Lo que no se ha dicho: Teresa Wilms Montt

Presentamos algunas páginas del diario de la poeta chilena Teresa Wilms Montt  (1893-1921). Publicó varios libros en Buenos Aires, como:  Los Tres Cantos e Inquietudes sentimentales. Luego de que su amante se suicidará frente a ella inició un vagabundeó por Europa, publicando en España: En la quietud del mármol y Mi destino es errar. Mantuvo una relación con Vicente Huidobro y se estableció en París en 1920, donde se suicidó el 24 de diciembre del año siguiente, a los 28 años.

 

 

 

 

 

 

 

 

Ofrenda

 

Traigo a tus pies la suave ofrenda de mi libro, que deposito en ellos, como el más sutil perfume de mi inspiración.

En el largo camino que separa la farsa del lugar donde tú yaces en sublime y casta quietud de mármol, he ido despojando mi alma de sus miserables ataduras humanas; he ido purificándola mediante cruentos martirios, para traerla hasta ti, clarificada como el agua de una fuente que no ha sido desflorada por la luz del día.

No temas que mis páginas dejen en tu lecho una huella impura. Si bien tú te has sublimado. con la muerte, yo me he redimido perdiendo mi envoltura de fango en el torbellino incontenible del dolor.

Puedes admitir mi ofrenda tan dulcemente como mis flores, que ni éstas ni aquéllas turbarán tu sueño. Acéptala; te la ofrezco con los ojos límpidos, la frente serena, vuelta hacia el mundo que ha de juzgarme, con el espíritu ligero y vano como el humo de un incensario.

 

Madrid 1918.

Thérése Wilms

 

 

 

 

Páginas de mi diario

 

 

 

Este es mi diario:

 

En sus páginas se esponja la ancha flor de la muerte diluyéndose en savia ultraterrena y abre el loto del amor, con la magia de una extraña pupila clara frente a los horizontes.

Es mi diario. Soy yo desconcertantemente desnuda, rebelde contra todo lo establecido, grande entre lo pequeño, pequeña ante lo infinito…

Soy y…

TERESA DE LA +

Miro mi faz sobre la charca podrida y ella me devuelve el reflejo tan puro como el más nítido espejo. A pesar de que en mi alma se albergan lastimeras cuitas se ilumina mi rostro al reír, como encendido al rescoldo de una santa alegría.

Maldigo y es de tal manera armónico el gesto de mis brazos en su apóstrofe dolorido, que diríase que ellos se levantan a impulsos de una fuerza extraña, para ofrendar sus preces en una bendición al Omnipotente.

Miserable lloro, retorciendo mis angustias como a sierpes que quisiera aniquilar, pero en mi camino se detiene a tiempo un santo, un bondadoso, un sencillo y enjugando mis ojos me dice: ­¡Qué buena eres! Llora, que esta agua que vierte el alma endurecida, bendita es, la recoge Él, que está más alto- ­y señala los espacios.

No puedo ser mala, no; la bondad me sale al encuentro. Paréceme que el mismo mal se hubiese vestido de gala para desgarrarme el corazón.

Quiero que en sabia esencia, la Paz descienda sobre mí y anegue generosa en frescura mi interior carcomido. ¡O h siglo agonizante de humanas vanidades! He cultivado un pedazo de terreno fecundo, donde puedes desparramar las primeras simientes destinadas a la Tierra Prometida.

 

 

Londres.

Tras de los cristales el alba alisa sus cabellos blancos.

Ella despierta.

Junto al espejo yo meso los míos rubios. Yo he dormido, he soñado sollozando.

Ella es eterna y yo triste y triste somos aquellos que no hemos nacido de los dioses.

 

 

Londres.

Sólo en una actitud puedo descansar de la ardua tarea de vivir, tenderme en la cama los días y los días, pensar con la nuca apoyada en los brazos. Escarbar en mi cerebro con la tenacidad de un loco buscando fondo al insondable abismo en el cual estoy dando vueltas desorientada.

Oh más allá, ¿existe?

Teosofía, filosofía, ciencia, ¿qué hay de verdad en tus teorías? Morir después de haber sentido todo y no ser nada.

Me dan ganas de reír y río con la frialdad de los polos.

¡Ah vida, no ser, no ser…

 

 

 

Madrid.

 

Mi sangre diez veces noble, santa y estulta por los alambiques que ha cruzado, sufre ahora la transformación en un crisol sidéreo. Lo que nunca deseo, desea; lo que jamás extraño extraña.

De noble, santa y estulta se ha vuelto fiera, histérica y grave. ¡Oh sangre mía que fuiste azul y hoy roja luces!

Roja de infierno, de pecado, de revolución.

Este siglo está caduco, sangre mía.

¿Quieres que te vacíe sobre el seno de la tierra?

 

 

 

 

 

Anuarí

 

 

I

 

Para Anuarí: que duerme en este féretro el sueño eterno.

Para él… Anuarí mío, que nadie puede disputármelo; porque mi amor, mi amor y mi dolor, me dan derecho a poseerlo entero.

Cuerpo dormido y alma radiante.

Sí, Anuarí, este libro es para ti. ¿N o me lo pediste tú una tarde, tus manos en las mías, en tus ojos mis ojos, tu boca en mi boca, en íntima comunión? Y yo, toda alma, te dije: Sí, -besándote hondo en medio del corazón.

¿Te acuerdas, Anuarí?

 

 

 

XVII

 

Anuarí, mío.

Toda la felicidad de mis días estaba en tu ataúd, donde yo iba a recostar mi cabeza y desparramar mis flores.

En mi inmensa soledad, era esa una dulce ocupación.

Criatura, te sentía, y en mi locura de cariño, creí que nadie más que yo tenía derecho a tu cadáver.

Fue como un golpe de hierro en la cabeza, cuando al penetrar en la fosa vi que no estabas en el lecho familiar.

Y cuando buscándote como una leona busca su guarida, te encontré en un estrecho nicho, fue mi dolor tan horrible, como si te hubieras muerto por segunda vez.

Qué frío tuve! y cómo sentí en mi cuerpo el martirio de tus miembros estrechados, en esa

angosta cárcel de piedra!

Allí no podré llevarte mis flores; no podré comunicarte la sensación de primavera, refrescando tu cofre con pétalos, besos y lágrimas.

 

 

 

XXXIV

 

Me alejo ….

Mi único desconsuelo es no poder llevar con mis propias manos flores a la tumba avara que te guarda.

Ante de irme estamparé un beso en tu frente rígida. Será como un sello de piedra sobre otra piedra.

Me voy huyendo de mí, de mi cobardía y de mis inquietudes.

No puedo morir de dolor y es más fuerte que la misma muerte la tortura moral que revoluciona mi cerebro,

Me voy como aerolito que desprendido de una estrella se precipita en los espacios trágicos de la sangre.

Me voy, para aprender en otras penas a sufrir las mías con más entereza. Me voy, Anuarí, y te juro que hasta este momento he aguardado la resurrección.

He espiado tu sueño creyéndolo leve, y huyo ahora que lo sé de mármol, Anuari.

No me importa el mundo ni la mediocre balanza que pesa mis actos; pocas son las almas que han amado, gozado y sufrido como yo.

Anuarí. Hasta pronto. Desde aquí mis pensamientos irán a ofrecerse a ti cruzando los mares; desde aquí vigilaré tus restos con el más inmenso y fervoroso recuerdo.

Pronto nos encontraremos, amor mío.

Mi cabeza es un abismo de dolor donde mis pensamientos ruedan, sin detenerse, como ágiles piedras.

Trato de meditar y mis cogitaciones se ahogan y ruedan como cuentas oscuras en el despeñadero de la nada.

Sólo existe una verdad tan grande como el sol: la muerte.

 

 

 

Fin

 

Me siento mal físicamente. Nunca he tributado a mi cuerpo el honor de tomar su vida en serio, por consiguiente no he de lamentar el que ella me abandone.

Vida, sonriendo de tu tristeza me duermo y de tus celos de madre adoptiva. En tus ojos profundos ha rebrillado inconfundible la iniciación de mi ser astral.

Sólo una vez más se filtrará mi espíritu por tus alambiques de arcilla.

Vida, fuiste regia, en el rudo hueco de tu seno me abrigaste como al mar y, como a él tempestades me diste y belleza.

Nada tengo, nada dejo, nada pido. Desnuda como nací me voy, tan ignorante de lo que en el mundo había.

Sufrí y es el único bagaje que admite la barca que lleva al olvido

 

París 1921.

También puedes leer