Los heterónimos de Pacheco

El poeta Mario Bojórquez nos presenta el siguiente texto en torno a la heteronimia, las diversas identidades poéticas de José Emilio Pacheco en uno de sus poemarios fundamentales, No me preguntes cómo pasa el tiempo. Dice Bojórquez: “Los autores de José Emilio Pacheco, Julián Hernández y Fernando Tejada, son dos marginales de las letras mexicanas, el primero por convicción, el segundo por ausencia”.

 

 

 

 

 

Heteronimia en No me preguntes cómo pasa el tiempo de José Emilio Pacheco

 

 

El concepto de heteronimia quedó fijado por el autor portugués Fernando Pessoa al tratar de explicar el fenómeno de su propia escritura que se conoce bajo el amparo de diversos nombres que son por sí mismos una literatura independiente a la reconocida con el nombre del propio autor; Alberto Caeiro, Álvaro de Campos y Ricardo Reis, son junto a Bernardo Soares, autor del Libro del desasosiego, los principales autores de la obra pessoana. En la tradición hispánica de la poesía, sin embargo, habíamos ya conocido a través del poeta Antonio Machado, algunas figuras de entrañable recordación: Juan de Mairena y su maestro Abel Martín, sin olvidar a Jorge Meneses, inventor de la máquina de trovar o cantar, estas figuras literarias son llamadas por su autor, apócrifos, que según el Diccionario de la Academia en su primera acepción, deberían ser entendidos como algo “fabuloso, supuesto o fingido”. En los dos casos más notables, los autores han preferido no utilizar el concepto pseudónimo, que referiría al mismo autor pero con otro nombre, para Machado y Pessoa, esos otros nombres son también otras personalidades distintas de la suya, son otros hombres.

 

Fernando Pessoa en una nota preparada para la revista Presença en 1928 nos dice sobre la heteronimia: Lo que Fernando Pessoa escribe pertenece a dos categorías, a las que podremos llamar ortónimas y heterónimas. No se podrá decir que son anónimas o pseudónimas, porque en verdad no lo son. La obra pseudónima es la del autor en su propia persona, salvo en el nombre que lo firma, la heterónima es la del autor fuera de su persona, es la de una individualidad completa fabricada por él, como serían los parlamentos de cualquier drama suyo. Las obras heterónimas de Fernando Pessoa son escritas por, hasta ahora, tres nombres de personas: Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos. (…) El resto, ortónimo o heterónimo, o no tiene interés, o no fue mas que algo pasajero, o está por perfeccionarse o redefinirse, o son pequeñas composiciones, en prosa o en verso, que sería difícil recordar y tedioso enumerar después de recordarlas.

 

Sobre la génesis de sus apócrifos Machado en cambio nos informa: (…) es mi ‘yo’ filosófico, que nació en épocas de mi juventud. A Juan de Mairena, modesto y sencillo, le placía dialogar conmigo a solas, en la recogida intimidad de mi gabinete de trabajo y comunicarme sus impresiones sobre todos los hechos. Aquellas impresiones, que yo iba resumiendo día a día, constituían un breviario íntimo, no destinado en modo alguno a la publicidad, hasta que un día… un día saltaron desde mi despacho a las columnas de un periódico. (Tuñón de Lara, Manuel : 1975 : 245)

 

Otros ejemplos de heteronimia en la tradición hispánica podrían remontarse al Cide Hamete Benengeli de Miguel de Cervantes y más cercanamente a las Crónicas de Honorio Bustos Domecq de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, sin olvidar a muchos otros como la Rosa Espino de don Vicente Riva Palacio o el Maqroll el gaviero de Álvaro Mutis. No hace mucho un crítico uruguayo, Eduardo Milán, se deleitaba en excluir de los procesos de la nueva poesía latinoamericana a todos aquellos poetas que definía como “poetas de la lengua”, estos poetas, ilustraba, son aquellos que vinculando su creación a la tradición hispánica no asumían el riesgo de la vanguardia, estos poetas eran principalmente autores que se proponían el discurso de Antonio Machado, y, más bien, el de su maestro Abel Martín, el de la “esencial heterogeneidad del ser”, es decir, la tesis de que el ser es esencialmente otro. Estos poetas eran para Eduardo Milán, según dijo en entrevista a José Ángel Leyva: Y lo que estaba enfrente de los poetas de la lengua eran los autores que tenían una relación inventiva con el lenguaje y por encima de la lengua y, por tanto, por encima de la tradición y de la literatura españolas, y de nuestra propia historia, si se quiere decir así. Yo los ubicaba por su resistencia al impulso renovador de la poesía proveniente de las vanguardias. En aquel momento ponía de ejemplo a Francisco Cervantes, Álvaro Mutis, Francisco Hernández, entre otros muy ligados a la tradición ibérica. Justamente los poetas que han signado su obra en el ejercicio de la “esencial heterogeneidad del ser”, Francisco Cervantes, el más grande traductor de Fernando Pessoa entre nosotros y autor del esquizónimo Hugo Vidal, Álvaro Mutis que ha escrito toda su poesía y su narrativa desde Maqroll el gaviero y finalmente, Francisco Hernández o quizá debemos recordar aquí a ¿Scardanelli, Robert Schumann, Georg Trakl, Charles B. White, Mardonio Sinta?

 

El propio Octavio Paz después de reclamar a Machado una actitud indiferente hacia las vanguardias, admite que la tesis de la “esencial heterogeneidad del ser” y la del “ser en el tiempo” de Heidegger son las tesis más modernas que en poesía se habían propuesto hasta la redacción de El Arco y la Lira en 1956: Religión y poesía tienden a realizar de una vez y para siempre esa posibilidad de ser que somos y que constituye nuestra propia manera de ser; ambas son tentativas por abrazar esa ‘otredad’ que Machado llamaba la ‘esencial heterogeneidad del ser’. La experiencia poética, como la religiosa, es un salto mortal: un cambiar de naturaleza que es también un regresar a nuestra naturaleza original. Encubierto por la vida profana o prosaica, nuestro ser de pronto recuerda su perdida identidad; y aparece, emerge, ese ‘otro’ que somos. (Paz, Octavio: 2003 : 137) y más adelante se vuelve a preguntar: Y quizá el verdadero nombre del hombre sea el Deseo. Pues ¿qué es la temporalidad de Heidegger o la ‘otredad’ de Machado, qué es ese continuo proyectarse del hombre hacia lo que no es él mismo sino Deseo? Si el hombre es un ser que no es, sino que está siendo, un ser que nunca acaba de serse, ¿no es un ser de deseos tanto como un deseo de ser? (Paz, Octavio: 2003 : 136)

 

Los autores de José Emilio Pacheco, Julián Hernández y Fernando Tejada, son dos marginales de las letras mexicanas, el primero por convicción, el segundo por ausencia, del primero tenemos una historia activa en el mundo de las letras que ha sido negada por sus adversarios literarios que han querido acallar su notable talento poético por envidia, en cuanto a Tejada, a pesar de haber participado en una revista dirigida por José Carlos Becerra y Gabriel Zaid, no puede ser recogido por este último en su Asamblea de poetas jóvenes de México, pues ha nacido una década antes del primero de enero de 1941, fecha fatal que marca su registro de la más nueva poesía mexicana. Hugo J. Verani, comenta acerca  de la génesis de estos heterónimos y su función en la obra de José Emilio Pacheco: Pacheco inventa heterónimos, tal vez con el designio metafórico de desorientar a la muerte. A semejanza de muchos objetos, Julián Hernández y Fernando Tejada son productos artesanales,  son cosas: Fueron moldeados, tal como el ceramista da forma a una vasija, pero no tienen vida propia sino la que el creador decide prestarles. Tampoco ellos nacieron (su nacimiento fue sólo un simulacro) y en consecuencia  no habrán de morir. La hoguera y el viento, Hugo J. Verani

 

Siguiendo los modelos de Pessoa y Machado, les produce una biografía y aún una bibliografía, Julián Hernández publica dos libros de poesía y otras publicaciones históricas, colabora en el periódico El Universal y  de Fernando Tejada, sólo quedan los poemas recogidos en No me preguntes cómo pasa el tiempo y que habían aparecido en una revista de número único publicada por José Carlos Becerra y Gabriel Zaid, Hernández es de Saltillo, Tejada de Tulancingo, los dos mueren en la década de los cincuenta, lamentamos que sus nombres se hayan borrado en la antología Vigencia del epigrama preparada por Héctor Carreto. Hay dos epígrafes en su Cancionero apócrifo que nos dan aviso de su intención creativa, uno de Alberto Caeiro, otro de Machado, en la sección anterior de No me preguntes como pasa el tiempo, ya nos había preparado con un juego de traducciones/versiones donde la fidelidad al texto original no es la característica principal. El modelo de estos dos autores es epigramático, Julián Hernández, inicia en la tradición del premio de Aguascalientes el uso del epigrama, ejemplos notables de ese tipo de escritura los reconoceremos después en Eduardo Lizalde, en La zorra enferma, Héctor Carreto en Coliseo y Dana Gelinas en Boxers, por recordar algunos, el género sin embargo, ha quedado fijo en la poesía mexicana en otros autores como, José Vicente Anaya, Vicente Quirarte y Raymundo Ramos. En comunicación directa, José Emilio Pacheco ha mencionado los famosos Epigramas de Ernesto Cardenal como un referente importantísimo para la nueva lírica latinoamericana. En cuanto a la relación con el poeta Pierre de Ronsard que establece Tejada, debemos además recordar al menos otros tres casos en que la poesía mexicana se ha vinculado con el tema, la primera es con el poema número 16 de El manto y la corona de Rubén Bonifaz Nuño, donde oponiendo a la proposición de Ronsard, “Cuando ya seas muy vieja…” Bonifaz responde: “Amiga a la que amo, no envejezcas…”, Otra vez Ronsard de Eduardo Lizalde en La zorra enferma, y finalmente, aunque de algún modo extraño, en José de Jesús Sampedro pues la conexión temática se da a partir de una versión libre de Ronsard al inglés por William Butler Yeats y que circuló entre nosotros en una traducción de Eliseo Diego. Pierre de Ronsard es un notabilísimo vínculo entre el mundo medieval que desaparece, con sus caballeros, donas y el amor cortés, y un mundo que se inicia con el Renacimiento, la recuperación de temas como el de Ausonio y su famoso Colligo, virgo, rosas, que será de nueva cuenta tratado por poetas como Garcilaso o Góngora, “coged de vuestra alegre primavera / el dulce fruto, antes que el tiempo airado / cubra de nieve la hermosa cumbre; / marchitará la rosa el viento helado.”, los temas que el propio Ronsard toma de Petrarca y que alcanzarán en Portugal a don Luiz Vaz de Camões y que llegarán hasta Quevedo, como en este famoso verso que todos creímos que era suyo: Es herida que duele y no se siente, y que en su redacción original, se lee: É ferida que doi e não se sente, de Camões, y que los dos finalmente son reflejo del famoso soneto que inicia: Pace non trovo e non ho da far guerra. Pensando en estas posibles concatenaciones de la tradición poética, he recordado una que nos viene de la tradición popular, y que se refiere al poema 8 de los segundos Sonetos a Helena, el del pino sagrado con los nombres de los amantes grabados en su corteza y una canción muy conocida de don José Ángel Espinoza Aragón “Ferrusquilla”, La Ley del Monte, que sigue con variaciones singulares tales las de don Rubén Bonifaz Nuño, el tema de Pierre de Ronsard. Quizá el poeta Fernando Tejada tenía razón, ¿qué podemos agregar a la tradición que no haya sido antes cantado por el viejo Ronsard?

 

Cuando José Emilio transita por esos materiales de la tradición sabe hacia quien se dirigen las plegarias y con que autor se está dialogando. Y quizá como dice en otra parte Julián Hernández que “la poesía la hacemos entre todos”, he leído emocionado una nota aparecida recientemente en La estafeta del viento, donde José Emilio Pacheco dialoga con su amigo Eugenio Hernández Álvarez, acerca de ciertos poetas venezolanos y por su mano hace llegar un soneto de Tomás Linden a otro poeta que fue conocido con el nombre de Eugenio Montejo:

 

1.- Un soneto de Tomás Linden

En el blanco taller diluvia harina,

La harina que es la arena sin desierto,

Sin orilla del mar, aunque otro puerto

La recoge, la pule y la refina.

 

Toda ella es porvenir, pues se destina

A hacer el pan que siempre es lo más cierto.

La música de hacerlo es el concierto

De la vida plural que no termina.

 

Para aquel niño el pan de cada día

Fue la palabra rescatada en lumbre

Que él convirtió en materia de poesía.

 

Poesía viva en la noche y la alborada,

Diaria palabra nueva y no costumbre;

Como el pan, necesaria y renovada.

 

En esta misma lógica, al redactar estas notas, ha llegado un soneto a la computadora, este sin duda es otro apócrifo, lo ha firmado un tal Julián Hernández:

 

Con los setenta, Emilio, has completado

la suma que el glorioso florentino

sacó por su mitad cuando el destino

lo puso en el oscuro descampado.

 

Si estos setenta, Emilio, has festejado

otros setenta más por el camino

habrás de recoger, si ese es tu sino.

Qué tierna edad, la que hoy has alcanzado

 

¿Cuántas infancias caben en setenta?

El hilo de la vida es maravilla

nos lleva al margen de su propia orilla.

 

Burla a la muerte que paciente ovilla

Juega tu albur y cada día intenta

Un año más, un año más… y cuenta

 

 

 

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