Memoria sobre el uso que hacen los indios de los pipiltzintzintlis

El día de hoy, en que por fin ha sido comprendido este texto de 1772. La Suprema Corte de Justicia de la Nación ha otorgado un amparo para el uso recreativo del cáñamo o marihuana. Se trata del texto: Memoria sobre el uso que hacen los indios de los pipiltzintzintlis escrito por José Antonio Alzate y Ramírez (1737-1799). Naturalista, cartógrafo y botánico de la Nueva España, sobrino de nuestra poeta Sor Juana Inés de la Cruz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Memoria sobre el uso que hacen los indios de los pipiltzintzintlis

En la historia moral del mundo no ocupa el menor lugar la descripción de la virtudes y vicios de sus habitadores. ¿Qué servicio tan importante haría a la literatura quien se dedicara a dar una idea de las pasiones, usos e inclinaciones de los indios? Esta parte se echa menos en todos sus historiadores. Apenas nos han dado unas ideas superficiales, las más muy ajenas de la verdad; ¿quién no debe admirar en ellos la falta, por lo general[1], de la avaricia y venganza; pasiones que tanto daño causan a la humanidad? Miserables en quienes la pena de nuestros primeros padres de solicitar el sustento con ansia y fatigas, se verifica en su mayor extensión; objetos dignos de compasión, han logrado los indultos, privilegios y favores que nuestros reyes se han esmerado en concederles; los que con tono de menosprecio los tratan de idólatras, hacen notable agravio a los prelados y pastores que con esmero han procurado desarraigar este efecto de nuestra malicia: ¿qué nación en su origen no ha sido idólatra? ¿Los hebreos, pueblo escogido por Dios para su culto, y que palpaba a cada paso las maravillas de la Omnipotencia, no soltó las riendas a su malicia para adorar las obras de sus manos? Pues no los vituperemos con un epíteto que igualmente nos comprende a todos, con sólo la diferencia del tiempo.

            Si advertimos en ellos algunas reliquias del paganis­mo, debemos considerar que tan solamente poco más de dos siglos y medio ha que les rayó la precisa luz del evangelio; tiempo que no es suficiente para borrarles aquellas tradiciones procedidas del depravado corazón humano. ¿Qué siglos ha que se predicó el evangelio en Italia, Inglaterra y otros reinos? Pues sus mismos auto­res nos describen las supersticiones y abusos del menu­do pueblo. Un célebre autor inglés atribuye muchos de ellos, no sólo a la plebe inglesa, sino a la gente de algu­na esfera.

            La costumbre que se practica en Italia en el regalo de las habas el día de muertos, reconoce un origen pagano; así lo demostró no ha mucho tiempo un sabio italiano; los talismanes, amuletos, etcétera, no tienen destino en las Españas; Francia y en otros reinos son en los que se miran con aprecio por los que componen el vulgo.                 ·

            Leamos en el bello libro del mundo, reflexionemos desnudos de prevenciones y demos gracias a Dios de ver tantas gentes, tanta tribu, en dilatados millares de tierra convertida a la verdadera religión en el espacio de pocos años. Regocijémonos de ver a la antigua España ejecutar con sus eminentes prelados, celo de nuestros reyes y fervor de los ministros del evangelio una empresa que no cuenta igual otra nación, y tan notoria que el más desesperado pirronista no puede tener alientos para rebatirla.

            El abuso de los pipiltzintzintlis[2] es una de aquellas reliquias del gentilismo que se conservan entre algunos de los indios; así lo expresan los edictos publicados por los prelados de este reino, y últimamente en el año de 1769, en el cual se encarga a los párrocos empleen todo su anhelo para desarraigar esta superstición en que va de por medio la salud espiritual de los indios y puede añadirse también la temporal[3]. Algunas observaciones y descubrimientos que se me han entrado por los ojos me proporcionan asunto para la presente memoria, por la gran utilidad que puede resultar. La superstición de los indios, en el uso de los pipiltzintzintlis, se reduce a tomar ciertas semillas, creyendo que por su medio adivinan y tienen mil raptos, en los cuales se les manifiestan las cosas más recónditas, con otras particularidades procedidas según su misma ignorancia y malicia. Los efectos que en ellos producen son espantosos: unos manifiestan una alegría ridícula, otros permanecen por algún tiempo estúpidos, otros, y esto es lo más común, representan vivamente a un furioso; y todos estos efectos los creen muchos de ellos como sucedidos por la mediación del demonio.

            ¿Qué cosa son los pipiltzintzintilis? ¿Su efecto es natural o preternatural? A lo primero satisfago con la experiencia: habrá como diez años que la casualidad me proporcionó la ocasión del desengaño; conseguir una pequeña cantidad de dichos pipiltzintzintlis, la que se componía de una mezcla de semillas y yerbas secas; a la primera vista luego reconocí no eran otra cosa que las hojas y semillas del cáñamo; advertencia que tuve al punto, por haber visto antes en un jardín la planta del cáñamo. No obstante ésta que para mí era una demostración, en primera ocasión y para quedar del todo convencido, sembré aquellas semillas con toda la precaución posible y logré unas plantas de cáñamo, lo mismo que el de Europa, las que los indios reconociendo por pipiltzintzintlis, fue necesario arrancar las plantas luego que comenzaron a madurarse las semillas por cuanto procuraban pillar toda la que podían.

            Aun se comprueba esto con otro hecho que debe desterrar toda duda: en el tiempo en que se meditaba la expedición de Sonora, y cuando se planteó aquella navegación del mar del sur, un sujeto encargado en prevenir algunas de las cosas necesarias para un nuevo establecimiento, advirtió muy bien sería conducente el sembrar cáñamo en alguna inmediación de aquellas costas para fabricar cables, velamen y demás en que es necesario el cáñamo para el manejo de las naves, procurando se evitasen los excesivos gastos que se erogan cuando se conducen de la Veracruz hasta aquellas provincias. Su idea fue aplaudida, y no quedaba más dificultad que conseguir la semilla; recurrió a mí y le advertí, ya instruido de lo que me había pasado, era negocio muy fácil, pues entre las arbolarias[4] de esta ciudad, hallaría alguna porción: mi conjetura tuvo feliz éxito, porque se hallaron bastante número de fanegas, y no al mayor precio. Me preguntará alguno: ¿de dónde consiguen los indios el pipiltzintzintli o cáñamo, cuando es notorio que en el reino no tiene cultivo destinado, a excepción de tal cual mata, que uno u otro particular siembra por curiosidad? La respuesta es corta, se da silvestre en las tierras calientes y también me han informado suelen sembrar alguno los indios, ya para el fin que llevo expresado, o para aplicarlo exteriormente en algunas de sus enfermedades[5].

            Demostrado ya que los pipiltzintzintlis no son otra cosa que el cáñamo, me resta satisfacer a la segunda pregunta, lo que voy a ejecutar, advirtiendo, lo primero, no ser solo los indios de la Nueva España los que practican el uso interior de la semilla y hojas del cáñamo para sus visiones extravagantes. Lo segundo, que los efectos observados en los que usan interiormente del cáñamo o pipiltzintzintli por lo regular son naturales. Para lo primero es muy útil lo que dice monsieur Petit, en su disertación sobre el nepenthes de Homero[6], impresa en 1689; se explica así, hablando de las yerbas y demás producciones de la naturaleza que trastornan el cerebro. “Entre las drogas (dice) que tienen este uso los egipcios se sirven también de otra composición, a que llaman asís; éstos son unos polvos compuestos de hojas de cáñamo, las que amasan mezclándole agua y formando unas píldoras cuando quieren olvidarse de sus melarquías, de sus cuidados, y procurarse la alegría; se engullen cinco o seis de dichas píldoras, que son del tamaño de una castaña; esta droga que los embriaga al punto, les hace poco tiempo después pasar a una especie de rapto o sueño estático, durante el cual ven las cosas más agradables del mundo: los bosques, las fuentes, los prados o jardines, adornados de las más bellas flores; los lugares encantados en donde…[7] en una palabra, las verdaderas islas Fortunatas[8], o por hablar con más propiedad, un verdadero paraíso de Mahoma.”

            Igual noticia nos presenta el célebre Valmont de Bomare en su Diccionario universal de historia natural, etcétera, impreso en París en 1767, en la palabra chambre cáñamo, se explica de este modo: “Las hojas de cáñamo parece contienen una virtud que embriaga, y adormece. Koempser[9] refiere cómo en algunos lugares de las Indias (orientales) se prepara una bebida que embriaga, la cual es de uso de este país. Algunos mezclan la semilla de cáñamo con los alimentos… pero esta les llena la cabeza de humos y si se come en abundancia excita el delirio, según y como el culantro.” ¿Qué habremos de decir del uso diario y general en todo el reino del culantro? Por ahora no puedo extenderme más sobre el particular.

            El testimonio de monsieur Valmont, es de mucho peso. ¿A quién otro que a un naturalista se debe creer sobre las virtudes que contienen las producciones de la naturaleza? Según lo que refiere, el cáñamo es narcótico[10], y por consiguiente, sus efectos son naturales, con que no es mucho que los indios que lo toman padezcan un trastorno de cerebro, por un efecto muy natural.

            Temeridad sería afirmar que en algunas ocasiones los efectos de cáñamo en los indios no sean coadyuvados por el espíritu de las tinieblas, por aquel pacto implícito o explícito que pueden algunos de ellos contraer con él; pero por lo regular, debemos confesar que en los más, los efectos y visiones son puramente naturales. La piedad, la razón y la crítica nos dictan que no debemos reputar por preternatural todo aquello que no se extiende fuera de los límites de la naturaleza.

            ¿Qué servicio importante haría a la salud espiritual de estos infelices quien les enseñase que en el uso de los pipiltzintzintlis el diablo no tiene más parte que la que se le quiere dar? Me parece sería el camino más corto para destruir este ramo de superstición. La prohibición de su uso es muy necesaria ínterin perseveren los indios en creer sus efectos diabólicos; ¿pero no es constante que la prohibición incita más y más el deseo de ejecutar la cosa prohibida, por aquella malicia a que somos tan propensos? Un caso práctico me parece probará con evidencia la precisión de instruir a los indios en el natural efecto que les causan los pipiltzintzintlis. La semilla del cáñamo tiene muchos usos en la medicina, según Bomare, antes citado: es emulsiva y, hervida en leche, es útil para curar la tos y tircia. Algunos otros autores la miran como un específico contra la gonorrea. Lemery en su tratado de las drogas, describe sus virtudes de esta manera: “El cáñamo contiene mucho aceite y poca sal, es muy bueno para las quemadas y para el zumbido de los oídos; la semilla está reputada por muy buena para combatir la lascivia; tomada por muchos días apacigua la tos.” La dosis es desde un escrúpulo hasta una dragma: en el Diccionario económico se hallan referidas estas mismas virtudes; en más número y tratadas con extensión en el Compendio de las pantas usuales por monsieur Chomel, doctor regente de la facultad médica de París.

            ¿Pues si un médico mandase el uso de la semilla del cáñamo en virtud de su utilidad en los usos médicos, ignorando, como es creíble ignore, los abusos que tienen los indios en esta semilla, que conocen por pipiltzintzintli, no redundaba un gravísimo daño por cuanto se ministraba a su ignorancia un nuevo incentivo para permanecer en aquellas creederas pecaminosas? ¿Qué porciones de la referida semilla se habrán consumido en el Hospital Real de esta corte ordenadas por los médicos encargados en la cura de la multitud de indios que anualmente se tienden en este hospital con intención muy sana, respecto de los médicos, y daño espiritual de los indios? Estoy persuadido que algunos de ellos, a quienes se les habrá administrado en sus dolencias, recobrada su salud temporal, habrán quedado muy arraigados en el abuso de los pipiltzintzintlis. Parece he demostrado la virtud de los decantados pipiltzintzintlis, por  lo que habremos de decir con el lenguaje de los teólogos, que son malos por prohibidos, no prohibidos por malos.

 

 

 

 

 

Notas

 

[1] Se debe entender hablo de los indios reconocidos como tales, pues la mezcla con otras castas y la diferente educación muda su carácter.

[2] Pipiltzintzintli equivale en nuestro castellano a niñito, pequeñito, hijito.

[3] No hay duda va de por medio su salud temporal. El efecto violento de los narcóticos lo prueba bastantemente; no ha muchos meses que una persona a quien le administraron, no sé con qué fin, los pipiltzintzintlis, quizá en demasiada cantidad, perdió el juicio.

[4] Llamamos arbolarias a las indias que en el mercado se ocupan en vender yerbas u otras cosillas medicinales; hacen en parte lo que los droguistas en Europa.

[5] En el uso exterior de ellos aún tienen sus abusos, salvo que aquellas expresiones con que se explican, diciendo que no conviene freír o calentar los pipiltzintzintlis, esto es los hijitos, cuando se han de aplicar a algún destino, porque se mueren, lo entiendan en sentido figurado; esto sólo un profundo conocimiento del idioma y un manejo con ellos ejecutado con discreción, puede resolver la duda.

[6] Nepenthes de Homero; este célebre poeta lo describe como propísima para desterrar la tristeza; sus comentadores se han cansado inútilmente en averiguar qué cosa sea.

[7] He truncado parte de lo que dice Petit por ser algo obsceno; nuestro idioma, y mucho más mi estado, me precisa a pasar en silencio todo aquello que da en cara al pudor. Al célebre Desfontaines se le reconvino sobre su ignorancia en la anatomía, a lo que respondió con aquella acostumbrada y sabia discreción: poseo una sabia ignorancia de la anatomía, pero la que conviene a un eclesiástico; su disertación o memoria en que da la razón de por qué las cosas obscenas se tratan con más desahogo en latín y no en lengua vulgar, es de lo mejor que anda impreso; el motivo que da es porque el latín es una lengua gentil, las vulgares son unas lenguas cristianizadas, por cuando se comenzaron a usar después de la predicación del evangelio.

[8] Las islas Canarias.

[9] El autor que nos ha dado la mejor historia del Japón.

[10] El modo de obrar de los narcótico se refiere en los autores médicos que han escrito de la virtud de los medicamentos. Para dar una idea ligera, expondré traduciendo del célebre Diccionario de Trévoux el artículo narcotique; lo que dará una ligera idea de lo que han escrito los mejores médicos… “Narcótico, término de medicina que se dice de los remedios que procuran el adormecimiento; los narcóticos obran según que ellos calman y disminuyen el movimiento de los espíritus y los impiden durante algún tiempo de moverse con toda la viveza que es necesaria. La amapola, el opio, la mandrágora, el narciso, el beleño etcétera, son narcóticos; los antiguos, lo atribuyen a la frialdad que tienen de su naturaleza: Etmullero después de Willis piensa que los espíritus animales están compuestos de una sal volátil fluida, y que por la mezcla de los azufres o de aceites en que abundan los narcóticos, se disuelven. El parecer de monsieur Andry, que advierte se lo comunicó monsieur Fayon, es que la sal de los narcóticos se disuelve por un licor, sea el que fuere, y que sus partículas ramosas que restan libres de las sales, se enredan unas con otras y detienen el curso del a sangre y de los espíritus. En fin, otros juzgan que los narcóticos recierran el orificio de los nervios en su origen. Linder, en su Tratado de los venenos, dice que la acción de los narcóticos no es la misma en todos, cuando hay tantas causas diferentes que pueden causar el sueño y el adormecimiento, como la demasada abundancia en el cerebro, la cual dilatando las arterias y venas, comprime el origen de los nervios: la coagulación y espesura de la sangre, un cúmulo de flema o de sangre extraviada en el cerebro y otras mil cosas”.

 

 

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