De vez en cuando el diablo se me aparece y tenemos largas conversaciones. Texto de Rubem Alves

Presentamos, en versión del poeta y traductor José P. Serrato, un texto del escritor, teólogo y educador brasileño Rubem Alves (1933-2014). En 1968, Alves acuñó el término “Teología de la liberación” y demostró la posibilidad de diálogo entre el marxismo como humanismo mesiánico y el cristianismo primitivo, auténtico.

 

 

 

 

De vez en cuando el diablo se me aparece y tenemos largas conversaciones

 

En nada se parece a lo que dicen de él: rabo, cuernos, patas de cabra y apestoso a azufre. Caballero de voz mansa y racional, bien vestido, aprecia los desodorantes finos, me sorprende siempre por la lógica de sus argumentos. Nada de futilidades. Sólo habla sobre lo esencial, estilo que aprendió con Dios, en los años en que fue su discípulo. Percibí que era él cuando noté que traía en su mano derecha el martillo y, en la izquierda el yunque. Pues ésta es su misión: martillar las certezas, fierro contra fierro, para ver si sobreviven al examen.

Ya se preparaba para dar el primer martillazo cuando lo interrumpí:

–¿Qué es esto que vas a golpear? Veo que se partirá en mil pedazos…

La cosa que estaba sobre el yunque me parecía hecha de loza, un bibelot delicado y frágil, y lamenté que el diablo fuera a volverla migajas…

–No tengo otra alternativa– me respondió. Es parte de una apuesta que hice con Dios. Este bibelot delicado es el matrimonio. Y usted puede estar en lo correcto: ¡no resistirá al fierro de mi martillo!

Me quedé indignado con que él estuviera maquinando cosa tan perversa y me puse al ataque.

–No es de extrañar lo que los religiosos dicen, que usted es el anti–Dios. Dios junta. ¡Usted separa! ¡Su yunque ya destruyó muchos lugares!

Él no tenía prisa. Dejó a un lado su martillo y me habló con voz imperturbable:

–Ya estoy acostumbrado a las calumnias. Pero no existe cosa alguna más distante de la verdad. Si hay una cosa que yo deseo es un matrimonio duradero, hasta que la muerte los separe. Si pongo el matrimonio en el yunque es justamente para probar que la receta del creador no funciona. La mía es mucho más eficaz.

Como mi silencio indicaba mi disposición a escucharlo, el continuó hablando:

–Todo el mundo sabe, que al inicio, yo era la mano derecha de Dios. Estábamos de acuerdo en todo. Él mandaba, yo hacía. Fue a causa del matrimonio que nos separamos. Hasta entonces trabajábamos juntos. Cuando Dios dijo que no era bueno que el hombre estuviera solo, y que lo mejor sería que tuviera una mujer, yo estuve de acuerdo. Cuando Dios dijo que esta unió tendría que ser sin fin, hasta la muerte, yo aplaudí. Pero ahí apareció la manzana de la discordia. Para unir al hombre con la mujer, Dios fue a buscar un tubito de amor. Protesté. Argumenté:

–¡Señor! ¡El amor es cosa muy débil, de duración efímera! ¡Quien está pegado con el amor, luego luego se separa!

Cité al poeta: “¡Que no sea inmortal, puesto que es llama, pero que sea infinito mientras dure!” Amor, es la llama tenue, fuego de paja. No puede ser inmortal. En el comienzo, refulge entusiasmo. Mas luego se apaga. Llama de vela, delgada, que se va con cualquier vientillo… Amor, es bibelot de loza. Todos los amantes saben de eso, incluso los más apasionados. ¿Y no es por eso que se sienten celos? Los celos son la conciencia dolorosa de que el objeto amado no se posee: él puede volar en cualquier momento. Por esto el amor es doloroso, está plagado de incertidumbres.  Discreto rozar de dedos, suave encuentro de miradas: cosa deliciosa sin duda. Y es por eso mismo, por ser tan discreto, por ser tan suave, que el amor se resiste a la seguridad. Amar es tener un pájaro posado en el dedo. Quien tiene un pájaro posado en el dedo sabe que, en cualquier momento, puede volar. ¿Cómo construir una relación duradera con un pegamento tan débil? Por eso los esposos se separan, por causa del amor, por la ilusión de otro amor. Cualquier tonto sabe que el pájaro sólo se queda si está en una jaula. El amor es pegamento inútil para producir un matrimonio duradero porque en el amor vive el mayor enemigo de la estabilidad: la libertad. Es necesario que el pájaro aprenda que es inútil aletear. Un matrimonio duradero es aquél en que hombre y mujer pierden las ilusiones del amor.

–Fue ahí que nos separamos –continuó– no porque discordáramos en que el matrimonio debería ser eterno. Es esto lo que quiero. Nos separamos porque no estábamos de acuerdo sobre lo que es lo que junta un hombre con una mujer, eternamente. Dios es un romántico. Yo soy un realista.

–¿Cuál fue entonces su propuesta?¿Qué pegamento debería ser usado? –pregunté, perplejo.

–El odio. –respondió– Se engañan aquellos que dicen que el odio separa. La verdad es que el odio junta a las personas. Como dijo un asesino de Guimarães Rosa: quien odia a otro, lleva al otro a la cama. Diferente del fuego de la vela, el fuego del odio es como un volcán. No se apaga nunca. Por fuera puede parecer adormecido. En el fondo, las llamas crepitan. ¿La diferencia entre los dos? El amor, por causa de la libertad, abre la mano y deja ir al otro. En el amor existe la permanente posibilidad de la separación. Pero el odio asegura. No tenga dudas. Los matrimonios más sólidos están basados en el odio. ¿Y sabe por qué el odio no deja ir? Porque él no soporta la fantasía del otro, volando libre, feliz. El odio construye jaulas, y allí dentro quedan los dos, moliéndose mutuamente en un molino de carne que gira sin parar, cada uno nutriéndose de la infelicidad que puede causar en el otro. Las personas permanecen juntas para torturarse. No menosprecie el poder del sadismo. ¡Ah! ¡La suprema felicidad de hacer al otro infeliz!

Con estas palabras, el diablo tomó su martillo y volvió a su trabajo:

–Tengo que probar que yo, y no Dios, soy quien sabe la receta del matrimonio que sólo la muerte puede separar.

Yo me persigné tres veces y comprendí que el infierno está más cerca de lo que pensaba.

 

 

 

 

 

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