Cuento mexicano actual: Rafael Tiburcio García

Presentamos un cuento de Rafael Tiburcio García (Villahermosa, 1981) que forma parte de Cuentos de bajo presupuesto. Estudió Ciencias de la Educación en la Universidad La Salle Pachuca y es maestro en Estudios Humanísticos en Literatura por parte del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey.  Es autor de la novela Rabia | Ikari (Cecultah, 2015) y de Cuentos de bajo presupuesto (Cecultah, 2014), merecedor del Premio de Cuento Ricardo Garibay 2014.

 

 

 

 

 

 

 

 

QUIMERA

 

por Rafael Tiburcio García

 

A Omar Hebertt

La quimera deambulaba por la sala mientras la porrista hojeaba ejemplares viejos del TvNotas: Xavier López sólo se hizo cargo de su hija hasta que ella lo demandó. Fotos de antes y después demostraban que Ninel Conde sí se había operado las “bubis”. Un reportero halló la agencia de talentos en Nueva York en la que Gina Montes, 50 kilos después, continuaba en activo, con lo que eran desmentidos los rumores de una supuesta muerte y el entredicho de su sexualidad.

«Puiyi.»

El sonido junto a su pierna la distrajo. Ella no terminaba de acostumbrarse a esa presencia. Bajo esos ojos enormes como limas, el pequeño hocico de la bestia, a medio camino entre una cobaya y un gato, emitía un sonido que parecía distinto cada vez.

«Puiyi.»

Aquel maullido similar al sonido de un pato de hule desentonaba con el decorado de la sala: un Sagrado Corazón, un montón de perlas y cuentas de colores, un pentagrama esotérico, una Santa Muerte en un altar, velas moradas. Todo lo que alcanzaba su mirada, un sincretismo incomprensible, era aplastado por aquellos ojos de enorme iris.

La quimera quería una caricia y no dejaría de mirar a la porrista hasta recibirla; a eso estaba acostumbrada.

La última vez que se leyó las cartas, mientras revolvía por cuarta o quinta vez la baraja española, le había preguntado a la Maestra el origen de la criatura.

—Me la trajo mi ex cuando fue a China.

Allá se habían vuelto mascotas muy populares. En Estados Unidos y Europa todavía eran muy quisquillosos al respecto, le explicaba.

—Los europeos están obsesionados con alimentos orgánicos, a las plantas ni las tocan; en el Gabacho, en cambio, no quieren experimentar con animales ni con personas; pero en China la cosa es más relajada. Si comen feto en salmuera, alacrán y ciempiés frito, era sólo cuestión de tiempo.

Originalmente el proyecto surgió en Japón. “Primero los tamagochis, luego esas almohadas dakimakuras y ahora esto”, había pensado la porrista. Rápidamente se habían puesto de moda entre sus adolescentes. Para reducir sus costos, la empresa Tamashi Lab había instalado granjas en China.

—¿Lo tuvieron en cuarentena? —preguntó la porrista aquella vez.

—Sí, para ver que no trajera algún parásito.

A partir del segundo lote las criaturas ya no podían reproducirse porque hubo un incidente en Australia cuando un par de ejemplares se les escapó a unos niños en Melbourne. En el Selecciones había salido un artículo sobre sus traficantes, que los cazaban en las Tierras Altas del Este y los vendían en el mercado negro.

—¿Terminaste de barajar?

—Sí.

Y comenzó a tirar las cartas.

 

La porrista rememoraba aquel último encuentro cuando la quimera se restregaba en su pierna mientras ella leía el TvNotas. La acarició un par de veces para que dejara de molestarla y de nuevo aquel sonido, ahora como una especie de agradecimiento. La criatura se alejó arrastrándose y la porrista escuchó pequeños truenos, la electricidad estática que producía el pelaje al rozar constantemente la alfombra.

“No me sorprendería que en cualquier momento diga Pika, Pikachu y se meta en una pokebola”, pensó la porrista, sobre todo porque a la quimera, efectivamente, la habían traído en una jaula esférica con el logotipo de Souless, la distribuidora de Tamashi en América.

La Maestra aún no terminaba de atender a la muchacha que llegó antes que ella, la que era secretaria en la dirección de su escuela, la que siempre se preocupaba por su trabajo, pero que esa tarde no paraba de preguntar por el muchacho de las copias, del que era pareja desde unos meses antes, porque “andaba de coscolino” con las alumnas y ella quería saber cómo podía amarrarlo definitivamente.

La Maestra le decía que tuviera fe porque todo tenía que salirle bien y le dio un amarre de jugo de calzón y gato muerto para enterrarlo en el panteón.

La porrista aguzaba el oído para ver de qué otro chisme se enteraba.

En la preparatoria, la secretaria tenía fama de “loquita y ridícula”. «Si estuviera en una telenovela, sería el patiño, Rafael Inclán o Carmen Salinas, seguro», le había dicho su amiga Saori, capitana del equipo de animadoras.

Al terminar la consulta, la secretaria y la porrista se despidieron con la mirada, en el entendido de que ninguna de las dos podía revelar a nadie aquellas visitas. Así era siempre. Con quien fuera. La porrista pasó a la mesa, la Maestra la saludó:

—¿Cómo has estado?

—Bien, gracias.

—¿Cómo te ha ido con tu amiga, ya se tranquilizó?

—Desde que le puse el trabajo se calmó un poco, pero sigue.

La porrista barajó el mazo siete veces y lo partió en tres. La Maestra comenzó a tirar las cartas, a ordenarlas en un patrón que sólo ella comprendía y a traducir los bastos, oros, copas y espadas en designios comprensibles.

—Vuelve a salir una muchacha rubia, ¿cómo dijiste que se llama?

—Saori.

—Como la de los Caballeros del Zodiaco. Sí es cierto, ya me habías dicho; qué chistoso, yo tengo un sobrino que se llama Aioria, ja. Bueno, ella te está poniendo cuatros, habla mal de ti a tus espaldas, te tiene mucha envidia.

—Pero ¿de qué?

—Pues no sé, pero está loca, loca. Aquí me sale que le gusta la copa, muy apática, muy negativa ante la vida, me sale que todos sus comentarios son burlones y que influye mucho en la gente que está con ella. Te tiene envidia, mira, me vuelve a salir en ésta y en esta otra, la reina de bastos.

La Maestra siguió tirando las cartas.

—Y, aguas, porque ha seguido de coqueta con tu güey, muy sonriente, muy mustia. Las dos están en el equipo, ¿verdad? Me sale que pasan tiempo juntas.

—Sí. Ella es la capitana y cuando no va yo me encargo.

—Y eres mejor que ella, ¿verdad?

—¿Sí? No sé, la verdad.

—Uy, modesta. Sí, eres mejor, mejor líder, al menos eso me sale aquí, que varias personas cercanas lo piensan y eso a ella le encanija.

La porrista volvió a barajar siete veces las cartas y a partirlas en tres.

—Pero ¿qué más puedo hacer? Ya puse todo lo que me diste, ya me limpié con carne cruda, ya la velé y escribí su nombre con tinta china en mi pie izquierdo, pero no se está en paz.

—Pues, mira, aquí me sale algo raro, y es raro porque, bueno, cambia; las cartas, tú lo sabes, te pintan un panorama a corto plazo, de meses o hasta menos, y aquí me está saliendo… muy raro, tu vida gira alrededor de algo pero no me sale qué es, un animal, un objeto ¿Tienes mascotas?

—No.

—Pues no sé… en serio, me sale que algo cambia.

—Pero ¿por qué?

—No sé, las cartas no me dicen. Hay algo aquí, pero te digo que no es claro. Es como si tu vida girara alrededor de… pues de nada… o sea, no es que sea nada, sino que las cartas no muestran qué es, sólo te muestran a ti y a los que te rodean, alrededor de algo.

—Pero ¿qué dicen las cartas? ¿Qué cambia?

—El futuro, todo el tiempo. Las cartas igual, saber qué pasará lo cambia. Tendrías que comportarte como si no supieras y eso es imposible porque lo que te dicen te predispone, ¿captas? Así que no sé, algo pasará. Y hoy.

—¿Hoy?, pero ¿qué puede ser?

—Pues no sé, algo que yo te diga o algo que tú misma pienses, o que ya pensaste.

—Me enredas.

—Ja, ja.

—¿No sería mejor si me dijeras qué va a pasar?

La Maestra se concentró un momento ordenando sus pensamientos.

«Puiyi.»

La porrista respingó en su silla y miró al piso; a la luz de las velas los ojos de la criatura brillaban con destellos rojos que le daban un aspecto espeluznante.

—Ay, tu animal me hace pegar unos brincos.

—No lo asustes porque es miedoso. Mejor hazle caso porque me voy a tardar.

La porrista acarició a la quimera detrás de sus orejitas redondas y observó con morbo esos ojos saltones que parecían llenos de inteligencia, pero que al mismo tiempo se notaban planos, como si no hubiera un alma detrás de ellos. Por un momento pensó que incluso le gustaría tener el suyo, buscar en Mercadolibre o en eBay alguno que ya estuviera en el país para no tener que dejarlo en cuarentena en el aeropuerto. Uno que ya estuviera vacunado y esterilizado. Uno que fuera de otro modelo, que no dijera “puiyi” ni “pikachu”, ni tuviera esos ojos vacíos que tanto la asustaban.

La Maestra miraba algo que estaba detrás de la porrista; mientras movía sus manos como tratando de ordenar un diagrama, la muchacha acariciaba a la quimera.

—Ok, no tiene mucho sentido, pero ahí va. En “dos”, o sea, dos días, dos semanas o dos meses, darás la mejor presentación de tu vida, ¿tienen un partido pronto?

—Sí.

—Pues tu amiguita no podrá ir porque estará ocupada con alguien, así que te tocará a ti. Aquí se muestra el éxito, así que una de dos: o tu equipo gana o ustedes le echan tantas ganas que triunfan, aunque el equipo pierda. Tu amiga se va a enterar y eso va hacer que se ponga verde de envidia. Tanto será su berrinche que dejará de guardar apariencias y te quitará a tu novio.

—¿A mi Juan? Ay, no.

—Después de eso se va a venir una pelea tremenda. Uy, no, se van a dar hasta con el perico. El problema es que luego ella se las va a ingeniar para hacerte quedar como la mala del cuento, te echará a todos encima, hasta tu Juan. Después de eso vas a tener muchos problemas para hacer amigos, vas a estar sola todo el rato y, por lo mismo, te va entrar una depre bastante fuerte, te va a pegar tanto que hasta vas a querer tomar la puerta falsa.

—Ay, ¿cómo crees?

—Bueno, ya verás.

De pronto salieron un par de cartas altas.

—Oh.

—¿Qué?

—Una conocida tuya se va a casar.

—¿Y eso qué tiene que ver con lo que me pase?

—No sé, pero me salió.

—Qué raro, no conozco a nadie que tenga planes de boda.

—Pues esta conocida se casa y te invita. Aquí sale que te invita porque, aunque tú no lo sepas, te tiene mucha estima pues comparten un secreto. Para ti también será una sorpresa. Y aquí empieza todo, porque esta conocida tiene un problema con el novio por ese algo de lo que te hablaba, y es así como llega a tus manos. No sé si te lo vende o te lo regala, el caso es que esa cosa pasará a ser tu propiedad y luego de un tiempo tu vida empezará a girar alrededor de ella.

”Después, Juan se volverá a acercar a ti. Saori estará hecha una furia. Ten cuidado porque si se pone muy loca hasta es capaz de irte a golpear o algo. Ten mucho cuidado. Cuando esta fulana ya no sepa qué más hacer buscará ayuda profesional para seguir engatusando a Juan. Tanto tú como ella se pondrán trabajos: ella para fregarte, tú para tratar de calmarla.

—Y ¿ella te vendrá a ver?

La Maestra se quedó callada unos segundos.

—Sí, ¿verdad?

—No me sale eso. Sale que busca ayuda profesional nada más, pero no salgo yo. Y si fuera yo, pues no le hace: le hago su trabajo y luego te hago a ti una limpia para contrarrestarlo.

Tras otro silencio la Maestra continuó:

—En una de ésas se van a encontrar en el panteón. Las dos van a tener una discusión muy fuerte, van a llegar hasta las agresiones físicas, aguas. Para no hacértela más larga, algo la va a asustar mucho, ella se va a echar a correr y se va a caer en una de las fosas. Je, je. Me sale que hasta la rodilla se rompe.

”Así que no te preocupes mucho. Mira, al final todo te tiene que salir bien, vas a ser la nueva capitana del equipo, ella se va a tener que salir de la escuela y hasta Juan va a volver a ti, arrastrándose. Y cuando eso pase, venme a ver para que te hagamos un buen amarre, el mejor, hasta te voy a hacer descuento con tal de que me digas: “Maestra, todo pasó como me dijiste”.

La adivina tomó el mazo y, haciendo un abanico con las cartas sobre la mesa, le dijo:

—Piensa en tres preguntas y toma una carta.

La porrista tomó la primera.

—¿Y qué es ese algo del que hablas?

Entregó la carta.

—Aquí no me dice nada, pero es la clave. El problema es que no aparece, aunque es lo que pone todo a circular. Mueve muchos sentimientos, eso sí, pero no sale en las cartas, y fíjate que eso me ha pasado mucho últimamente. Bueno, segunda.

—¿Qué tan seguro es que pase lo que me acabas de contar?

La Maestra leyó la segunda carta. Luego de una risita para sus adentros dijo:

—Mira, puede ser que nada de esto pase porque ahora lo sabes, puede que ahora hagas algo diferente y ya nada de lo que te dije ocurra. Te hablo en general, hay muchas cosas particulares que nunca salen en las cartas y necesitan otro tipo de pronóstico. Última pregunta.

—¿Cómo ves mi futuro, pinta bien, entonces?

—Yo veo que el tuyo pinta bien —dijo, repitiendo la fórmula de siempre.

Ambas platicaron de algunas otras cosas. La Maestra le cobró la sesión y la porrista se levantó. «Puiyi.» La porrista se puso en cuclillas, acarició nuevamente la cabeza de la quimera y se despidió de ella.

—Pórtate bien, pelusita, no le des mucha lata a tu mamá —le dijo.

La criatura la miraba con sus enormes ojos vacíos, disfrutaba de las caricias sin mostrar interés de su procedencia. A la porrista le gustó esa frialdad, mayor que la de un gato y que la de un reptil. Definitivamente buscaría una en internet llegando a casa.

Ya era de noche cuando salió de aquella residencia ubicada en una colonia de clase alta. La luz naranja de un farol se reflejaba en su piel hasta que se apagó, al mismo tiempo que otro, que había dejado atrás, se encendía. La porrista caminó por la calle vacía, hacia el ruido de la avenida que se veía a lo lejos, con las luces blancas de los coches iluminándole las piernas.

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