La poesía será lo único que sobreviva al colapso nuclear

Hoy en Círculo de poesía presentamos una entrevista al poeta Moisés Ramos Rodríguez, autor de Cantares de la Ciudad de los Ángeles, realizada por Janet G. Jiménez. Cantares de la Ciudad de los Ángeles se presenta el próximo miércoles 22 de marzo de 2017, en el Aula Virtual del Complejo Cultural Universitario, de la BUAP a las 18:00 horas.

 

 

 

 

 

 

 

La poesía será lo único que sobreviva al colapso nuclear

Janet G. Jiménez

 

Cuando el colapso se produzca (o mejor: cuando produzcamos el colapso) por una múltiple explosión nuclear o por una transformación del planeta provocado por el sobrecalentamiento o alguna razón parecida, y queden algunos seres humanos, lo único que sobrevivirá con ellos será la poesía. Nadie será capaz de recordar cómo eran el Partenón, el Empire State o la Muralla China, y reproducirlos. Pero los únicos humanos sobrevivientes, a través de las palabras recordarán la poesía, la reconstruirán o volverán a inventarla. Dejarán que el Espíritu hable a través de ellos nuevamente.      

Todos nuestros mejores inventos, todas nuestras más ambiciosas búsquedas en el espacio sideral, quedarán reducidas a nada, pero el ser humano seguirá preguntándose quién es y para qué está en el planeta Tierra, qué sentido tiene estar vivo. Y sólo la poesía le podrá contestar.      

Del poeta y periodista cultural, Moisés Ramos Rodríguez son las afirmaciones anteriores.

El miércoles 22 de marzo, a las 18:00 horas, en el Aula Virtual del Complejo Cultural Universitario de la BUAP, presentará su más reciente libro Cantares de la Ciudad de los Ángeles.

Le acompañarán los poetas Roberto Martínez Garcilaso y Enrique de Jesús Pimentel.

Entrevistado, habla sobre el poemario que presentará, y sus temas:  

 

—¿Qué libro es este que presentará en la universidad…?

—El título, claro, le debe mucho a Ezra Pound, a quien leí con desmedido fervor entre los diecisiete y los veinte años de edad. Por otra parte, también es un homenaje a los Cantares Mexicanos y, si forzamos un poco… pero eso no importa.

Lo que sí se repite a lo largo del libro es el hecho de que la ciudad a la que se le canta, con admiración y desprecio, entre otras cosas, es la Ciudad de los Ángeles, nombre de la ciudad de Puebla, capital del estado de México del mismo nombre, entre 1531 y 1821: doscientos noventa años mantuvo ese nombre.

En ese sentido, el libro es una continuación de los cantares hechos a la ciudad desde el siglo XIX y el XX, pero, recurriendo al símil de la fotografía analógica, es su negativo, su anverso. Así, yo afirmaría que Cantares de la Ciudad de los Ángeles es el lado no reconocido, el lado maldito, el lado putrefacto de la canción que se ha llegado a considerar el himno de Puebla, ciudad y Estado: “¡Qué chula es Puebla…!” de Rafael El Jibarito Hernández.

Los poemas de Cantares de la Ciudad de los Ángeles son, sin duda, la pesadilla de César Garibay, de Delfino C. Moreno, de Moreno Machuca, de Gregorio de Gante, de Amapola Fenochio y de Flora Otero; son el lado obscuro al que no se atrevieron a mirar; son su continuación y un homenaje, atroz, bárbaro y ríspido, pero homenaje al fin.         

—¿Hace cuánto fue publicado el libro…?

—En enero de este año. Releí varias veces este libro en los últimos años, porque ya lo quería publicar; me sentía como Juana de Asbaje cuando escribió: “mas esta tentación me quita el juicio”. Porque es un libro viejo y ya me quería “deshacer” de él. El primer poema, con el cual se abre el libro en forma de epígrafe, es de antes de que yo cumpliera veinte años de edad. Hoy tengo cincuenta y cuatro. El último de los poemas es de hace seis años, o tal vez más.  

Es un libro al que me fue difícil asomarme las últimas veces, porque si bien quería conservar la voz original de cada uno de los poemas (que fueron trabajados durante años), también quería evitar ese riesgo implícito en todo trabajo de revisión: la obsesión por una perfección inexistente, por una voz que no existe, por un libro ideal, imposible de alcanzar.

Los poemas de cada libro muestran la poesía que se ha logrado. No más. Es vesania pasar años y años revisando.    

—Parece que el de tu libro no es un tema común, al menos en la poesía poblana de los últimos años…

—El tema no es nuevo, obviamente: la ciudad. En el caso de la poesía occidental, viene desde Homero. Recordemos que Odiseo dice, según el rapsoda: “Conocí la ciudades populosas y aprendí sus costumbres…” Después, obviamente, están, ya en el siglo XIX, Hugo y Baudelaire, pero sobre todo Rimbaud con sus magníficos poemas en prosa de las Iluminaciones inspirados en Londres, sí, pero que muestran a la Ciudad, así con mayúscula, de la cual dirá después Norman Mailer: “La boca de una mujer extraña es un pozo profundo. Y una gran ciudad es como una mujer extraña”.

El primer gran poema urbano, consideran algunos, es el de Apollinaire, pero para mí la gran raíz de la poesía urbana está en Rimbaud, la cual se puede notar incluso en el libro de Las ciudades imaginarias, de Calvino, por poner un ejemplo grosero.        

En México, y en español, hay una gran tradición de cantos urbanos, baste recordar a Martí y su “Amor de ciudad grande”, que es también del siglo XIX. En México siempre pienso en el poeta de La Musa Callejera y en Vicente Quirarte, en el Lizalde de Tercera Tenochtitlán… Los ejemplos son innumerables y no es necesario extenderse en ello, pero para quienes nacimos en la ciudad y aprendimos a distinguir entre un Mustang 76 y un Camaro, antes que entre un sauce y un laurel, quizá sea importante recordarlo.

—Además del tema obvio de la ciudad, ¿hay un ambiente determinado en el que el libro se haya gestado? Tal vez el viaje como se lee en vario poemas…

—No sólo porque se cite en un largo epígrafe una canción de Bruce Springsteen (“Días de gloria”) es necesario decir que el rock tuvo una gran influencia en Cantares de la Ciudad de los Ángeles: además de la urbe, obviamente el protagonista es el ser humano de la ciudad, quien se pregunta quién es, que hace en este planeta; y claro, viaja porque está buscando incesantemente su lugar.

Así como en Mexico City Blues la música que acompaña a los poemas (y con los que se debe acompañar su lectura) es el jazz, en el caso de mi libro siempre la banda sonora es el rock.

Además de Springsteen están visibles en el libro Led Zeppelin y The Beatles, pero la presencia del rock va más allá de esas obviedades. Muchas de las más potentes imágenes poéticas de la ciudad y sus habitantes están en las letras del rock mejor logrado, en inglés y en español; y en otros idiomas, claro.   

A muchos, a la par de la poesía, el rock nos salvó del naufragio, la vesania y la locura de psiquiátrico y medicamentos. Una dotación básica (guitarras, bajo, batería, unos buenos poemas) hicieron tanto por mí y alguna gente de mi generación (y posteriores), como lo hizo, verbi gratia, Leopoldo María Panero.

—Hay una parte del libro dedicada al alcohol, a los bebedores, a las cantinas, a los borrachos en la ciudad…

—La verdadera religión de un hombre en una ciudad de Occidente (y Puebla lo es por herencia, no por esencia), es el alcoholismo; hoy cada vez se suman más mujeres o son más visibles, y los ciudadanos se unen a esas filas cada vez más jóvenes. De esos seres habla una de las secciones del libro, “Teódulo’s bar”, cuyo nombre se refiere a una cantina que estuvo en la Avenida 14 Oriente. Creo que somos una sociedad decididamente alcohólica, sin duda, y el alcohol es la única droga permitida, la única que sin prescripción puede tomarse, sin medida.

Otra sección está dedicada al río de San Francisco, en cuyos márgenes fue fundada la Ciudad de los Ángeles, el cual fue entubado hace más de cincuenta años, en los años sesenta.

Finalmente hay una sección llamada “Álbum familiar”, donde el personaje urbano hace referencia a cuestiones más familiares.

El libro cierra como ha sido abierto: con poemas dedicados enteramente a la Ciudad, así con mayúsculas, especialmente a la Ciudad de los Ángeles.

—¿Qué más explicarías de este libro al lector?

—Obviamente un libro de poesía, la poesía misma no debe ser “explicada”. Una de las mayores sandeces es pedir a un autor que “explique” un poema o un poemario. El libro de poesía sólo aspira a ser complementado por el lector; justificar su existencia de esa forma. No tiene otro sentido. Lo demás son palabras.     

 

 

 

 

 

 

 

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