Poesía chilena: Tomás Cohen

Presentamos cinco poemas de Tomás Cohen (Pelluhue, 1984) estudió Musicología y Arte en la P. U. Católica de Chile, Historia del Arte en la New York University y Traducción del Tibetano en la International Buddhist Academy de Katmandú, Nepal. Actualmente estudia Filología Tibetana y sánscrito en Universität Hamburg, Alemania. Tras formar parte de la Academia Literaria del Saint George’s College, fue becario de la Fundación Pablo Neruda el 2003. El 2014 participó en la Ashbery Home School y organizó una lectura bilingüe de Poesía Latinoamericana reciente en Brooklyn, NY. En Hamburgo, dirige la “Lectura del Puerto” (Hafen Lesung), un ciclo internacional de recitales multilingües de poesía y prosa, y es el editor chileno de la revista Asymptote

 

 

 

 

 

 

 

5 poemas de:

“Redoble del ronroneo”

(Pippa Passes-Buenos Aires Poetry, 2016)

 

 

 

 

A la velocidad del sonido

para Juana de Ibarborou

Hacia el rubor de rumbos anudados,

hacia su choque en un beso que encalla,

devolviendo minerales a las rocas

que mi río cuesta abajo arañara,

voy hacia antes, voy agua arriba

a verme verla

de pie en su pupila—

Pero clavo ni martillo ese día.

En la turba que dos bocas adiamantan

zumban moscos recados para el ámbar.

Pecas del granito, veo copos, y nadar

hojuelas de hierro a magnetita

por estratos del barniz de su mejilla—

Nunca, no, masca mi alicate

el alambre que su pestaña cosía.

Giro su primer molino de lenguas:

sin idioma, nos salpica el aspa.

Crujen al pálpito vagones

de ramos agonizantes en celofán y,

al son de un pétalo rajado,

una rama de coral derrocharía
cintas rojas por piernas o peldaños—

No, ni desborda su párpado

contra los barrancos que escalo

y muerdo y cargo.

La paz del vergel vicia la cerca,

mis latidos tiran piedras a sus lagos

y me veo verla,

de pie en su pupila,

bajo el techo alocado del gran árbol

que una sola semilla lenta explota.

Minutos, ¡más!, hondura del abrazo

con temblores de una flaca escalera de caracol.

Aún, sí, ojalamos

hebras mirada adentro—

Pero engancha el río, cuesta abajo,

mi carne de ropa, mi rostro de máscara

y mi pupila, sola, atrasada, trota, atrasada

con el trueno del relámpago en las manos.

 

 

Pasamanería

 

Pastor a goterones

de plomadas, de medusa,

sin hallar la cueva

te llueves, de bruces

y rosas lamentables

de papel que incendia

traman la frazada

de vello sobre el niño.

Pastor sin adonde

el balar huyera,

te refugias en la flauta

como si ordeñaras

y pisadas de ola,

venturosas en la arena,

espuman, abruman

instantes de hueso.

Niño lanudo, pastor seco,

¿qué tambor atruena?

¿Qué algazara

todavía vuelca estantes

y estampa antílopes en bicho?

Pastor manco, niño empapelado,

¡qué bombo en estadio vacío

apenas para circuir que ablanda!

¡Qué escabeche genital y veneno atento

no más para regar con monedero!

Del leopardo del suelo jaspeado por llovizna

que trepa sin garras, de manchas a vapores,

no distingo ya tu néctar estrellado

y del cadáver delantero a tu siga

va al mercurio un dolor de lingotes.

Momio adolescente, tallaste

tu milagro molesto como un leñador. Dale

con tu purga y durma, con tu disparate,

liquidación y aguacero—

Mas, todavía

la felpa de potro rellena a un conejo,

todavía, el pecho de fiesta que no invita,

idos los ladrones, todavía

ladra enrejado un corazón,

¿de quién?

 

Legado por un pelo

 

¿Un fósforo tomo o
una brizna de vaharido?
¿La brasa de abrazo
o un simple pelo caído?

Lo desenredo de un botón
como el cable a una audición
o como si abriera un viejo archivo.

Antes de tragármelo, lo miro—
Me enhebra y ahorca
su hilo de vino
color alazán que
no es ni fuera mío.

Por un prado entre cojines y latidos
que taladran mi corazón y mi oído
oiré galopar sin pozón su jamás, mío.

 

Primavera

La verdísima hoguera del trámite volado
hierve en su olla de follaje el caldo.
Derrama sed el cántaro, el canto echa su hedor:
se pintarrajea más primera vez.

¡A través! ¡A través! Niñita violadora
con paseo de clavel inmenso boca abajo,
con brazos en raíces —la muy semilla—
y a rastras las girantes nucas de esclavos.

Al redoble del ronroneo alza, riente,
las entrañas terrestres con ternura.
Es bomba de savia e inflación de fruta:
la glandular propulsión polinizadora.

Tras el agua en el aire, apenas lluvia,
y antes de la arena, casi nieve,
tras la caspa y la costra de agua lodo,
para el dado. Ficha en la casilla roja.

Iza antorchas contra frescos cavernosos
y pica niveles de arbusto en llamas.
Tras horas y estaciones mordiéndose la cola,
la mañana del año antoja adorar.

 

 

Salmuera

 

Sabes a mar, sabía el aire

que al agua más grande

íbamos para morir de sed.

Adentro, secreto e inmenso aire

que salaba en últimos besos

carne seca para el viaje arduo.

Inmensa, celeste herida

que el dejar de mirar abre,

sueltas nuestros días por años

como sabuesos o lágrimas.

Inmensa, celeste herida

que el dejar de mirar abre,

retiras al corazón de los ojos

como al verdor de las ramas.

Adentro, secreto e inmenso aire

de ti a mí, iba en nuestro beso

por dulzuras a un cuesco amargo.

Sabes a mar, sabía el aire

que nuestro fruto, como el sol,

inhalaba su rubor para caer.

 

 

 

 

 

 

 

Datos vitales

Tomás Cohen (Pelluhue, 1984) estudió Musicología y Arte en la P. U. Católica de Chile, Historia del Arte en la New York University y Traducción del Tibetano en la International Buddhist Academy de Katmandú, Nepal. Actualmente estudia Filología Tibetana y sánscrito en Universität Hamburg, Alemania.

Tras formar parte de la Academia Literaria del Saint George’s College, fue becario de la Fundación Pablo Neruda el 2003. El 2014 participó en la Ashbery Home School y organizó una lectura bilingüe de Poesía Latinoamericana reciente en Brooklyn, NY. En Hamburgo, dirige la “Lectura del Puerto” (Hafen Lesung), un ciclo internacional de recitales multilingües de poesía y prosa, y es el editor chileno de la revista Asymptote

Para un registro de sus actividades: www.tomascohen.com

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