Antología de la poesía viva latinoamericana

Presentamos el prólogo de la Antología de la poesía viva latinoamericana del poeta y crítico argentino Aldo Pellegrini (1903-1973), publicada por Seix Barral en 1966, mismo año de aparición de la paradigmática Poesía en Movimiento de Octavio Paz. Pellegrini colaboró activamente en las revistas  Ciclo,Letra y Línea,A partir de cero. Su obra poética fue reunida en el volumen La valija de fuego

 

 

 

INTRODUCCION

 

Una antología que mostrara los nuevos rumbos que va tomando la poesía en la América de habla hispana resultaba ya indispensable. Una antología que no fuera un cementerio de la poesía, sino que mostrara lo que de más vivo y significativo tiene en estos momentos la palabra como expresión de esa parte tan importante del continente. El continente americano constituye la paradójica coexistencia de dos extremos de la historia contemporánea: en el ex­tremo norte la manifestación más alta del punto a que ha llegado el hombre por el camino de la técnica, y su nivel de vida correspondiente (con todas las contradicciones internas que los sociólogos, historiadores y hasta el simple espectador pueden comprobar). Por otro lado, el centro y el sur de América se debaten en las puertas de la civilización contemporánea sin lograr incorporarse, en un ver­dadero esfuerzo tantálico por apoderarse de los beneficios de esa civilización que cada vez se alejan más. Y como con­secuencia de esto, grandes masas de población sumergidas en condiciones de vida realmente subhumanas.

 

Para completar la separación entre esos dos mundos extremos una barrera idiomática se levanta entre ellos. El americano del norte utiliza el inglés, el del centro y sur el español, y en un solo e inmenso país, el portugués. Es­pañol y portugués son lenguas hermanas que de ningún modo separan. Brasil y la América hispana comparten los mismos problemas y utilizan un idioma accesible para cual­quiera de las partes. La América hispana constituye el conglomerado territorial dominante en el continente ame­ricano, y desde el punto de vista humano, una mezcla, en muy variables proporciones según las zonas, de los aportes de la inmigración europea y del elemento indígena.

 

El americano del norte ha tornado ya desde hace mucho tiempo un papel de protector hacia esos vecinos del mundo latino que no llega muy bien a comprender. Como seres hu­manos los considera en general en una situación inferior, incapaces de resolver sus problemas por sí mismos, sumidos en el desorden, en el caos. Así les tiende una mano reti­cente, que como la de todo tutor es bastante rígida, e intenta una ayuda no muy bien orientada, que en la mayoría de los casos es rápidamente capitalizada por ocultos intereses siempre al acecho. Estos oscuros intereses están representados por grandes empresas inescrupulosas y re­presentantes de las altas finanzas que, con la voracidad insaciable que las caracteriza, aumentan el desorden para someter el poder y multiplicar sus propios beneficios. No es extraño entonces que, para las empobrecidas masas de Hispanoamérica, los americanos del norte no resulten par­ticularmente estimados.

 

Los norteamericanos más sensibles sienten una curiosa atracción hacia Latinoamérica, en la que yen un mundo semibárbaro pero completo de intensa vitalidad; y no se equivocan. Una ciega vitalidad hierve en las selvas e in­vade las ciudades, y baja de las montañas para henchir sus ríos y embriagar sus océanos; una vitalidad que hasta aho­ra funciona en el vacío, pero que arroja lavas y enciende ho­gueras; una vitalidad que tendrá que dar sus frutos.

 

Pero lo positivo es que hoy, toda Latinoamérica es pre­sa del fantasma de la miseria, una miseria que no parece tener salida en las condiciones actuales, que más bien tien­de a agravarse. Aún las clases menos necesitadas están a la deriva de una angustiante incertidumbre, de una palpa­ble desintegración. A todo esto se agrega la impotencia para manejar el poder en tales condiciones, con lo que cae en manos corruptas y los países sufren la infición de la siniestra actividad de especuladores y usureros.

Pero para aumentar la paradoja, Latinoamérica, en al­gunos de sus centros, presenta una refinadísima minoría intelectual, en oposición a una enorme masa carente de alimento material y espiritual. Los representantes de esa cultura refinada miran a su vez a los americanos del norte como bárbaros ingenuos que solo se divierten con valores materiales, y les devuelven multiplicado el desprecio que ellos les arrojan.

 

Estas consideraciones previas tienden a aclarar la situación de la poesía en Latinoamérica y el conjunto de complejos factores que se reflejan en ella. Estos factores van desde variadas influencias culturales de los más diver­sos niveles hasta la expresión directa y vivencial del medio en que actúa el poeta. De todos modos, el poeta, cuando es sincero, es siempre la voz viva de un medio.

 

Las influencias culturales, en el sentido de una evolución moderna, no proceden en general de España sino de Francia. Allí fue donde Rubén Darío encontró la fuente de su inspiración y buscó sus maestros. Desde entonces la poesía francesa moderna ha sido la mentora de gran parte de los poetas americanos nuevos. Sin embargo, después de la, se­gunda guerra mundial, Estados Unidos afirma una hegemonía cultural paralela a su hegemonía económica, y su influencia se hace sentir sobre Europa misma. No es extraño entonces que empiecen a percibirse en Latinoamérica signos de que el centro de influencia tiende a despla­zarse de Francia a Estados Unidos. En este último país, son justamente los núcleos culturales que defienden una vi­talidad oprimida por el mundo de la técnica y la sociedad de consumo, los que más interesan. Y en primer término Henry Miller, el alertador sobre los peligros de un mundo mecanizado y deshumanizado, es el que hace sentir su influjo, así como los nuevos poetas que siguen por ruta si­milar: los beatnicks.

 

La influencia francesa más destacada en la nueva poesía americana es la del surrealismo. No hay duda de que tenía que ejercer una particular atracción en Latinoamérica, por su doble carácter de lenguaje poético y concepción revo­lucionaria de la vida. Esa influencia resulta de fundamental importancia en Argentina, Colombia, Chile, Perú, México y Venezuela, que constituyen los países de mayor densidad poética. El surrealismo ofrece a los nuevos poetas el pri­vilegio de una deslumbradora libertad de expresión, el in­centivo de la imagen insólita, y su permanente carácter ex­perimental. El mundo de lo mágico, tan fuerte en las culturas precolombinas, significa también un punto de con­tacto con el surrealismo.

 

El lenguaje usado por los nuevos poetas va desde los extremos de una expresión rutilante y rica en imágenes hasta el directo, brutal, casi pura crónica de la realidad circundante. Los temas son los eternos de la poesía: el amor, la soledad y la muerte, pero a ellos se agrega la conmove­dora piedad o la desesperación que trae aparejada la miseria, la vida incumplida. El tema de la frustración es parti­cularmente sensible en la poesía latinoamericana. Y con él, la turbulencia de los deseos, la aspiración a un mundo mejor.

 

La historia de la poesía moderna en Latinoamérica se inicia a comienzos del siglo con los poetas del modernismo. Se vivía entonces en una satisfactoria situación semicolonial, en países productores de materias primas muy solicitadas, que recibían el reflejo de una época europea de singular mansedumbre, que abarcó la última década del siglo pasa­do y la primera de este siglo con el hombre de “belle époque”. El estilo dominante, sensual, decorativo y fan­tasioso fue precisamente el conocido en Francia como “art nouveau”, y en España como “arte modernista”. Darío constituye el más destacado representante en la literatura latinoamericana de este estilo modernista.

 

Los poetas modernistas estuvieron en auge hasta el es­tallido de la primera guerra mundial y las conmociones so­ciales que le siguieron. Ese violento trauma para el mundo significó un comienzo de cambio total en el sistema de va­lores aceptados. En el terreno artístico se afirmó el desa­rrollo de las vanguardias que se había iniciado en la pre­guerra. Se produjo una remoción, de los esquemas vigentes. En América esa primera vanguardia tiene sus locos fundamentales en Chile y Perú, por el valor de sus represen­tantes, pero se desarrolló contemporáneamente con mayor o menor intensidad en casi todos los países. Se caracterizó por reunir a la revolución poética una afirmación de la relación entre poesía y vida. La poesía se torna sensible a las inquietudes sociales y aprende a transmitirlas. La revolución poética y la aspiración a una transformación formación de la sociedad comienzan a marchar de la mano. Neruda en Chile, Vallejo en Perú, se convierten en los máximos re­presentantes de esa modalidad. A partir de esa primera vanguardia se produce en América un intenso movimiento de una poesía vital, opuesta a la poesía semiliteraria semiacadémica, semivacía que encuentra el apoyo de la prensa y los organismos oficiales. Esa poesía viva se caracteriza ante todo por su disconformismo y en muchos casos coincide con una posición militante de los poetas en el terreno so­cial. Otras veces el poeta está apartado pero de todos modos su voz tiene tonos de protesta. Siempre, y en última ins­tancia, el poeta de vanguardia esta en pugna con la sociedad.

 

En cada país de América la evolución de la vanguardia tiene características particulares; podría decirse que cada país tiene su propio “tempo”. Chile fue el que dio una primera generación de vanguardia de excepcional calidad con Huidobro y Neruda a los que hay que agregar los nombras valiosos de Pablo De Rokha, Rosamel del Valle y Hum­berto Diaz Casanueva. Después de la aparición de esos poe­tas se produce como una breve espera hasta presentarse en escena el grupo de “La Mandrágora” directamente vinculado al surrealismo. Ese grupo, encabezado por Braulio Are­nas comprendió en un comienzo a Jorge Cáceres, Enrique Gómez Correa y Teófilo Cid. Luego se le unen en los sucesivos números de “La Mandrágora” otros poetas, al­gunos de los cuales habrían de ganar un lugar destacado en la poesía chilena: Gustavo Ossorio, Fernando Onfray y Gonzalo Rojas. Después de la Mandrágora la poesía chi­lena parece sufrir un retroceso a posiciones más seguras. Nicanor Parra representa en Chile el esfuerzo posterior más claro de intentar una nueva aventura poética.

 

Un fenómeno similar de avasallamiento poético produ­cido por una gran personalidad se produce en Perú donde domina la figura de Vallejo, tanto coma para hacer pali­decer la personalidad poética muy valiosa de Eguren.

 

Esas personalidades significan una carga histórica que siempre determina una literatura epigonal o dificulta los esfuerzos de los nuevos poetas para desarrollarse. Esos gi­gantes de la poesía latinoamericana están demasiado próximos para que hayan pasado la prueba del tiempo. Este es implacable y muy a menudo trastorna y vuelca los valores que parecían más sólidos. Por ahora esos poetas dominan la escena de América, tienen un vasto público y todavía pesan sobre los que comienzan a escribir. Pero hay signos evidentes de que la poesía toma otros rumbos y los más jóvenes abandonan a esos maestros.

 

En la Argentina y en México el “tempo” ha sido dis­tinto. En ambos la primera vanguardia, que comenzó con gran fuerza, rápidamente se diluyó. En la Argentina, el grupo “Martin Fierro” significó el primer movimiento en pro de una liberación poética, pero de él quedan como figuras fundamentales en la historia de la vanguardia argen­tina, solamente Macedonio Fernández y Oliverio Girondo. En 1928 aparece el primer número de la revista “Que”, como expresión del primer grupo surrealista de habla española fundado por mí en 1926. Pero la revista no tuvo ninguna repercusión y después de la aparición de un segundo número en 1930, el grupo se disolvió. Sólo hacia 1952 se reconstruye un grupo surrealista, con mi colabora­ción, alrededor de la revista “A partir de O”, dirigida por Enrique Molina, que rápidamente se convierte en escena­rio de violentas polémicas y ataques a la literatura conven­cional. Contemporáneamente y en una posición parasurrea­lista se publica la revista “Poesía Buenos Aires” que tiene primero, como codirector y luego director al poeta Raúl Gustavo Aguirre. Las dos revistas se convierten en centros de la actividad poética de vanguardia en la Argentina.

 

En México aparece el grupo estridentista al promediar la década del veinte. Después de un intenso fuego inicial, desapareció sin dejar huellas ni seguidores. Aparece lue­go una generación intermedia de excelentes poetas entre los que se destacan José Gorostiza, Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia y Alí Chumacero, para encontrar la poesía me­xicana el camino de una positiva vanguardia con Octavio Paz.

 

Fenómenos similares se producen en Colombia y Vene­zuela donde el movimiento de vanguardia sólo se acentúa en los últimos arcos. Hoy puede decirse que los grupos de los poetas experimentales o de vanguardia se extienden por toda América apoyados por revistas y ediciones de diversa índole, pero los grupos más activos y revolucionarios en la poesía latinoamericana parecen desplazarse desde la zona sur hacia el norte de Sudamérica, hacia el casquete que debería constituir La Gran Colombia, formada por Ecua­dor, Colombia y Venezuela. En Ecuador actúa el grupo de los poetas tzántzicos con su revista “Pucuna”. En Colom­bia desarrolla una intensa actividad el grupo de los “nadaís­tas”, fundado por Gonzalo Arango y actualmente dividido. En Venezuela, país donde la actividad poética es particu­larmente intensa, existen tres grupos: “Tabla redonda”, “Sol cuello cortado” y “El techo de la ballena”. Este último es el más importante no sólo por la calidad y el número de sus componentes, sino por la violenta actividad que desarrolla mediante publicaciones, muestras, actos, y la crítica des­piadada a la acción gubernamental, a los esquemas morales y a la cultura fosilizada.

 

En los tres países últimamente mencionados los poetas unen a una poesía de forma y contenido revolucionario una posición combativa directa que va desde el orden de lo político hasta la crítica de las costumbres y de la cultura oficializada. La mayoría son muy jóvenes, pero es muy pro­bable que esté entre ellos el porvenir de la poesía de América.

 

Hacer una antología que represente a los verdaderos creadores no es nada fácil. La mayoría de las antologías configuran un cementerio de la poesía. En general se re­suelve el problema incluyendo por un lado a los amigos y por el otro a los poetas que tienen éxito. En la mayoría de los casos, ni de unos ni de otros queda, con el tiempo, nada, con lo que resulta ampliamente cumplida su función de cementerio.

 

Una antología que se anticipe al tiempo, que en lugar de ser tumba de poetas, descubra a los que vivirán mañana, es tarea que vale la pena emprender. Y además una antología que revele nombres nuevos; nuevos e importantes; que sir­va para sacudir un poco la fatiga de lo ya demasiado conocido y que señale a través de los poetas, los caminos futuros.

 

La exploración en busca de nuevos valores siempre tie­ne algo de angustiante, siempre nos atosiga el temor de haber dejado a un gran poeta sumergido, aquel que por decir una palabra nueva resulta incomprensible para sus contemporáneos; éstos, que han aprendido con dificultad una vieja palabra, y sienten el pánico de abandonarla para aprender un nuevo lenguaje. Pero ese riesgo es inevitable correrlo: el gran poeta se oculta detrás de su orgullo, no hace relaciones públicas, vive en la soledad. A veces nunca aparece, otras una mera casualidad lo descubre.

 

De todos modos el compilador de esta antología ha tratado de explorar a fondo el complejo panorama de la poesía en Hispanoamérica prescindiendo de esos dos factores enumerados: la amistad y el éxito, para tratar de locali­zar los verdaderos valores, aunque estuvieran ocultos, aunque fueran desconocidos. Pretende esta antología dar una perspectiva sobre la poesía surgida o que se ha afirmado desde la última posguerra. Por lo tanto los nombres que aparecen no son (con raras excepciones) los conocidos por el público común, pero seguramente algunos de ellos se convertirán en los clásicos del futuro.

 

Un deseo de objetividad ha hecho preferible dar cabida representantes de diversas tendencias. Por supuesto se han tornado en consideración sólo tendencias que significan un avance, por lo tanto, toda poesía académica, por buena que sea su factura, queda totalmente eliminada.

 

No pretende el compilador creer que ha llegado, en esta selección, a la quintaesencia de lo poético. Los valores son de distinto nivel, pero en casi todos los poetas presentados hay siempre una búsqueda, y sus poemas no se regodean en la fácil repetición de hallazgos ajenos. La totalidad de la antología configura un panorama orgánico de la poesía latinoamericana de habla hispana, y en ella podrán descu­brirse no sólo valores poéticos, sino la actitud del hombre americano ante la vida y los problemas que lo atormentan.

 

Y llega finalmente la oportunidad de hablar de la poe­sía en sí, de esa misteriosa cosa que es la poesía. Cada vez más distante del interés del público común hoy, tiene, sin embargo, un extraño prestigio para muchos, una inexpli­cable seducción.

 

Antigua como la historia del mundo, ha sido testigo permanente de la existencia humana. Nos transmite el desarrollo del hombre por dentro así como la crónica histórica nos transmite la evolución del hombre por fuera. Y esa historia del hombre por dentro es siempre la misma y siempre distinta: está generada por las fuerzas que arrastran a la alegría o a la desesperación y su dominio lleva desde los territorios de la esperanza hasta los del desalien­to, desde el éxtasis, hasta la angustia y el terror. Tiene lugar en el mundo oscuro de las emociones, esas que exactamente nos dan la sensación de vivir. El poeta no las describe, sino que las transmite en su calidad primigenia, en su ar­diente pureza original.

 

El poeta no se limita a recobrar esos momentos intensos de su vida personal: se convierte en antena que recoge toda la vida auténtica que lo rodea. Por más solitario que parez­ca, participa en la vida colectiva, la siente como ninguno, y se transforma en la voz que expresa a todos. La poesía está en todas partes, transita por las calles, surge de pronto como chispazos en las reuniones, en los conglomerados hu­manos; habita en los ojos de la mujer que pasa, aparece en los encuentros y en las despedidas, se mezcla con las excla­maciones de júbilo, con los gestos de desesperación Es ese lenguaje de la vida auténtica el que recoge y condensa el poeta, el lenguaje de los momentos excepcionales, del vi­vir exaltado. Pero esa idea de un vivir exaltado implica una gran peligrosidad, el riesgo del enfrentamiento con lo imprevisto, con lo desconocido. El hombre común se siente incapaz de afrontar ese riesgo, que lo aparta de la plácida seguridad de lo cotidiano; de ahí su ambivalencia ante la poesía: ésta lo atrae y rechaza a un tiempo.

 

En ese vivir exaltado de la poesía se vuelcan los deseos y las aspiraciones. La poesía se convierte en cierto modo en una “voluntad de lo imposible” como la designaba Geor­ge Bataille, y esa voluntad de lo imposible, con el nombre de fantasía, es el motor que proyecta al hombre hacia adelante.

 

Como signo de la vida exaltada, la poesía tiene hoy la significación que siempre ha tenido: se opone a la vida ru­tinaria, al monótono transcurrir. Al apartar al hombre de la rutina, representa una verdadera piedra de toque: hacia ella van los seres que buscan y que se buscan, aquellos que se interrogan sobre su destino. Y si la poesía no le da so­luciones le devuelve amplificado el eco de sus preguntas; ese eco es la voz del poeta, una voz humana que participa y comprende.

 

 

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