Poemas de Mario Rivero a cinco años de su muerte

Celebramos al poeta colombiano Mario Rivero (1935-2009), a cinco años de su muerte. Para hacerlo, el poeta Federico Díaz Granados ha preparado una selección de su poesía. Rivero nació en Envigado, Antioquia, en 1935 y murió en Bogotá en 2009. Publicó entre otros los libros  Poemas Urbanos, 1963; Noticiario 67, 1967; Y vivo todavía, 1972; Baladas sobre ciertas cosas que no se deben nombrar, 1972; Baladas, Antología poética, Colcultura, 1980; Mis asuntos, 1986; Vuelvo a las calles, 1989; Del amor y su huella, 1992; Mis asuntos, Antología  poética, Arango Editores, 1995; Los poemas del invierno, 1996; Poema con cámara, Camiri 67, 1997; Flor de pena, 1998; Qué corazón, 1999; V salmos penitenciales, 1999, La balada de los pájaros, 2001, La balada de la gran Señora, 2003 y Viaje Nocturno, 2008. En 2010 la editorial la Sibila de Sevilla publicó su Poesía completa cuya edición y prólogo estuvieron a cargo de Federico Díaz-Granados. En el año 2001 apareció publicada una extensa entrevista del poeta con el escritor Guido Tamayo titulada Porque soy un poeta editada por la Casa de Poesía Silva. En ese mismo año recibió el Premio Nacional de Poesía “José Asunción Silva” por su vida y obra. Fundó y dirigió hasta su muerte la revista de poesía Golpe de Dados.

 

 

 

 


Motivos del día

 

Mario me llamo

soy mordisco al aire

soy un husmea-cosas

soy un cuenta-cosas

 

Todas las mañanas

siento la hoja de barba

y la caricia del agua

cuando en el piso de arriba

posiblemente

un hombre y una mujer

yacen abrazados

 

Él la tiene en sus brazos

medio adormilada

mientras oriento mis pasos

hacia el día

 

Digo mentiras inútiles

y verdades útiles

Converso con los ancianos

que descansan en la hierba

o sobre los pedestales

de los héroes

Con el buhonero

que vende transistores

o lentes para que alguien se esconda

 

Con las nucas

que en los colectivos

se apoyan sobre el hombro

del vecino

 

Con los huéspedes de las buhardillas

y las de los cuartos

de las casas coloradas

con rendijas

que miran a los árboles

 

Llego hasta el apartado

esa ventanita al mundo

abro una carta

que tiene una estampilla

de los mares del sur

donde los pescadores

tiran varios días sus arpones

hasta dar caza al tiburón

entre espumas de sangre

 

Voy al parque

y violo una naranja

para no mirar a una colegiala

que hace su colección

de hojas de otoño

 

Soy bachiller en lentos

amaneceres en los puentes

Todos mis recuerdos

tienen el leve brillo

de una joya perdida

aunque hay momentos

que merecen repetirse

 

Soy un husmea-cosas

soy un cuenta-cosas

un cero grita bajo mis zapatos

 

 

 

 

 

 

Los amigos

 

A veces me pregunto qué fue de los amigos

después de que los días

han dejado caer su ceniza

 

Los que vivían en las barracas

sobre el río

un río sucio que parte la ciudad

en dos tajadas de hierba

Donde mujeres lentas de grandes pies

llevan fardos de trapos sobre la cabeza

 

El de la cachucha azul y raída

que limpiaba telares

Su padre era mecánico

Estoy seguro de que ambos

continúan comiendo su emparedado cotidiano

y su único amor son los tornillos

 

El flaco de la bicicleta

que todos envidiaban

porque tenía muchas revisas de Charles Atlas

y decía que era capaz de levantar cien kilos

Tenía novia y no le gustaban las nubes

Después muchas ciudades

torres de acero bulevares

mujeres pintarrajeadas en las esquinas

 

restaurantes etc.

donde todos están un poco solos

no se conocen pero se miran

apuestan a las carreras frente al televisor

los fines de semana

y desean ir al mar

 

Yo sigo buscan desde mis papeles

a la muchacha que se paraba

contra el poste de la luz

 

 

 

 

 

 

 

La calle

 

Esta calle mi calle

se parece a todas las calles de mundo

uno no se explica por qué

suceden tantas cosas en un minuto

en un hora en doce horas

desde que el sol preña la tierra

 

Tiene puertas como bocas sin dientes

Las mujeres se asoman a las ventanas

y miran tan lejanamente…

 

Sobre un alambre en el que los días

hacen equilibrio cuelgan a secar

medias camisas y pantalones rotos

 

Tres mujeres con cara de pocos amigos

esperan el bus. Son modistillas

que van a los talleres de la ciudad

a coser su miseria con una aguja de oro

 

La beata de enfrente

acaricia con uvas a un gato lustroso

y le dice “my darling”

mientras un estudiante regresa

a su cuarto de hotel

donde la cama en actitud de mujer pariendo

espera su saco de huesos

y colgado en la pared con una cinta

el retrato de la novia

que se ahorcó en sus trenzas

y ya tiene dos hijos parecidos

a su marido el boticario

 

Al final de la calle está la casa

del farolito rojo

a donde van prostitutas niñas

con pelo color de miel

y senos como dos monedas de centavo frías

 

Esta calle mi calle

se parece a todas las calles del mundo

se ven estas cosas y otras cosas…

 

 

 

 

 

 

Balada de las casas viejas

 

¿Por qué las casas viejas, siempre

parecen heridas con cicatrices

y vigas que traquetean y gimen

al paso del viento?

Aunque hay poca probabilidad

de encontrar fantasmas o tesoros

conservan un prehistórico, una vez…

 

Aunque el tiempo haya borrado las pistas,

podemos venir en busca de vidas

a casas como ésta. Podemos recobrar

a los que sufrieron. amaron, o fueron,

sus nombres se han perdido, igual que su aspecto.

¿Pero quién necesita sus nombres?

Un beso o un sollozo te acogerán…

 

¿Qué se oye? ¿Qué dicen las casas viejas,

en la lengua fantasiosa del viento?

 

Sí, vivían aquí, tiempo atrás pero ya han muerto…

Sí, viven aún, pero no aquí…

¡Los sonidos de sus nombres, disueltos!

 

Todo ha sido barrido, desnudado.

El cartero no aparece en la puerta.

Nadie llena el hueco de la ventana,

apenas un gato que maúlla en plan de escapar,

por sobre el tejado musgoso

y un única dalia, que abre, colándose,

sobre una tierra de olvidos…

 

A través de cuartos, sin nadie,

oímos el paso de otros días.

Alzando los pliegues del silencio,

elegimos algunos hechos:

La llave fácil en la puerta. La consola

que decoraba el umbral , contra la que sonrió

al apoyarse, el que volvía.

El aroma y el gusto del café. El lecho conyugal

el balón de un niño olvidado después del juego,

o la vida, la vida siempre, y por supuesto,

rompiendo y separando,

a dos que alguna vez estuvieron unidos…

 

¿Qué se oye? ¿Qué dicen los fantasmas, los ecos?

Es la ausencia quien nos recibe, el reverso.

 

Las paredes que aún siguen firmes

hablan de cosas que jamás nos han sido confiadas,

sus misterios nunca los desvelarán.

Pero en esta sala que hoy clama de abandono,

pudo haberse oído alguna vez el tintineo de las copas,

o ser el cuarto donde una mujer dio a luz.

O pudo haber vivido aquí aquella muchacha

que se escapó con su maleta una mañana,

o el extraño y fugaz compañero de bar,

que supimos se disparó un pistoletazo,

y siguió siendo un desconocido para todos.

 

Las casas viejas, heridas de muerte,

las que no se restauran,

habitadas por fantasmas, por murmullos y por viento,

condenadas a la piqueta y a la hierba,

no siempre existió el pasado en ellas.

Alguna vez fueron andamios y albañiles que silbaban,

material de derribo, no siempre fueron.

 

Desguarnecidas, abandonadas,

han roto ya con ese último vínculo:

El de quien toma una lámpara y abre la puerta

para dar una última mirada de amor,

como una última luz, sobre las aguas de lo ido.

 

 

 

 

 

 

 

La balada de los hombres hambrientos

 

Los hombres hambrientos tienen oro

casas con retretes de mármol

y vestidos suntuosos

Pero no pueden matar el hambre y la sed

del tigre de sus ojos

 

Los hombres hambrientos son

en alguna forma hermosos

Por una magia mortal y execrable

sus oídos se han vuelto sordos

Pero los hombres hambrientos simulan oír

y pagan bien a los cantores

 

Pregonan una extraña desesperación

han perdido el recuerdo de los humanos olores

caminan para buscar un aroma imbuscable

el de los tallos de las flores muertas y de los pétalos podridos

el olor que al mismo tiempo es

el olor de la muerte y el olor del nacer

 

Se cubre de moho el corazón

de estos hombres hambrientos

Se entrecruzan a la deriva No se ven Son muchos en movimiento

Sus mujeres lavadas en agua de caros perfumes sintéticos

adustas acechan también

aquel olor que alcanza los huesos

Si levantan las cabezas hacia cosas más altas

no distinguen otra cosa que el viento

Remeros esclavos en un gran bajel de oro

van los hombres y mujeres hambrientos…

 

 

 

 

 

 

 

Balada de las cosas perdidas

 

I

Lo primero que se perdió fue la infancia,

la infancia que corría con su pie ligerísimo,

la infancia agreste

la camada de tórtolas en aquel sauce viejo,

el verano mordido en las guayabas,

una cocina blanca,

y ese cuarto cerrado, “tal como esta cuando…”

y en donde, la incansable ceniza del tiempo

caía con ala lenta, mota a mota…

 

¿sigues estando allí, y ahora,

casa que ayer fue tutelar, fue nuestra?

 

Yo despertaba y veía a la madre,

prender la candela con manos agrietadas, por la intemperie diaria,

amasar la blancura de la harina,

cuando el desayuno estaba servido, nos llamaba,

 

Yo lentamente, me levantaba y me vestía…

 

Sollozos… labios cerrados…

el llanto en los rincones,

la pupila asombrada, huyendo de algo adulto,

ese disco de luz que parecía venir de alguien o algo…

¡Oh pureza! ¡Pureza!

tantas cosas he debido perder, de marcha, siempre,

donde se abría el camino…

Pero de la infancia, ¿qué diré de la infancia?

Te vas desdibujando, te imprecisas, te azulas…

 

 

 

 

II

Y hubo la pérdida del primer amor.

Postigo desaparecido

desde donde el amor y el miedo miraban con mil ojos.

 

Charlábamos bajo los balcones

sencilla abertura por donde derramaban

la fragancia, el olor, el respirar amado

el ser que cada tarde se entregaba y cedía…

Eran los 18 años,

la memoria levanta

los lazos bohemios de la bufanda…

Bancos de parque,

tus nalgas claras en la luz-de-pecera del crepúsculo…

¡Oh deseos! Embelesos nocturnos…

¡Cuántas noches que no pude dormir, a fuerza de saciarme

con ese ensueño que reemplaza al sueño!

Dolor, amor, remordimiento, destinos, años nuestros,

¡la misma nota vibra en distintos acentos!

 

Tu corazón se aleja. Tu corazón, tu huella, grabada con la mía.

Juntos en una sola sombra, mi voz,  tu paso, las ansias y los cuerpos

la sed desconocida…

Tú no dirás “Fue él”, yo no diré “Fue ella”.

Telón de olvido cubre nuestro mutuo temblor.

Tu nombre y el amor corren en la lejanía de la sangre,

te leo dulces versos…

Estoy mirándome en esos profundos ojos negros,

¡Mi abandonada! Eres otra vez mía.

Vuelvo a pensar en ti. y te vuelvo a olvidar.

Te entierro con la tierra de mi sueño perdido,

mientras que continúo mi ingrato camino de pasar…

 

 

 

 

 

III

Y también se perdieron los amigos,

ahora en silencio todos, en la muerte, en la vida,

Rafael Ramírez, prestamista, Noel Morales, el más tierno,

Carlos Emilio, el de la voz-de-oro,

Atilano, con una mesa de billar al fondo,

Y Jairo con una ramita entre los dientes, desafiante,

que fue el primero en sucumbir, partir…

¡Oh compañeros! ¡Oh perdidos! ya no crecen conmigo,

desfilan todos con sus pasos coronados de polvo,

Montan como una guardia de tristeza,

los rostros familiares que hoy dispersan, el último sueño u otro tedio,

mientras yo continúo mi aislado camino de pasar…

 

 

 

 

 

IV

Polvo oscuro del tiempo,

que cae y cubre adentro de nosotros, y en torno.

¡Tiempo! ¡Tiempo! tú eres el segador.

Hoy cada uno cargado con su propia existencia,

cómo volver a ser los que éramos entonces, los otros,

ahora que con todos, desdeñosa, habrá tanteado tantas veces la muerte,

el sombrío estampido,

la tolvanera que alzó el aroma amargo,

el golpe de la ola negra,

el manotón pirata de la vida… ¡La vida!

 

 

 

 

 

V

Un día más, repites. ¿Y qué repites? ¿Qué futuro saludas?

transitando perdidos, por el triste camino que va del no sabemos

hasta el no imaginamos,

¡cuántas cosas no fueron! ¡cuántas cosas perdimos!

Esos actos que pudieron anular nuestros actos,

el instante que arruinaba la obra lenta de meses,

los misterios, el llanto…

La adolescencia inquieta,

o con el mínimo de cobardía que le fue permitido

a las débiles fuerzas.

El día con un vaho nuestro, como una copa llena,

la sonrisa embebida en miedo de la hermana pequeña,

no vienen a decirnos, aquí estamos, ¡Nos tienes!

En todo ya morimos,

el sol de los venados ya se disuelve en negro…

 

 

 

 

 

VI

Como si solamente fuera verdad la lejania, verdadero el olvido,

alzo la loza. Apago la luz viva de las cosas que fueron:

Amigos que me esperan, mujeres que reaniman,

violetas… Las pesadas corolas de los ceibos…

los acentos de un arpa,

el belfo del caballo, con su aliento,

como flor de algodón entre la niebla…

El arcoiris, del mar, el grito del sinsonte…

Un olor de recuerdo, el buen aroma del cacao que subía en el aire de                                                                                                                               “Balcanes”

el glu-glu de una fuente.

Y también algo más… algo más… algo imponderable…

y que despliega un esplendor hoy cada vez más lejos,

algo que ardía en la punta extrema más pura de mi vida

algo como un secreto que no encuentro

algo que no existía en ninguna parte,

que no me dan ni el tiempo, ni el amor, ni el paisaje, ni el verso…

 

 

 

 

 

VII

Mi hombro viudo se encorva y se arropa con frío

mi hombro caminante

proyecta una sola sombra en la cuesta que desciende…

En vano acecho el desertado flanco,

el costado vacío.

Ese paso que resuena en la sombra largamente es el mío,

es el pie de quien marcha a campo yermo, solitario, y no ve

más que este caer de muros, de nombres… y de polvo…

 

(para Giovanni Quessep)

 

 

 

 

 

Lágrimas

 

“En el juicio final sólo se

pesarán las lágrimas”

 

CIORAN

Conozco las lágrimas.

Sé de las lágrimas.

Un negro rocío cuyo sabor perdido

de nuevo encuentro.

 

He llorado de noche, a la orilla del mar,

oprimido por el dardo de la belleza…

 

Sollozado lágrimas por alguna espantosa verdad,

secretamente. Serio como la muerte.

Donde no hay nada para engañar.

O desde lo alto de los tejados, donde

todos pudieran verme.

 

He llorado bajito, bajo, así de afligido

—medio-triste medio-enfermo—

por los nobles árboles desarraigados

viejos y negros…

Porque la mañana y la noche vienen otra vez

¡y siempre otra vez!

y una vez más, en inextinguible y eterno infierno.

 

¡He vivido cargado de lágrimas!

Han brotado mis lágrimas

en algún estupor de vino y silencio…

He llorado cubierto por mi sudor de sangre

en mi Huerto-de-los-Olivos. Herida el alma

en la despedida más breve.

 

Compartido anónimos ruidos de lágrimas

en que prevalece, la secreta tristeza del mundo.

Y sorbido la lágrima desde un párpado…

Una gota sola que cae, con impulso tierno

como el de la rota cuerda de un arpa.

 

¡He llorado! ¡Llorado de amor y añoranza!

De vergüenza y orgullo. ¡De puro anhelo!

Lágrimas de vida y de muerte,

me han hecho verter una serie de pequeños hechos.

 

 

 

 

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