Sobre “Dímelo”, de Kim Addonizio

Presentamos una reseña de Jorge Andrés Gordillo López (Ciudad de México, 1993) sobre el libro Dímelo, de la autora norteamericana Kim Addonizio, perteneciente al catálogo de la colección de poesía editado por Valparaíso México y Círculo de Poesía y traducido por la poeta Andrea Muriel.

 

 

 

 

 

 

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Dímelo: la otra demanda

 

Dímelo
Kim Addonizio
Traducción de Andrea Muriel
Valparaiso México y Círculo de Poesía
México, 2015
134 p.p.

 

 

Yo, yo, yo, ¿no es esté el más dulce sonido; el hermoso, arrogante ego que se niega a desaparecer?

Kim Addonizio.

 

Presentar un libro

La relación con los libros demanda movimiento, ir hacía, andar. El encuentro con un libro es un choque entre dos cuerpos, ambos se esculpen, se moldean. No hay lectura que no modifique, de un modo u otro, al libro y al lector, la transformación es su gesto originario. El lector se desliza en el libro, las impresiones dan lugar a nuevas rutas en el pensamiento, bifurcan las sendas que hasta ese momento se postulaban como las únicas. El libro como matriz, como morada y refugio, incuba al lector para después, reconfigurado, expulsarlo. Deshacerse de sí: uno de los ejercicios propios de la lectura.

Presentar un libro: construir un puerto, generar la condición del viaje, del deseo de la llegada. Fue en diciembre de 2015, en San Cristóbal de las Casas – Chiapas, cuando Andrea Muriel me presentó, por primera vez, Dímelo. Bebíamos dentro de un bar mientras me narraba que, tras leer poesía erótica y preguntarse acerca del cuerpo femenino representado en la poesía, y gracias a la recomendación de Alí Calderón, llegó a “Intimidad”, uno de los poemas más conocidos de Kim Addonizio. El poema narra el encuentro inesperado de una mujer con la que fue amante de su pareja actual. En el breve lapso de tiempo de la coincidencia entre ambas –la preparación de un capuchino–, se genera la posibilidad de amar a alguien negando su singularidad debido a su utilización como reminiscencia de un amor pasado. Con Andrea hablamos acerca de la imposibilidad de la fijación total de sentimientos hacia una persona sin que estos se desplacen hacia otras experiencias. La coincidencia del presente consigo mismo sería el fin de la historia. Salimos del bar. Una vez en la casa donde nos hospedamos me regaló el libro con la esperanza de encontrar en él la pasión que a ella le llevo a traducirlo, es decir, a re-escribirlo.

Unos meses después tomé el libro de uno de mis libreros, inicié la lectura en el metro en dirección a Copilco. Leer en transporte público es una práctica que he ido ensayando hace ya varios años, es estar en una simultaneidad de desplazamientos, como lo sugiere la portada del libro que diseñó Chari Nogales. La materialidad del libro, y no sólo el contenido, guía y dispone el discurso bajo el que será entendido el texto. La editorial Valparaíso, desde el primer tomo de la colección de poesía: El tigre en la casa de Eduardo Lizalde, ha diseñado los libros de tal modo que, cada uno de ellos, excepto las compilaciones de un par de encuentros internacionales de poesía, tengan una introducción. En el caso de los libros traducidos al español –impulso por traer a nuestra lengua la poesía contemporánea de diferentes espacios y tiempos, como es el caso del texto que aquí nos convoca– el traductor tiene un lugar fundamental en el libro. Reconocer el lugar de los traductores no solamente subraya la tan criticada noción de autor, también nos permite revisar la recepción del libro “original” en un contexto determinado, su lectura y aprehensión que es, por cierto, aquello que da vida al libro mismo, pues no hay libro sin lector.

Publicado por primera vez en inglés en el año 2000 por Boa editions, Tell me inaugura el siglo XXI con una demanda. El título del libro demanda al lector que diga algo que no se ha dicho, o bien, que está por decir. Las enunciaciones no son más que esfuerzos, siempre fallidos, de querer-decir, anhelos de nombrar la radical extrañeza que nos angustia y no soportamos. Decir lo indecible, oportuna demanda y exigencia por parte de Kim Addonizio al entrar a un siglo en cuyo pasado inmediato la especie humana se ha enfrentado a una ofuscación de sí debido a ejercer y confiar, a ciegas, una forma de Modernidad que nos mostró, por primera vez en la historia, la posibilidad de la destrucción del mundo. Concentrada en la cotidianidad citadina de las formas de vida, Kim escribe sus poemas desde un lugar de demanda de aquello que ocultamos u obviamos día a día, del deshecho de pensamientos y sentimientos que acechan nuestro Yo mostrándonos la oscuridad que lo constituye, es decir, todo aquello que dejamos a un lado para afirmar aquello que creemos que somos. A menudo me imagino a Kim recorriendo la ciudad de Nueva York vagando por todo tipo de barrios y lugares olvidándose de sí para escuchar las conversaciones, leer los signos que desapercibidos disponen nuestra cosmovisión (la publicidad, por ejemplo), e ingresar a los botes de basura y convivir con lo que es brutalmente desechado. Me imagino a Kim como una pepenadora de la sociedad actual que trabaja con los deshechos transformándolos en narraciones que permiten leer y estar en el mundo desde otra perspectiva, desde una infrahistoria.

Díganme, Kim y Andrea, ¿qué dice esa infrahistoria?

“Yo, yo, yo, ¿no es éste el más dulce sonido; el hermoso, arrogante ego que se niega a desaparecer?”. ¿Desaparecer ante quién? La desaparición del Yo es asumirse, esencialmente, extranjero, extraño, diferente. Observar al mundo no desde la ya vieja y sedentaria “mirada” que homogeneiza los acontecimientos civilizándolos y catalogándolos como positivos o negativos para la construcción de un mundo progresista; más bien, vivir en el mundo que nuestra especie obsesionada con su ego ha construido y destruido. La infrahistoria de Kim son los testimonios de la huida del Yo. Una de estas historias tiene lugar en un bar en el que, con un vaso lleno de alcohol enfrente cuya profundidad es la misma que los fracasos, miedos, temores y tristezas de un ebrio, lo único que importa es continuar bebiendo y abriéndose la consciencia de su propia finitud. Otra historia, titulada “Cuántica”, despoja al sujeto citadino de su perspectiva de observador incluyéndolo como participante en la vorágine de la ciudad en la que sus sentidos aprehenden lo vivo, ya sea el olor de la alcantarilla o la viscosidad de un escupitajo fresco. La propuesta es simple pero profunda: no vivir desde, hacerlo en.

Cualquiera que haya aportado a la gran industria del turismo ya sea comprando y usando un “tiempo compartido”, consumiendo “pueblos mágicos”, likeando fotografías de retratos en lugares comunes, ha sido participante y testigo de la disposición de los espacios por parte del capital para construir lugares de espectáculo. El turista, entre otras características, ejerce la del espectador, su campo de visión está dispuesto por “aquello que hay que ver” (de preferencia si es folclórico) así como su experiencia espacial y con lo otro (la diferencia vuelta novedad y mercancía, pensemos en elefantes de la India o indígenas en Chiapas). El cuerpo del turista, está ocupado por el espectáculo, su libido, cercenado, inhibe cualquier posibilidad de emancipación. En “Salmón”, Kim narra la otra historia del turismo, la que permanece oculta, en este caso, los salmones en estado de putrefacción que sus saltos no lograron perpetuar su vida. Mientras “los demás” fotografían compulsivamente fotografías a quienes si lo logran, Kim se dirige hacia el cementerio de quienes no pudieron, de aquellos que indocumentados por la “mirada humana” no pudieron ser mercancía, y desea que, de nuevo, vivan, a pesar de su muerte y su innegable desintegración. Pienso en el departamento de Atlántida en Honduras. En aquel paraíso oceánico que es visitado por los líderes y títeres que gobiernan ciertos aspectos del mundo, y cuyos habitantes, en su mayoría garífunas, huyen, indocumentados (como los salmones), hacia Estados Unidos en busca del capital suficiente para poder sobrevivir. La irrupción del turismo, del control del cuerpo y continua erosión de la libido, nos dice Kim, requiere enfrentarse con realidades distintas.

“Basura” podría ser uno de los mejores poemas del libro. Recuerdo que la primera vez que leí el poema acababa de trabajar con la obra del recientemente fallecido sociólogo polaco Zygmunt Bauman, Mi atención se había concentrado en sus tesis sobre los “refugiados” y “migrantes económicos”. Para dar una explicación de estos acontecimientos, Bauman nos recuerda que la Modernidad está basada, entre otros pilares, en el constante deseo y producción de novedad, es decir, en la continua y cada vez mayor producción del deshecho, del residuo. Así pues, la Modernidad podría pensarse como la era de la producción del deshecho, en la que “los héroes son los basureros”. Ya sea basura, acciones, recuerdos, pensamientos, sentimientos, cuerpos vivos, desecharlos es un acto de borradura de su existencia en los lugares de vida, negación y asilamiento de aquello que nos parece asqueroso, obsoleto, pestilente y que, sin embargo, también somos, hemos sido, o estamos por ser. El deshecho, la “Basura” es el otro archivo de la Modernidad, aquel que la constituye. De nuevo, Kim, pepenadora, deviene en basura, en deshecho, y desde allí, escribe. No habría posibilidad de creación sin destrucción, ¿podría haber “Basura” sin deshecho, poesía sin narrativas muertas? El basurero como origen y potencia de una propiedad de nuestra especie: la creación. La “Basura” como matriz: de allí brota la (infra)historia, nuestro ser pepenador.

“Yo, yo, yo […]”, loop narciso que como mantra recorre las vidas de todos nosotros a modo de ficción de arraigo, de asentamiento ante la barahúnda del acontecer. Las consecuencias de no salir del Yo es su asentamiento y constante producción que dificultan, con intensidades distintas, la experiencia de la diferencia, de toda acción que remita a un cuestionamiento de sí. Narcisos todos, celebramos la destrucción sistemática de lo posible, de la contingencia, de la bifurcación de sí. Convertidos en objetos de deseo y sus consumidores, devoramos a los demás aniquilando su posibilidad de ser otro, no infinitizamos, agotamos, destruimos. “La divorciada y ginebra” es un poema de un par de amantes que, inscritos en el loop del yo, “[…] debajo de la apariencia del placer/ destruyen todo lo que tocan”.

Los filtros de Instagram, la edición de rostros de Snapchat, el maquillaje actual: borradura de lo singular. Si partimos de la afirmación en la cual la escritura es toda inscripción, marca, huella, registro y surco, los cuerpos humanos son soportes que constantemente están reescribiéndose dejando su testimonio dentro y fuera del organismo. Las cicatrices, las arrugas, lunares, verrugas, constituyen la singularidad del cuerpo, de la persona. ¿No es eso lo que constantemente deseamos borrar? Las imperfecciones, desvíos de perfección, son, a mi parecer, los orígenes de la belleza. “Comienza con su cuerpo y termina en un pequeño pueblo” es una breve historia del enamoramiento y pasión de los cuerpos imperfectos, por ejemplo, de las otras figuras tan bien ejecutadas por el escultor mexicano Javier Marín. No obstante, estas imperfecciones y singularidades suelen ahogarse consigo mismas debido a la fuerza que atrae las prácticas de borradura de sí. El poema “Bien” narra constante tensión que existe de estar a punto de… Mantenerse a raya de las tragedias actuales aun en la cercanía como la muerte de un (des)conocido, el cáncer de mama de una amiga, y la bulimia, alcoholismo y agresividad que habita a la hija de la vecina, lejos de ser privilegiado, Kim lo presenta como un proceso de aislamiento, de soledad, pues ¿si observamos estos casos, en serio somos libres de ellos?

Tell me, “Dímelo”, “Dime cómo te duele/ aun cuando no pueda ayudarte”. El poema que da nombre al libro es la demanda de la infrahistoria, de enunciar las narrativas ocultas que producen el sufrimiento y el placer de las violencias y sublimaciones del mundo. La celebración de esas historias, el rito en el que se enuncian, son momentos de apertura. Esta presentación es una posibilidad de ello.

La escucha antecede al decir.

Han pasado 15 años desde el lanzamiento de Tell me. Entre sus primeros lectores y nosotros, está la historia de Andrea Muriel, su re-envío es una demanda que proviene del silencio, de no haber dicho nuestras historias singulares, de no leer la infrahistoria. Parafraseando al poeta español Benjamín Prado, en la que entiende a la poesía como el acto de derrumbar puentes para crear vacíos, “Dímelo” no solo genera vacío, nos sitúa en él, en la escucha de aquello que somos y nuestro yo mantiene oculto. “Dímelo” es la demanda del silencio.

Datos vitales 

Jorge Andrés Gordillo López (Ciudad de México, 1993). Ha sido parte del Voluntariado Jesuita  “Belén. Casa del Migrante de Saltillo”. Ha publicado ensayo y poesía en la revista electrónica “Circulo de Poesía”, en la revista “Inmediaciones de la Comunicación” de  la Universidad ORT de Uruguay y la revista  “Nota al Pie” de la UAMI. Ganador de la beca para el taller Jóvenes Creadores en la categoría de poesía, organizado por la Fundación para las Letras Mexicanas (F,L,M) sede Monterrey. Ponente en diferentes foros y coloquios nacionales e internacionales. Actualmente cursa la Licenciatura en Historia en la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México.

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