha Orrantia (Bogotá, 1970). Fue directora de Rolling Stone en su edición para la zona Andina. En 2009 publicó Orejas de pescado. Es profesora de la Maestría de Escritura Creativa de la Universidad Nacional.

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Ella y él

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Ella vivía en el centro de la ciudad en un apartamento viejo y medio derruido. Tenía pocos muebles, y su favorito era de lejos una chaise-longue que había heredado de su abuela materna y que tenía manchas de maquillaje antiguo en el espaldar. Él vivía en el occidente, en el primer piso de una casa no tan vieja, pero aún así, derruida. No tenía más muebles que una cama sencilla y una lámpara fabulosa que servía solamente para leer.

Ella era una chica juiciosa, con una obsesión enfermiza por el orden y la disciplina, producto de un padre dominante y una madre ausente. Se vestía de faldas de flores y zapatos planos y tenía piernas largas y blancas. Nunca usaba anteojos, ni siquiera de sol, porque le gustaba ver los colores de los árboles al medio día.

Él era descuidado, solo usaba tenis y tenía un suéter de color rojo oscuro, que casi siempre llevaba atado con un nudo ciego en la cintura. Camisetas tenía muchas y casi todas eran negras con letreros raros o frases graciosas. Necesitaba usar anteojos porque era daltónico y miope. Por eso tuvo que abandonar su sueño de ser pintor y abrir una tienda donde vendía lienzos, acuarelas y pinceles, y a veces ayudaba a sus amigos a vender una pintura que él consideraba mediocre, en el mejor de los casos.

Ella trabajaba en una óptica, donde abría a las diez de la mañana y cerraba a las siete en punto de la noche, y durante esas nueve horas leía de todo tipo de cosas, desde revistas del corazón hasta Madame Bovary, pasando por libros de historia y uno que otro folleto sobre última tecnología en lentes.

Ambos nacieron un seis de enero, del mismo año, en el mismo hospital. Él nació a las siete y veintidós minutos de la mañana. Ella, nació a las seis y dieciocho minutos de la tarde.

Sus respectivas mamás abandonaron el hospital el mismo día, el siete de enero, con dos horas de diferencia.

Habían pasado veinticuatro años desde entonces. Ninguno de los dos tenía novio en ese momento. Ella había terminado hacía seis meses con un tipo seis años mayor que tocaba el bajo y enseñaba música en un colegio. La última novia que él había tenido había sido una mujer pasada de peso que estudiaba una maestría en historia y trabajaba como archivadora en una biblioteca.

La primera vez que estuvieron cerca, después de su nacimiento, fue justamente en la óptica. Él había entrado a preguntar por unos anteojos que había visto en la vitrina, pero ella estaba en el cuartito de atrás, tomándose un café cargado. La oftalmóloga, que atendía en una oficina pequeña en el fondo del local, la estaba remplazando, en un inusual gesto de amabilidad.

Cuando él quiso saber cuánto costaban, la oftalmóloga repitió a los gritos la pregunta, y ella gritó a su vez el precio y se derrumbó en una sillita metálica a tomar su café.

Él no compró los anteojos.

Un día, sin que ninguno de los dos supiera, se habían cruzado en una tienda de discos. Ella buscaba a Debussy y él quería comprar un disco de Tom Waits, que no tenían. Le preguntaron ambos por sus respectivos discos al vendedor, con dos minutos y cincuenta segundos de diferencia. Ella se le acercó primero y mientras que el vendedor buscaba el disco y ella esperaba, en la esquina opuesta de la tienda, él había preguntado por el suyo. Salieron ambos del local con cuarenta y dos segundos de diferencia. El salió primero. Esa vez tampoco se vieron.

Como no se vieron a las cinco y treinta y siete de una tarde de lluvia  en la que él salía de una cafetería y caminaba impávido bajo el aguacero y ella esquivaba los charcos con sus zapatos emparamados y un abrigo con capucha. No se vieron, cierto, pero él, que era infinitamente más sensible,  la percibió, y levantó sus ojos. Cuando miró, solo vio un bulto gris envuelto en una cortina de agua.

La vez que sí se vieron, la única, ella iba al trabajo sentada en un bus. Estaba leyendo un libro grueso y costoso que se llamaba “Historia de la belleza”, de Umberto Eco. Eran las nueve y ocho minutos de la mañana. El bus se detuvo en un paradero y ella levantó los ojos. Ahí estaba él, con su suéter rojo amarrado, y tenía el mismo libro en las manos. Se quedaron estáticos mirándose y les bastó ese segundo para entender que eran el uno para el otro, que solo se iban a mirar una vez en la vida, que se iban a ahorrar las peleas y el llanto pero también la alegría y los besos. A las nueve y nueve minutos, el bus aceleró.

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Datos vitales

Marta Orrantia (Bogotá, 1970). Estudió periodismo y trabajó en la sección cultural del diario El Tiempo. Después creó profesora de la Maestría de Escritura Creativa de la Universidad Nacional revistas como Jet-Set, Gatopardo, de las que fue editora, y fue directora de Rolling Stone en su edición para la zona Andina. En 2009 publicó Orejas de pescado. Ahora escribe en varios medios de comunicación, se desempeña como y está terminando su segunda novela.

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