Poesía Norteamericana Actual: Ansel Elkins

El premio con mayor tradición para la poesía joven de los Estados Unidos, otorgado anualmente desde 1919, es el Yale Series of Younger Poets Prize. Con su primer libro, Ansel Elkins (Alabama, 1982), mereció este reconocimiento en 2014. Hoy presentamos Un fantasma en mi puerta en la traducción de José Luis Justes Amador.

 

 

 

 

 

 

Un fantasma en mi puerta

 

 

Diciembre

Cuando desapareció mi hija el pueblo se reunió

para peinar el río helado.

 

Leyeron su nombre en la radio,

lo imprimieron en los cartones de leche

y en la primera página del periódico del condado.

 

No encontré rastro de ella. Nada

salvo la sucesión de las horas,

vacías, innúmeras, indiferentes.

Insomne, grité por las colinas

su nombre, el nombre que le elegí por la música

de su dos sílabas simples. Los pájaros

en los árboles memorizaron mi llamada.

Repetían su nombre, me lo devolvían como canción.

Cerca de un aserradero abandonado junto al río

la partida de búsqueda desenterró la pulsera tejida

que llevaba aquel día.

El alguacil me lo trajo en una bolsa de plástico.

Había encontrado huellas de neumáticos en el camino de tierra

paralelo al río. Hundida, en la nieve y el barro

una huella profunda de botas.

 

La suela de la bota dejó pequeñas X en el barro.

Enero

Soñé que desenterraba su rostro

somnoliento como el de Blancanieves

rodeada de los gentiles enanos.

Peiné los bosques y se me quedaron

agujas de pino en la botas desanudadas.

Grité su nombre,

volví a gritar su nombre.

¿Tan cruel era Dios?

 

Yo, también, quedé desanudada.

 

Febrero

No he llorado en todo este tiempo.

Las mujeres del supermercado lloran por mí.

 

Marzo

Junté todos los vestidos – los míos y los de ella –

y los quemé en una pila en el jardín.

 

Dejé que las perchas se quedaran en el armario vacío

porque no iban a arder.

La única ropa que tengo es la que mi padre abandonó.

Mis brazos habitan las mangas de su abrigo de campo, su tela gastada.

Me encantaba el olor de sus manos a pienso dulce

cuando regresaba del establo en las noches.

 

Le gustaba estar solo

cuando se marchaba al amanecer todas las mañanas.

Yo me asomaba a la ventana de nuestra cabaña y le veía

cabizbajo por el camino con su bastón hasta desaparecer tras la colina.

 

Abril

Su maestra vino a traerme sus cosas.

Su impermeable rojo todavía con una hebra de cabello en la capucha.

Lo que había en sus bolsillos: una envoltura de dulce, cinco centavos,

una cuerda para jugar  telarañas.       .

Y un librito hecho a mano, engrapado,

con el título en crayón azul: Mi libro de las estaciones.

En la página derecha, a lápiz, Otoño.

            Somos cinco pavos gordos.

            De noche dormimos en el árbol.

Hasta que llegue el cocinero

nadie nos podrá encontrar

por eso, venos, estamos aquí.

Había ilustrado la página opuesta con los rechonchos pájaros

a salvo en la rama más alta del árbol.

 

Y después Primavera

Soy como la primavera. Me gusta saltar la cuerda.

La primavera es la estación de volar cometas.

Hola, mi madre me ve volar mi buena cometa.

 

Y me recordó el abril anterior, cómo el sol

le cantaba a la tierra como si se apoyara en el filo

de la estación que madura. El viento barría los miembros

haciéndose verdes, se abría paso entre los tulíperos floreciendo.

Ella construyó una cometa, hizo la vela

de un viejo vestido escarlata que yo ya no me ponía.

La observé desde la ventana de la cocina mientras lavaba los platos.

La volaba por el campo, la vela escarlata de la cometa

apresurándose hacia el cielo. Mi hija

le soltaba cuerda por entre sus dedos desnudos

y me llamaba para que viera

como la hacía volar en el aire como un pájaro en llamas.

 

Mayo

Arranqué la puerta de entrada de sus bisagras

y la tiré al pasto.

¿De qué sirve tener a alguien adentro o afuera?

 

Junio

            —–

 

Julio

            —–

 

Agosto

            —–

 

Septiembre

Ya nada vive aquí. Sólo tierra silenciada.

Bloques de ceniza. Una rueda de bicicleta.

Añicos de un espejo que brillan en el jardín enlodado.

Cristal de colores en el camino de grava. Rompí

todas las ventanas. Esta casa

tiene penas que son demasiado grandes

para que una mujer las sostenga.

 

Octubre

La niebla se desenrolla sobre el pasto, se filtra por las ventanas abiertas.

Detenida en el porche ya sin uso

fumo la pipa de mi padre,

acuno su cazoleta caliente de madera

en mi mano gris.

 

Saqué una navaja de bolsillo, corté mi trenza larga

y la tiré al jardín.

A la mañana siguiente ya no estaba.

Soñé con un lobo

que se arrastraba hasta la cabaña en la noche y la robaba.

 

Noviembre

Veo como se eleva el aliento de la yegua medio muerta de hambre

mientras está en el campo desnudo y helado,

demasiado hambrienta para moverse, aunque le haya dejado

la puerta del pastizal abierta

y espero a que se vaya.

 

 

 

Diciembre

La yegua, al fin, se ha marchado al fin del campo.

También se han ido los cuervos de los árboles.

La niebla sigue rodando por el pasto.

El viento guía sus dedos por la casa

sin ventanas, se enreda por el bostezo de la puerta

ausente, donde, aunque nada dentro de mí

se mueva, el aliento del viento

se mueve a través de mí. Canta

por mis huesos como campanillas

colgando del alero. Despierta mi piel

al olvidado sentido del tacto.

Y recuerdo que todavía estoy viva

en el mundo de los vivos

en el que una araña se hace

callada mi compañera,

su telaraña extravagantemente tejida

en el golfo del marco de la ventana.

 

Desde aquí veo un pájaro

en la rama más alta del tulípero que empieza

a limpiarse sus alas grises.

————

Me pregunto por qué ni siquiera su fantasma ha regresado

aunque lo espero

a las puertas del mundo físico.

 

 

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