Poesía italiana: Mario Luzi

Presentamos, en versión de Emilio Coco y en el marco del dossier de poesía italiana contemporánea preparado por Mario Meléndez, algunos textos del poeta italiano Mario Luzi (2014). Pasó su primera infancia cerca de Siena y en 1919 se fue a vivir a Florencia donde efectuó sus estudios universitarios y se doctoró con una tesis sobre Mauriac. Allí trabó amistad con poetas y críticos de su generación, como Piero Bigongiari, Alessandro Parronchi, Carlo Bo y, después, con el grupo de «Solaria» y de «Letteratura», especialmente con Loria, Bonsanti y Montale. Empieza colaborando con algunas de las revistas más activas y comprometidas en el panorama poético italiano de entre guerras, como «Primato», «Frontespizio» y «Campo di Marte» (esta última dirigida por Gatto y Pratolini). En 1938 se dedica a la enseñanza e imparte clases en el Instituto de Magisterio de Parma donde conoce al poeta Attilio Bertolucci, y a partir de 1955 es profesor de  Literatura francesa en la Universidad de Florencia. Poeta cósmico y del fluir del tiempo y de la vida, ha ido aglutinando su obra en cinco grandes ciclos: Il giusto della vita (1932-56), Nell´opera del mondo (1956-77), Per il battesimo dei nostri framenti (1978-1984), Frasi e incisi di un canto salutare (1990), Viaggio terrestre e celeste di Simone Martini (1994). Su obra completa fue publicada en 1999 por la editorial Mondadori, en su colección «I Meridiani», con el título L’opera poetica. Murió en 2005.

 

 

 

 

 

De Un ramo de rosas

 

 

 

Eccola la tempesta,

è già nell’aranceto

tra i suoi pomi, le sue rame.

Furente il gelsomino,

a sprazzi in quella raffica

acuisce il suo profumo,

esacerba il suo richiamo.

È tutto in agonia il giardino

che lui dal padiglione

sfiora appena

con i suoi occhi sultani

adusati alle stagioni,

ai loro inganni, consci

dei molti rimescolamenti

dell’unico principio. Ibi ipse est.

 

 

 

 

He aquí la tormenta,

ya está en el naranjal

entre sus frutos, sus ramas.

Furioso el jazmín,

a intervalos en aquella ráfaga

aguza su perfume,

exacerba su llamada.

Del todo agoniza el jardín

que, él, desde la glorieta,

roza apenas

con sus ojos de sultán

acostumbrados a las estaciones,

a sus engaños, conscientes

de las muchas turbaciones

del único principio. Ibi ipse est.

 

 

 

 

 

Avviene, si trasforma

in avvenire l’avvenuto tempo.

È vero, si sentiva

talora il testimone

scambiato in corsa

tra possenti atleti

sulla pista di quel campo –

 

ma che n’era

ora

dei suoi neri patemi,

dei suoi lampi di letizia?

disciolti in aria, finiti

in nullità – o li cifrava

in conto di giustizia

un libro, una imperscrutata matematica

protesa all’equità…

 

 

 

Acaece, se transforma

en porvenir el acaecido tiempo.

Es cierto, se percibía

a veces el testigo

relevado en la carrera

entre atletas poderosos

en la pista de aquel campo‒

 

pero, ahora

¿qué era

de sus negros pesares,

de sus destellos de alegría?

disueltos en aire, acabados

en nulidad‒ o los descifraba

a título de justicia

un libro, una inescrutada matemática

encaminada a la equidad…

 

 

 

 

 

Da postero – così li vede, ora,

i suoi equali, i suoi consorti.

Eccoli, li ha di fronte

in quella castità

bambina del dipinto.

Non erano emissari,

costoro,

o ambasciatori

di nessuno al mondo,

erano lì, sospesi,

tra grazia e desiderio,

astanti del perpetuo evento:

o meglio… erano re

ipsius quisque sui, ciascuno

entro di sé,

perché non revocabile mai più

dal vivo della scena,

perché era stato.

Perché era.

 

 

 

 

Desde el porvenir ‒así los ve, ahora,

a sus iguales, a sus consortes.

Helos aquí, los tiene enfrente

en aquella castidad

niña de la pintura.

No eran emisarios,

ésos,

o embajadores

de nadie en el mundo,

estaban allí, suspensos,

entre gracia y deseo,

presentes en el perpetuo evento:

mejor dicho… eran reyes

ipsius quisque sui, cada uno

dentro de sí,

porque ya nunca revocable

de lo vivo de la escena,

porque había sido.

Porque era.

 

 

 

 

 

Dove va il moto?

Dove sta la quiete

universa delle cose?

Ne spande,

messaggero, un chiaroscuro

di regola superna

e di mistero.

Alla sua ora

esce dal controluce

dalla parte del mare

e della foce, in volo

a pelo d’acqua –

così risale il fiume

con la forza

tranquilla delle ali

e delle anche,

così infila

le arcate dei suoi ponti

verso oriente,

la povertà,

la sorgente.

È il senso, quello, o un passo della perpetua danza?

 

 

 

 

¿Adónde va el movimiento?

¿Dónde está la quietud

universa de las cosas?

Expande,

mensajero, un claroscuro

de regla superna

y de misterio.

En su hora

sale del contraluz

de la parte del mar

y de la desembocadura, en vuelo

a flor de agua‒

así remonta el río

con la fuerza

tranquila de las alas
y de las ancas,

así enfila

las arcadas de sus puentes
hacia oriente,

la pobreza,

la fuente.

¿Es el sentido, aquél, o un paso de la perpetua danza?

 

 

 

 

 

Siesta sotto il masso.

È estate. È lei,

sente, lo è,

erta, perdutamente. Le fonde,

dentro, nell’imo

il proprio istante.

Puro tutto cuoce,

carbonizza, flagra.

Ombra a picco, avara,

nuda terra crettata.

Si sgretola, si polverizza.

Vampa, bocca di fornace,

non per annientare,

per rigenerare

vita dalla cenere.

E noi dentro quel fuoco

resine stillanti, oh

liberazione dalle scorze.

 

 

 

 

 

Siesta bajo la piedra.

Es el verano. Es él,

siente, lo es,

empinado, perdidamente. Lo funde,

dentro, en lo hondo

su propio instante.

Puro todo arde,

Se carboniza, flagra.

Sombra a plomo, avara,

desnuda tierra hendida.

Se desmorona, se pulveriza.

Llama, boca de horno,

no para aniquilar,

para regenerar

vida desde las cenizas.

Y nosotros dentro de aquel fuego

resinas destilando, oh

liberación de las cortezas.

 

 

 

 

 

Spogliò, sera incupita,

quasi procellosa sera,

d’ogni lume

d’azzurro

l’atmosfera

d’ora in ora

troppo nera…

 

asportò da quel miscuglio

di atre oscurità

nell’aria

il turchino ed il viola,

fu nero, nero nerore

però con occhi acquamarina

il monstre che chiuse la giornata:

ma non come minaccia,

novissimo preludio

a quale nostra

immemorabile avventura.

 

 

 

Despojó, tarde obscurecida,

casi procelosa tarde,

de toda lumbre

de azul

la atmósfera

de hora en hora

demasiado negra…

 

sustrajo de aquella mezcla

de lóbregas oscuridades

en el aire

el azul turquí y el violeta,

fue negro, negro negror

pero con ojos de aguamarina

el monstruo que clausuró la jornada:

mas no como amenaza,

novísimo preludio

a cuál de nuestras

inmemorables aventuras.

 

 

 

 

 

È tardi.

La fine della giornata incombe,

già si abbuia

l’aperta foltoerbata ripa

lasciata dai rientranti,

annotta

il semideserto lungofiume.

È pigro

l’acqua, il taglio

d’un estremo obliquo lume

da ponente

ne straluna

ancora il fuso piombo.

Addio, dove vai giorno,

dove ti accompagna il fiume?

Li unisce, li appariglia

una sola immutabile andatura

il giorno e il fiume

verso l’annullamento

e verso il gran ritorno

alla testa del mattino

che tutto riconquista e tutto alluma.

 

 

 

 

 

Es tarde.

El final del día se aproxima,

Ya se oscurece

la abierta orilla densa de hierba

dejada por los que regresan,

anochece

el semidesierto paseo del río.

Es perezoso

el agua, el corte

e una extrema oblicua lumbre

desde poniente

trastorna

aún su fundido plomo.

Adiós, ¿adónde vas, día?,

¿adónde te acompaña el río?

Los une, los empareja

una sola inmutable andadura

al día y al río

hacia la anulación

y hacia el gran regreso

a la cabeza de la mañana

que todo lo reconquista y todo lo alumbra.

 

 

 

 

 

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