El oficio de escribir y la vida como hospedaje de paso. Sobre la poesía de Federico Díaz Granados

 El poeta, crítico, traductor y ensayista colombiano Hernán Rodríguez Vargas nos presenta un texto sobre la poesía de Federico Díaz-Granados (Bogotá, 1974), uno de los poetas colombianos contemporáneos más leídos en Latinoamérica y España.

 

 

 

 

 

Federico Díaz-Granados

El oficio de escribir y la vida como hospedaje de paso

 

 

Luchamos por hacer brotar del oscuro silencio

                                                          un momento distinto

                                                                                                                en el que los árboles nos recuerden el hogar

                                                                                                                 y en paz estemos con los hombres.

Juan F. Robledo

 

 

He querido dedicar unas líneas a los poemas del Álbum de los adioses del poeta Federico Díaz Granados. Encuentro así una excusa más para que la voz de su poesía siga corriendo y se extienda. En este caso, la lectura que ofrezco es doble: la de la vida del poeta y la de los poemas, en un esfuerzo donde no separo el asunto biográfico del asunto estético. Donde considero – entre muchos modos posibles de leer – que ambos corren por el mismo río.

Es posible que su nombre nos resulte cada vez más familiar. Estamos hablando de uno de los más grandes referentes de la poesía colombiana de hoy en día. Gracias a Federico se realizan recitales y distintos eventos que fomentan la lectura y, en general, el arte, tanto adentro, como por fuera de la biblioteca del Gimnasio Moderno. Fue el subdirector de la conocida revista Golpe de dados y de su trabajo como lector hemos recibido las mejores antologías poéticas. Una de las más recientes y quizá más reconocidas lleva por título Poesía ante la incertidumbre. Ninguno de los oficios anteriores es sencillo: el ejercicio de escribir requiere tiempo, dedicación y el gran sentido de lo humano, ese que exigía severamente Ernesto Sábato. El ejercicio de armar antologías es un “trabajo desgarrador”, admite el mismo Federico: “elegir entre un poema u otro implica que el sentido del gusto, que es algo personal e intransferible, supere las barreras de lo subjetivo, para que sea del agrado de más personas, incluyendo a los mismos escritores”. Coordinar eventos exige casi el mismo esmero, tanto en su trabajo en La agenda cultural, como director de la biblioteca del Gimnasio Moderno. En esta biblioteca es donde pasa la mayor parte del tiempo. Vivir en medio de libros es su destino inexorable.

Es un hombre cordial, amable, sencillo. Dedica la vida a las palabras con el mismo esmero que se ocupa de los suyos. Su escritura y el trabajo literario no lo separan del mundo que le rodea, sino que todo hace parte del oficio mismo de vivir: el más difícil de todos. Su forma de vida nos lleva a poetas tan entrañables y cercanos como Mario Benedetti y el mismo Neruda, a quien tanta devoción profesa su padre, el también poeta y escritor José Luis Díaz Granados. Esto se constata cuando nos acercamos a sus versos: el compromiso con la vida es constante, preciso, apremiante.

 

            …Contempla desde tus sueños el espectáculo del mundo

            la tragedia y la comedia humana de estos días.

            Echa tus cartas, no te persignes.

            De las matemáticas aprende

            Que el amor nunca será una fórmula, ni un logaritmo.

            Los rostros de la gente se repiten.

            No aceptes consejos y censuras de tus amigos

            y defiende a los locos, borrachos y delincuentes…

 

Le dice a su hijo en un poema titulado Consejos para Sebastián. Sobre este tono apasionado y vehemente que hay en varios de sus poemas a modo de lecciones vitales, volveré después.

 

1.     Inquilinos de la soledad

 

He visto a Federico de lejos, lo he escuchado juiciosamente y con el paso del tiempo mi afecto hacia él ha crecido en la amistad. Acerarse a él no exige mayores esfuerzos, pero da la impresión de que elige bien a sus amigos y se toma el trabajo de estudiar a las personas que le rodean. Entiende que el mundo es un hospedaje de paso y se comporta con todos sus huéspedes como un buen anfitrión, aunque se marchan siempre sin pagar los inquilinos de mi vida/ y el patio queda nuevamente solo/en este hotel de paso donde siempre es de noche[1].

Recuerdo que la primera vez que vi a Federico fue en un salón de clase, el profesor y poeta Jorge Cadavid lo invitó a su cátedra de Estudios literarios (2009) para que nos compartiera su experiencia como escritor. Federico, en cambio, nos habló de la vida, de sus exilios, adioses y nostalgias. Más tarde entendería que de paso, y fundamentalmente, nos había hablado de poesía. Han transcurrido unos años desde entonces, digamos, un mundial. Lo bueno de amar al espectáculo más parecido a la vida es que uno comienza a contar su propia vida por mundiales, como Jenófanes contara la suya por olimpiadas. Para el mundial de España 82, Federico recuerda que no le salió nunca la estampita de Diego para llenar su álbum, que contaba con ocho años de edad y que todavía no había experimentado los exilios de la infancia.

Para el mundial del 2014 ya habrá obtenido – en 2013 para ser exactos – la primera publicación con la editorial Valparaiso de España. Se trata de una edición muy bien lograda de Hospedaje de paso (2003) en una apuesta que la editorial hace, de forma no muy recurrente, por lo que ellos consideran como los exponentes de la poesía en Latinoamérica. La edición que yo tengo y frecuento es de la colección Viernes de poesía de la universidad Nacional; una edición mucho más modesta, de cuya lectura decidí reunir estas letras. Desde aquel mundial hasta éste, que ya se nos viene, entre sus poemas y las antologías, completa más de 18 títulos – con las más diversas editoriales –, los cuales dan cuenta de la relación que tiene Federico con la poesía.

La segunda vez que lo vi, me pareció un hombre muy solo, como en su momento me parecen todos los hombres a quienes un día nos dejó la infancia y solo nos aparecen en viejas fotos sus vestigios. De cualquier forma, el mundo en la poesía de Federico se parece a un albergue donde nos pasa factura cada tanto la soledad. Y sin embargo, la soledad más que un motivo o un lugar que se repite, es una sombra que se desliza entre las cosas, entre los recuerdos, entre la vida.

¿Ese temblor que pasa es la vida?

¿Y ante qué soledad es que hoy canto?

 

No sé de dónde provienen esos ruidos que en la noche

asustan:

la caja de fósforos

las cosas que cambian de lugar y no aparecen.

 

Suponemos que todo esto es el mundo

enormes colecciones de tristezas, llaveros y estampillas de mares lejanos.

Es acá donde sucedo

sin aduanas ni requisas

ni adioses a destiempo[2].

 

La soledad, en los poemas de Federico, informa el mundo. Basta leer algunos versos del Álbum de los adioses para quedar con la fuerte impresión de que haber nacido significa estar condenados a salir al encuentro de la propia soledad. Al seguir ahondando en los versos, más que una remota esperanza, como pudieran tener los hombres en el amor, la religión o el arte, queda solamente una actitud, que es, por supuesto, la que adopta el yo lírico que habita estas páginas: el escepticismo.

 

 2.     El escepticismo como actitud ante el mundo

 

Las lecciones vitales que mencionaba anteriormente y que se convirtieron en la promesa para llegar hasta este punto, son las lecciones del hombre escéptico, donde el poeta trata de arrinconar a la esperanza, y esta se le impone en la vida que es el poema.

 

A alguien debes amar:

al montón de ruinas que te rodean

a las sirenas que anuncian la guerra

a las parentelas que te narran historias del rencor

y luego te cobran la expulsión del paraíso…

 

Ese imperativo que es la ecuación amor, vida, poema, nos sale al paso siempre. A veces la soledad y a veces el amor. Primero el yo lírico está completamente resignado, como cada hombre lo puede estar ante su soledad originaria. Pero luego añade: Seguro el amor un día tendrá su exacta receta. ¿Qué le hace creerlo? Mejor: ¿quién cree en ello: el hombre o el poeta? Y la respuesta puede que sea: el hombre por el poema. A alguien debes amar en cada instante de la vida…, dice, y luego vuelve a asomarse el escéptico: es un duro oficio este del amor/pero toma hoy muchos apuntes para el gozo/que la mañana que hoy ves frente a tus ojos/está detenida en la misma cuenca/esperando/con el mismo afán de las palabras/a la hora de llegar al cuerpo[3].

 

Si el amor no existe, el poema es el milagro. Recordemos que Todos los poemas son de amor es el título de una de sus antologías (2010). A veces pienso que un poeta es aquel que cambia amores por versos y ese terrible negocio es la fiesta de la belleza. Más aún, ser poeta, después de Baudelaire y Rimbaud, es combatir contra nuestro deseo de hacer cosas bellas y que al final uno le diga a la belleza: “tu ganas”. Cuando en una entrevista, en el año 2000, le preguntaron qué lo impulsaba a escribir, él dijo y sostiene todavía: “mis impulsos interiores, la necesidad de devolverle al mundo algo de la belleza que él ha otorgado, el impulso de traducir mis sueños…”. Ante esta contestación, uno pudiera replicar: ¿qué encuentras de bello en lo urbano y en la sensibilidad social?, ¿qué puede un hombre soñar allí? Y antes de terminar la pregunta, el poema replica que la belleza es algo superior a nuestros sentidos y que son los poetas los que se inventan las ciudades. Para reconocer la belleza de lo urbano hay que irse y regresar.

 

Regresar de los viajes

con la urgencia de quien ha conocido

la única moneda de la muerte,

contemplar los libros regados en el piso,

rastrear y limpiar los discos y los afiches de antiguos festivales…

 

Reacomodarse y organizar la pobreza en las gavetas,

y trastearse como el amor, siempre de afán.

 

Una serie de axiomas vitales, como saber que solo ebrios nos quieren los amigos y que el amor siempre se trastea de afán, hacen parte de esta filosofía que es cada poema. Saber, por ejemplo, que los días del primer amor son todos llenos de soles y de olor a cereal y que el mundo es solo un lugar de adioses extraviados[4], es la revelación y el desengaño. Podemos ver así en la obra de Federico Díaz-Granados la belleza del segundo parpadeo del mundo – una belleza que no es la que vio Adán, sino Baudelaire –, y también la mejor forma de habitarlo, que no es necesariamente la del optimista, sino la de un pesimista informado, que es bien distinto. Por eso, además de otros axiomas vitales como entender que el corazón es algo sucio/extraviado en salas de cirugía/y mostradores de carnicería[5], el poeta se toma la molestia de aconsejarnos como a sus hijos; y es que Federico, el hombre, siempre ha tenido una vocación paternal, que va más allá del escepticismo.

 3.     Los consejos del poeta

 

Cuando uno lee ciertos poemas del Álbum de los adioses y en general de la obra de Díaz-Granados, siente que los poemas nos devuelven a la vida con otra vocación, como si cada poema sembrara algo nuevo en nosotros, algo irrefutable y decisivo.

 

No dejes la piedra a merced de la noche

ni esperes la llegada del canto a la soledad,

vendrán los pulsos tardíos a callar la palabra

y algunos muertos se acomodarán en el fuego de esa espera.

 

En El principito, Saint-Exupéry enseña que la autoridad descansa primero que todo en la razón y es en eso donde se funda cada poema. Aclaro: no de la razón venida de una reflexión sin mundo, sino de la vida que se va tejiendo en cada palabra. Justamente este consejo es la respuesta a la pregunta ¿y si el alma es de piedra por qué ese mineral sueña con tu cuerpo?… Y resuelve al final: La piedra se desprende día a día/de la vida[6].

Pero allí no se agota, es decir, no es solo el hecho de resolver asuntos vitales, lo que se halla en lo que hemos denominado con la palabra “consejo”. En un poema como Festín bajo el tiempo, no hay nada que resolver, no hay enigmas ni problemas, solo lo que debemos hacer y no. Hasta el epígrafe de Derek Walcott es una orden[7]. El riesgo más grande es tomarse en serio el poema y, de hecho, este es el síntoma del riesgo más grande del mundo: tomarse en serio el arte, porque no hay tiquete de vuelta y ya solo nos quedará esperar lentos amaneceres/la trunca resurrección y la palabra.

En el diario Hoy del Magdalena Medio, justamente en el primer año de publicación de Hospedaje de paso, llamaron a Federico “el poeta de la reflexión”. Así, en efecto, en una de tantas reflexiones, él mismo ha dicho, pensando una vez más en el oficio, para la revista virtual Círculo de poesía: “escribo por esas tantas cosas que he amado, porque estoy enojado con algo del mundo que todavía no se qué es, porque hago parodias equivocadas como un payaso callejero, porque sueño con inmensas bibliotecas y el puntual paso de las estaciones”. Si bien habla de la belleza del mundo y se estrella con ella misma, esos consejos dan cuenta del enojo y del sentido que tiene vivir, a pesar de que la forma de la ruina sea circular. Lo importante son los consejos del poeta para que el hombre viva y se reconcilie con ese mundo en el que a veces quisiéramos no estar.

De la vida queda entonces las plegarias a quién sabe que dioses, La oración del derrotado, a qué amores, La última noche del mundo, a qué filósofo las Preguntas cuando las conclusiones llegan, como los adioses: a destiempo. Para Díaz-Granados, el poeta y el hombre, de la vida queda, como para el nobel, la memoria.

 

¿Cuánto se ha llorado para que los ojos vean la noche y asistan al saqueo?

¿Cuánto se ha visto para que nuevos tatuajes ocupen el lugar de la piel que yo ocupé?

 

Menos mal existen algodones y vendas

que evitan que la vida se escape

sin adioses a la intemperie.

 

Y qué será de tanta lluvia, de tanto viento acumulado

ahora que no hay sol que oculte ese milagro de ver

nuestros lejanos días destruidos

como el primer juguete de la infancia[8].

 

Así quiero terminar este viaje, sobre la vida y el oficio, que más de las veces son una y la misma cosa: un hospedaje de paso. La poesía es el talismán; y si bien no somos dueños de los versos, seguirle la pista a la vida que los concibió, como vimos, también es una ruta para leer.

 

 


[1] Hospedaje de paso.

[2] Pequeño Nocturno.

[3] A alguien debes amar.

[4] Personajes en un paisaje de infancia.

[5] El corazón.

[6] Canto mineral.

[7] Esas cartas de amor en las estanterías/quítalas; y las fotos, las notas abrumadas./Corta tu propia imagen del espejo./Y siéntate. Hoy hay fiesta en tu vida.

[8] Un blues en la memoria.

 

 

 

Datos vitales

Hernán Rodríguez Vargas (1988-), de la ciudad de Cali y Bogotá. Filósofo y Profesional en Estudios Literarios de la Pontificia Universidad Javeriana. Trabaja como traductor (italiano-español), es profesor de vocación y escritor de artículos culturales, ensayos y poesía. Actualmente, se encuentra realizando los estudios en el programa de la Maestría en Historia, con una beca otorgada por la misma Universidad.

 

 

 

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