Teatro joven de México: Olinmenkin Sosa

Presentamos una obra  de  Olinmenkin Sosa (Distrito Federal, 1993). Asistió al curso de verano convocado por la Fundación para las letras mexicanas en dos ocasiones: 2012 en el género de Cuento y 2013 en el de de Dramaturgia. Obtuvo segundo lugar en el Décimo Tercer Concurso Nacional de Cuento Preuniversitario Juan Rulfo, de la Universidad Iberoamericana.

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La visita del pasado

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En un departamento clase mediero.

Se demuestra la entrada, del lado derecho del escenario, en el centro está la sala, conformada por dos sillones azul marino. El más grande, que es para tres personas está de cara al público, el otro, que es individual, le da la espalda a la puerta de entrada y está de frente a una televisión y un mueble atascado de libros. Los muebles son muy modernos. En cambio entre los sillones hay ubicado un tapete antiguo y una mesa de madera que se ve desgastada y de otro tiempo; sobre ella hay un álbum de fotografías del mismo aspecto y de gran tamaño. En la parte de atrás de la sala se deja ver la cocina, con una barra-marco que permite ver el interior de ésta. Del lado izquierdo estará el pasillo que va hacia los cuartos.

Ana ha estado yendo y viniendo dentro de la cocina, se ve que calienta algo con los sartenes, extrae todo lo que estaba guisando a una charola y la coloca sobre la barra.

Después coloca otra charola (transparente) que en su interior lleva una ensalada: rebosando lechuga, nuez y jitomate.

Inmediatamente después de esto, Ana pone cara de bochorno-cansancio. Se quita su mantel de concina y toma asiento en el sillón grande. Entonces por un impulso únicamente explicado por el cansancio del alma y del cuerpo, se acuesta en el sillón, se lleva las manos a la boca y su mirada se ausenta. Permanece así por unos segundos y después estira su mano para tomar el álbum de fotografías. Inoportunamente ¡Suena el timbre!

Decidida, Ana se levanta a abrir, con una cara llena de palabras acumuladas en la boca que no pueden esperar más para salir. Abre la puerta y suelta un grito pequeño de sorpresa:

Ana: ¡Óscar! ¿Pero qué haces aquí?

Óscar: Vengo a… ayudarte con lo de tu horno de microondas. Ayer me dijiste que si podía venir hoy, porque te urge repararlo para lo de las empanadas ¿no te acuerdas?

Ana: (Intentando recordar algo que jamás podrá recordar) Sí, bueno, pasa rápido. El microondas está en la cocina.

Óscar: (No puede disimular su cara de desconcierto por la indiferencia que muestra Ana, entra a la casa y mira su aspecto, le pone atención a la comida que está lista sobre la barra, sospecha. Entra a la cocina, observa el microondas, Ana lo mira atenta) ¿Tienes un desarmador?

Ana: ¡¿Qué?! ¿Cómo cuánto tiempo te vas a tardar?

Óscar: Como no sé nada de microondas… No sé qué tiempo tarde en arreglarlo.

Ana: No. No. (Voltea a ver a Óscar, con cara de ternura) Oye…

Óscar: ¡Bah! era una broma, tráeme un desarmador y rápido te digo qué le pasa.

Ana sale corriendo hacia el pasillo que da a otros cuartos.

Ana: (gritando desde afuera) ¿De cruz o del otro?

Óscar: ¡Cruz!

Ana: (desde afuera) ¡Sólo tengo uno grande y otro mediano!

Óscar: ¡Está bien!

Entra Ana con los dos desarmadores, se los entrega a Óscar.

Óscar: Gracias. (Le toma la mano, Ana la retira, él entiende y se voltea a arreglar el microondas. Durante todo este diálogo Óscar no dejara de ver el microondas mientras le habla a Ana. Ella observa atenta cómo arreglan su microondas. Dado que Óscar ya ha sospechado en demasía que hay algo extraño en la actitud de Ana, le pregunta, señalando la ensalada con un desarmador) ¿De qué es la ensalada?

Ana: (Contesta apurada, como si la anduviera persiguiendo el tiempo) Lechuga, jitomate, aceite de olivo y nuez.

Óscar: Suena rico, ¿Tienes visitas?

Ana: Aparte de ti, a nadie.

Óscar: (En tono detectivesco) ¿Pero esperas a alguien?

Ana: No. No. ¿A qui. qui. quién esperaría?

Óscar: No te preocupes, no tienes por qué decírmelo.  Ayer estuvo divertido, ¿No crees?

Ana: Sí. Me la pasé muy bien con todos.

Óscar: Ese Ramiro es una calamidad. Me agrada que sea un cabrón TAN animoso.

Ana: Es todo un personaje ese hombre. Yo creo que por eso quiere ser escritor, para repetirse toda su vida.

Óscar: Sí, yo tengo la misma teoría.

Ana: Armando, ¿cómo te cayó?

Óscar: Me parece un grandísimo esnob.

Ana: ¿De verdad? ¿Por qué?

Óscar: Me lo pareció así cuando se puso a hablar de Stravinski como un sujeto revolucionario de la música de este siglo. No digo que Stravinski no sea una maravilla, pero no sé por qué razón, no le creí cuando hablaba de música, a mí me parecía que esas palabras que utilizaba se las había copiado a algún crítico del arte. Pero lo que más me molestó fue que se autodenominara cronopio; en serio no hay nada más esnob que eso.

Ana: Pues a mí me parece un tipo muy sensible.

Óscar: (Voltea a verla) Y no digo que no lo sea, pero cuando habla normalmente no utiliza un lenguaje tan exquisito como el que utiliza cuando habla de cosas que él piensa trascendentales y superiores a cualquier otro tema de conversación.

Ana: Pues eso sí es cierto, pero es que también cuando quieres expresarte más claramente en algo tan difícil de explicar tienes que recurrir a un lenguaje diferente.

Óscar: Pues bueno, sí. Tal vez. Tienes razón. (Silencio. Pausa.)

El espectro del recuerdo arremete de nuevo contra Ana, que permanece parada viendo cómo Óscar arregla el microondas, pero a la vez ausente de su cuerpo. Voltea a ver el álbum de fotografías. Lo mira atentamente, le duele. Le duele tanto que su expresión facial nos deja ver el derrumbamiento interno que hay en su alma.

Ana: (al público) En ese libro se esconden mis 25 años condensados en una serie de imágenes. Mis primeros días soleados en Acapulco, la casa de los tíos, de la abuela, los diversos cumpleaños, mi mamá, Suspiro: mi padre. Con el paso de los años mi familia se ha ido resquebrajando. Pero hay una ausencia que me frustra más que todas las otras. (Baja la cara)

Óscar: ¿Ana?

Ana: (Responde de volada) ¿Eu?

Óscar: Le estuve buscando por todas partes y no encontré el problema.

Ana: No te preocupes Óscar, ya hiciste todo lo que pudiste. Lo de las empanadas ya veré cómo resolverlo mañana, tal vez y mi vecina me rente el suyo sólo por esta ocasión.

Óscar: Sí. (Estirándose y saliendo de la cocina) Está bien.

Ana: Pueeees…

Óscar: Creo que ya me voy…

Ana: ¡Sí! Quiero decir, te acompaño… a la puerta.

Óscar: Bien…

Van caminando hacia la puerta, Ana se adelanta, la abre y afuera, en el marco de la puerta, hay un señor vestido de traje negro, una camisa blanca, sombrero y bigote: el kit completo.

Señor  Arrufat: (Tímidamente) Hola Ana.

Ana: Hola, señor Arrufat. (Cortésmente irónica) Qué gusto volver a verlo. Óscar, él es el señor Arrufat, unnn muy buen amigo de la familia, señor Arrufat, él es Óscar.

Óscar: Hola.

Señor Arrufat: ¿Qué tal, muchacho?

(Se dan la mano)

Ana: Pero pase por favor, señor Arrufat, (En tono sarcástico) que es un gusto VOLVER a tenerlo con nosotros.

Óscar se desconcierta con la actitud que ha tomado Ana. Camina hacia la salida.

Óscar: Adiós Ana; hasta luego señor Arrufat. (Le da la mano, el señor Arrufat lo detiene)

Ana: Adiós Óscar.

Señor Arrufat: ¿¡Pero cómo!? ¿A poco ya se va este invitado?

Ana: Sí, sólo ha venido a arreglar el microondas.

Señor Arrufat: Pero muchachito, ¿acaso no tiene hambre?

Óscar: Pues sí, a decir verdad, un poco.

Ana: Pero ya se iba, (Con gesto severo) ¿verdad Óscar?

Óscar: Sí. Yo ya me voy.

Señor Arrufat: No, compañero, insisto. Acompáñenos a mí y a mi… (Duda) amiga en la comida. Estoy seguro de que ha preparado un guisado exquisito.

Ana: No. Óscar ya se va. Porque nosotros dos tenemos mucha cosas de qué hablar… EN PRIVADO.

Señor Arrufat: ¿Pero qué tipo de modales son esos Ana? Toda palabra puede esperar ¿A caso no ves que tu amigo se está cayendo de hambre? Velo, está todo escuálido.

Ana: Son los modales con los que crecí. ¿Algún problema?

Ignorando el ataque-pregunta de Ana, el señor Arrufat empuja a Óscar hacia adentro y cierra la puerta tras de sí. Deja su sombrero en el perchero.

Señor Arrufat: Considérate mi invitado de honor.

Ana se molesta y aunque intenta no demostrarlo, su rostro no refleja más que impotencia y enojo. Va a la cocina rápidamente y se sirve un vaso de agua simple. Se lo toma lentamente, de brazos cruzados. Es su manera de hacer berrinche.

Óscar y el señor Arrufat permanecen parados, éste último invita a sentarse al primero. Caminan a los sillones. El señor Arrufat no deja de ver cada detalle de la casa. Ana no les quita sus ojos de encima, su mirada es seria y fuerte.

Señor Arrufat: ¿Y a qué te dedicas Óscar?

Óscar: Estudio música en la Escuela Nacional de Música. Pero también hago pequeños arreglos de aparatos electrónicos, usted sabe, plomería y demás chucherías. Eso es para ganarme la vida.

Señor Arrufat: ¿Qué instrumento tocas?

Óscar: El chelo

Señor Arrufat: ¿Y cómo es que un chelista sabe arreglar aparatos electrónicos?

Óscar: Pues crecí con un tío que era el típico hacelotodo. Por eso me fui enseñando a arreglar tuberías, refris, estufas, microondas y así, desde chiquito.

Señor Arrufat: Qué interesante….

Ana: (Participando en la plática, desde su lugar) Y ahora hable usted, señor Arrufat, seguro que a Óscar y a mí nos interesará mucho escuchar a qué se dedica actualmente.

Señor Arrufat: Claro, pero qué descortés. Soy químico en alimentos, pero también le sé algunas cosas a los aparatos electrónicos, porque tomé un par de cursos técnicos.

Óscar: ¡Oh! Pues usted puede ser el que arregle el microondas de Ana. Porque es verdaderamente urgente que lo tenga para mañana, sino no va a poder entregar el pedido de empanadas que le hicieron.

Señor Arrufat: ¿No que tú habías resuelto ya ese problema?

Óscar: Por más que le busqué, no pude, señor.

Ana: Sí señor Arrufat, además como usted llegó tarde, también el guisado ya se enfrió y necesitaremos del microondas para re-calentarlo.

Señor Arrufat: ¿Que no se puede calentar con la estufa?

Ana: Ya no hay gas.

El señor Arrufat sonríe incómodo. Se levanta, retira su saco y lo coloca en el sillón individual. Toma aire. Se arremanga la camisa y camina a la cocina.

Señor Arrufat: ¿En dónde está dicho aparato? Ana lo señala. Se queda observando cómo trabaja. Mientras Óscar, un poco aburrido toma el álbum de fotografías. Sonríe.

Ana se da cuenta de que Óscar está viendo el álbum, va hasta él y se lo quita como si fuera una niña chiquita y le hubieran arrebatado su juguete. Se lleva el álbum a la cocina. Óscar la mira estupefacto, no obstante no dice nada. Se genera un silencio harto incómodo.

Ana va saliendo de una especie de trance y saca tres platos para la ensalada. Los provee desde la barra. Lleva tres tenedores a la mesa donde antes estaba el álbum y después toma un plato en cada mano. El tercero se queda en la barra. Le da su plato a Óscar y ella comienza a comer del suyo.

Óscar: ¿No vamos a esperar al señor Arrufat?

Ana: No sé tú. Pero yo ya lo esperé por mucho tiempo.

Ana toma asiento en el sillón individual, pero al darse cuenta de que está ahí el saco del señor Arrufat, lo agarra con los dedos índice y pulgar a forma de pinza, lo deja caer sutilmente al suelo y lo pisa con su pie derecho. Óscar la mira desconsertadísimo. Ana sigue comiendo de su plato como si nada.

Señor Arrufat: (Desde la cocina) Creo que ya está. Ven a probarlo Ana.

Ana se levanta de su lugar, deja el plato en la mesa y va a ver si ya está reparado el microondas. Mete el guisado y lo deja ahí para que se caliente. Va a la sala y toma asiento. El señor Arrufat camina por el pasillo que va a los cuartos y regresa segundos después con las manos mojadas.

Señor Arrufat: Ana, no hay con qué secarse las manos en el baño.

Ana: (Agarra el saco del señor Arrufat que estaba en el suelo) Tome, séquese con este trapo.

Óscar la mira con unos ojos que dicen: no-lo-puedo-creer.

Señor Arrufat: (A modo de juego) Pillina, otra vez haciendo de las tuyas.

Ana sonríe como una niña pequeña que ha hecho una travesura.

El señor Arrufat va por su plato de ensalada y después toma asiento al lado de Óscar, que sigue estupefacto con la forma de ser de ambos. Todos comen de sus platos.

Ana: ¿Qué les parece la ensalada?

Óscar: A mí me está gustando bastante. Eso de combinar una fruta, una fruta seca y una legumbre me está resultando exquisito.

Ana: ¿De qué hablas? El jitomate y la lechuga son verduras.

Óscar: Claro que no. Es OBVIO que el jitomate es una fruta; en lo de la lechuga es más dudoso.

Ana: Deja de mentir, ¿Por qué dices que el jitomate es fruta, si es obvio que es verdura?

Óscar: No es tan obvio Ana, porque de hecho no lo es. (Lo dice como si fuera Lolita Ayala en uno de sus horribles y precarios comerciales de información para la salud) El jitomate es fruta científicamente porque es un fruto que guarda la semilla dentro de sí misma; como todas las demás. En cambio las verduras no se definen así…

Ana: Estás mal; ¿acaso cuando eres pequeño crees que el jitomate es una fruta? ¿Verdad que no? Desde pequeños nos enseñan que el jitomate es una VER-DU-RA.

Óscar: No.

Ana: Sí.

Óscar: No y no.

Ana: Sí, sí, sí.

Óscar: No multiplicado por un millón.

Ana: Sí multiplicado por infinito.

Óscar: No multiplicado por infinito más uno.

Ana: Sí multiplicado por infinito más dos.

Óscar: ¡Sigo teniendo uno más!

Ana: ¡NO!

Óscar: Aún sigo teniendo uno más que tú Ú.

Ana: ¡NO Y NO!

Señor Arrufat: ¡Ya niños! Aquí existe una confusión. El jitomate sí es una verdura (Ana celebra como los niños pequeños cuando ganan una partida, se burla de Óscar, corre y brinca por toda la sala)

Ana: Lero lero Te gané É, te gané É, te gané É

Señor Arrufat: ¡PEEEErooooo! (Enojado) ¡Ana, hija! ¡Siéntate por favor! (Ana regresa a su asiento como niña regañada) Son un tipo de verdura que se conocen como frutos. (Ana baja la cara)

Óscar: (Saliendo del juego enfermizo) Bueno, pues creo que sería mejor que yo me fuera. (Hace gesto de levantarse)

Ana y el señor Arrufat: (lo detienen y al mismo tiempo dicen) ¡NO!

Óscar: Entonces no. (Ana se sienta en las piernas del Señor arrufat)

Ana: (Con voz de niña) Papi, ¿ya te diste cuenta de que tengo un pretendiente?

Señor Arrufat: Sí hijita, se ve que es un buen muchacho. Aunque es algo raro.

Ana: Papi, ¿Por qué te fuiste de la casa por tanto tiempo?

Señor Arrufat: Porque tu mamá y yo tuvimos muchas diferencias hijita. Era necesario que me fuera.

Ana: Papi, ¿Te volverás a ir?

Señor Arrufat: No hijita, nunca más.

Ana: (Muy feliz) ¿Entonces te vas a quedar conmigo y con Óscar para siempre?

Señor Arrufat: Sí hijita, a tu lado para siempre.

Óscar se atraganta con un pedazo de nuez. Tose mucho, se está ahogando; el señor Arrufat le pega en la espalda, para intentar sacarle la nuez atorada.

Todos estos diálogos se encimarán para crear una atmósfera de total locura, de total caos.

Ana: (Se tapa los oídos y brinca sobre el sillón como niña chiquita) ¡Cállate cállate cállate

Señor Arrufat: Tranquilo Óscar todo está bien

Ana: cállate cállate cállate

Señor Arrufat: ya sale, ya sale

Ana: cállate cállate cállateee

Señor Arrufat: ¡tú cálmate! ¡eh! ¡Tú tranquilo!

Óscar tose y tose. Cuando se recupera, aparta rápidamente al señor Arrufat y grita:

Óscar: ¡Ya estoy bieeeeeen!

Ana: eeeeeeeeeeeeeee!

Óscar: ¡Bien, bien, estoy bien!

Señor Arrufat: ¡Tranquilízate Óscar! ¡Ana! ¡Ana!¡Ana!

Óscar: ¡Pero ustedes dos están putamadrelocos!

Silencio. Pausa expectativa. Todos están desconcertados; Ana recobra algo de cordura, el señor Arrufat se tranquiliza, Óscar está apenado por haber dicho lo que dijo y que eso que dijo haya parado la discusión. Nadie sabe exactamente qué palabras siguen después de este silencio. Habla el de más experiencia.

Señor Arrufat: Todos nos dejamos llevar por nuestra ira, ahora hay que tranquilizarnos.

Ana: (Ana ya es la Ana que habíamos conocido al principio) ¡Já! ¡Ahora resulta que “El señor Arrufat” nos va a tranquilizar a todos! ¡Ese señor que decidió abandonar a su esposa e hija sin decirles nada.

Señor Arrufat: Ana, tú desconoces totalmente lo que sucedió. (Ana se mueve de un lado a otro, con la cara mirando al piso, como si éste le fuera a dar las razones por las cuales su padre se fue tiempo atrás)

Óscar: Ana, tranquili…

Ana: ¡Silencio Óscar! Si quieres hacer algo que realmente ayude pregúntale a  ese “señor” que está parado ahí por qué me (Se le va quebrando la voz, se va debilitando gradualmente) ¡aban, aban, abandonó! (Se derrumba sobre el sillón y comienza a llorar, agarra el saco que estaba tirado en el suelo para cubrirse la cara y enjugarse las lágrimas.

Óscar y el señor Arrufat permanecen inmóviles y conservan su mirada hacia la nada)

Óscar: Señor Arrufat, ¿podría explicarme qué es lo que pasa aquí?

Señor Arrufat: Yo soy el padre de Ana. La abandoné a ella y a su madre hace diez años.

Ana: (Al público) Antes de que llegara él, pensaba que no necesitaba de nadie ni de nada. Pero sólo hace falta una simple presencia para que se te venga abajo todo lo que pensabas tener construido desde los cimientos.

Señor Arrufat: Perdón Ana. Yo…

Ana: ¡Vete! Ahora mismo! Por favor, no te quiero ver, ni oler, ni escuchar ni nada.

Señor Arrufat: Pero, ¿Puedo verte mañana, pasado mañana o algún otro día?

Ana: ¡No sé, no sé…! Pero por ahora vete, ya no quiero escuchar tu voz en mi cabeza. ¡VETEEE! (Se pega en la cabeza. Se tapa la cara y vuelve a tirarse en el sillón individual. Se acurruca ahí, subiendo también sus pies.  Llora inconsolablemente. En voz baja, casi ronca) ¡Papi mentiroso, papi mentiroso, papi mentiroso!

El señor Arrufat toma su saco que está tirado frente al sillón de Ana y se encamina hacia la salida. Hace un gesto de despedida hacia Óscar. Éste le responde igual. El señor Arrufat sale. Óscar voltea a ver a Ana y suspira. Observa todo a su alrededor. Camina hacia el perchero donde está el sombrero del señor Arrufat, toma el sombrero y se lo pone, camina hacia el sillón donde está Ana, se coloca tras ella y le dice:

Óscar: Ya hijita… He vuelto. Ahora todo va a estar bien.

Ana se quita las manos de la cara, se voltea, abraza del cuello a Óscar y con una voz ronca y aguda, como de niña,  dice:

Ana: Papi, lo sabía. Sabía que volverías.

 

TELÓN

(O lo que quiera que sea, pero que esa imagen de psicosis sea lo último con lo que se queda el respetable)

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Datos Vitales

Distrito Federal, 1993. Nunca me ha gustado enumerar mis escasos logros como parte de mi biografía; cuando leo eso en los demás autores, siento como si me estuvieran promocionando un artículo al estilo de informercial. Sin embargo, por requerimientos de formalidad, jugaré a ser vanidoso e imaginaré que lo que he hecho importa: becario del curso de verano de la fundación para las letras mexicanas en dos ocasiones: 2012 cuento; 2013 dramaturgia. Segundo lugar en el décimo tercer concurso nacional de cuento preuniversitario Juan Rulfo, de la Universidad Iberoamericana.

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