Obituarios de la carne de Gabriel Cisneros Abedrabbo y Acto textual de Rolando Kattán

Presentamos reseña y selección poética del nuevo libro de la Colección 2alas de El Ángel Editor,  Obituarios de la carne de Gabriel Cisneros Abedrabbo y Acto textual de Rolando Kattán, publicado recientemente en Ecuador. El texto crítico es de María Auxiliadora Balladares y antecede la selección poética de ambos autores.

 

 

 

 

 

 

 

 

 Obituarios de la carne de Gabriel Cisneros Abedrabbo y Acto textual de Rolando Kattán

 

La práctica de juntar en un solo libro dos proyectos escriturarios diferentes, de dos autores más o menos lejanos, conlleva siempre un riesgo: que el canal de comunicación entre ambos no esté claro, que la idea de juntarlos parezca arbitraria. Al leer Obituarios de la carne de Gabriel Cisneros Abedrabbo (Latacunga, Ecuador, 1972) y Acto textual de Rolando Kattán (Tegucigalpa, Honduras, 1979) en un nuevo libro de la Colección 2alas de El Ángel Editor surge inmediatamente la pregunta sobre qué une estos dos poemarios; dónde, más allá de sus méritos individuales, radica la posibilidad de publicarlos en un mismo libro, si el libro de Cisneros Abedrabbo es un testimonio desgarrador de la muerte como catalizador de la escritura poética, y el de Kattán, una selección de sus poemas, cuyos pilares son el humor y las imágenes lúdicas.

La respuesta me llegó, inesperada pero bellamente, por el lado de las genealogías. En el poema IV del libro del ecuatoriano, la voz poética hace un apóstrofe y se dirige a su madre: “Madre, / no solamente / me falta el inventario / de los viajes que emprendimos juntos / sobre la luna dormida, / tus huesos tronando en el / misterio de hablar con los ancestros, / el tatuaje invisible de la abuela palestina, / los poemas encerrados en el pecho; / no solamente es tu muerte / la que baila en mi angustia”. Por su lado, en el poema “El árbol de la piña” del hondureño, la voz poética menciona: “Al salir de Palestina, quería encontrar en / estas tierras el árbol de la piña, imaginaba / un árbol frondoso, parecido al que situó / Dios en el paraíso. // Abandonó su tierra con la esperanza de / una nueva y no encontró lo que esperaba. / En este poema, mi abuelo, puede / recolectar piñas de la copa de un árbol, / porque en un poema pueden crecer / incluso los árboles que no existen, los / milenarios frutos y hasta el país natal. // Sin embargo, insisto. Lo que quiero que / aquí retoñe no es el árbol, sino la / esperanza de que todavía hay un sitio / donde abundan los árboles de piña”. Ambos poetas cantan a sus abuelos palestinos en su ausencia. Desparecidas, muertas, ambas figuras regresan para habitar estos textos.

 

En el poema de Cisneros Abedrabbo, se construye una suerte de cadena de afectos familiares por la cual la abuela es la metonimia de su tatuaje invisible. El yo poético que melancoliza en torno al padre ausente, se dirige a su madre en su tumba quien, en su momento, padeció asimismo la ausencia de la mujer que la parió. Esa abuela palestina se dibuja en el poema como la primera pérdida, como el arcano al que se regresa para encontrar una imagen especular del dolor por la muerte del padre. En el poema de Kattán, el abuelo palestino se presenta como una figura quijotesca: el anhelo por encontrar el árbol de la piña en los territorios a los que llega es una forma de la utopía que asegurará para su estirpe no solamente una intensa relación con la nueva tierra, sino y sobre todo, la posibilidad siempre encendida del sueño, del deseo, de la esperanza. El abuelo, obviamente, no encontró lo que vino a buscar: el árbol de la piña como el que Dios situó en el paraíso. Ni árbol, ni paraíso; América es la promesa cuyo cumplimiento está siempre postergado.

 

Obituarios de la carne, el poemario de Gabriel Cisneros Abedrabbo consta de 26 poemas divididos y numerados; sin embargo, al leer el libro, este produce en el lector la impresión de que nos encontramos ante un solo gran poema. El tono melancólico que persiste de inicio a fin de Obituarios y el afán narrativo de estos textos son los motivos por los que se genera esa sensación.

En los primeros poemas, se presenta un yo poético moribundo; su cuerpo absolutamente destrozado, fragmentado, de extremidades ausentes; atado al lecho de muerte. Desde esa imagen inicial, la de una muerte ralentizada, empieza a desarrollarse el ejercicio memorístico y el trabajo narrativo de estos poemas.

 

Este poemario es un ejercicio de prospección, según el cual el yo poético, en ese escenario anticipado de su muerte, se dirige a todos sus afectos desaparecidos. El primero y el más importante, cuya pérdida se presentiza es el padre (aunque en realidad, a partir de que ocurre, la muerte es el único estado del ser que se conjuga siempre en presente). El yo poético moribundo se refiere a él en los siguientes términos: “Mi padre me pregunta quién soy / tendido sobre el mundo, / parecería que su memoria se ha ido / con las escaras que le cubren; / estamos muriendo en futuros distintos / y este vernos ahora aumenta la zozobra”. Susan Sontag ha escrito uno de los textos más bellos y sensibles sobre los imaginarios sociales en torno a las enfermedades en los últimos 200 años. En La enfermedad y sus metáforas se refiere a la tuberculosis como la enfermedad decimonónica por antonomasia y al cáncer como la enfermedad del imaginario sigloventino. En un ensayo posterior, se referirá al sida como la enfermedad de finales del XX. Ese ensayo, en el cual la pensadora estadounidense sostiene, que además del dolor y la muerte que producen en el plano físico estas enfermedades, todas ellas han sido plagadas de metáforas, han sido “hundidas en significados”. Así, la tuberculosis en el XIX es signo de un talante melancólico y prefigura siempre al artista, al músico, al poeta. El cáncer, por su lado, ha sido leído por ese imaginario, como provocado por el mismo enfermo, a causa de sus represiones: se trata de una enfermedad poco poética, indigna socialmente hablando.

A partir de las reflexiones de Sontag y del poema de Cisneros que acabo de citar, cabe pensar en la demencia senil o el Alzheimer como la enfermedad de nuestra contemporaneidad. El paciente que la padece va deteriorándose irremediablemente en el plano físico y su memoria adquiere formas no determinadas; el olvido actúa volviéndola informe e insoportable para quienes rodean al enfermo. Esta es una enfermedad que quizás huye del hundimiento metafórico al que se refiere Sontag debido a que arremete, en la mayoría de los casos, contra pacientes ancianos. La sociedad contemporánea suele desviar la mirada ante las personas viejas y sus vicisitudes. En esas circunstancias es que surge la enfermedad sin metáforas. Ante el hombre que pierde la memoria, que no tiene ni siquiera un lenguaje sino solo su cuerpo para padecer, solo queda el hijo recipiente de la pregunta: ¿Quién eres? El olvido del nombre es fundamental en este caso: el padre ya no puede nombrar y en ese silencio parecería que se termina un mundo. Es por eso quizás que Cisneros escoge la prospección de su propia muerte. Entre la muerte del padre y la del yo poético, ya nada acontece, ya nada es posible: “Mi padre, mi madre / y mis ancestros / giran desnudos frente a mí / esperando que despierte, / que se rompa la vasija / frente al fuego”.

 

El deambular del yo poético en los poemas posteriores dará cuenta de una forma de estar en el mundo atravesada de dolor: son muchas sus muertes en soledad en la ciudad. En esos poemas no hay apóstrofe: a nadie se dirige ese yo poético; no hay réplica posible. Las suyas son palabras como lanzadas al silencio. En los poemas finales del libro, el apóstrofe vuelve a surgir, sin embargo; pero esta vez no para dirigirse al padre o a la madre, sino a la mujer amada. Ahí ocurre lo inesperado. Esa mujer es su “último puente en el arribo feliz a la muerte”; ella idolatrará “las fotos de los que serán mis hijos”, según el yo poético, en un nuevo juego temporal ya no de prospección, sino de retrospección. Esta mujer, al hacer el amor, olvida los nombres de su padre y de su madre. Así cierra el poemario, ilustrando una nueva forma del olvido: aquel por el que es posible agenciar la propia vida, a pesar de que esta casi siempre implique forjarse unas cuantas verdades que la muerte eventualmente “confiscará”. Es un poemario de los ciclos este Obituarios de la carne de Gabriel Cisneros Abedrabbo.

 

Acto textual de Rolando Kattán es una selección de poemas suyos tomados de los libros Animal no identificado (2013), El árbol de la piña (2016), Ápsides y Otredad. Estos textos del escritor hondureño destacan por su originalidad. Llama particularmente la atención su cuidado e inteligencia al elaborar cadenas o, mejor, sistemas de ideas y de imágenes. El poemario abre con “Tratado sobre el cabello”, en donde describe las cabelleras de grandes figuras históricas y pensadores desde Noé pasando por Sócrates, Platón y Homero, Cervantes, Quevedo y Góngora, hasta los más cercanos cronológicamente a nosotros, Einstein y Hitler: “en la historia reciente / Albert Einstein fue el más despeinado del siglo XX / y Adolf Hitler por supuesto / el de los cabellos más ordenados / pero las cosas grandes también son cosas sencillas / como aquellos que llegan a casa apresurados por despeinarse / o los niños cuando aprenden del amor despeinando a sus madres / es obvio que los sueños nacen en las cabezas dormidas / porque siempre están despeinadas”. La sencilla sinécdoque a través de la cual se vinculan cabello y personaje o cabello e idea revela una suerte de inocencia y naturalidad del hablante lírico. Como diría Pessoa, a través de Alberto Caeiro, la cualidad de poeta implica ser siempre niño. Ese espíritu lúdico que recorre las páginas de este Acto textual inserta a su autor en la línea de escritores como Cortázar, Monterroso y Dalton.

 

Ese poder de lo lúdico dicta al poeta un texto como “Animal no identificado” según el cual Noé dejó fuera del arca a animales extraños, mitológicos, aquellos que fueron creados por los poetas. Reza el poema “de las aves sólo las domésticas / las gallinas los gansos los patos el gallo / y como consta en las sagradas escrituras: la paloma // se quedaron afuera los centauros / las nereidas los faunos y los animales esféricos de Borges / porque era muchos y muy grandes / también / la mayoría de los dinosaurios // pero de todos los animales que entraron / no reconozco al animal que recorre mi cuerpo” (47-48). La clave de la potencia de este poema radica justamente en que sus imágenes decantan en una vinculación con la propia corporalidad del yo lírico. Él no entiende, en el plano de la racionalidad, su devenir animal y quizás de eso se trata, de entender con el cuerpo esa potencia. La estructura semántica de este poema se plantea en los siguientes términos. Primero, la alusión a un referente histórico, en este caso, Noé y la labor de preservar la vida animal del planeta. Segundo, la enumeración –recurso frecuente de esta poesía– de los animales que no lograron entrar en el arca y los que sí lo lograron. Finalmente, el reconocimiento de parte del yo poético de una nueva forma de animalidad –la del devenir animal– que no se explica a partir de las dos primeras unidades semánticas en donde hombre y animal están separados. En esta última unidad semántica se abren nuevas posibilidades para el ser humano que se deja atravesar, recorrer, habitar por su animal.

En sus poemas, Kattán juega a deconstruir juguetonamente los hitos de la cultura judeo-cristiana y la historia occidental. En ese sentido su poesía se contrapone al lenguaje académico y abre paso a la risa, a la mirada y la palabra frescas. Quizás en estas relecturas que son sus poemas se pueden encontrar las nuevas formas de la vida que el abuelo palestino le regaló a su descendencia al instalarse en estas tierras. Al leer a Kattán me queda la sensación de leer un tipo de poesía que hoy es posible sólo en América Latina.

 

 

 

María Auxiliadora Balladares

Quito, noviembre de 2016

 

 

 

 

Selección de poesía

 

 

Gabriel Cisneros (Obituarios de la carne)

 

II

 

Una y otra vez

veo nombres extinguirse en la ceniza;

alguien coloca dos monedas sobre mis ojos

para que pueda pagar al barquero.

 

Abren mi cuerpo,

momifican mi recuerdo en una urna,

lloran mujeres que he olvidado,

tienen siete años de mi presencia

sobre su cuerpo.

 

La carne subyugada,

deja de ser ese calabozo lóbrego,

vuelven los átomos a disiparse,

tres generaciones

no son un signo en la pared.

Si no hay nubes después,

qué sentido tiene el poema

y la música en las manos de mi hijo;

para qué habrían hecho rituales

sobre la piedra virgen

todos los muertos del pasado.

 

Buda, Jesucristo, Mahoma, Hermes,

un grito ahogado, abatido,

solamente un grito.

 

Debe haber algo más

que el vacío sobre el universo de las entrañas.

 

Mi padre me pregunta quién soy

tendido sobre el mundo,

parecería que su memoria se ha ido

con las escaras que le cubren;

estamos muriendo en futuros distintos

y este vernos ahora aumenta la zozobra.

 

Mi padre me da la bendición,

Dios duele muchas veces

aunque no estoy seguro que exista.

 

IV

 

Madre,

no solamente

me falta el inventario

de los viajes que emprendimos juntos

sobre la luna dormida,

tus huesos tronando en el

misterio de hablar con los ancestros,

el tatuaje invisible de la abuela palestina,

los poemas encerrados en el pecho;

no solamente es tu muerte

la que baila en mi angustia.

 

Nada se detiene,

el alma es látigo,

rastro de una divinidad que se desvanece

en el réquiem de las flores marchitas,

alfabeto

envuelto en una mortaja

que no puede escribir sin destruirse,

nada cambia la simetría de las piedras,

el dolor de los seres

no desaparece con las estrellas.

 

Madre,

hay un hueco, un abismo, una herida

mi padre ha muerto,

su tumba a cuatro pasos

de tu tiempo

le da terrible sentido a la orfandad.

 

Me paro en la punta del iceberg,

a esperar el suicidio de las estrellas.

 

VII

 

Ni los pecados se vuelven sal,

ni el amor crucificado a un imposible

flota en el abismo.

 

Polvo al polvo,

en la carne las amantes insepultas,

en el tiempo verbos

reclamando acciones que me niegan,

la casa sola,

los libros solos,

el jardín sin una lágrima

ve cómo desaparecen las rosas.

 

Siento la muerte

posarse en la intimidad de mis alas,

mi niño ángel que vivía

cautivo en la piedra

rompe la orilla

y se deja caer;

los átomos son

células de un Dios,

que volvió a la carne.

 

Mi padre, mi madre

y mis ancestros

giran desnudos frente a mí

esperando que despierte,

que se rompa la vasija

frente al fuego.

 

XII

 

No fueron tres los golpes

en la herida interminable,

ni tres las muertes

en la oscuridad de las estrellas,

son inenarrables

los pecados y el paraíso

por los que depositan nuestra

osamenta en una fosa.

 

Una semana en silencio,

los labios cosidos,

las tibias sienten que la carne se deshace

y que el alma es tan solo un mito de los vivos

para que nos duela menos la muerte,

una semana haciéndome tierra

y dejando que los elementos

se multipliquen en la hierba

donde los amantes se esconden y se pintan.

 

Me duelen los cajones vacíos

donde un día encerré mi nada.

 

Rolando Kattán (Acto textual)

 

Tratado sobre el cabello

 

todas las cosas grandes

inician con una idea en una cabeza despeinada

como pudo –por decirlo así– crear Dios el universo

con una cabeza engomada

¿qué habría hecho Noé adentro del arca con una

cabeza de mayordomo

o Jesucristo en el monte si sus cabellos no se

hubiesen entrelazado con el viento?

 

Heráclito salió del río tan despeinado como

Arquímedes de la bañera

y a Sócrates y a Platón les crecía sobre su calvicie

una cabellera desorbitada

es sabido que Homero murió arrancándose los

pelos de desesperación

y que Cervantes Quevedo y Góngora se peinaban

como Shakespeare solamente el bigote

Juana de Arco ardió más fuerte en la hoguera por

su aguerrida cabellera

y en la antigüedad

los primeros hombres en sembrar el café y el maíz

los chamanes y los sacerdotes

los que tallaron en las lejanas piedras los primeros

poemas

todos son parte de los anónimos despeinados de

siempre

después

a Newton lo despeinó una manzana

a Tomás Alba Edison la electricidad le puso los

pelos de punta

Bach disimulaba su melena con una peluca

y Leonardo Da Vinci se despeinaba también las barbas

todos los ángeles del cielo las hespérides las musas

las sirenas y las mujeres que saben volar

todos y todas tienen extensas cabelleras destrenzadas

en la historia reciente

Albert Einstein fue el más despeinado del siglo XX

y Adolfo Hitler por supuesto

el de los cabellos más ordenados

pero las cosas grandes también son cosas sencillas

como aquellos que llegan a casa apresurados por

despeinarse

o los niños cuando aprenden del amor despeinando

a sus madres

es obvio que los sueños nacen en las cabezas

dormidas

porque siempre están despeinadas

y los amantes que sobre todas las cosas se despeinan

cuando se besan y se aman

por eso les digo:

hay que desconfiar de un amor que no te despeina

 

Acto textual

 

Con pocos, pero doctos libros juntos

Quevedo

 

ten a la mano siempre los libros poesía

lejos de los otros

aparte

en donde no los olvides

en donde puedas verlos siempre

aunque no los leas o los hayas abandonado

ten los libros de poesía cerca de ti

al lado de tu cama

de cabecera de cama

o de cama

nunca más lejos

siempre en donde los sueños suceden

en donde cierras sin miedo los ojos

cerca de donde haces el amor lo más cerca que

puedas

de donde haces el amor

pues es allí en donde deben estar

 

El árbol de la piña

 

Al salir de Palestina, quería encontrar en

estas tierras el árbol de la piña, imaginaba

un árbol frondoso, parecido al que situó

Dios en el paraíso.

 

Abandonó su tierra con la esperanza de

una nueva y no encontró lo que esperaba.

En este poema, mi abuelo, puede

recolectar piñas de la copa de un árbol,

porque en un poema pueden crecer

incluso los árboles que no existen, los

milenarios frutos y hasta el país natal.

 

Sin embargo, insisto. Lo que quiero que

aquí retoñe no es el árbol, sino la

esperanza de que todavía hay un sitio

donde abundan los árboles de piña.

 

Las cuaresmas de Oliverio

 

Oliverio Girondo se encerró con María Luisa cuarenta

días y cuarenta noches y luego escribió su poema

Espantapájaros. Barbado y despeinado visitó después

la barbería y esa noche el peluquero le hizo

el amor como nunca a su mujer. María Luisa llamó

a su amiga y le contó que durante cuarenta días y

cuarenta noches tuvo tantos orgasmos que sintió

estar por encima de la lluvia. Después de publicado

ese poema, algunas mujeres voladoras, querían

cambiar el nombre de Buenos Aires por algo todavía

más elevado. Tanto éxito tuvo el Espantapájaros que

un director de cine filmó después El lado oscuro del

corazón para que aprendan, incluso los que no leen

poesía, cómo se hace el amor verdadero.

 

Ciego de la boca

 

una sola palabra

suspendida en la boca

mató a Vallejo un Viernes Santo

una palabra le creció a Rimbaud

como un diente de elefante

y lo dejó mudo

una palabra molestó tanto a Rulfo

que dejó de escribir

una palabra llevó

a Alejandra Pizarnik al suicidio

una palabra que te deja

ciego de la boca

que no se escribe

ni se dice.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Datos vitales

 

 

Gabriel Cisneros Abedrabbo

Escritor, comunicador social y gestor cultural. Latacunga, 1972. Ha publicado: Ceremonias de amor y otros rituales 1996 . Ego de piel y Cópula panteísta 2003. El otro Dios que soy Yo y Ombligo al infierno 2004. Mujeres para Morir 2005. Peregrinaje y Raptos 2006. Para Justificar el Aire en los Pulmones 2009. 20 Giros en la Pólvora y Otros Textos 2010; y, Mi Yo Malo 2012. Pieles (2015) y Obituarios de la carne (2016)

Ha sido Presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Núcleo de Chimborazo, actualmente se desempeña como Vicepresidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.

 

Rolando Kattán

Tegucigalpa, 1979. Poeta, bibliófilo, editor, gestor cultural y miembro de la Academia Hondureña de la Lengua. Ha publicado los libros de poesía Exploración al Hormiguero (Editorial Sexta Vocal, Tegucigalpa 2004); Poemas de un Relojero, Costa Rica, 2013); Animal no Identificado (Ed. Gattomerlino, Italia, 2014); Acto Textual (El Ángel Editor, Ecuador, 2016), El árbol de la Piña (Ed. Cisne Negro, Honduras, 2016).    Parte de su obra ha sido traducida al francés, árabe, italiano, chino, griego e inglés. Es Premio al Voluntariado Cultural 2011 por la Secretaría de Cultura, Artes y Deportes de Honduras, la Embajada de España en Honduras, el Programa de Voluntarios de las Naciones Unidas, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Ha sido reconocido con el Premio Othli por la Secretearía de Relaciones Exteriores de México y el Instituto de los Mexicanos en el Exterior.

 

María Auxiliadora Balladares 

(Guayaquil, 1980) es profesora de literatura y escritora. Trabaja con la obra de poetas latinoamericanos de la segunda mitad del XX y de inicios del XXI. Le interesan en particular temas como la animalidad, la materialidad, lo común. Ha publicado el libro de cuentos Las vergüenzas (Antropófago, 2013) y el ensayo Todos creados en un abrir y cerrar de ojos. El claroscuro en la obra poética de Blanca Varela (Centro de Publicaciones de la PUCE, 2015).

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