En la poesía se juega uno la vida y la pierde. Entrevista con Alí Chumacero

Presentamos una muy interesante entrevista que el poeta y periodista Moisés Ramos Rodríguez sostuvo con Alí Chumacero (1918-2010), autor fundamental de la tradición lírica mexicana. Ramos Rodríguez ha entrevistado a los mayores poetas mexicanos de nuestro tiempo y aquí mostramos sus conversaciones.

 

 

 

 

En la poesía se juega uno la vida y la pierde: Alí Chumacero

 

 

Rimbaud afirmó que la poesía no depende de la edad del escritor, sino de la lucidez del espíritu. El poeta tenía entonces menos de 20 años de edad.

A los 84 años cumplidos, y después de un larguísimo silencio respecto a la poesía escrita, Alí Chumacero sólo tiene tres libros publicados, el último de ellos en 1956. Es un hombre completamente lúcido: casi de un metro ochenta centímetros de estatura, se mantiene erguido, continúa siendo un excelente conversador, encuentra el lado del mundo donde está el buen humor. Todo lo quiere ver y todo lo quiere saber. Ve a las mujeres con el mismo interés con el que las vio hace 50 o 60 años.

“Obrero” de la literatura asegura Alí Chumacero que es. Lo cierto es que fue corrector en el Fondo de Cultura Económica (FCE) durante años, por cierto los más brillantes. Lector voraz quiere tener todos los libros de poesía joven, de la poesía que se está escribiendo actualmente. Y lo logra.

Amable, generoso, semejante a un viejo sátiro sabio al que no falta la cítara o la flauta de Pan (canta, si es necesario) Alí Chumacero habla en entrevista de su silencio, de su trabajo de crítica literaria y de la poesía que lee.

El poeta nayarita nacido en Acaponeta en 1918, fija su postura frente a la poesía y a la literatura. He aquí la charla.

¿Por qué llegó al silencio poético y por qué lo mantiene?

—Yo tengo una teoría, que es muy correcta, de que la poesía es una labor de jóvenes. Yo lo sigo siendo, pero nomás de espíritu. Ya de edad, ya entré en la mayoría. Entonces, sí escribo, claro, pero pienso no publicar. Lo que publica un viejo, aunque sea entusiástico, siempre resulta casi un poco venerable. Los ancianos, que no es mi caso, pero voy para allá, creen que son los dueños de todo aquello que está aconteciendo. En la literatura pasa lo mismo. Un escritor antiguo se siente totalmente juez de lo que sucede. Yo tengo una posición contraria. Soy un hombre joven todavía, admiro a los muchachos, los enseño, los corrijo, los regaño si es necesario, estoy con ellos y muchos, no pocos, han continuado trabajando, de acuerdo con algunos… no consejos, porque no doy consejos, sino con algunas participaciones de mi espíritu en el espíritu de ellos. Lo hermoso de la literatura es que es una continuidad que no tiene fin, y los mayores, para no llamarlos viejos, tenemos el deber de ayudar a que la afluencia de escritores no se interrumpa o que tenga las menos interrupciones posibles. Yo estoy en ese caso. Y cumplo con ello.

Maestro, encuentro una similitud entre su silencio y el de Rimbaud. ¿Qué semejanzas hay entre estos silencios, qué diferencias?

—Rimabud fue un escritorazo que hizo una serie de locuras que fueron definitivas en la historia de la poesía francesa, y que lo fueron también en la historia de la poesía Occidental. Fue una coincidencia, un acierto. Yo me retiré prácticamente de publicar (no de escribir) por muchas razones que no son ya de tipo estético sino moral. Yo encontré que a nadie le interesaba lo que yo escribía y dije: “Bueno, pues ya no publico”. Me dediqué a hacer crítica literaria, a hacer notas de libros, y así sobreviví. Yo no he dejado de estar vivo en la literatura mexicana. Pero no, ya no publiqué y después dejé de escribir. A los 70, a los 80 años, no intentaré hacer un poema ¿de qué? Sobre todo yo que hacía una poesía amorosa, dedicada a las muchachas. Ahora todavía les hago la lucha, pero no les hago poemas.

 

Un sabio guía

¿Qué poetas jóvenes conoce? ¿A qué poetas jóvenes está leyendo actualmente y cuáles le agradan por sus propuestas?

—Yo presumo de leer a todos los jóvenes. Nunca cito a ninguno porque entonces se crea, en el ambiente literario una susceptibilidad: “Alí Chumacero tiene predilección por…” Y como es cierto, francamente yo prefiero que no se sepa cuáles son mis predilectos. Pero sí, los conozco a todos, leo todo lo que me viene. Yo soy el único escritor en México que lee a los jóvenes. Cuanto poeta cae en mis manos, me lo leo, lo leo bien, lo cuido, y a veces me decepciono, a veces me entusiasmo, a veces quedo frío, sin tomar partido, sin tomar una ilusión frente a lo que se está haciendo; pero de todas maneras los conozco a todos.

Creo, sin embargo, que la poesía mexicana está cada día, no sólo ampliándose, sino creando posibilidad de que salga el gran poeta. Es muy difícil, porque ya la poesía en México ha creado una serie de dioses mayores, de gente muy capaz, de personas consagradas a la literatura de verdad, que han creado realmente obras admirables, aunque no siempre reconocidas. Y ahora yo quisiera, y ayudo un poco o un mucho, desde mi rincón de maestro de jóvenes, a que esos muchachos empiecen a irse más allá de la simple afición.

Uno aspira a que el escritor haga de la literatura una profesión, que su vocación no se diluya en una afición, sino en una dedicación. Que en la aptitud del escritor se plante una actitud constante. Y ayudo a que eso se logre. Y estoy en mi etapa actual (que será la última porque yo me muero dentro de 20 o 30 años, ya estoy en la última etapa), estoy luchando porque los jóvenes sean cada día más responsables, y más profesionales. Es lo importante. Que no crean que la poesía es un trabajo de los domingos, que salen al campo a respirar aire libre. La poesía es una cosa espantosa, horrible, maravillosa, en la cual uno se juega toda la vida y la pierde.

El futuro y la poesía

Sé que no es profeta, sino poeta, pero ¿qué espera del futuro? ¿Qué nos depara la poesía para el futuro…?  

—Si, como he dicho, hay tal cantidad de muchachos que escriben, y algunos con acierto, habrá grandes poetas, los habrá seguramente. Yo no tengo la menor duda de que México dará grandes poetas. Todo depende de que esos escritores vean en la literatura algo más que una afición, como quien juega billar, como quien juega futbol, como quien juega ajedrez, como quien juega dominó. Que exijan día y noche, que sueñen, que se despierten, que vivan la poesía. La poesía es una profesión que exige todo. En la poesía no se puede pensar que hay un minuto de cuartel. No se da cuartel. Ahí hay que estar siempre metido en ella, hundido, inmerso, sumergido en lo que es una línea, lo que es una vocal, lo que es un sonido. Eso es la poesía.

La crítica

Usted publicó en el FCE en 1988 su libro de crítica literaria Los momentos críticos. ¿Qué tan importante es la crítica y la autocrítica para el poeta y para la literatura? 

—La crítica es un producto de la cultura del escritor. La crítica es una reflexión sobre los libros de los demás. Es una forma de creación, no similar a la poesía como se ha dicho por ahí, no es una creación como crear una novela, un poema. No. Pero sí es una forma creativa cuyos temas no son la vida. No son lo que uno está viviendo en el mundo, no son aquello que está aconteciendo, sino los mismos libros. Entonces, yo he hecho crítica muy elemental, muy sencilla, incluso parece escolar, y me encanta que sea así a fin de que quien la lea no se meta en líos de “¿Qué quiso decir?”, sino que la lea y lo induzca a ir más allá de lo que es aquello que aparece en lo que yo escribo.

Eso es lo que yo hago en mis escritos de prosa a fin de ser útiles. Porque yo no soy propiamente un crítico literario, aunque haya sido crítico.  He sido una persona que ha escrito sobre libros durante 25 años. Pero lo he hecho muy superficialmente, exponiendo los libros, sin estudiar mucho el mecanismo de los libros, sino exponiendo para que los jóvenes los lean, estén dentro de eso y sepan qué van a leer. Que cuando yo escriba sobre un poema, una novela sepan de antemano de qué se trata y digan “Me conviene leerlo o no me conviene leerlo. Me conviene ir a él, comprarlo”. En fin, son casi textos de propaganda.

Hay quienes han hablado de que, al menos en ciudad de México, hay una postura respecto a la poesía; ser poeta está de moda. De ser cierto esto ¿qué opina de ello? ¿Cómo se debe ser poeta y qué actitud debe tomar ante su poesía?

—Todo poeta tiene una posición frente al mundo, obviamente. Todo poeta cree que lo que él piensa del mundo es la verdad. Y tiene razón. Todo poeta aborda el acontecer diario como si fuera por primera vez en la vida, como si fuera Adán que despierta y se encuentra sin Eva. Es el hombre que descubre el Paraíso, independientemente de la ideología. Aplicar una ideología previa a un poema se vuelve muy peligroso, porque entonces la ideología empuja a la palabra a describir algo que, posiblemente no sea poético.

Yo tengo una teoría, quizás un poco reaccionaria (o muy reaccionaria; he sido yo un hombre de izquierda) de que la poesía debe ser un trabajo que diga por sí mismo: la poesía es una obra de arte como la danza que no lleva a nada, que está en sí misma, que en sí misma se realiza, que en sí misma se hace, se quema. Es como una llama: se destruye a sí misma. Y la relación con lo demás claro que la tiene, porque no hay poesía “en el aire”.

La poesía proviene del mundo, sobre todo de la experiencia, como decía Rilke. La poesía no es más que una muestra de la experiencia. Entonces, la poesía no es sino la expresión de la experiencia del poeta. Uno. Dos: la poesía no puede ser el emblema, el testimonio de una forma de pensar, o lo puede ser. Yo, como poeta, nunca lo he hecho. Yo pienso políticamente en la extrema izquierda, pero nadie puede encontrar un poema mío en que eso se note. Porque mi poesía es siempre la del sentimiento, la de la intimidad, la del mundo a la mano, la de los sentidos, y no tiene que ver nada con lo que yo pienso en cuanto a la reflexión de lo que es el mundo, y cómo creo que debe cambiarse.

 

 Entrevista publicada originalmente en 2002.

 

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