Poesía mexicana actual: Jaime David Escobedo

Presentamos una muestra poética de Jaime David Escobedo Magallán (México, D.F. 1991). Radica en Morelia, Michoacán. Actualmente estudia la Licenciatura en Música-Composición, en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. En 2014 fue becario del Festival Interfaz, en el programa Los signos en rotación, llevado a cabo en la ciudad de Guanajuato. Formó parte del “Encuentro de Narradores”, realizado en la ciudad de Morelia, en el marco de la IX Feria Nacional del Libro y la Lectura Michoacán 2016. Ha publicado poesía y cuento en revistas universitarias.

 

 

 

Enero y sus manos

 

Las manos. Las manos que se dan cuenta de las manos. Tu mano furtiva que despierta y busca sendas. La mía, mi mano incrédula que sin embargo está a la espera, ofreciendo su carne toda sobre mi costado, donde la he dejado. Lanzas sin tregua un ataque sonámbulo, tan calmado, que tu mano ya me llega sin hambre, sin motivos, suplicando que le ayude a reencontrarlos. Los buscamos deslizando nuestros dedos cual un montón de pargos sometidos al asedio, a la muerte inexorable, a la furia indomable de los barcos pesqueros. Y así también la noche pierde el hambre y los motivos. La claridad nos es lanzada como una red que nos hermana para sacarnos a morir fuera del agua. Intento imaginarte una cara porque no quiero mirarte, porque no quiero girarme para verte las facciones restauradas por las luces frías que se expanden poco a poco para alcanzar la mañana. Es que esa no eres tú, nunca acabas de ser tú. Por eso prefiero darte la espalda y jugar con tus dedos, mientras la luz se estira sobre el dorso de las sombras y comienza a arrinconarlas para fundar el día, porque esta forma del abandono nos concede el reconocimiento de nuestros cuerpos como islas insalvables que sólo pueden tocarse a través del viento, del oleaje, de las corrientes marinas que les comunican la sal, los minerales. Es una fiesta, pensar en la proximidad de tus costillas minúsculas, levantar la vista un poco, recorrer lentamente las laderas del cerro, calcular la humedad que se desprende de la tierra y de las plantas en forma de vapor porque el sol ya comienza a acomodarse bonachón en lo alto del cielo; pensar cuántas espinas de tuna habrán amanecido allá cubiertas por una gota de rocío, cuántas de ellas lograrán después de todo clavarse en los pliegues suavizados de una carne, cuántas serán afiladas para siempre por las ráfagas del aire sin lograr nunca ensartarse en su destino flagelante. Tu mano empieza a acumular segundos de haberse detenido. Lo noto tarde, con esa peculiar tardanza que obedece a los más elementales engranajes que articulan la justicia. Lo noto tarde porque mis dedos no han dejado de moverse y desde ahí hubiera jurado que el juego era de ambos. Una vez que lo he notado, tomo por la punta tu dedo índice y suspendo tu mano en el aire, la suelto y cae como un animalito recién vencido por el hambre. Estás durmiendo. Recojo mi mano y la pongo frente a mi cara. No me creo. El sol ya levantado me agrede la cara, me ayuda a convencerme de mi libertad absoluta. La frescura del alba es reemplazada por un calor abierto que empieza a difundirse sin fronteras por la tierra. Los símbolos en el paisaje se estiran en busca de una identidad que no se logra porque nunca acabo de ser yo. Mi libertad se siente sola.

 

 

 

Sonríosonmarsonlago−soncharco

 

En noches como esta de aguaceros amarillos y persianas derretidas me pregunto si son río. Deben serlo, las verdades con que se visten los poros de la sangre, para salir al torrente a colmar mi recuerdo de tu espalda, que en efecto, es igual a todas; hasta que una verdad que es río te la moja toda y ya no es más la cuantificable mancha que portas. Se torna armazón marino, barca, puente, recuento de las olas. Pero al total esto ya no importa. Yo nunca aprendí el sutil plumaje del baile, nunca lo mantuve. Se metió por entre mis uñas, copuló con mis dedos, y un día como cualquiera de esos días que nadie sabe abandonó a sus crías adentro.

Sonrío, son mar. Deben serlo, los lapsos de materia en los que vivo sin poder habitarlos. Ahí están tus pájaros, ¿los ves? Los lapsos de materia son pájaros marinos con espaldas comunes y picos largos.

Sonrío, sonmar, son lago. Deben serlo, las sustancias asentadas y frías que bañan mis consuelos momentáneos, mis florecillas blancas que dan maromas improbables atrás de mis ojos, con acentos alados y rojos plumajes y espaldas de tallo.

Sonrío, sonmar, sonlago, son charco. Deben serlo, estos vestigios de violencia cándida que nos mantienen escribiendo aunque no haya manera de hablar contigo; de lanzarte una palabra que te sangre en mis oídos aguas azules en la espalda, de salir a inundar casas con elementos tangibles de infinita carne, de redes grandes delirios nervios, divagación de sueño, incendio eléctrico de vientre y pecho.

No alcanza la articulación sonora de todas nuestras cuerdas para adherirnos, por lo menos, al texto, y ser en él como la sustancia que predica, como un perpetuo sol en cuyo centro todo habita y se origina, en cuya espalda muere la muerte sin nacer la vida.

 

 

Las orillas

 

Pienso escapar temprano del desastre de tus orillas

porque me dueles,

me duelen las filosas texturas

que insistes en llevar contigo a todas partes,

cargando tus animales.

El dolor y el miedo son animales quietos

de ojos grandes y rojizos,

de cuerpo transparente casi como tus gritos,

como tus dibujos,

como tu tiempo de haber abandonado,

con seguridad más largo que el que llevas olvidando

que tuviste noches con luna y con sombra,

noches con fuego y con ventanas,

noches con ganas de dar aquello

que no has de bien dar nunca

por exceso de instintos de forma humana y de quietud,

¿de quién tú?,

de nadie,

nunca de nadie,

y también tal vez de nada,

apenas quizás de tierra,

de tierra húmeda y tibia,

de tierra de parto.

Lamento escapar temprano de tus orillas porque te gusto,

nos gustamos tirados en el piso,

arrastrándonos largos como troncos viejos,

casi por lujuria sola,

sin huesos.

(Fuimos buenos carpinteros al ponerle un andamiaje a esa puta y a sus perros).

Estamos atrapados en el limbo,

tus fantasmas juegan y nos miran raro,

siéntate,

hay que mirarlos,

vamos a irnos pronto del desastre en tus orillas

y tenemos que estar descansados.

(En el afán de sentirnos incompletos me pregunto,

qué nos hace falta para ser solo espacio,

para ser solo tiempo,

sin dedos,

sin cuerpo).

Voy a querer que te duela que nos marchemos,

que estemos irremediablemente sueltos.

Vamos a irnos del desastre en las orillas

montados en bestias,

derramados,

bien muertos.

 

Los miembros faltantes

 

Abandoné mi cuerpo y lo dejé recargado en la puerta.

Así yo ya no salgo,

así ya no entra nadie.

Me he puesto enfermo,

se me pegaron los dedos al pecho,

los codos a las costillas,

los talones a las nalgas,

las rodillas a la frente,

la cabeza al hombro izquierdo,

las puntas de los pies a las espinillas,

la lengua al oído, el aire al cuello,

el cuello al cráneo,

el cráneo al cerebro,

el cerebro a un beso,

el beso a otro par de labios que no velan por nada

más que por ser olvidados,

por cagarse sobre el tiempo.

Desde entonces hago círculos acuáticos

y me abandono

y me dejo caer en mi mis manos.

Todo yo soy mi espalda y mi columna

cuando giro para cerrarme.

Todo yo soy mi aire

cuando exhalo y me arrastro por debajo de la puerta

que sigue cerrada porque es de noche.

Tengo hambre.

Todo yo soy mi hambre

cuando me entrego a mis ojos

y a la luna se le llenan de carne los huesos,

los enjambres.

Todo yo soy mi ombligo, por agujero,

cuando recuerdo que soy conducto,

que a diario corren por mis paredes

las horas firmes, la luz, los cerros.

Todo yo soy mis agujeros

de cada vez que intenté escaparme

allá donde los triángulos.

Todo yo soy mis triángulos

donde contemplo el cielo y me le acerco

y me duermo en medio.

Todo yo soy mis muñones

cuando regreso a mi cuerpo que se abre,

cuando regreso y abierto todo soy sed de luna,

soy sed de hambre,

soy sed de baba,

soy sed de sangre.

Todo yo soy mis miembros faltantes.

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