Apuntes para una literatura ancilar: Defensa de la lectura en voz alta

La práctica de la lectura en voz alta nos revela el sentido profundo del texto; nos conduce al ritmo en que el pensamiento fue expresado por el autor y por tanto a comprender los matices afectivos, la intención y la forma; la musicalidad del texto literario. En esta entrega de Apuntes para una literatura ancilar, Mario Bojórquez nos comparte su Defensa de la lectura en voz alta,

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Defensa de la lectura en voz alta

 

 

 

Cuando nos preguntamos por qué los jóvenes de hoy no encuentran un verdadero espacio de goce en la lectura, las respuestas son casi siempre las mismas: “no se tiene costumbre, los materiales disponibles son aburridos, leer lleva mucho tiempo, la lectura exige una atención para la que no se está entrenado”, etc. Pero una verdad que nunca se evoca es que a los profesores no les gusta leer, de hecho, les parece una actividad engorrosa y aflictiva, cuando leen lo hacen para preparar un trabajo o porque es una exigencia curricular. Sin profesores lectores difícilmente tendremos alumnos lectores. Cómo podremos, entonces, en el ámbito de la escuela preparar a los profesores para que, en su caso, ellos tengan la suficiente competencia que provoque en los alumnos el deseo de leer y compartir lo leído. Necesitamos, primero, una voluntad, un deseo de implicación en esta tarea, en segundo lugar, un entrenamiento en lectura de voz alta, es justamente la musicalidad del verso o la prosa uno de los elementos fundamentales de una composición literaria; nadie gozará con la lectura de un tartamudo que constantemente cortará el hilo y la fluidez de una composición, o la lectura de alguien que no es capaz de elevar la voz con intención suficiente para identificar los matices afectivos de un poema, simplemente, quien tenga una dicción deficiente del español nos provocará distracción, aburrimiento o risa burlona. Aún en el espacio universitario, todavía más, en la carrera de literatura, los alumnos y profesores no están entrenados para una lectura en voz alta, no se practica la lectura en voz alta, no se considera un elemento básico en la formación de un posible profesor de lengua y literatura futuro, se piensa quizá que esa es una virtud personal o un don particular que no todo el mundo puede ejercitar o sencillamente es algo que no es importante. Pero si queremos formar lectores de excelencia, no existe mejor incentivo que la buena lectura en voz alta.

Con la lectura en voz alta, sabremos distinguir, solamente por su sonido, a un soneto de una décima, un romance de un cuarteto alejandrino, si su rima es abrazada, cruzada o tercia, si es verso libre, blanco o prosa, por el sonido sabremos si se trata de un endecasílabo heroico, enfático o melódico, si tenemos un endecasílabo sáfico y su contraparte estrófica en un pentasílabo adónico. Todo eso perdemos con la lectura en silencio de la poesía. Un profesor entrenado deberá reconocer todos estos elementos rítmicos de una composición, y además, deberá identificar las figuras y licencias retóricas que se corresponden con un uso musical, como las aliteraciones, sinalefa, hiato, sinéresis o diéresis, de otro modo leer la palabra “rüido” en la Vida retirada de Fray Luis de León será un verdadero suplicio para el oído. Habremos avanzado mucho si al menos tenemos lectores bien entrenados, no se pretende con esto crear actores o locutores, no es el propósito, estamos hablando de cierto decoro en la lectura en voz alta. Y para la prosa, cómo podremos reconocer sin la ayuda del sonido el vértigo que nos provoca El señor presidente de Miguel Ángel Asturias o la prosa geométrica y mesurada de Jorge Luis Borges, cómo podremos distinguir la lectura de Juan José Arreola en La Feria de la Juan Rulfo en Pedro Páramo. Con la pérdida de la lectura en voz alta en las escuelas, hemos perdido también la memoria literaria, no podemos como pide el programa de la SEP expresarnos con “claridad, coherencia y sencillez”, mientras no pongamos en uso nuestras habilidades expresivas. Este verano, en una conferencia a los alumnos del doctorado en escritura creativa de la Universidad de Cincinnati, expliqué la acentuación del pie métrico troqueo en español, no lograban identificarlo, era el Nocturno de José Asunción Silva, pregunté si alguien sabía rapear, un alumno comprendió inmediatamente, luego todo el grupo lo siguió, el troqueo del Nocturno era un rap. Hace poco miré en la Casa Silva de Bogotá una fotografía del manuscrito, el troqueo estaba marcado sobre las sílabas alternadas en el original.

Un segundo elemento fundamental para la lectura literaria es un pensamiento dinámico, la lectura nos hace pensar, reconocemos al leer el modo en que otro ser humano piensa y expresa ese pensamiento con una lógica que nos resulta hipnótica, produce fascinación seguir puntualmente un argumento, una elocución cifrada que genera efectos anímicos y desarrolla posibilidades de reflexión inéditas, modos expresivos que responden a pulsiones más secretas y que nos permiten adentrarnos en la psicología de un personaje o en la atmósfera de una escena.  Cuando leemos en Sor Juana: Al que ingrato me deja, busco amante, / al que amante me busca, dejo ingrata, / constante doy a quien mi amor maltrata, / maltrato a quien mi amor busca constante… encontramos que la figura que aquí utiliza es el retruécano, al disponer con las mismas palabras el pensamiento exactamente contrario en cada proposición, con Quevedo la oposición será más extrema a partir del oxímoron:  Es hielo abrasador, es fuego helado, / es herida que duele y no se siente, / es un soñado bien, un mal presente, / es un breve descanso muy cansado… En otro caso, aún más extremo, Antonio Plaza, nos revelará como funciona este pensamiento por oposición: Mujer preciosa para el bien nacida, / mujer preciosa por mi mal hallada, / Perla del solio del Señor caída / y en albañal inmundo sepultada / Cándida rosa en el Edén crecida / y por manos infames deshojada; / Cisne de cuello alabastrino y blando / en indecente bacanal cantando… aquí identificamos la paradoja, pues a cada proposición positiva se le opuso una proposición negativa que no implicaba una perfecta unión de contrarios sino un desarrollo dinámico. El profesor deberá estar entrenado para identificar estas operaciones del pensamiento que implican muchas veces gradaciones de una misma intención.

La lectura literaria debe ser siempre una tarea, debe implicar una suerte de esfuerzo, investigación, precisión de datos y de formas de expresión, en eso consiste su goce, nadie quiere leer un texto que no provoque pensamientos o sentimientos extremos, sacudidas del ánimo o de la convicción, vamos a un texto y sufrimos como la heroína de la novela, nos exaltamos en el personaje del drama, nos ocurren momentáneas depresiones insalvables en el poema lírico, confrontamos nuestra ideología con el ensayo encendido, etc. Leer significa vivir provisionalmente otras vidas, por efecto de la imaginación somos ese otro que late en parrafadas imparables, salimos del texto exhaustos o deseosos de que la vida sea de otra manera, que todo tenga un nuevo brillo y un nuevo esplendor. Cuando leemos en Alicia a través del espejo el discurso de Humpty Dumpty que explica el poema Jabberwocky, del cual dejamos aquí algunas versiones posibles:

Brillaba, brumeando negro, el sol;

agiliscosos giroscaban los limazones

banerrando por las váparas lejanas;

mimosos se fruncían los borogobios

mientras el momio rantas murgiflaba

—-

Era la asadura y los flexicosos telatirzones

girosquijaban y agujemechitaban en el praban;

Muy endeblerables estaban los zarrapastrojones

y los perdirrutados chanvertes bufisilbondaban.

—-

Asardecía y las pegájiles tovas

giraban y scopaban en las humeturas;

misébiles estaban las lorogolobas,

superrugían las memes cerduras.

—-

Cocillaba el día y las tovas agilimosas

giroscopaban y barrenaban en el larde.

Todos debirables estaban los burgovos,

y silbramaban las alecas rastas.

 

Aunque yo prefiero esta versión:

 

Era la asarvesperia cuando los flexilimosos toves

giroscopiaban taledrando en el vade

mísvolos estaban los borogoves

bramatchisilban los verdilechos parde

 

Nos enfrentamos a una escritura que requiere algo más, que exige de nosotros un esfuerzo especial, un compromiso por desentrañar el significado posible de esas palabras extrañas, de esos signos que encarnan una realidad que nos excede; afortunadamente, Lewis Carroll previó las respuestas a nuestras preguntas en la explicación de Humpty Dumpty a Alicia, habló de palabras portmanteau, o palabras maletas que incluían dos o más significados dentro de la misma palabra, así “asarvesperia” eran las cuatro de la tarde, cuando se empiezan a preparar las cosas para la cena, los “verdilechos” unos lechones verdes, etc.

Pero qué sucede cuando nos enfrentamos a un texto como el capítulo 68 de Rayuela de Julio Cortázar, donde no hay indicaciones previas o posteriores que nos den una guía para comprender el texto que “entendemos” pero “no entendemos”; qué quieren decir todas esas palabras extrañísimas que provocan sensaciones especiales que no podemos definir pero que realmente sentimos, qué es un “merpasmo” qué son las “hidromurias”:

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

 

Lo primero, seguramente, será preguntar a alguien si sabe qué es una “niolama” o una “gunfia”, si no obtuviéramos respuesta, buscaríamos en el diccionario, si acaso no registrara algunas de estas palabras, pensaríamos que se trata de palabras en otro idioma, cuando nuestro trabajo de investigación no prosperara, volveríamos al texto e intentaríamos otro tipo de análisis. Por qué razón entiendo “algo” pero no estoy seguro de “entenderlo”.  Quizá un análisis morfosintáctico, me permitiría reconocer algunas palabras: “él” y “ella”, por ejemplo me daría el indicio de que se trata de dos personas, masculino y femenino que interactúan; hay verbos reconocibles: “agolpar”, “caer”, “quedar”, “sentir” “temblar” etc.; hay preposiciones: “en” “de” “hasta”; adverbios : “apenas”, “poco a poco”, “suavemente”, “pronto”, etc. pero hay muchas palabras que no conocemos de cualquier manera, aunque sí podemos reconocer la función que desarrollan en el texto: no sabemos qué es “amalaba” pero si podemos imaginar el verbo “amalar” en pretérito, no sabemos qué es el “noema”, pero entendemos que es un sustantivo al cual se le ejerce una acción, “se le amala” y resulta que cada vez que el “noema” es “amalado”, el “clémiso” se agolpa, luego juntos “él y ella” caen en “hidromurias”, en salvajes “ambonios” en “sustalos” exasperantes. Parece que hay indicios para acercarnos al análisis más pertinente del texto. El profesor que nos ha acompañado en el ejercicio tiene una actitud de aprobación. Quizá nunca aprenderemos en la escuela cómo “ordopenarnos hasta el límite de las gunfias”, pero la vida, allá, afuera del aula, está llena de sorpresas.

 

Mario Bojórquez

 

 

 

Manuscrito del Nocturno «Una noche» de José Asunción Silva (1892)

Fuente: Historia de la Poesía colombiana, Bogotá, Casa de Poesía Silva, 1991

 

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