Corren los caballitos, cuento de Eduardo Cerdán

En esta ocasión presentamos un cuento del narrador y ensayista Eduardo Cerdán (Xalapa, 1995). Es editor literario y columnista en Cuadrivio. Asistió al Curso para jóvenes creadores de la Fundación para las Letras Mexicanas.

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Corren los caballitos

 

Sentada junto a la puerta, mi’jo, aquí estoy. Traje mi mecedora y me acomodé igual que la Anacleta, esa gallina gorda que nos echamos en octubre del año pasado, cuando cumpliste los dieciocho. ¿Te acuerdas, Rubén? Aquí mismo jugábamos al aserrín-aserrán cuando eras niño. Estabas bien chiquito, casi no pesabas. Contigo en mi regazo te mecía adelante, atrás, adelante, atrás. No eras bebé, has de haber tenido como tres o cuatro años porque ya hablabas clarito. Me decías bien serio: ¡ya, ma, me voy a caer! Y yo me echaba unas divertidas que para qué te cuento. También hacíamos de cuenta que era yo tu caballo y retozábamos por toda la sala mientras cantábamos juntos la de Cri-Crí: corren los caballitos, los grandotes y los chiquitos… Y tú con tu cara de susto y yo nomás riéndome de ti. Era bien maldosa, ¿verdad? Pero ¡cómo iba a dejar que te cayeras! Vieras cómo te cuidaba cuando recién me alivié. Era una cosa… No pegaba yo el ojo en toda la noche, imagínate, nada más para que veas cuánto te procuraba. Como era octubre, la luna brillaba bien fuerte en las noches y había veces en que unos hilos plateados atravesaban la cortina y caían sobre tu naricilla respingada. Pasaba yo toda la noche junto a tu cuna viéndote dormir y de vez en cuando me acercaba para asegurarme de que tu pecho se inflara, de que no tuvieras moquitos o flemas, de que respiraras bien. Unas veces me agarraba la lloradera porque me dabas ternura y estaba yo muy sensible. Otras veces lloraba de miedo. Es que las viejas chilatoleras de por aquí me espantaban. Cuídalo bien, Marta, cuídalo bien, que luego los bebés se mueren asfixiados en las noches y las mamás ni en cuenta. ¡Cabrestas! Nomás eran buenas para angustiarme. Cada que me decían eso, sentía que el pecho se me estrujaba sólo de pensar en que…

Ya se está haciendo de noche, mi amor. Tengo las luces apagadas porque no quiero gastar los focos a lo tonto, ya ves que luego llegan los recibos bien altos. Últimamente no me ha dado tiempo de trabajar en la tienda como se debe. De repente les encargo a las vecinas el changarro, pero, claro, como no es de ellas el negocio, pues echan la flojera a cada rato. Y todavía me critican las muy molonas. Ay, Martita, ¿ya ves lo que hacen las malas decisiones? Ay, Martita, si tuvieras marido otro gallo te cantaría. Como si de veras necesitara yo a un hombre. Tú y yo solitos nos las arreglamos rebién, ¿a poco no? ¡Qué marido ni que nada! Cuando eras niño y me preguntabas por qué todos los demás tenían papá y tú no, me entraba el remordimiento. Pero luego pensaba: ¿para qué me iba a quedar con ese patán y borracho que no tenía ni en qué caerse muerto? Nos hubiera dado una mala vida, hijo, de eso estoy segura.

Creo que ya va siendo hora de que prenda la luz. Casi no alcanzo a ver tu foto. La tengo entre mis manos y le enredé un escapulario rojo igualito al que te di. Ahora es como si fueras bebé de nuevo: otra vez ya no pego el ojo por las noches, pero, en lugar de verte dormir, me la vivo esperándote. Nada más me echo unos coyotitos a dishoras, pero el menor ruido me despierta y luego luego abro la puerta a ver si de casualidad eres tú. Y si no es el ruido son los sueños en que retozamos por la sala. Nos veo así como ahorita: yo bien vieja y tú todo un hombre. Qué chistoso, ¿verdad, Rubén? Despierto y rapidito me doy cuenta de que fue un sueño. De los bonitos, claro, porque la realidad es peor. Trato de ser fuerte, de no llorar, pero a veces no me puedo aguantar las ganas. Es bien difícil ir a barrer tu cuarto y ver tu cama vacía, tus gorritas colgadas, tus camisas bien lisas y puestas en ganchos esperando a que te las vuelvas a poner. A otras que les pasó lo mismo se les hizo fácil creer lo que les dicen, pero yo no soy de ésas. Para mí, mientras no lleguen a decirme: éste es el cadáver de Rubén, tú sigues estando vivo. Y yo, aquí, acomodada como la Anacleta en la mecedora donde jugábamos cuando eras chiquito, espero a que llegues. Esta noche, igual que ayer y antier, acaso igual que mañana y pasado, te voy a estar esperando.

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Datos vitales

Eduardo Cerdán (Xalapa, 1995) es narrador, ensayista, profesor adjunto en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, editor literario y columnista en Cuadrivio. Fue becario de verano de la Fundación para las Letras Mexicanas, ha sido premiado en concursos nacionales de cuento y ha participado en varios libros colectivos a cargo de, entre otras, la UAM, la BUAP, Sussex Press y Ediciones Cal y Arena. Ha colaborado en publicaciones periódicas como la Revista de la Universidad de México, La Jornada Semanal, Literal, Latin American Voices, Crítica y La Palabra y el Hombre. Textos suyos se han traducido al inglés y al francés. Su libro infantil Los días del extranjero está por publicarse en la Editora de Gobierno de Veracruz.

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