Foja de poesía No. 393: Gerardo Cárdenas

Presentamos la poesía del poeta, narrador y periodista Gerardo Cárdenas (Ciudad de México, 1962). Desde 1998 radica en Chicago donde dirige la revista cultural Contratiempo.  En 2011 publicó el libro de relatos A veces llovía en Chicago (Libros Magenta/Ediciones Vocesueltas). Su poemario En el país del silencio está previsto para publicación este 2013.

 

 

 

 

 

                                      En el país del silencio

 

 

En el país del silencio son los vivos quienes callan.

Los muertos se desmoronan a gritos.

Son los vivos quienes se ocultan en las fosas;

Los muertos deambulan por los juzgados.

Son los vivos quienes no dan razón de su paradero;

los muertos clavan sus retratos en postes de luz

o en los árboles donde los crucificaron.

Son los vivos quienes miran a otro lado

mientras los muertos posan para los fotógrafos.

 

Los muertos se miran las manos unos a otros,

besan los estigmas que dejaron las balas,

lavan los sudarios de otros muertos.

Los vivos los dejan pasar,

no sea que hagan preguntas

que levanten denuncias

que hurguen entre las piedras,

esas piedras que los vivos enseñaron a callar

a olvidar los nombres de los muertos

a echarles la culpa de todos los males.

En el país del silencio las armas son mudas:

mudos los cuernos de chivo

mudos los rifles de asalto

mudas las escuadras

y las metralletas uzi.

Son las balas las que gritan bañadas en sangre;

es el crujir de los huesos lo que rasga la penumbra.

 

En el país del silencio nadie dice misas por los muertos

porque los vivos nunca salen de los templos.

En el país del silencio los muertos no tienen perdón

porque los vivos jamás confiesan sus culpas;

frente al confesionario apenas susurran

palabras incomprensibles

y los absuelven a cuenta de su buena voluntad

de vivos creyentes y piadosos

no como esos incansables muertos

apóstatas irreverentes

que se creen merecedores de justicia.

 

En el país del silencio los muertos miran al cielo

porque esperan una señal

que ni ellos mismos entienden.

Son los vivos quieren miran al infierno

y sonríen.

 

 

 

 

 

 

Variaciones a un poema de Maiakovsky

 

                                                                  A Teresa Jiménez

 

Tanto asusta a Dios la oscuridad

que creó la luz para dormir con una lámpara encendida.

Tanto le aterra su propia figura

que ha prohibido los espejos

y ordenado la destrucción de su sombra.

Tanto le teme al tiempo

que se desgaja,

renace a la vuelta de cada segundo,

ha decretado la inexistencia del presente

para que todo pasado se deshilvane en su memoria

y todo futuro emane de su angustia.

Tal fue el miedo que sintió tras crear al hombre

que le rompió el alma en pedazos

para que pasara el resto del tiempo

rearmándola trozo a trozo.

Tan terrible fue el presagio de su fin

que Dios arrojó a la criatura de su lado,

le dio mujer

le susurró los secretos del mal

le puso armas en las manos

le esculpió culpas con letras de sangre

en la frente, en los pies, en la entrepierna

y luego se ocultó en la cima del monte

desde donde, a veces,

le hace llegar una escalera

algunas lápidas

o dos maderos.

Todo esto lo confesó Dios asustado

a los hombres

que escribían los 66 libros,

pero tan pronto ellos desviaron la mirada,

su aliento conjuró una tormenta

para desordenar las páginas

y así nunca más tuvieran sentido.

 

 

 

 

 

 

 

Sursum corda

 

                                                                                  A mi madre

 

I

 

De pronto el latido,

sacudida intermitente que no rebasa al tiempo,

se desdibuja en un monitor gris

traza dolores, vaticina el final.

Válvulas: se abren y cierran

como manos que se buscan

se rozan sin saberlo

en un laberinto sin luz,

bajo un torrente de sangre que circula en cada uno de tus días

hasta que se asiente y ennegrezca

cuando tus ojos se pierdan

cuando tu mano ya no se aferre a la mía

ni tus pies busquen inciertos el trazado del piso.

Válvulas que se abandonan a sístoles

a relojes que se atrasan,

se van quedando mudos

se agotan

en su abrir

y cerrar de puertas.

 

 

 

 

II

 

Esa sangre es mi sangre,

ese bombeo acunó mi ensueño.

Días idénticos

a noches

en una bolsa de agua,

unidos por un hilo rojo que adelgaza sin romperse,

creciendo al galope

de puertas que se abren

de la sangre que se entrega

de glóbulos y plaquetas.

Perdido entre tus poros

carne tuya que se desprende,

viaja hacia la luz

pero volvería a la penumbra húmeda,

al silencio sin peso

cobijado por el retumbar del pecho

cántico ingrávido

caliente

primigenio.

Aún late la historia escrita en mis venas

como espejo de vasos y arterias,

réplica que circula por mis miembros,

torrente que adelgaza, que poco a poco se calla.

 

 

 

 

III

 

Escucho tu respiración pausada

(aspiras con fuerza).

Una sombra se revela en la pantalla

sucesión de aristas y valles

zonas negras

(acaso revelan microscópicas muertes)

imperceptibles y momentáneas despedidas

interrupciones de la luz

en espiral que agranda el miedo:

levedad del tiempo

gráfica del descenso

cuenta regresiva

sístoles de contracción eterna

que recircula la vida.

Débiles, imperceptibles diástoles

apenas audibles,

noches que se deslizan,

insospechado amanecer.

Tu latido acalla mi angustia

la inquietud y la sorpresa de la visión imprevista;

corazón que regresa lento

a tu final

a mi huérfana

soledad.

 

 

 

 

 

 

Wells Street Bridge

 

La mirada perdida

vuelta hacia adentro

 

huyendo de la tuya.

 

No queda más huella en el asfalto

que el recuerdo de mi hambre.

El viento sacude al puente

el puente se hunde en el río

el río se traga mi cansancio

y con él a dos amantes

fotografiados en el momento

entre el grito

y el olvido.

Sus restos hinchados flotan silenciosos

pringados de luz

hasta desmoronarse en los ruidos del amanecer.

Hastiado, piso la colilla del cigarro,

recojo los restos que desechó la autopsia

y vuelvo al despacho.

 

 

 

 

 

 

 

Al límite

 

                                                                       A Diana Azcona

 

Cruzo a pie la frontera sin más equipaje

que la caja en la que guardo mis silencios.

 

Recorro un largo túnel blanco:

las paredes retroceden a mi paso.

Al final

me espera un guardia solitario y dormido.

 

Deposito mi caja en el suelo,

mis silencios aprovechan y escapan.

El guardia abre un ojo

me mira compasivo

murmura una antigua plegaria

se vuelve bruma.

 

Al otro lado de la raya

un gato

se relame los bigotes

y se traga mi último silencio.

 

 

 

 

 

Telón

 

Un hombre en un escenario

solo

iluminado por un reflector.

 

Su blanca camisa se pliega

cuando lee los nombres de los muertos.

 

Atrás el telón se agita

gime

pero su lamento se ahoga.

 

El hombre retira con las uñas

una brizna de polvo

que altera su perfecto pantalón negro

y lee los nombres

de más muertos.

 

Tras el telón

todos los muertos

esperan la señal

para salir y hacer la caravana

ante el vacío auditorio.

 

 

 

 

 

 

Rastro en la nieve

 

Esa pausa inicial al amainar la nieve,

esa plegaria de voces suspendidas,

de cantos diminutos que trepan

por las venas erizadas de los árboles.

 

Inciertas huellas, titubeantes;

un pie rezagado de sopor

y el otro enamorado del abismo.

No llegan lejos:

se pierden y no fueron nunca

se ahogan

cautivas del viento que las desdibuja.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Céntimo

 

Este leve y engañoso contorno,

esta bronceada geografía

que es baño de oropel

que no es oro ni cobre,

es acero, níquel y una capa de pintura,

está en mi mano

y no en parte alguna;

es aire y futura herrumbre, es prófuga del fuego,

es una especie extinta, y sin embargo se cuela

de mano en mano, a través de fronteras.

 

Es un pensamiento que cruzó el lago, infiltrado entre bosques

es un error,

una picardía,

un mal cálculo,

un miope episodio.

Es dos hojas de arce entrecruzadas, dos manos ansiosas,

como plegaria abierta al mundo.

 

Es una vieja reina que languidece sin voz, irrelevante,

en una tierra que no es suya;

es una fecha inexplorada.

 

Es un hito para el olvido, un tajo de aire;

es carne de cañón,

es un esclavo,

es parte de una masa

pero se proclama única;

es un grito en lengua franca, en algo que suena a un idioma conocido,

pero es una palabra que ya no se usa, un acento disfrazado,

una esquiva apariencia:

es una inmigrante ilegal que se coló por Windsor,

por la Sonda de Puget,

el túnel de St. Claire

o el Ambassadors Bridge,

que se arrastró para huir de la mirada de guardias armados

en Three Nations Crossing o Thousand Isles.

 

Es casi transparente pero me hace andar lento, me arrastra,

es tan ajena a todo como yo, yo como ella;

los dos hablamos un idioma incomprensible,

los dos huéspedes incómodos, acaso malolientes,

dignos de conmiseración y olvido,

rodando por calles ajenas,

del mismo metal falso y maleable;

los dos implorando a dioses muertos,

congelados en permanente perfil, rodando cuesta abajo.

Pieza de cambio para un trueque de almas, impuesto de la asfixia,

tan tenue que podría doblarla con los dedos

y de todos modos se incrusta en mi palma;

tan reacia a morir como yo,

para relatar su verso inane,

su complaciente profecía.

 

Se me escapa entre los dedos,

como si buscara un resquicio,

como si la esperase la sombra

para fundirse en el olvido

hasta que alguien la encuentre en cien años y la corone de historia.

 

 

 

 

 

 

Diminuta

 

Hoy vi a una mujer mínima

que se ahogaba en sus botas

más ligera que una bienaventuranza,

de escamas rosadas

tenue

como pidiéndole perdón a los mosquitos

aterida

esperando ser pintada por Murillo o

Rubens.
No supe bien dónde hincarle el diente,

no encontré arteria

sólo le robé un ojo

para que no extraviase el camino

ni se la tragasen los matorrales.

 

 

 

 

 

Datos vitales

Gerardo Cárdenas (Ciudad de México, 1962) es escritor y periodista cultural. Ha vivido en Estados Unidos, España y Bélgica. Radica en Chicago desde 1998. Es director de la revista cultural contratiempo. Artículos, cuentos y poemas suyos han sido publicados en medios impresos y electrónicos de México, Estados Unidos, España, Venezuela, y la República Dominicana, incluyendo Mandorla, Revista Ombligo, contratiempo, El Sol de México, Peregrino y sus Letras, Hojas Sueltas y mediaisla, y ha sido incluido en las antologías poéticas Poesía para el fin del mundo (Kodama Cartonera, Tijuana, 2012), Palabras entre el centeno (CEP, Madrid, 2012), y Rapsodia de los Sentidos (DePaul University/contratiempo, Chicago, 2013); y en las antologías de relatos El libro de los monstruos  (Bubok, Madrid, 2012), Los cuerpos del deseo: cuentos eróticos (NeoClubPress, Miami, 2012) y Bajo los adoquines está la calle (Taller de Escritura Creativa Enrique Páez, Madrid, 1998). En 2011 publicó su primer libro de relatos A veces llovía en Chicago (Libros Magenta/Ediciones Vocesueltas). Su poemario En el país del silencio está previsto para publicación en 2013. Actualmente trabaja en una novela. Es autor del blog semanal En la Ciudad de los Vientos.

 

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