Poesía mexicana: Jorge Valdés Díaz-Vélez

Presentamos una muestra del poeta Jorge Valdés Díaz-Vélez (Torreón, Coahuila, 1955). Es autor de dieciséis libros de poesía publicados en México, Cuba, España e Italia. Se le han otorgado, en México, el Premio Latinoamericano Plural (1985) y el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (1998) y, en España, el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana (2007) y el Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado (2011). Ha sido traducido al árabe, francés, griego, italiano, portugués, neerlandés, rumano e inglés.

 

 

 

Alfama

 

Atraviesa el amor, o lo que sea,

el mapa desdoblado ante los ojos

de la chica que aprieta en su bolsillo

una llave. Pasa el tráfico lento

y el espejo fugaz de la garúa;

cae desolación desde las nubes

encima de sus hombros y el destello

de su ajorca. Sujeta con firmeza

el tesoro metálico, aligera

el ritmo apresurado de sus pasos

sin mirar hacia atrás. La cerradura

queda lejos aún de su impermeable.

La puerta que ha de abrir tendrá el relámpago

de la pieza dentada entre sus yemas
y el secreto interior de la llovizna.

Afuera quedarán Lisboa y sus eléctricos,

los cálidos aromas del óxido del Tajo

corriendo inalcanzable hacia los puentes.

 

 

 

Casida

 

Las horas que le dan su forma al día,

a la semana, al mes y al año, dejan

una capa finísima de polvo

encima de los seres y las cosas.

Es polvo que le dio vueltas al mundo

antes de aposentarse en los relojes

que guardan el final de nuestras vidas.

No hay forma de quitarlo. Ni siquiera

con la humedad que tuvo el alma

cuando quiso invocar en el desierto

el viaje de las pléyades. Recuerda:

el llanto no hace pozos en la arena

y el árbol nunca vuelve a su semilla.

 

 

 

Conversación con mi madre

 

Nos encontramos bien, estables

sobre los huesos del cansancio.

Tu padre sale cada día

a jugar ajedrez, y pierde

más vista y habla menos. Yo

ya hice la paz con la insulina.

Sus ochenta veranos tratan

de parecer un poco alegres.

La oigo a nueve mil kilómetros,

muy cerca y distante. Su voz

bruñe los techos esmeralda

de las mezquitas. Han llamado

a la oración. La tarde agrieta

los minaretes de Rabat.

La imagino en los escalones

rojos de la entrada, esperando

a que mi hermano y yo lleguemos

del colegio para abrazarnos.

La veo zurcir las rodillas

rotas de nuestros pantalones,

la miro hermosa al ir de fiesta

llenando el aire de perfume,

sus “vitaminas para el alma”.

 

Hace calor, dice, Torreón

todo es un horno. Duermo poco

y me levanto con la débil

luz del alba hacia este dolor

con marcapasos. Mis amigas

se han marchitado y quedan pocas.

Son muchos años, sólo vivo

para aguardar no sé qué. Desde

un túnel de arena y de sombras

pregunta luego por mis hijos,

por su salud y sus trabajos;

después lamenta no haber visto

cómo los dos se hicieron jóvenes

y fuertes. Contiene el sollozo

al preguntarme por mi vida,

por mi visita postergada,

si estoy comiendo bien, si duermo

las ocho horas o persisto

en desvelarme con un libro.

 

Sube la luna y se alza el chergüi

reseco del Sáhara, escucho

su respirar del otro lado;

sobre mi corazón, le digo:

estamos bien los dos, estables.

Pienso en su próxima pregunta

pendiente del hilo. Y me callo.

 

 

 

Los sonámbulos

 

Y, cuando duermen,

sueñan no con los

ángeles sino con los mortales.

Xavier Villaurrutia

 

Se despertó al oír un ruido

a sus espaldas, un murmullo

de frondas embozado. Abrió

los ojos y rozó en silencio

sus brazos recogidos entre

la nervadura de la sábana.

Qué sucede, por qué no duermes

¾le preguntó mientras el alba

ya era otra forma en los espejos.

Me soñaba contigo ¾dijo

sin mirarle. Y se dio la vuelta,

cerró los párpados del sueño

para buscar la piel que huía

desde sus yemas, luz adentro.

 

 

 

Inscripción

 

Tus ojos, Lesbia, el agridulce

combate a ciegas de la lengua

que es tu victoria y mi derrota,

serán futuros himnos, trazos

en una lámina de mármol

de los altares de Afrodita.

Pero el sabor a campo abierto

en la batalla y, más aún,

este gemido que se escapa

tras el fragor de la contienda

me pertenece, aunque sea tuyo

su territorio al fin del día.

 

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