Poesía mexicana: Diana Azcona Trejo

Presentamos Crónicas de hospital, de Diana Azcona Trejo (Ciudad de México, 1982) Poeta residente en el Estado de México. Cursó el Diplomado en Creación Literaria en la escuela de escritores de Metepec «Juana de Asbaje». Actualmente prepara su primer poemario.

 

 

 

 

 

 

Crónicas de hospital

 

 

Explicar: diversión de los vientres rojos con los molinos de los cráneos vacíos.

Tristan Tzara | Primer Manifiesto Dadaísta

 

 

 

I

 

¿Qué pensaste, cariño,

en ese último momento en que pudiste pensar?

¿Pudiste pensar?

¿Recordaste el brazo roto de tu hija?

¿Sentiste el olor de mi pecho?

¿Sentiste mis náuseas?

¿Te dolía la cabeza, amor, mi cabeza?

 

Te atormentaba todo, lo sé.

Querías salir de tu cuerpo

mucho antes del

golpe

antes                                               del  vuelo

 

mucho antes del  es

ta lli do.

 

 

 

II

 

Te vi entrar al quirófano

con la mano vendada y nuestras discusiones

en las piernas.

Saliste de ahí después de tres horasmeses,

a las dos de la tarde.

 

Llegaste a Terapia intensiva

luciendo un bellísimo y moderno aparato

que medía tu presión intracraneal

y mis remordimientos.

 

Entré a verte después del espantapájaros.

Le grité al médico:

¡tu habitación no tiene vista al mar!

Lloré por tres minutos sobre tu sábana

y recité Hora de junio

para matar el noventaynuevepuntonueveporciento de los gérmenes

que dejó tu madre durante su visita.

 

Luego de la ablución, me senté en el corredor a leer

El Lazarillo de Tormes.

Cuando terminé,

habíamos cumplido ya

doce años de no amarnos

y no pude más que maldecirte;

te maldije por haberme dejado aquella noche,

sin farol y sin cigarros.

 

 

 

III

 

En el papel dice

que yo autorizo:

una parte de tu cráneo

será resguardada en un banco

helado                      de tejidos.

 

En el papel dice que tu frente

esperará por ti doce meses.

Después,

no podrá regresar a tu cabeza.

 

Yo lo firmé.

 

 

 

IV

 

Me pidieron una cánula de Jackson.

Yo solo pensaba en tapar con mi lengua

el orificio de tu garganta

para que no se te escaparan

mis tormentas.

 

 

 

V

 

Ahora,  en esta hora en la que yaces

brillante, horadado y febril,

en medio de esta ri dí cu la asepsia

 

no te acaricio porque no te reconozco.

 

Los médicos dicen que eres tú,

que eres tú de treinta y nueve años

que eres tú zanahoria

que eres tú neumónico

que eres tú hidroce¿fálico?

que eres tú mórbido.

 

Pero a mis manos

―insoportablemente viudas―

no las inunda  tu espuma

ni  las abrasa tu incendio,

y se niegan a ser sudario

para ese cuerpo

que ya no te pertenece.

 

 

 

VI

 

¿No escuchas la nada en mis pestañas?

¿No sientes el silencio de mi espalda?

¿No ves que no tengo nada de tanto que tengo?

Las pocas horas que nos quedaban

hoy sólo son tiempo,

ni siquiera la espera

ni siquiera la muerte.

 

Puedo alimentar la pena,

vivir de la angustiosa oscuridad

que nos habita,

vivir afuera de la noche

afuera

de tus dedos,

 

puedo.

 

 

 

VII

 

Fumo

muy cerca de tu ventana:

cama cuatro, Terapia intensiva.

 

El humo que exhalo

podría desinflamar tu consciencia,

entibiar tus pies o tu frente hundida.

 

Tal vez.

 

 

 

VIII

 

Salgo de la sala de urgencias al amanecer,

luego del informe médico: dicen que no has despertado.

Prendo un cigarro   o dos

y leo un poema      o dos.

 

Hago lo mismo desde hace muchos días,

no sé exactamente cuántos:

he perdido la capacidad de medir el tiempo.

 

Siento como si llevara años viviendo aquí,

como si la entrada del hospital

fuera el comedor de nuestra casa,

como si los parientes de los otros enfermos

fueran de nuestra familia;

los observo y padezco con ellos:

el padre de Alfonso luce abatido

esta mañana

el pulmón de su hijo colapsó;

la hermana de Silvia ,

paciente de cáncer,

llora tranquila y come tamales

mientras espera a que le entreguen a la muerta radiada;

la casi viuda del hombre comatoso bebe café,

lee un poema   o dos,

prende un cigarro

y no sabe qué hacer ante el esplendor de la despedida.

 

 

 

IX

 

Hay una mancha de sangre en el frasco de Propofol

 

 

un catéter en tu abdomen

un desierto en el catéter

una boca que cayó de tu mano

tu mano que se abrió    caracol

 

Pero no me importan el catéter en tu abdomen

el desierto en el catéter

ni la boca que cayó de tu mano   caracol

 

He escrito todo esto solo para decir

que solo quiero decir que odio los lunes,

que este miércoles parece lunes

¡Y que hay una maldita mancha de sangre en el estúpido frasco de Propofol!

 

 

 

X

 

Seguimos aquí

en silencio.

¿Cuánto días han pasado?

Dicen mis amigas que van doce.

 

Tú duermes y, a veces, abres los ojos;

los abres cuando chupo tus dedos

o muerdo tus pies, los abres y no me miras.

 

Yo escribo, pero no escribo

leo, pero no leo, respiro y no;

pienso en palíndromos: lugares comunes:

hospital es palíndromo, lugar común y  aliteración

 

chupo tus dedos para que abras los ojos.

 

 

 

XI

 

Los cirujanos abrieron tu cabeza

y me encontraron allí:

una inflamación descomunal

de once años de podredumbre.

Rompieron tu cráneo

para que yo pudiera salir caliente, dormida y fétida.

 

Así que abrázame, porque he nacido, abraza a tu parásito.

Dame una nalgada para que llore y tiemble de miedo y de placer,

acaricia mi sexo anquilosado y luego termina de morirte.

 

 

 

XII

 

Tu sueño:

vacío en clave de anestesia

 

Polvo    polvo

que se asienta en los ojos

por  saberte ¿invierno?

en los jamases de mi pies.

 

 

 

XIII

                                                                                                   Para  J.L

 

Ellos no saben nada del horror,

no saben de tus manos secas, del  castigo,

de tus lilas casi rojas

ni que tu espalda se hizo piedra.

 

Tampoco saben que has muerto

sin perdón y sin tu pléyade.

 

No  dejaré que lo sepan

no se los diré.

Lo digo todo, pero nada digo.

 

 

 

XIV

 

Hambre   ruiseñor    lengua

me piden que te cuente la vida

Memoria   abstinencia   clavos

dicen que me escuchas

sangre   tristeza   antibiótico

que mi voz te hace bien

coágulo   neumonía   café

que te diga lo que hago mientras duermes

fiebre   ceremonia   vómito

que los sonidos familiares estimulan tus neuronas

neuronas   neurólogo   neurosis

que la música te ayudaría

Bach   Schumman   ¡Shumman!

que la música que más te gusta

silencio   silencio   silencio

que no, que no me quede callada

silencio   silencio   silencio

me iré mañana a las ocho en punto.

 

 

XV

 

Me vino el olvido

entre las cinco pe eme

y quinientas gotas de tu carne.

 

antes de la noche,

después de la orilla,

entre Urgencias y la Sala de Choque,

a once lágrimas de altura.

 

Indolente, quebré mis párpados

(mirlos enfermos),

y fueron balas

para la tarde de esa mañana

desbocada y húmeda

en la que

cerré las piernas, apreté los puños

me vino el olvido.

 

 

También puedes leer