“Mexican drugs”. Narco y Estado de Excepción

México es el país más violento de habla hispana. A continuación un ensayo de Luis Martínez Andrade que inicia el diálogo con “Mexican drugs”, de Carlos Ramírez Vuelvas (Premio de Ensayo Caja Madrid 2001). Pensamiento social moderno, vinculado a la literatura, en torno al fatídicamente famoso “Estado de Excepción”. Imperdible y de necesaria lectura para la elección que se viene.

 

 Desde la sociología de la cultura y desde la filosofía política Martínez Andrade muestra la forma que adquiere el narcotráfico en un contexto socio-histórico poscolonial donde la acumulación por desposesión mantiene al actual sistema de producción y reproducción social, a propósito de Mexican drugs, de Carlos ramírez Vuelvas.

 

 

 

Sobre Mexican Drugs: 7 ensayos de interpretación.

por Luis Martínez Andrade[1]

 

 

I

Incluso el materialismo histórico,

que se había proclamado como el principal aparato crítico

para interpretar la realidad capitalista, resulta obsoleto

Carlos Ramírez Vuelvas

 

En diciembre de 1924, apareció en Lima, un artículo publicado en Variedades donde se leía lo siguiente: “por muy escaso crédito que se conceda a la concepción materialista de la historia, no se puede desconocer que las relaciones económicas son el principal agente de la comunicación y la articulación de los pueblos. Puede ser que el hecho económico no sea anterior ni superior al hecho político. Pero al menos, ambos son consustanciales y solidarios. La historia moderna lo enseña a cada paso” (Mariátegui, 1991: 361). El texto estaba firmado por un tal José Carlos Mariátegui.

Años más tarde, concretamente en diciembre de 2008, se llevo a cabo un homenaje a este periodista y ensayista peruano teniendo como panelistas a Michael Löwy, Robert Paris y Edgar Montiel, éste último al abordar el portentoso legado mariateguista sostenía que “América latina era el Continente del ensayo”. Aunque uno podría disentir con la tesis de Montiel, lo cierto es que Latinoamérica ha sido y es semillero de grandes ensayistas. Más allá de sus horizontes ideológicos y de sus perspectivas teóricas, José Martí, Octavio Paz, Eduardo Galeano, Jorge Luis Borges, Roberto Fernández Retamar y, por supuesto, Mariátegui, “el Amauta” son representativos de nuestra herencia ensayística.

Quizá es la imperiosa necesidad de los pueblos de la periferia de aferrarse a lo inmediato, de entender “sobre la marcha” los acontecimientos y las pulsiones de la realidad, de improvisarlo todo, que los incita a la búsqueda de respuestas. El ensayo tiene esa característica latinoamericana o, tal vez, los latinoamericanos tenemos esa impronta ensayística de abrir senderos (ora obscuros, ora luminosos), sin metodología implícita. 

Por su parte, el poeta y ensayista mexicano Alberto Paredes (2008: 15) menciona que “la historia de un Continente es las historia de sus géneros literarios”. Y sugiere además que “el ser de América Latina” es contemporáneo al surgimiento del Ensayo. Efectivamente, Paredes identifica “la contemporaneidad histórica” entre la caída del Imperio Azteca en 1521 y la de su homólogo Inca en 1534 con la aparición, medio siglo más tarde, de los Essais de Montaigne en 1580. Encubrimiento del Otro –como lo pensaría en términos ontológicos el filósofo argentino Enrique Dussel– y subjetividad occidental cimentada en un ego conquiro (precedente axiológico de ego cogito en ciernes) son sincrónicas de la constitución de la modernidad. En ese sentido, no podemos pensar la tríada modernidad-colonialismo-capitalismo de manera desarticulada.

Por otra parte, es un lugar común enfatizar el carácter crítico del ensayo, es decir, ese diálogo permanente (similar al de Job) que se establece con el “gran Otro” (llámenlo ideología, Estado-Nación, Ley, Dios) para entender las condiciones materiales de sobrevivencia con la finalidad de “curarnos” de las cuitas provocadas por la “modernidad realmente existente” que desde el siglo XVI no deja de hacer estragos en nuestra poiesis (economía) y en nuestra vida desnuda.  

El ensayo, como advierte Alberto Paredes, se diferencia de un tratado científico o de un artículo académico en que aquel conjuga belleza (poesía) y logos (figuras de argumentación). El ensayo es una perene divagación, un extravío en constante búsqueda. Goce estético y desacato metodológico serían algunos de los rasgos que le son propios. A Paredes (2008: 24) no le falta razón cuando sentencia: el estilo es la idea.  

 

 

II

Penser politiquement, c’est penser historiquement.

C’est penser la singularité des conjonctures et des situations.

C’est penser l’événement non comme miracle surgi de rien

mais comme historiquement conditionné,

comme articulation du nécessaire et du contingent,

comme singularité politique·

Daniel Bensaïd

 

Es para mí un verdadero placer comentar el ensayo Mexican drugs: cultura popular y narcotráfico de Carlos Ramírez Vuelvas. Esta obra no se reduce sólo al análisis del fenómeno del narcotráfico sino que además es una excelente exégesis del “espíritu de nuestro tiempo”. Ramírez Vuelvas logra, a través de una propuesta conceptual muy particular, dar cuenta de la relación entre la cultura, el poder y la sociedad. Internándose en diversos terrenos (filosofía, periodismo, historia, sociología, estudios culturales), el autor presenta una original aproximación del narcotráfico y de su entorno socio-político y cultural.

“Nacimos bajo el signo de la crisis” sentencia Ramírez Vuelvas (2011:26). De ahí que el autor, desde un horizonte baudrillardiano, no escatime en usar el concepto de “posmodernidad” para referir al portador y representante de los símbolos de alteridad y diferencia pero ahora como un dispositivo que no sólo genera y constituye a los sujetos sino que además los controla[2]. De allí que Ramírez Vuelvas proponga el concepto de “opacidad hegemónica del poder”. Este hincapié en señalar nuestro tiempo como un momento de fracturas o de discontinuidades nos hace pensar en una era neobarroca propuesta, curiosamente por dos pensadores donde la Cosa nostra también ha causado estragos, nos referimos a Gianni Vattimo y al recién finado Omar Calabrese. Tanto para Vattimo como para Calabrese, la idea de multiplicidad juega un papel importante en nuestra percepción de la realidad. Incluso, nos dice Calabrese (1999: 208) que con el desarrollo y difusión de los medios masivos de comunicación se fomenta “la poética neobarroca”. Debemos advertir que esta sobre-producción de mensajes no implica una sociedad más transparente o consciente de sí misma sino una sociedad compleja y caótica (Vattimo, 1998: 78). La relación entre “inmediatez de la información” y la manera en que se narra –en la posmodernidad– es uno de los puntos cardinales de la obra de Ramírez Vuelvas (cap. 3).

Desde la atalaya de la sociología se nos ha sugerido que la incertidumbre marca el ritmo de las relaciones sociales tanto de los países periféricos como de las naciones del centro. No sabemos hacia dónde nos dirigimos, nos menciona Immanuel Wallerstein (1998: 62); estamos en un momento indeciso y decisivo a la vez, apunta Edgar Morin (1995: 160);  vivimos una mutación histórica, reconoce Gilles Lipovetsky (1983: 9); hasta lo seguros (figura arcaica) no nos libran de los infortunios, nos los subraya crudamente Niklas Luhmann (1998: 164). Podemos entender el término de afasia como “apoplejía de las emociones” que diagnostica Ramírez Vuelvas en la “estructura del sentir” de las sociedades contemporáneas.

Efectivamente, como advierte el autor, existe una relación estrecha entre las cifras del narcotráfico y las fracturas en el lenguaje. Para él, “la oposición entre Estado y narcotráfico, muestra el desface de las estructuras estatales frente a los mecanismos de la ilegalidad (…) La economía ha guardado un silencio extraño, lúgubre y festivo: el de quien debe contener la risa para no incomodar a quienes lo pasan mal. Para ello, la economía debió tomar una nueva postura que le permitiera una posición cómoda para mirar el espectáculo” (Ramírez Vuelvas, 2011: 22).

Sin embargo, por nuestra parte, creemos que esta supuesta “oposición” entre Estado y narcotráfico es solamente “formal” puesto que, finalmente, estas entidades responden a la forma en la que las actuales relaciones capitalistas se producen y reproducen. Por consiguiente, es necesario realizar un análisis que devele las falsas dicotomías y allí el materialismo histórico no sólo es imprescindible sino fructífero.

 

 

III

El narcotráfico es un reflejo obsceno de nuestra realidad

Carlos Ramírez Vuelvas

 

            En 1999, el mexicano Carlos Ruíz Santamaría conocido como “El Negro” fue detenido aquí, en España, por trasladar nueve toneladas de cocaína en un barco que había zapado del puerto panameño de Colón. Sin embargo, después de treinta meses fue liberado. Según los expertos en materia de tráfico de drogas se estima que entre 1999 y el año 2000 debió haber entrado a la Península Ibérica una cantidad cercana a las veinte toneladas de cocaína. En aquellos días, el precio rondaba entre los 300 millones de euros, cifra muy cercana a los ingresos de algunas multinacionales españolas (Agullo, 2002). Del otro lado del Atlántico, concretamente en la ciudad de Tijuana, la venta de droga al menudeo generaba ganancias por 45 millones de dólares mensuales. Según Alberto Najar (2002), en cada una de las mil cien colonias hay un promedio de tres “picaderos” donde en algunos mueven incluso casi 25 mil dólares en “crystal”, heroína, mariguana, anfetaminas y cocaína.

            Las estratosféricas ganancias que producen las actividades ligadas al narcotráfico, donde tanto funcionarios públicos como un sector importante del ámbito empresarial y de la banca son los principales responsables, rebasan el PIB de algunos países. En los Señores del narco de la periodista mexicana Anabel Hernández (2010: 567), Edgardo Buscaglia sostiene que: “México se ha transformado en un país muy atractivo que los grupos criminales operen y laven su patrimonio. Obviamente, los empresarios legales, que son en parte los beneficiarios de este patrimonio, sienten que el flujo de dinero que los ha favorecido durante décadas les ha permitido expandirse y generar altos retornos en la economía legal. Por esa razón la élite empresarial mexicana –los empresarios legalmente constituidos, las entidades morales– se ha resistido a la aplicación de medidas de combate a la delincuencia organizada, medidas sin las cuales este cáncer de violencia y corrupción va a seguir aumentando. La compra de armas, la logística de transporte –camiones, barcos, submarinos–, se financian a través de estos patrimonios escondidos en la economía legal. Así que la mano que tira una granada contra soldados o contra ciudadanos mexicanos, la mano de ese sicario, de ese operativo, también es la del empresario legal que está financiando esas actividades”. 

            En este proceso de descomposición, donde cada vez hay más ley de un Estado de derecho demo-liberal y también donde cada vez hay más la suspensión de la ley de un Estado de excepción; la justicia ha sido desterrada. Dicho proceso es finamente narrada por Ramírez Vuelvas pues el autor muestra la relación entre “la anomalía del capitalismo tardío y la pérdida de las ilusiones” en el México pos-revolucionario y pro-neoliberal de los años noventa.   

            Ramírez Vuelvas nos ofrece un marco categorial para entender el narcotráfico como un sistema socio-cultural. En esta “caja de herramientas”, destaca la categoría –de inspiración heideggeriana– de “opacidad hegemónica del poder” que permite observar la forma que adquieren las relaciones sociales mediadas por el “poder”. En el proceso en que el poder atraviesa las relaciones sociales para crear no sólo sujetos sino, incluso, también para matizar sus sueños (american dreams), sus horizontes (Iniciativa Mérida) y sus proyecciones (Área de Libre Comercio para las Américas).

            Como bien observa Ramírez Vuelvas, las “acuarelas que dibujan el mapa de América Latina” no solamente contienen las tonalidades del capital sino también el aroma de la corrupción. Por ello, la voz metropolitana no escatima en proyectar la figura del otro como la de un ser violento por antonomasia, la de un ente crapuliento, la del latinoamericano sediento de sangre y horror. Es la “obscenidad del objeto” que exime de culpas a dicha voz metropolitana ¿pero acaso la voz metropolitana no es la locución del capital en su expresión geopolítica?

 

 

IV

Si vous voyez un banquier suisse sauter d’une fenêtre,

sautez derrière lui. Il y a sûrement de l’argent à gagner·

Voltaire

 

La hipocresía que muestra algunos sectores de los países centrales con respecto a la cuestión del narcotráfico resulta ofensiva e indignante pues ven solamente una cara de la moneda. El narcotráfico y todo lo que implica –lavado de dinero, tráfico de personas, ventas ilegales de armas, entre otros– no podría extender sus tentáculos sin la complicidad y compadrazgo de los grandes consorcios trasnacionales (en su mayoría europeos y norteamericanos). Apoyado en los datos del periódico mexicano El Universal, Ramírez Vuelvas (2011: 24) observa que el lavado de dinero se ejerce en el 70% de la economía nacional lo que significa casi a 25 mil millones de dólares en el Banco de México. Además, según la Organización de las Naciones Unidas el narcotráfico es la octava industria más importante de la economía mundial. Por consiguiente, dejemos la simulación y la consternación fingida para las “almas bellas” y aceptemos que las divisas provenientes de la ilegalidad se mezclan y se purifican en los laboratorios bancarios. Si existen países donde se producen drogas –tipificadas como ilegales– no es sólo porque hay un mercado sino también porque existen otros países dispuestos a colaborar en esta telaraña de complicidades.

A principios de la década de los noventa, el sociólogo suizo Jean Zigler continuaba su trabajo de investigación sobre el impacto del “impérialisme secondaire” ejercido por Suiza sobre los países del Tercer mundo; ya que a través del “secreto bancario”, que contaba con la fuerza legal del artículo 47 de la “ley federal de los bancos y de las cajas ahorro”[3], el dinero proveniente de los negocios ilegales no sólo se purificaba sino que además contaban con la discreción de los funcionarios y banqueros helvéticos. Zigler (1990: 107) identificaba a Ginebra como una de las principales ciudades responsables del blanqueamiento de dinero proveniente del narcotráfico. Por aquellos años, la estimación de los beneficios que arrojaba el mercado de la droga se cifraba entre 300 y 500 mil millones de dólares.

Por su parte, James Petras también denunciaba la hipocresía de su país puesto que, mientras Washington no escatimaba en denunciar a los bancos en Colombia por blanqueo de dinero que provenía de la droga, paradójicamente, aceptaba el blanqueo de los fondos de la mafia rusa. Incluso, los banqueros norteamericanos utilizaron el ardid que se supuestamente no sabían que las transferencias multimillonarias que pasaban por sus cuentas era dinero proveniente del narcotráfico.

En el artículo que lleva por título Imperialism: Bankers, Drug Wars and Genocid, Petras (2011) subraya que los principales bancos de los E.U. son los motores económicos que permiten y fomentan el funcionamiento del imperio de la droga pues “la Casa Blanca, el Congreso de los E.U. y los organismos oficiales de la lucha contra la droga son los protectores de base de los bancos”. La relación entre crisis financiera y el lavado de dinero en la época neoliberal se confirma nítidamente por medio de la declaración por parte del jefe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la droga y la delincuencia, Antonio Maria Costa, quien sostuvo que: “en muchos casos, el dinero de la droga (era)… realmente el único capital líquido de inversión. En el segundo semestre de 2008 la liquidez era el principal problema del sistema bancario y por lo tanto el capital líquido se convirtió en un factor importante (…); los préstamos interbancarios se financiaban con dinero originario del narcotráfico y otras actividades ilegales; hubo indicios de que algunos bancos fueron rescatados por este medio” (Petras, 2011).

No podrá existir un verdadero combate al narcotráfico mientras existan países que, amparados del “secreto bancario”, estén dispuestos a blanquear el dinero que proviene de los negocios turbios y cumplir el papel de “caja-fuerte” de la riqueza mal-habida. En contubernio con las mafias y con las élites políticas y militares de los países periféricos, los banqueros aceitan y engrasan a la maquinaria de la muerte: el capitalismo.

 

 

 

V

Le grotesque et l’obscène font partie de l’idéntité propre

des régimes de domination en postcolonie·

Achille Mbembe

 

La modernidad, el capitalismo y el colonialismo son fenómenos sincrónicos. La dinámica de cualquiera de estos fenómenos no puede entenderse sin su relación con el otro par. “Dios está en el cielo, el rey está lejos, yo mando aquí” es más que una frase anecdótica del siglo XVI pues es la constitución del núcleo duro de la subjetividad moderna occidental.

Durante el siglo XX fueron principalmente estetas y arquitectos quienes propusieron el término “postmodernidad” para referir el “nuevo espíritu de la época”. Posteriormente, el término se convirtió en moneda de uso corriente entre filósofos, sociólogos e historiadores. Dicho término era, en muchas ocasiones, acompañado de vocablos como aldea global, sociedad pos-industrial, tiempos líquidos, entre otros. Sin embargo, algunos autores al centrar su análisis solamente en la cuestión estética o cultural soslayaban la reconfiguración de lo económico y, por consiguiente, eran cómplices velados del capital.

Si la colonialidad como “cara oculta” de la modernidad va de la mano con el capitalismo, entonces debemos concebir la “poscolonialidad” como la parte constitutiva y no reconocida de la posmodernidad. Poscolonialidad no implica la desaparición de viejos patrones de dominación sino su formal reconfiguración. Si la colonialidad representaba los excesos de la acumulación primitiva, la poscolonia expresa los síntomas más abyectos de la acumulación por desposesión. Por consiguiente, las contradicciones son más agudas en la periferia del sistema. A Ramírez Vuelvas (2011:179) no le falta razón cuando escribe que “la hipérbole y el oxímoron configuran las formas del narcotráfico que a su vez construye un mundo paralelo al de la realidad, de ahí que deslumbre su alternativa perversa”.

Achille Mbembe, quien es uno de los principales estudiosos del fenómeno político en la Poscolonia, nos dice que la condición ontológica donde “hermano y enemigo forman uno mismo”[4] influye en las relaciones sociales que se establecen en las sociedades de la periferia; donde además la obscenidad no es una categoría moral sino una modalidad del ejercicio del poder (Mbembe, 2010a: 186).  En Poscolonia, de la boca, del vientre y del pene, depende la mancuerna: política del vientre y estética de la vulgaridad.

Siguiendo la estela de los trabajos de Jean-François Bayart, Mbembe retoma la noción de “Política del vientre” para referir al proceso, que se vive y se experimenta en el mundo postcolonial, donde los mecanismos de dominación se reproducen dando lugar a una forma de “colonialismo interno” donde “el horizonte del vicio” marca el ritmo de las relaciones sociales. Por otra parte, al reflexionar sobre la “violencia de la muerte como el estado normal las cosas” Mbembe (2010a: 221) sostiene que la violencia estructural y subjetiva tiene como origen la colonización. Para él, aunque la violencia colonial se expresaba a través del lenguaje o de sonidos dicha violencia siempre estaba ligada al gesto fálico. “Colonizar es realizar un coito pues se caracteriza por hacer coincidir horror y placer”. Los atavismos de la colonización son nítidos en Poscolonia y, por ejemplo, en su última obra Mbembe (2010b: 213) observa cómo, a partir de la consolidación del neoliberalismo en África, la fragmentación social y la recomposición de los roles de género se están reconfigurando. Sin embargo, la comunidad política siempre ha sido concebida como una sociedad de hombres y su efigie es la verga enhiesta. El soberano es, por definición, sexual. Su praxis es el goce, el goce sexual evidentemente. “Banqueros, burócratas, soldados, policías, maestros de escuela, obispos, padres, pastores, entre otros, se rigen a partir del principio de antropofagia sexual de mujeres (dévoration et d’avalement des femmes), empezando por las vírgenes pues su desfloramiento es sinónimo de poder. (Mbembe 2010b: 217). Y aunque el significado central de poder del falo (phallus) se ha puesto en cuestión no deja de llamar la atención la forma como los niños-soldados de África, después de matar a su enemigo, le castran el pene para después consumirlo en señal de manifestar su impotencia incluso más-allá-de-su-muerte.

En Drug Lord, The life and Death of a Mexican Kinpgin, Terrence E. Poppa narra la historia de Pablo Acosta, narcotraficante mexicano de la década de los setenta quien pagando casi 100 mil dólares por mes, contaba con el respaldo y la protección de funcionarios federales y locales. En esa misma obra se cuenta que cuando Acosta eliminó a uno de sus enemigos de nombre Fermín Arévalo, no le bastó con vaciarle 95 balas en la cabeza sino que además le cercenó el pene y los testículos para después enviárselos a la esposa de Arévalo con la finalidad de que escogiera uno de los trofeos (Aguilar y Castañeda, 2010: 60). Esta imagen de expresa las relaciones que se establecen en la Poscolonia Latinoamericana, donde violencia –como acto de goce y mando– acompaña la nueva configuración del capitalismo pues finalmente “el capital mismo es violencia constitutiva” (Osorio Urbina 2012: 91).  

 

 

VI

A

L’état de guerre suspend la morale;

il dépouille les institutions et les obligations éternelles de leur éternité et,

dès lors, annule, dans le provisoire, les inconditionnels

impératifs·

Emmanuel Lévinas

 

            Para Giorgio Agamben (2003: 12-13), la significación biopolítica actual del “estado de excepción” es la military order del 13 de noviembre de 2001 en los Estados Unidos donde se autoriza la indefinitive detention a través de un proceso efectuado por military commissions. Desde laUSA Patriot Act (votada el 2 de octubre 2001), incluso, se establecía la posibilidad de detener al extranjero si representa una amenaza para la seguridad nacional del país. Las reflexiones realizadas por este filósofo italiano sobre el horizonte biopolítico de la modernidad, donde la vida natural del ser humano es absorbida dentro de los mecanismos de poder y su cálculo, es fundamental para entender los dispositivos que constituyen el paradigma de la seguridad como técnica normal de gobierno (Agamben, 2003, p. 29). El “estado de excepción” es un momento de ruptura de la norma donde la fuerza de la ley actúa suspendiendo la aplicación de dicha norma. De ahí que, en ocasiones, sea un error equipar esta circunstancia con un escenario dictatorial. El “estado de excepción”, apunta Agamben (1997: 46), “constituye menos una suspensión temporal que una figura topológica compleja, donde no solamente la excepción y la regla sino también el ‘estado de naturaleza’ y el derecho, lo de afuera y lo de adentro pasan de uno al otro”. Por consiguiente, la “vida desnuda” (nuda vita) –como objeto axial de la soberanía– repercute en los modelos clásicos pues las distinciones políticas tradicionales (derecha e izquierda, liberalismo o totalitarismo, privado y público) pierden significado dado el análisis enfocado a una mejor manera de administrar el Estado. La biopolítica –tornada tanatopolítica– toma la vida como objeto político (1997: 132).  En términos generales, el “estado de excepción” se expresa como un “vacío ficticio” que emana para garantizar la existencia y la aplicación de la norma; el “estado de excepción” es un momento en que la aplicación de la ley está suspendida pero en la cual la misma se mantiene vigente, es por ello, que no es la excepción la que acarrea la suspensión de la ley sino la regla que, al ser suspendida, deja paso a la excepción. 

            El 28 de septiembre de 2001, el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas aprobó la Resolución 1373 que permite a todos los Estados miembros de la ONU a “reprimir” los actos de terrorismo dentro de sus fronteras. Alberto Najar (2001b) nos mencionaba que durante el sexenio de Ernesto Zedillo cerca de 500 personas fueron acusadas de terrorismo por la Procuraduría General de la República (PGR). Lo interesante es que en 2001 los “supuestos” terroristas eran estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México quienes habían formado parte del Consejo General de Huelga (CGH) así como elementos del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI) y del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZNL).

            La lucha contra el narcotráfico como estrategia contra-insurgente no es nueva. En septiembre de 1998, en su número 973, el Obrero Revolucionario publicaba un análisis sobre la manera en que el gobierno de Reagan, especialmente los más allegados a Bush y a la CIA, financiaron a la contra en Nicaragua. Al poner en contacto a las fuerzas contra-revolucionarias con los narcotraficantes no sólo se combatía a los focos de resistencia sino que además desde Los Ángeles y Miami se financiaba la guerra contra los revolucionarios de aquel país centroamericano[5] y “en 1984 el gobierno de Ronald Reagan obtuvo una partida presupuestal de 24 millones de dólares para apoyar a la contra nicaragüense[6]” (Hernández, 2010: 91). Otro caso muy sonado fue aquel donde se reveló que la empresa de aviación norteamericana East dedicada a fumigar los plantíos de coca en Colombia y Perú es la misma compañía que en 1980 contrató a Oliver North para trasladar armas a los “contras” nicaragüenses en el famoso escándalo del Irangate. Otro ejemplo es el de Air América quien fungió como distribuidor de drogas entre las comunidades locales para combatir a los vietnamitas. Dichas empresas han servido para combatir y reprimir a los grupos insurgentes de los países que luchas por su liberación. En una entrevista Noam Chomsky declaró que: “la guerra de las drogas no ha tenido impacto alguno en la disponibilidad de drogas o en los precios callejeros en Estados Unidos, pero si ha tenido otros efectos. En América Latina, es una cobertura para la contrainsurgencia” (Mendosa, 2000).

            Por su parte, el sociólogo y abogado colombiano César Osorio Sánchez (2012:183) sostiene que el vínculo entre la clase política y los carteles no es nuevo sino que obedece a procesos económicos y políticos de larga data. La lucha contra las drogas en Colombia ha tenido como consecuencia un aumento de la injerencia de los Estados Unidos en la política interna, una creciente participación de los poderes mafiosos como poderes fácticos y un aumento de la violación de los Derechos Humanos en aquel país latinoamericano. La lucha “contra-insurgente” funge como cortina de humo para continuar el proceso de acumulación por desposesión donde la violencia –de clase– cuenta con el amparo de la ley, de los grupos paramilitares, de la policía y del ejército.

            Ya es una verdad de Perogrullo que, posterior al fraude electoral de 2006, el gobierno de Felipe Calderón (FECAL) declaró el 11 de diciembre de ese mismo año una guerra contra el narcotráfico con la finalidad de legitimar su mandato (Aguilar y Castañeda, 2010; Naveau, 2011; Osorio Urbina, 2012). Aunado a los más de 50 mil muertos que ha dejado esta guerra tenemos no solamente un aumento a las violaciones de los derechos humanos sino una estrategia de contra-insurgencia que ha lanzado el gobierno en sus tres niveles de gobierno.

            Nos informa Jorge Carrasco Araiza (Rodríguez, 2010: 64) que en el estado de Durango la Comisión Estatal de Derechos Humanos registró en 2008 un aumento de 900% en las violaciones de derechos humanos respecto a 2007. Por su parte, Gloria Leticia Díaz, reportera de la revista Proceso, (Rodríguez, 2010: 83) muestra la relación entre la guerra contra las drogas con los abusos militares. Por ejemplo, de 1997 a 2010, en Guerrero, el Centro de Derechos Humanos Tlachinollan ha denunciado por lo menos 82 casos de violaciones a los derechos humanos, donde destacan las torturas y las violaciones sexuales, por miembros del Ejército mexicano. Además se debe destacar el aumento de la presencia militar en Chiapas y en Guerrero en la lógica contra-insurgente.

            El vínculo entre homo sacer y “estado de excepción” expresa no sólo la indisolubilidad entre vida humana y norma sino también la relación entre Derecho y Teología. No es fortuito que pensadores como Carl Schmitt, Walter Benjamin y Ernst Kantorowicz hayan sido fundamentales en la construcción arquitectónica de este filósofo italiano.

            Homo sacer es una figura del derecho romano antiguo que es recuperada por Giorgio Agamben para dar cuenta de la importancia del poder soberano sobre la vida dentro del paradigma de la bio-política. El homo sacer se encuentra en un limbo jurídico pues aunque sagrado se encuentra fuera de los linderos del derecho de los dioses (infamis y intestabilis) y, por tanto, su vida no puede ser sacrificada pero tampoco se encuentra adscrito al derecho de los hombres. Su vida queda fuera de los linderos de las normas religiosas y profanas y, por tanto, es nuda vita. La estructura originaria de esta separación es la política de ahí que en la esfera de la soberanía la nuda vida quede expuesta (y abandonada) a la violencia. En consecuencia su muerte no es considerada como homicidio (parricidi non damnatur). Además, para Agamben (1997: 122) todos los ciudadanos son virtualmente homines sacris ya que la relación de exclusión constituye la estructura propia del poder soberano. De allí que en la modernidad, la miseria y la exclusión no solamente son conceptos económicos o sociales sino categorías políticas (Agamben, 1997: 192). 

            Por su parte, Ramírez Vuelvas identifica el papel de la Iniciativa Mérida (otrora plan Puebla-Panamá) en el proyecto de geopolítico de los Estados Unidos donde las empresas privadas norteamericanas como Bell, Dyncorp, Cessna y Harris han sido las más beneficiadas. Privatización de lo público y exacerbación de la fuerza represiva van de la mano en el proceso neocolonial que atraviesa América Latina. Los ajustes estructurales, propios del modelo neoliberal, han causado estragos en las economías de los países periféricos. Constituyen la nueva lógica neo-colonialista donde no solamente las formas de precariedad del trabajo se han agudizado sino que también son muestra de dinámica predatoria que está ocasionando un terrible daño en materia ambiental. El neoliberalismo implica ausencia del Estado en materia de seguridad social y presencia en el ámbito punitivo. Dicho abandono del Estado en sus responsabilidades sociales ha orillado a miles de personas a optar por la migración. En ese sentido, el inmigrante, sobre todo el centroamericano que, en su intento por llegar a los Estados Unidos, pasa por México y es tornado tanto por las autoridades como por los carteles en homo sacer

            En agosto de 2010 fue hallada una fosa común en el rancho de San Fernando en el Estado de Tamaulipas donde se encontraron 72 cadáveres, todos ellos de migrantes. Según la Comisión Nacional de Derechos Humanos, los carteles secuestraron a 9.758 migrantes entre septiembre de 2008 y febrero de 2009. Pero otras fuentes hablan de 20 mil víctimas. Cabe hacer mención que se estima que durante seis meses desaparecieron 10 mil personas que representan una ganancia de 25 millones de dólares.  

            Así como existe un vínculo entre “Estado de Excepción” y homo sacer, existe también una relación entre Neoliberalismo y Militarización del Estado. A la sombra del poder, el narcotráfico viene a llenar los vacíos que el Estado o que el mercado van dejando para después disputárselos. En esa disputa, la vida de los ciudadanos, de los trabajadores, de los migrantes (homines sacris) podrá ser arrebatada a cualquier hora, en cualquier lugar.       

 

 

B

Marx dice que las revoluciones son las locomotoras de la historial mundial.

Pero tal vez esto es completamente distinto. Tal vez las revoluciones son

el momento en el cual el género humano,

que viaja en ese tren, acciona el freno de emergencia

Walter Benjamin

 

Existen muchas interpretaciones sobre el sentido críptico de esta reflexión de Walter Benjamin. Aunque sabemos que esta nota no apareció en la redacción final de las Tesis sobre la historia, para Michael Löwy (2011: 110) esta imagen expresa la idea que Benjamin tenía del continuum de la historia como dirección: que si no era interrumpida nos dirigiría hacia la catástrofe. No es casual que Benjamin utilizara la metáfora “tormenta” para referir el progreso destructivo que nos conduce directamente al abismo: la destrucción de la humanidad y del planeta. En estos tiempos, donde el capital no escatima en esquilmar a los hombres y a la tierra para continuar el proceso de acumulación por desposesión, resulta urgente y vital interrumpir el “tren de la historia” de la modernidad capitalista.

Por su parte, el filósofo Stefan Gandler (2009: 72) sostiene que para entender esta frase “en su verdadero sentido y peso” debemos considerar los años en que Benjamin redactó dicho texto. Por tanto, debemos tomar en cuenta la historia del fascismo y del nazismo, así como la historia de la destrucción de los judíos, pues “la imagen del freno de emergencia que debería detener el tren, es más que una imagen que el filósofo usa para hacer entender sus ideas al público interesado. Es la realidad misma[7]. Incluso, Gandler narra que cuando comentó esta frase con el escritor y cineasta francés Claude Lanzmann (director de la película Shoah, 1985), éste sugirió que no se trataba “de cualquier freno de emergencia en cualquier tren, sino más bien, el freno de emergencia en un tren que se dirigía a Auschwitz, Sobibor, Treblinka u otro de los campos de exterminio nacionalsocialista”. El verdadero acto revolucionario radicaba en detener los trenes que se dirigían hacia dichos campos de exterminio. De ahí que para Gandler (2009: 73) “tal vez parar un solo tren lleno de gente en el camino al exterminio inmediato, hubiera sido más revolucionario que los actos de Robespierre y Danton juntos”.

Recordando la famosa frase de Max Horkheimer “Quien no quiere hablar de capitalismo debería callarse también respecto al fascismo” concordamos con Gandler (2009: 125) en identificar el núcleo duro (o espina crítica) del proyecto teórico-filosófico de la Escuela de Frankfurt que implica el análisis crítico de la tendencia autodestructiva propia de nuestra formación social. La destrucción de los judíos europeos no fue un “accidente de la historia” sino el cumplimiento de la “marcha lógica” de la historia universal y abstracta (Gandler, 2009: 29).

En esa “marcha lógica” de la historia seguimos siendo testigos de holocaustos silenciosos que se fraguan en este siglo XXI. Uno de ellos es el padecido por los migrantes centroamericanos, que en su paso por territorio mexicano, son víctimas de abusos y vejaciones perpetuadas por los narcotraficantes y las autoridades locales, estatales y federales. Ironías de la historia que el tren que toman los migrantes que va desde Tenosique en el Estado de Tabasco hasta Coatzacoalcos en el Estado de Veracruz, es conocido como “La Bestia” [8], figura de la demonología para nombrar a la locomotora que recorre la ruta más peligrosa para los indocumentados donde “tan filoso es el viento que provoca la marcha de la herrumbre sobre largos raíles, travesaños del óxido” como explica el poema “La Bestia” de Daniel Rodríguez Moya (A.A.V.V. 2011); ilumina la lenta noche mexicana que atraviesan los indocumentados para llegar a su destino. No es fortuito que el padre Alejandro Solalinde, fundador del albergue “Los Hermanos en el Camino”, compare el calvario sufrido por los migrantes con el holocausto padecido por los judíos-europeos durante la media-noche de la historia[9]. La solidaridad, el apoyo y la responsabilidad que este padre de la “Iglesia de los pobres” ha mostrado hacia el otro, le han costado atentados y amenazas de muerte[10]. Aunque cómodamente se han criticado los límites de la labor de “Los Hermanos en el Camino”, por parte de grupos cuya pasividad política avergonzaría a cualquier adolescente del “Gueto de Varsovia” (Getto warszawskie), creemos que el valor de la acción de Solalinde y de “Los Hermanos en el Camino” radica en que no han renunciado a “la débil fuerza mesiánica” que su generación es portadora.  

No está por demás recordar que fueron los teólogos de la liberación quienes, apoyados en una lectura marxista y “a contrapelo”, evidenciaron el carácter idolátrico y sacrificial del capital. En su A idolatria do mercado, Franz Hinkelammert y Hugo Assmann demostraron que el capitalismo debe ser entendido no sólo como un sistema de apariencias fetichizadas sino también como una religión de la vida cotidiana[11]. Analizando el binomio economía-teología, estos teólogos rastrean las huellas del discurso económico con la finalidad de mostrar sus repercusiones en el medio social y su impacto en el ecosistema. Para ellos, la economía es una forma de teología secular que cuenta con sus propios apóstoles y teólogos. En ese sentido, al estudiar los principales postulados de la teoría económica liberal y sus nociones trascendentales (la mano invisible, el equilibrio general, el mercado total), los teólogos develan el aspecto religioso oculto en el discurso científico y secular de la economía.  

Hugo Assmann y Franz Hinkelammert conciben a la economía capitalista como un proceso de idolatría. Dicha economía implica consecuencias nefastas no solamente sobre los hombres y mujeres, sino también, sobre la naturaleza puesto que su interés de ganancia se convierte en su criterio formal de decisión. Por ello, los teólogos de la liberación retoman la crítica del fetichismo de Marx para analizar la lógica del capital, es decir, su dinámica de muerte. Intuición también formulada por Walter Benjamin quien concebía al capitalismo como religión, la religión más feroz e implacable que no conoce rendición, ni tregua[12]. Y mientras sigue pasando “la bestia camino a la frontera./ Avanza hacia el norte/ el viejo traqueteo de un tren de mercancías” (Rodríguez Moya: 2011).

 

 

 

VII

Il faut s’installer dans la contradiction,

la travailler de l’intérieur. Ni exil, ni exode de nouveaux nómades·

Daniel Bensaïd

 

            Siguiendo el método (o senda) que Agamben recorrió para desempolvar la figura del homines sacris, Edgardo Logiudice (2007:82) se interna en las formas arcaicas romanas para develar las marcas de la racionalidad moderna en el derecho “privado” y su intersección con los mecanismos religiosos pre-modernos con la finalidad de mostrar que “el contrato es la forma ideológica constituyente de la relación capitalista” (2007:63). Además, dentro del mecanismo teológico-ideológico, el autor observa que fides se encuentra íntimamente ligada con la fe, la confianza, la fe en la palabra. Es por ello que el contrato (o, incluso el sufragio) implican un acto de fe, una apuesta; pues no se debe omitir que el voto (votom) es un intercambio de promesas.

            Para Logiudice (2007) el contrato –también expresado en la figura del salario– funge como árbitro en una relación asimétrica para garantizar la supuesta “igualdad” y la ya mentada “libertad” de los implicados. Así como en el supermercado somos libres e iguales para escoger entre una Coca-cola o una Pepsi, en el mercado de la democracia representativa somos libres e iguales para escoger entre un candidato deleznable u otro de la misma ralea; la función ideológica de la contractualidad es garantizar la preservación de la contradicción inmanente de la dinámica del capitalismo, es decir, la contradicción entre el capital y el trabajo.

            En la perspectiva de Logiudice, la apariencia impersonal de la ley –pues al quedar sin sujeto deviene simplemente violencia institucionalizada– es de suyo similar a la del capital ya que ambas pueden ser concebidas como estructuras (jurídica o económica) que ocultan la dominación y explotación de clase. Advertimos entonces que la apropiación del trabajo ajeno (plus-valor) queda legitimada por formas contractuales. En ese sentido, el poseedor de la fuerza de trabajo (fuente de valor) ahora como desempleado queda abandonado –la zona de indiferencia subrayada por Agamben (1997:121)–  por el derecho a través de la normatividad heterónoma en un estado similar al del homo sacer, es decir, fuera del patíbulo del capital. Incluso, en esta relación entre homo sacer y capitalismo, el investigador Jaime Sebastián Osorio Urbina (2012: 94) devela cómo, en el neoliberalismo, la vida del trabajador (sea en la cadena de montaje o por la vía del pago a destajo) se pone en entredicho sin ser considerado por ello, un acto homicida.

            El repudio a la clase política en general y, al presidente Felipe Calderón en particular, muestra que la sociedad ya está cansada de la democracia liberal-burguesa como forma hegemónica. Aún con los límites que pueden tener los movimientos sociales, organizados desde la sociedad civil o los movimientos insurgentes; dichos movimientos expresan el intento de ruptura con la forma de entender lo político y la práctica de la política. Es evidente que la organización política es fundamental para la destrucción de las estructuras que dominan y oprimen al pueblo y, por consiguiente, no debemos de olvidar el mensaje profético de José Carlos Mariátegui quien proclamó que: “un nuevo orden jurídico y económico no puede ser en todo caso, la obra de un caudillo sino de una clase. Cuando la clase existe, el caudillo funciona como su intérprete y su fiduciario. No es ya arbitrio personal, sino un conjunto de intereses y necesidades colectivas lo que decide su política” (Mariátegui, 1958: 60)

Murcia, 10 de mayo de 2012

 

 

Bibliografía

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Texto publicado en Ad Universa. Revista de Relaciones Internacionales e Investigación, No. 4, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, 2012.



[1] Sociólogo. En 2009 recibió el Primer Premio del concurso Internacional de Ensayo “Pensar a Contracorriente”. Doctorante en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Autor del libro, Religión sin redención. Contradicciones sociales y sueños despiertos en América Latina, Ediciones de Medianoche-Universidad de Zacatecas, 2011.

  • · Pensar políticamente es pensar históricamente. Es pensar la singularidad de las coyunturas y de las situaciones. Es pensar el acontecimiento no como un milagro que surge de la nada sino que es históricamente condicionado, como una articulación de lo necesario y de lo contingente, como singularidad política

[2] Para un análisis etimológico y epistemológico del concepto de dispositivo consúltese la excelente obra de Giorgio Agamben (2007).

  • · Si usted ve a un banquero suizo saltar por la ventana, salte detrás de él. Seguramente hay dinero de por medio. 

[3] En Suiza, la ley del 8 de noviembre de 1934 instituyó el secreto bancario que fungía como garante de los montos depositados en el “emirato helvético”. El secreto bancario permitía no sólo guardar y limpiar de macula el dinero de capos sino también de dictadores como Ferdinand Marcos, François Duvalier y Joseph Désiré Mobuto (Ziegler, 1990).

  • · Lo grotesco y lo obsceno componen la identidad de los regímenes de dominación en la poscolonia.

[4] Consúltese el prolegómeno de la segunda edición de su obra De la Postcolonie.

  • · El estado de guerra suspende la moral; despoja a las instituciones y a las obligaciones eternas de su eternidad y, desde ya, anula en lo provisorio, los incondicionales imperativos.

[5] La guerra contra la droga es una guerra contra el pueblo, Parte 3, Obrero revolucionario, No.973, 13 de septiembre de 1998 en: http://rwor.org/a/v20/970-79/973/crim3_s.htm

[6] “Eran los años de la Guerra Fría: Estados Unidos consideraba que el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) era un gran peligro para la región debido a sus tendencias marxistas-leninistas, y que en Centroamericana estaba a punto de gestarse una nueva Cuba” (Hernández, 2010: 90).

[7] Subrayado en el original.

[8] Véase el excelente documental realizado por Pedro Ultreras titulado “La Bestia”.

[11] Resulta interesante señalar que a dos décadas de publicado el texto de Assmann y Hinkelammert, por otras fuentes y por otros autores, por ejemplo Theodor Adorno; el filósofo Dany-Robert Dufour (2007) concibe al mercado como una nueva religión en el horizonte neo-liberal.

  • · Hay que instalarse en la contradicción y trabajarla desde el interior. Ni exilio, ni éxodo de nuevos nómadas.

 

 

 

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