Poesía mexicana: Jaime Labastida

Presentamos un poema de Jaime Labastida (Los Mochis, Sinaloa, 1939). Algunos de sus poemarios más representativos son La feroz alegríaA la intemperie y Obsesiones con un tema obligado. Ha merecido distinciones como los premios de Poesía Jaime Sabines, Villaurrutia, de Literatura José Fuentes Mares, etc. Es miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua.

 

 

 

 

 

 

 

Aguja en el pajar

 

 

Aunque pudiésemos representarnos lo que
es, no podríamos decirlo ni comunicarlo…
GORGIAS

 

 

Desde la pluma brotas, súbita

llama tensa que se prende aun a la madera

húmeda y la quema y la guarda.

Entonces tu jadeo (reiterado,

sonámbulo sonido que atraviesa

las destruidas, de amor, paredes

de mi cráneo y pronuncia sin decirlo

mi solo nombre oscuro y dibuja mi rostro),

tu jadeo me recorre. Yo gozo

la tensa y acre miel de tus axilas

y el vello, violento y deslumbrante,

que sube, musgo negro, de tu vientre.

Echado sobre ti, dejo en tus senos

la huella de mi pecho, un turbio laberinto

de cabellos y amor. Desaparezco en ese instante

y respiro ahogado en tanta sombra. Se acelera

mi sangre. Apenas reconozco tus ojos

en la apretada luz que me golpea las sienes

y las manos. Son, no sé, tres, cuatro, diez

segundos de gozosa inconsciencia.

Nuestra palabra es una sola letra terca.

¿Qué nombre concederte ahí, un signo

que sin lastimarte te construya? Tu nombre

no te agota ni puebla por sí solo,

con tu imagen, la memoria de nadie.

Lo tienen también algunas aves

que sólo cantan al atardecer. Tendría

que inventar, para mirarte bien

entre la turba terca de las cosas,

un cúmulo de voces y de signos.

Te reconocería así en la muchedumbre:

una voz te haría aguja encontrada

en el pajar. Pero ¿quién compartiría

mi manera de hablarte? Idéntica

a ti misma, diferente de todo,

sólo a mí momentáneamente te asemejas

cuando por mi boca respiras.

Te doy cuanto yo necesito

y cambias ya de rostro.

Una eres cuando caminas entre automóviles

y grasa que hiere el paladar y otra

cuando recibes el peso de mis venas.

¿Cómo decir

con sólo un nombre las siete especies

de mujer que tú eres? Seis, siete voces

por la llama que fuiste; diez, doce

nombres por el mar que serás. Tu nombre

pronunciado en la penumbra despedaza

al que digo bajo el sol de noviembre.

¿Para qué destruirte con una voz, entonces,

para qué encerrarte en un sarcófago sonoro?

Quedémonos así,

goloso uno del otro, y sin hablar.

 

 

 

 

 

 

 

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