Poesía de Puerto Rico: Elidio La Torre Lagares

Presentamos una muestra poética de Elidio La Torre Lagares (1965).  Es maestro de Escritura Creativa por la Universidad de Texas en El Paso. Ha escrito varios libros de poesía, entre ellos Cuerpos sin sombras (Isla Negra), Vicios de Construcción (Terranova). Sus libros de narrativa Septiembre (Editorial Cultural) y Gracia (Oveja Negra) han sido premiados en Puerto Rico por el Pen Club. Recibió el premio Julia de Burgo de Poesía en 2008 por Ensayo del vuelo, y su poema “Santurcesurtra” fue galardonado por Casa de los Poetas en el 2015. Su trabajo –tanto en español como inglés- ha sido publicado en diversas antologías y revistas de España, Dinamarca, México, Colombia y Estados Unidos. Enseña literatura y escritura creativa para el Programa de Literatura Comparada y para el Departamento de Inglés de la Facultad de Humanidades, Universidad de Puerto Rico.

 

 

 

 

 

post amor

 

ocurrimos en una esquina, al fuego

de tu pelo que iluminaba la acera y el azar

por caer a mitad de consecuencia

o un café de distancia, como si el mundo

fuese ademán sin tiempo para las diez cosas

que quería decirte y que traía aplastadas

en el bolsillo de mi camisa blanca, a través

de la cual pudieses haber visto la sangre

brotar en plumas mientras tú me sonreías

la luna y tu sombra caracoleaba con alevosía

feliz pared abajo, sobre el grafiti aquel que cantaba

el fin del mundo y el comienzo de nosotros

dos, cuerpos al aire bajo la meliflua luz

afarolada como testigo de un comienzo

en flor, nuestra historia lenta sobre páginas

amaranto, el ruido de un beso anunciándose

entre las nubes, tu voz pintando mandarinas

en el árbol de la lluvia que nos alcanzaba,

mi olfato corriendo tras tu perfume, bala

perdida en el viento, la demora de la despedida

provocada por un presagio oportuno, de esos

que llegan y, sin importar, uno no cede

al indeterminismo sino al hambre de mañana,

esa que solo la hogaza de tus verbos

ha sabido saciar, y ya ves, hoy te sigo

encontrando en aquel día que ocurrimos

de pasada, y cada vez me muero menos

 

 

 

 

grunge

 

la peor ruina es la del lenguaje,

mas no tengo otra cosa

que no sean palabras para legarte

 

la distancia entre la piel y el aliento

no es asunto del futuro, sólo el sujeto

de algunas canciones de Nirvana

 

es la estructura de la causalidad, dices

y suenas a la escopeta de Kurt Cobain

 

pero tu boca es la borrachera de anoche,

irrepetible, tú con hambre de ternura

y yo con tanto cariño narcótico

o malas ideas

 

¿cómo se dice el amor?, preguntas

 

en el desván donde

guardaré tus ojos arenados,

hay un vacío en curso con

el que armo tu fantasma

para cuando ya no estés-

si al fin y al cabo, solo lo

inaprehensible

es duradero ::

 

 

 

 

santurcesutra

 

somos los incomprendidos, los subestimados

los fronterizos que llevamos muertos a pasos

para adoquinar la fatiga (el futuro una vez

estuvo en nuestras manos, hasta que nos salieron

cayos de sostener tanta nada)— y nos dijeron

que no había cabida, que la casa estaba llena

y nos dejaron sin techo para cobijar la

esperanza por ser unos locos, ser tan locas,

(Manuel Ramos Otero, exiliado y sin irse, se

venía en sus rostros, con la horrible ternura del

amor no correspondido pariendo fantasmas

rosados y malcriados) mientras tragábamos

la leche y la herrumbre de la patria avejentada

y en sotana— somos la constancia, la carencia:

los que esperaban el mañana todos los días

en camisetas del Che, entre humo, cervezas,

y conversaciones truncas sobre Sartre y Camus,

comiendo humus isleño y deshojando pretextos—

somos la palabra inmóvil como barro seco,

entre sombras de baba dormida en convenios con

la patria inventada— somos los versos perdidos

de un poema, somos la cizaña que estropeó el

trigo y llevamos la mirada agotada por el

horizonte enrojecido que se desgasta en cada

aliento venido a menos— somos la posibilidad

negada, la antología censurada, mitad

del gusano que se queda en la guayaba— somos los hijos

deformes de la oscuridad, la polifonía nominal

del interior silenciado que paseamos por la Ponce de León,

-allí estaba José María Lima, peregrinando con boca amarga,

alucinándonos, y nos preguntaba «¿Por dónde anda mi nombre?»-

esquinando duro con incertidumbre narcótica—

somos sombras muertas y grises que lamen grafitis

y orinan el aserrín de la promesa podrida—

somos cosas viejas profanadas y maltrechas de juventud

somos así, llenos de ambigüedades, amplios

e incompletos, discontinuos y defectuosos:

y conocemos este sutra porque sabemos

que es así, porque llevamos la legaña del

desvelo, faltos de amor, promiscuos en la igualdad

y en la forja del sueño mirando atardeceres

derretirse en Santurce entre los esqueletos

del país que nunca fuimos

 

 

 

 

guaguancó de la casa demolida

 

una vez. después, el deterioro. detengo

el camino en el pueblo de algún día. loco-loco

pero tranquilo. azul sobre azul. el cielo

tímido. la casa en que una vez viví.

la aplanadora demuele la madera y ahoga

ese algo extraño encerrado en una salsa

de Roberto Roena que asciende en su vaho

iluminador por la memoria. mi padre me toma 

de la mano. el silencio es criminal. 

la ausencia crece y lastima. un ave que cae

de muerte en pleno vuelo. perdido

como un guaguancó del adiós, en mi vida

ya no habrá reparos. pero no lo sé aún.

la casa desaparece. como yo ::

 

 

 

 

 

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