Cinco poemas de El movimiento de la tierra, Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2016, de Santiago Espinosa

Presentamos cinco poemas del poeta Santiago Espinosa (Bogotá, 1985) de su libro El movimiento de la tierra, con el cual fue ganador del Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2016. Santiago Espinosa, poeta y crítico literario. Estudió filosofía y literatura en la Universidad de los Andes. Actualmente es profesor del Gimnasio Moderno de Bogotá donde coordina su Escuela de Maestros. Poemas y ensayos suyos han aparecido en diversas publicaciones de su país y del exterior, y ha sido traducido al italiano, al árabe, al griego y al inglés. Escribe habitualmente para la Opera de Colombia y para varios medios. En 2010 publicó Los ecos, su primer libro de poemas. Lo lejano, su segundo libro, fue publicado en Ecuador por El Ángel Editor (2015). El año pasado la editorial Valparaíso de Granada, España, publicó su libro Escribir en la niebla, compilación de ensayos sobre 14 poetas colombianos. Su libro El movimiento de la tierra ganó el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2016. Incluimos, además, un breve comentario del poeta colombiano Federico Díaz-Granados.

 

 

 

 

 

El Movimiento de la tierra es el tercer libro del poeta bogotano Santiago Espinosa con el que logra alzarse con el consagratorio Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines en México. Hay en este libro un acopio de afectos que permiten que Santiago nos entregue una voz decantada y honesta. Desde niño el poeta vio a su padre analizar los temblores de la tierra y encontrarle los matices a los sismos, no solo como un fenómeno de la naturaleza sino como un hecho de una estética y misterio. Así El movimiento de la tierra no pretende ser otra cosa que un testimonio de aquellos sismos que la música, la poesía, los oficios, los objetos y las ciudades, entre otros han suscitado la escritura de unos poemas que hoy se revelan ante nosotros como panorámicas de un mundo posible, entrañable, de todos.

Federico Díaz-Granados

 

 

 

Interior au violon

 

Matisse le ha dado luces a un encierro

que no era la alegría de la vida.

El negro abisal de una ventana entreabierta,

el violín en su estuche de oscuridad

incapaz de traducir las gradaciones del océano.

 

Similar a un sueño, cuesta entender

qué es el arriba o el abajo.

El esplendor de lo sencillo

sobre una superficie en reposo

donde no llega el invierno ni la muerte.

 

Por un momento podemos sentir

la vecindad de la palmera y las olas

imaginar que el violinista

se ha ido a la playa o a morir

y en el estudio ha quedado

toda la música del mundo.

 

Se necesita olvidar mucho para pintar de esta manera.

Aprender a mirar los objetos como umbrales

entre el fuego y la semilla

hasta hacer de la luz un niño que se asoma.

 

Mi padre heredó esta réplica. La imagen lo acompañó

en los mejores años de la vida.

Allí supe que él también quiso huir, antes de nosotros,

perderse en su mar, también que quiso hacer del interior

un espacio propicio para la música.

 

Miro este cuadro donde un sonido deslumbrante

está a punto de abrirse. Y es otra vez el mar

el que espera por nosotros, mi padre y yo,

es otra vez la música. Como un vacío

que aún en la huida de los cuerpos

hace que triunfe el color sobre la gravedad y los días.

 

 

 

El Señor de la Máquina

 

Para arreglar la calle mandaron la excavadora,

después a un empleado que cuidara de la máquina

durante todo el feriado. Y ahí sigue.

Lejano embajador de una misión superior.

 

Lo vemos cuando él no nos observa.

Cuando nosotros nos marchamos

son sus ojos los que esperan,

atentos bajo el sol o el frío,

el pantalón azul y la cachucha

sentado en el puesto del conductor

a falta de un mejor refugio.

 

“El Señor de la Máquina”, dicen los niños

de la cuadra. El hombre espera

al interior,  insomne.

Tamborilea un ritmo

pasado de moda en el timón,

consciente de que sus hijos y su esposa

lo saben vigilando los peligros, orgullosos.

 

Los hijos y la esposa del Señor de la Máquina.

Al otro lado de los radios, el sueño.

 

Él en su trono descapotado

entre el asfalto y las estrellas

y una canción en voz baja

para no despertar a los niños.

 

Hay una alianza antigua entre el hombre

y su herramienta. La máquina se inclina

largamente con su juego de dientes,

como un dragón cansado.

 

Para Ramón Cote.

 

 

 

Fosa común

 

Te abres el pecho

largamente

y allí encuentras

 

dos libros

 

casas que no alcanzaron

su estatuto

de moradas

 

el ojo de los dormidos

como un carbón

bajo la niebla

 

sigue cavando

 

los rostros de tus abuelos

amarillos

por el cáncer

 

el uno era político

y soñaba con los trenes

 

el otro un músico

que le cantaba

a las luciérnagas

 

Montañas arrastradas

por un río

de voces

pedregosas

 

y más abajo

el mar,

 

ha sido inútil el arte

de cavar huellas.

 

Abrir un agujero

entre la hierba

y los

papeles

dispersos

 

para mirar de nuevo

las estrellas.

 

 

 

Pájaros barranqueros

 

Pájaros barranqueros

traen el péndulo del mar

 

grabado sobre las plumas

que les cubren la cabeza.

 

Reptiles siguen su vuelo

desde abajo,

con esplendor mortífero,

 

se disputan los cazadores

su heráldica sexual.

 

Ellos demoran la nieve

y me visitan

 

otra mañana,

 

llevan hasta mi casa

las migajas

de un paraíso clausurado

 

y esta belleza

que excava.

 

 

 

Oda a Celan

 

“Sous le pont Mirabeau coule la Seine”

Apollinaire

 

Fuimos al puente Mirabeau

para pagarte una promesa.

Las horas pasaban

sobre el Sena, las vidas

cada vez más diminutas

y más rápidas. Confiados,

pensando que un suicida

escogió el lado de la Torre,

que nada termina de caer,

arrojamos al agua

una moneda.

 

Para Carolina Londoño

 

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