Cuento mexicano actual: Jorge Iván Chavarín

Presentamos en Círculo de Poesía un cuento de Jorge Iván Chavarín (Culiacán, 1991). Egresado en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Autónoma de Sinaloa y de la Escuela Normal de Sinaloa. Ha participado en distintos cursos y talleres con escritores como Élmer Mendoza, David Toscana y Federico Campbell. Ha publicado cuentos y ensayos en revistas regionales y nacionales como Terrario, Akáes, La Sombra, Fricciones y Timonel. Becario Interfaz en el programa Los signos en rotación en 2016. Fue partícipe en la antología de cuento Todos los nombres cuentan.

 

 

 

 

Comandante

 

Casco desalineado, fusil abajo, camisa desfajada y estar con doscientos hombres, tres mujeres y sentirme sola. Mi nombre es Flor, Comandante, y todas las noches lloro a un lado de la alberca.

Permiso, Comandante, permiso para llorar por todas las fotografías de mis amigos que usted quemó, por todos los fines de semana que pasé en los cuartos de castigo, limpiando pisos o haciendo guardia en la enfermería. Permiso para llorar por los juguetes que rompió, regalos de mi hermano,  el oso degollado y los soldaditos de plástico que no pudieron sostener el peso de su pie; por las muñecas de mi hermana que se escondían entre mis sabanas y usted cruelmente les pasó la guillotina sin la oportunidad de un juicio previo. Lo vuelvo a repetir, Comandante, mi nombre es Flor y mi número  es el 0187830, he perdido mi casco quince veces y perdí a mi madre esa noche en que usted no me dejó salir, esa noche del quince de octubre donde limpié el comedor de la sección A y organicé cada uno de los  informes médicos.

Recuerde, Comandante, cómo llegué a la academia con mis trenzas y mi vestido amarillo. Quiero ser doctora para curar a todas las personas. Recuerde, cómo me desnudo frente a todos, y cortó mi cabello. No quiero ser maestra, papá, quiero ser doctora. Y búrlense de sus calzones rosados  y su panocha pelona. Y si me rechazaron en la universidad del estado todavía está la Médico Militar, papá, y no me voy a arrepentir. Primero se es un soldado y luego se es  médico: el verde antes que la bata blanca. Y cuando todos pararon de reír me dio mi uniforme y mi número. Claro que soy feliz papá, estoy cumpliendo mi sueño de ser doctora. Y no tendrán su bata blanca hasta que los cayos de sus pies exploten y los nervios hinchados de su cerebro ya no puedan más, antes de ser médicos primero los tengo que convertir en soldados.

Perdóneme, si mojo sus botas con las lágrimas de un padre que no puede ver a su hija y con las de una abuela que agoniza y espera ver a su nieta más joven. Este fin de semana tampoco pondré ir, me toca hacer guardia. Recuerde, Comandante, cómo tomó su fusil y con el sable cortó todas las rosas de la tumba de mi madre. Disparó y perforó las cenas navideñas, los cumpleaños, los cuentos de hadas, los besos antes de dormir y sin poder hacer ningún reclamo, me puso a limpiar su mosquetón. Lo quiero resplandeciente y quítele las salpicaduras de memorias, que los sueños de juventud le hacen perder el brillo. Me ordenó  mientras descansaba en la lápida de mi madre y limpiaba su sudor con sus últimas palabras.

Firmes, ya; paso redoblado, ya; tomar distancia, ya. Nos colocaba en formación, nos arrebataba uno por uno nuestros sueños y hacía que nos tragáramos nuestro pasado. Dábamos vueltas por toda la zona militar y se nos caían las carteras, las actas de nacimiento, los pasaportes, las llaves de la casa materna, los crucifijos de la abuela, las cadenas con nuestros nombres, las expresiones, las identidades, el rostro y a los más desafortunados se les veía caer el alma que aplastaban los árboles genealógicos. Flanco izquierdo, ya; flanco derecho, ya; columna por uno, por dos, por tres, ya. Cenábamos las esperanzas del compañero de lado  especiadas con pimienta y sal. Y dormíamos boca arriba mientras usted hacía rondas para surtirnos de pesadillas. Paso rápido, uno dos, ya; alto, ya. Los lunes izaba bandera con nuestras tripas y una tela con la piel del más débil (normalmente era la mía) se movía con el aire de los soplidos del gigante de su ego.

Se lo repito por tercera vez, Comandante, por si no ha logrado escuchar: mi nombre es Flor, duermo con doscientos hombres, tres mujeres, mil setecientos fusiles, tres mil ochocientos cascos y un corazón apenas.

También puedes leer